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El racismo, la plaga del imperialismo

Fuentes: Rebelión

Es una opinión muy extendida la que restringe el racismo exclusivamente a las ideologías nazis, fascistas o ultrareaccionarias. Esa idea -errónea- está casi tan extendida como la -también errónea- que cree que el racismo consiste exclusivamente en la consideración de los hombres negros o amarillos como seres inferiores. Si nos detenemos un poco en el […]

Es una opinión muy extendida la que restringe el racismo exclusivamente a las ideologías nazis, fascistas o ultrareaccionarias. Esa idea -errónea- está casi tan extendida como la -también errónea- que cree que el racismo consiste exclusivamente en la consideración de los hombres negros o amarillos como seres inferiores.
Si nos detenemos un poco en el asunto veremos que más bien el racismo es toda una corriente de pensamiento que ha impuesto el imperialismo y que, además, tiene una naturaleza de clase, no de color de la piel. Las ideologías racistas están indisolublemente ligadas a la decadencia de la burguesía como clase que, una vez agotado su ciclo vital, ya no es capaz de crear más que pensamientos siniestros y decadentes. La burguesía ha pasado del siglo de las luces al siglo de las oscuridades.

Pero la burguesía racista no odia a los negros o a los amarillos; odia a los negros y a los amarillos pobres y oprimidos. Los millonarios de color no son objeto de menosprecio ni se les exige documentación para entrar en cualquier país porque no llegan en patera sino en su jet privado.

Hasta donde nosotros somos capaces de conocer, creeemos que aún no se ha explicado suficientemente la enorme difusión de las ideas racistas en todos los países imperialistas, ni tampoco su contenido exacto. Así que lo que habitualmente circula como racismo (y como crítica al racismo) no va más allá de cuatro vaguedades, que no son suficientes porque el profundo menosprecio hacia los pobres y los oprimidos es el núcleo mismo de la justificación de la dominación imperialista. Dominan los superiores, que son blancos; los inferiores, que son de color, son dominados. Inexorablemente. Es una ley biológica que no está impuesta por nadie más que por la naturaleza misma de las cosas.

Las noticias nos lo recuerdan todos los días. Esas espantosas matanzas en cualquier rincón de África prueban que los negros no son capaces de autogobernarse. Son salvajes y nos necesitan. Tenemos que ir allá a ‘poner paz’ entre ellos.

A partir de ese criterio clasista, la burguesía de todo el mundo desarrolló una gama de seres inferiores que no se circunscribe a la clase social ni al color de la piel sino a otros rasgos físicos y síquicos: locos, drogadictos, tullidos, homosexuales… También ellos son seres inferiores, y es esa inferioridad la que les ha llevado a la locura, la drogadicción, la enfermedad o la homosexualidad.

Los racistas añaden a eso otra ley inexorable de la naturaleza: los seres inferiores se reproducen más rápidamente que los superiores. La consecuencia es espantosa y lo llaman ‘disgenia’, que es algo así como lo contrario de la evolución, la involución: con el tiempo el mestizaje hará degenerar a la raza humana porque los genes inferiores vencerán a los superiores y los imbéciles controlarán el mundo por encima de los inteligentes (que siempre son los burgueses).

Cualquier tiempo pasado fue mejor

Sí: cualquier tiempo pasado fue mejor. Hay motivos serios de alarma para la burguesía, que ve sus días contados. Se impone el pesimismo vital. El mundo camina a pasos acelerados hacia un desorden creciente del cual las novelas y películas de ciencia-ficción (más ficción que ‘ciencia’) nos proporcionan ejemplos continuos, desde ‘Blade Runner’ hasta ‘Terminator’. Muchas corrientes seudoecologistas están imbuidas de este tipo de ideario catastrófico, siempre revestido de un ropaje teórico complicado, lleno de conceptos abstractos, como la famosa entropía, que los profanos apenas alcanzamos a comprender vagamente (si fuéramos capaces de entenderlo nos reiríamos de ellos).

El hecho es que los seres humanos estamos enfrascados en plena ‘lucha por la existencia’; luchamos por los alimentos básicos, por el ‘espacio vital’, por las materias primas, por el agua limpia y el aire de la atmósfera con su capa de ozono. No sabemos si el mundo se acaba o se agota, pero sí sabemos que se agotará antes para unos cuantos, los más débiles y quizá entonces habrá sitio suficiente para los mejores, los más fuertes y los más inteligentes. La ‘lucha por la existencia’ es una guerra de todos contra todos. Ya lo había dicho Hobbes en el siglo XVII en su conocida frase: ‘El hombre es un lobo para el hombre’.

En este feroz combate operará la ley de la ‘selección natural’ : sobrevivirán los mejor dotados, la raza superior.

Así expuesto, el racismo no tiene nada peyorativo. Ni siquiera tiene contenido social o humano sino que es un fenómeno natural que, además, persigue un noble objetivo: la mejora de la especie humana en el futuro, o al menos impedir su degeneración.

Quieren una estirpe nietzscheana, esa aristocracia de superhombres que vemos en las películas estadounidenses, como Supermán, Rambo o James Bond, y la solución es la eugenesia: frenar la promiscuidad sexual y esterilizar a los inferiores. El malthusianismo burgués siempre ha difundido que los obreros tenemos más hijos de los que podemos mantener, que la pobreza dimana de la superpoblación obrera y, por tanto, que eso no puede continuar así. Naturalmente que cuando la burguesía se puso a esterilizar a los seres inferiores, en lugar de mutilar únicamente sus mecanismos reproductivos sexuales, pasó a mutilarlo todo, a exterminar pura y simplemente.

Recientemente Jeremy Rifkin, especializado en disertar sobre toda suerte de absurdos, escribió un libro titulado en castellano ‘Entropía, hacia el mundo invernadero’, donde sostiene la existencia de una tendencia universal de todos los sistemas -incluidos los económicos, sociales y ambientales- a pasar de una situación de orden a creciente desorden, proponiendo la adopción de medidas malthusianas, volver al campo, prohibir ciudades de más de cien mil habitantes y frenar el crecimiento de la población mundial para que no supere los mil millones de habitantes.

En efecto, el problema es doble: hay muchos más seres inferiores que superiores y no hay comida para todos; si sólo los esterilizamos, los tenemos que continuar dando de comer, por lo que resolvemos el primer problema pero no el segundo. Es mejor exterminarlos.

Como es fácil comprobar, en todo esto subyace una inversión de la realidad: somos los infrahombres los que vivimos a costa de los burgueses, y no al revés. La explotación no existe o, mejor dicho, son las razas inferiores las que viven a costa de las superiores. Los burgueses nos dan trabajo, los burgueses nos pagan nuestro salario, los burgueses nos venden nuestra comida, los burgueses nos dan limosna y el seguro de paro cuando no tenemos trabajo y la pensión cuando somos viejos. Vivimos a costa de ellos; ellos crean la riqueza y los puestos de trabajo. Los inmigrantes llegan en oleadas a quitarnos el pan y el trabajo a ‘nosotros’. Les tenemos que dar vivienda, trabajo y un salario o, quizá mejor, nos quitan todas esas cosas. Si hubiera menos infrahombres, si no se reprodujeran tan rápidamente, si no invadieran nuestro suelo, entonces en el reparto de la riqueza tocaría una mayor porción a cada uno.

Por tanto, el genocidio de las razas consideradas inferiores, su exterminio, así como las políticas imperialistas de segregación racial y de inmigración, no derivan de una ideología errónea, sino que se presentan como toda una ‘ciencia’, la eugenesia, un término que viene del griego y significa ‘bien nacido’ o, como diríamos hoy, de buen linaje, de sangre azul, dotado hereditariamente de cualidades nobles.

Los fundamentos de esta ‘ciencia’ son, pues, dos: la superpoblación y la inferioridad de los oprimidos. Malthus desarrolló el primero y Galton el segundo. Su incontestable naturaleza ‘científica’ está vinculada también al nombre de Darwin. Pero se trata justamente de eso, del ‘nombre’, de exponer las teorías más peregrinas con el sello de Darwin, a pesar de que Darwin sea ajeno a ellas.

Mestizos y mediocres

Francis Galton (1822-1911), primo de Darwin, fue el primero en dar aires científicos a la eugenesia, y sus tesis tuvieron una difusión inmediata, expandiéndose a los cuatro vientos. Es muy curioso y no podemos resistir la tentación de decirlo: Galton fue también quien descubrió las huellas dactilares, es decir, quien inició eso que ahora se llama CSI, la policía científica que está de moda en la televisión. Ahora las huellas dactilares están cediendo su sitio al ADN y al código genético. La policía está recorriendo las cárceles españolas para registrar el mapa genético de todos y cada uno de los presos. La interrelación de todo esto es indudable: genes, policía, racismo, control,…

Galton fue el primero en utilizar la estadística en sus observaciones, ciencia de la que algunos le consideran el fundador, junto con su colaborador Karl Pearson, inventor de un procedimiento de análisis descriptivo denominado coeficiente de correlación, que los estadísticos conocen bien. Galton examinó a una serie de hombres eminentes y creyó comprobar que los padres que presentaban características sobresalientes tenían hijos con iguales características. Midió el ahora famoso coeficiente de inteligencia de muchas personas e hizo la media estadística, concluyendo que el mestizaje de los listos con los tontos conducía a la humanidad hacia una ‘regresión hacia la media’ o, lo que es lo mismo, una ‘reversión hacia la mediocridad’. Galton despreciaba al ‘hombre medio’ precisamente por medio, o sea, por mediocre.

Si su primo Darwin había hablado de la ‘selección natural’, Galton inventó la ‘selección artificial’. Al fin y al cabo desde los mismos orígenes de la humanidad eso se había hecho con el ganado para mejorar su rendimiento mediante la crianza y cuidado de determinadas especies. Así se obtuvieron unos caballos muy rápidos para montar y otros muy fuertes para tirar del arado. Lo mismo se podía lograr con el hombre que, finalmente, no es más que otro animal. Había que aplicar la selección artificial al ser humano para mejorar la raza. Sin embargo, se estaba haciendo al revés: la sociedad protegía a los desfavorecidos y los débiles, lo cual estaba reñido con la selección natural que aniquila a los más débiles. La civilización humana frustraba artificialmente los mecanismos de la selección natural. Sólo cambiando estas políticas sociales, dijo Galton, se podía salvar a la humanidad de la mediocridad.

El eje en torno al cual giró toda la obra de Galton fue su aseveración de que la herencia importa más que el medio. Para Galton el factor más importante de la inteligencia es el genético, mucho más que el ambiental. La naturaleza de cada hombre, el conjunto de dotaciones innatas del individuo, es un factor determinante de su éxito en la vida (1).

El racismo se convirtió en la religión de los imperialistas británicos, pero ya no se trataba de una teoría sino de una práctica. En un político como Winston Churchill era algo casi patológico. Ministro del Interior en 1910, propuso esterilizar a 100.000 ‘degenerados mentales’ y enviar a otros varios miles a campos de concentración para salvar a la raza británica de la decadencia. Secretario de Estado del gabinete de guerra, Churchill autorizó a la Royal Air Force para utilizar armas químicas contra ‘árabes recalcitrantes’, a modo de experimento: ‘Estoy enfáticamente a favor del uso de gas venenoso contra tribus incivilizadas’, declaró. Gaseando kurdos, se adelantó a Sadam Hussein en más de 70 años. Acerca de los palestinos dijo lo siguiente en 1937: ‘Yo no creo que un perro en un comedero adquiera derechos sobre el comedero, aunque haya estado tumbado allí mucho tiempo. Yo no reconozco ese derecho. No reconozco, por ejemplo, que se haya cometido una gran injusticia contra los indios de América o los aborígenes de Australia. Niego que se haya cometido una injusticia contra estos pueblos sólo porque una raza más fuerte, una raza de categoría superior -una raza más mundana, para decirlo de otra forma- haya venido a quitarlos de su sitio’.

También racista, J.M.Keynes (1883-1946) fue uno de los dirigentes de la Sociedad Eugenésica de 1937 a 1944 y primer director del Banco Mundial en 1946. El famoso economista creía firmemente en la eugenesia, que consideraba la rama más importante de la sociología. En la India, durante la hambruna de 1966, los préstamos del Banco Mundial estaban condicionados a la imposición de políticas malthusianas de control de la natalidad.

Desde que se afilió a la misma Sociedad Eugenésica en 1931, Julian S. Huxley (1887-1975) fue otro de los racistas británicos destacados, lo que no le impidió llegar a ser el primer Secretario General de la UNESCO en 1946. Escribió cosas como ésta:

Por grupo social problemático entiendo a esa gente de las grandes ciudades, demasiado conocida por los trabajadores sociales, que parece desinteresarse de todo y continuar simplemente su existencia desnuda en medio de una extrema pobreza y suciedad. Con demasiada frecuencia deben ser asistidos por fondos públicos, y se vuelven una carga para la comunidad. Desgraciadamente, tales condiciones de existencia no les impiden seguir reproduciéndose, y sus familias son en promedio muy grandes, mucho más grandes que las del país en su conjunto.

Diversos tests, de inteligencia y de otro tipo, revelaron que tienen un C.I. [coeficiente intelectual] muy bajo, y que están genéticamente por debajo de lo normal en muchas otras cualidades, como la iniciativa, el interés y afán general exploratorio, la energía, la intensidad emocional y el poder de la voluntad. Esencialmente, no son culpables de su miseria e imprevisión. Pero tienen la mala suerte de que nuestro sistema social abona el suelo que les permite crecer y multiplicarse, sin otra expectativa que la pobreza y la suciedad.

El racismo, conviene no olvidarlo, ni tiene un origen alemán, ni tiene tampoco un origen ideológico en sólo determinados políticos burgueses ultraderechistas: es la única ‘ciencia’ que conocen todos ellos, tanto los fascistas como los ‘demócratas’.

La plaga racista de la burguesía

Las repercusiones de la nueva ‘ciencia’ eugenésica no tardaron en llegar. Se convirtió en una disciplina académica que se impartía en las universidades anglosajonas para dar soporte ideológico a la limpieza étnica. El mestizaje se consideró como un peligro: restricciones a la inmigración, prohibición de los matrimonios interraciales, segregación, esterilización y, finalmente, aniquilación.

Uno de los primeros racistas ‘científicos’ fue Alexander Graham Bell, el inventor del teléfono. En 1881 analizó la tasa de sordera en Martha’s Vineyard, en el estado de Massachusetts y concluyó que la sordera era hereditaria, recomendando la prohibición del matrimonio de los sordos, incluso a pesar de que él mismo estaba casado con una sorda. Como muchos otros eugenistas, propuso controlar la inmigración y advirtió que los internados para sordos podían considerarse como lugares de cría de una subespecie sorda de la raza humana.

En 1904 Charles B. Davenport, catedrático de Harvard, recibió fondos de la Fundación Carnegie para abrir una Estación de Evolución Experimental y, poco después, en 1910, la Oficina de Registro Eugenésico donde miles de norteamericanos cumplimentaron un registro de rasgos familiares, una especie de pedigree familiar. Esta Oficina reunió una enorme colección de árboles genealógicos y concluyó que quienes eran no aptos procedían de entornos económica y socialmente pobres. Un año después publicó un libro en el que demostraba que, por naturaleza, los italianos e hispanos eran muy violentos y los judíos mostraban tendencias contra la castidad y a favor de la prostitución.

Davenport abogaba por la restricción de la inmigración y la esterilización como métodos eugenésicos principales. El sicólogo Henry H. Goddard recomendaba la segregación y Madison Grant, además, era partidario del exterminio de los infrahombres. Según William Graham Summer, fundador de la Asociación Americana de Sociología, el gobierno debía intervenir activamente en la reproducción humana para evitar la proliferación de mediocres. Los anormales (retrasados mentales, lisiados) consumían recursos necesarios y debían ser abandonados para que se valiesen por sí mismos, pero los delincuentes (criminales, pervertidos) debían ser eliminados de la sociedad.

Estos puntos de vista eran compartidos por muchos científicos, entre ellos el botánico Luther Burbank, que escribió: ‘No debe permitirse que los criminales ni los débiles se reproduzcan’. Otro fue el matemático Karl Pearson, el colaborador de Galton. En 1901 Pearson fundó la revista Biometrika, el término que usaba para referirse a lo que luego sería la estadística. En ella publicó la monumental biografía de su maestro Galton. Al morir éste en 1911, fue profesor de eugenesia en Londres y durante un tiempo fue el editor de la revista Anales de Eugenesia, desde donde divulgó la tesis de que fenómenos sociales como inteligencia, criminalidad, pobreza y creatividad se transmiten a través de las generaciones. Para entonces Lenin ya se había ocupado de criticar el empiriocriticismo de Pearson (2).

Además de la fundación Carnegie, también la poderosa Fundación Rockefeller contribuyó a divulgar el racismo. John D. Rockefeller III siempre estuvo muy influenciado por el malthusianismo y el darwinismo social de Herbert Spencer. Fue uno de los mayores impulsores de los estudios demográficos y financió muchos proyectos antinatalistas y eugenésicos a través de una tupida red de organizaciones. Menos conocida es la complicidad de Rockefeller en los programas eugenésicos nazis. Rockefeller colaboró con Ernst Rüdin, el arquitecto de la política eugenista del III Reich y con el Instituto Káiser Guillermo. A pesar de los asesinatos de presos antifascistas en los internados y campos de concentración, continuó subvencionando las ‘investigaciones’ nazis al más alto nivel. La Fundación lo llevó en secreto, pero aún financiaba esas ‘investigaciones’ en 1939, sólo unos meses antes de desatarse la II Guerra Mundial.

También las universidades de Harvard, Yale, Princeton y John Hopkins contribuyeron a difundir el racismo. Entre los personajes famosos que la respaldaron estaba Leland Stanford, fundador de la Universidad de Stanford. Estos esfuerzos recibieron el apoyo de la Academia Nacional de las Ciencias, la Asociación Médica Americana y el Consejo Nacional de Investigación.

El novelista H.G.Wells se opuso a los ‘enjambres mal preparados de ciudadanos inferiores’. George Bernard Shaw declaró que sólo la eugenesia podía salvar a la humanidad. Entre quienes la apoyaron se incluyen presidentes de Estados Unidos como Woodrow Wilson y Theodor Roosevelt, quien dijo que ‘la sociedad no debe permitir que los degenerados se reproduzcan’ . Meses antes de que Hitler publicara Mi Lucha, Oliver Wendell Holmes, presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos, escribió: Es mejor que la sociedad pueda prevenir que aquellos que son manifiestamente incapaces puedan continuar su especie (3).
La lista de científicos, universitarios y premios Nobel que apoyaron la eugenesia es interminable. La burguesía aprovechó sus infectas ‘teorías’ para imponer soluciones de fuerza a un supuesto problema de superpoblación, cuyos excedentes fueron calificados de no aptos o de ineptos. Impulsado por la burguesía, el racismo se presentó como algo ‘científico’ y ‘progresista’, como una aplicación natural del conocimiento sobre la reproducción al campo de la sociedad y con el fin de mejorarla. Era y es la verdadera ideología burguesa, una teoría aparentemente benéfica pero de efectos escalofriantes; así piensan y así ven a los explotados y oprimidos de todo el mundo los burgueses, sea cual sea su alineamiento político concreto.

Limpieza étnica ‘made in USA’

La eugenesia sirvió de base al ideal de superioridad burguesa y tuvo gran aceptación en todos los países imperialistas. El proyecto consistía en identificar a los infrahombres e impedir su reproducción mediante el aislamiento en campos de concentración (o en internados) o la esterilización. Se daba por supuesto que los judíos eran en su mayor parte débiles mentales, pero también muchos extranjeros, así como los negros y amarillos.

La práctica de esterilizar a personas con discapacidades, delincuentes, pobres o enfermos afectó a cientos de miles de personas durante gran parte del siglo XX en todos los países capitalistas, donde la eugenesia se convirtió en ley. El caso del III Reich es suficientemente conocido y denunciado, pero hubo otros países imperialistas de indudable pedigree democrático-burgués. Y hay que denunciar bien claro un alto secreto: cuando los dirigentes nazis fueron juzgados por crímenes de guerra en Nuremberg, justificaron las esterilizaciones masivas citando a Estados Unidos como sus inspiradores. Pero los jueces no fueron juzgados.

En Estados Unidos (y en Canadá) las restricciones a la inmigración durante los años veinte estuvieron motivadas por el deseo de excluir a las razas inferiores de un supuesto acervo genético nacional que había que preservar. Durante la aprobación de la ley Johnson-Reed, los racistas jugaron por vez primera un papel protagonista como ‘expertos’ asesores sobre la amenaza de los ‘linajes inferiores’ procedentes del este y el sur de Europa. Un eugenista, Harry Laughlin, fue designado como experto por el Comité del Congreso para Inmigración y Naturalización en 1920. Otro experto fue Lothrop Stoddard, que había escrito el libro titulado ‘La Creciente Marea de Color Contra la Supremacía Mundial Blanca’ . Ambos dijeron que los inmigrantes procedían de razas inferiores y contaminarían el patrimonio genético si su número no se limitaba. La legislación creó una jerarquía de naciones, desde las superiores (anglosajones y nórdicos) hasta los inmigrantes chinos y japoneses, a quienes casi se prohibió la entrada completamente en el país. Las restricciones legales redujeron el número de inmigrantes extranjeros en un 15 por ciento.

Las consideraciones eugenésicas también estuvieron presentes en la aprobación de leyes contra el incesto en buena parte de Estados Unidos.

Las nuevas leyes reforzaron las anteriores que prohibían el mestizaje racial, es decir, los matrimonios interraciales así como de determinados enfermos. Comenzando por Connecticut en 1896, muchos estados prohibieron casarse a cualquiera que fuese ‘epiléptico, imbécil o débil mental’ . El estado de Iowa promulgó leyes de purificación racial para ‘cortar por lo sano la proliferación de gentes física y psíquicamente inferiores’ . La ley estaba dirigida contra ‘los que puedan dar a luz hijos con tendencia enfermiza, deforme o epiléptica, además de a los que se observe locura, idiotez o tendencia al alcolismo’. El Ku Klux Klan aplaudió la ley y fueron varios los asesinatos recubiertos de legalidad de niños con síndrome de Down así como negros.

En veintinueve estados se dictaron leyes autorizando la esterilización de los ‘enfermos mentales’ con el noble fin de evitar la ‘transmisión’ de las enfermedades mentales a la siguiente generación. La ley de eugenesia promulgada por Hitler para la eliminación de los ‘indeseables’ en los campos de concentración fue copiada, párrafo por párrafo, de la ley eugenésica del estado de Virginia, uno de los primeros en convertir el racismo en imperativo legal. Toda esta legislación fue confirmada y ratificada por el Tribunal Supremo en 1927 en el caso Buck contra Bell: el estado de Virginia podía esterilizar a los considerados no aptos.

California fue uno de los estados racistas más entusiastas. Allá se practicaron más esterilizaciones que en ningún otro en nombre de ‘peligrosas plagas humanas’ que representaban ‘la creciente marea de imbéciles’ y que contaminaban lo mejor de la especie humana. Un informe favorable sobre los resultados de la esterilización en California fue publicado con formato de libro por el biólogo Paul Popenoe (4). Fue uno de los primeros libros estadounidenses traducidos al alemán y fue ampliamente divulgado por el gobierno hitleriano como evidencia de que los programas masivos de esterilización eran un gran avance para la humanidad.

Conclusión: en la época más feroz de esterilización eugenésica entre 1927 y 1963, unas 64.000 personas fueron esterilizadas forzosamente bajo las leyes racistas de Estados Unidos. Las leyes contra la inmigración no fueron derogadas hasta 1965; el Tribunal Supremo de Estados Unidos no derogó las leyes contra los matrimonios interraciales hasta dos años después. Todo ello se superó -en parte- no gracias a los imperialistas sino a las gigantescas movilizaciones de masas de aquella época. Sin aquella batalla, a la vez política e ideológica, que costó decenas de muertes y miles de detenciones, jamás de hubiera frenado la investigación, la legislación y la difusión a través de los medios de comunicación de teorías abiertamente racistas en Estados Unidos.

Desaparecieron las leyes, pero ¿desapareció el racismo?

Como el imperialismo, el racismo es universal

Los nazis como Josef Mengele sólo eran discípulos aplicados de F.Galton, W.Churchill y T.Roosvelt; sus prácticas ‘científicas’ son bien conocidas, aunque todos se cuiden de callar su verdadero origen. Mengele realizó experimentos con hermanos gemelos vivos para comprobar las teorías eugenésicas en ‘laboratorios’ donde los seres humanos eran encerrados como cobayas en pequeñas jaulas. Los hitlerianos también fundaron internados de aspecto inocuo donde se interrogaba uno a uno a los ‘deficientes mentales’ antes de conducirlos a una habitación trasera donde los gaseaban con monóxido de carbono y sus cadáveres se eliminaban en un crematorio situado en la misma finca.

Con el tiempo, este programa se amplió a una vasta red de campos de concentración ubicados cerca de las líneas de ferrocarril, lo que permitió el eficaz transporte y sacrificio de diez millones de ‘indeseables’. Además, el III Reich esterilizó forzosamente a unas 450.000 personas a las que consideraba mental y físicamente ‘no aptos’. Los nazis fueron incluso más allá, matando decenas de miles de ‘inválidos’ en programas de eutanasia.

También implantaron varias políticas eugenésicas positivas, otorgando premios a las mujeres arias que tenían un gran número de hijos y promoviendo un servicio en el que mujeres solteras ‘racialmente puras’ eran fecundadas por oficiales de las SS (Lebensborn). La escala del programa nazi provocó que los racistas estadounidenses buscasen más financiación para su propio programa porque ‘los alemanes nos están ganando en nuestro propio juego’ .

Prácticas eugenésicas forzosas, basadas en la ‘higiene racial’, se aplicaron de forma generalizada en Suecia durante 40 años, desde 1935 hasta 1996, esterilizando coactivamente a 62.000 personas, principalmente enfermos mentales, pero también minorías étnicas, como parte de un programa político racista. El último año de la eugenesia, 1996, una ministra liberal declaró que los refugiados albano-kosovares sufrían de una predisposición genérica al robo, el hurto y la delincuencia menor: Ese pueblo tiene una inclinación cultural hacia el robo, dijo. Tanto revuelo causó esta declaración que la obligaron a pedir disculpas. Hay pueblos honrados, como Suecia, si se excluye a los inmigrantes, y pueblos ladrones, el albano-kosovar, por no ir más lejos. En Suecia crearon una enorme colección de cráneos perfectos, arios puros, de raza superior para demostrar que la pureza más absoluta de la raza aria era la sueca. Al respecto el argentino Carlos Vidales escribió sarcásticamente: Los eminentes científicos que reunieron esta colección se basaron, naturalmente, en el único criterio que podían usar para calcular la perfección racial de los cráneos: sus medidas y su forma. No pudieron hacer evaluación alguna del contenido, porque los cráneos estaban absolutamente vacíos, como corresponde a todos los cráneos de raza superior. Y es de sospechar, según se deduce del anonimato absoluto de sus dueños, que también estaban vacíos cuando se hallaban con vida (5).

Hasta hace treinta años Canadá llevó a cabo miles de esterilizaciones forzosas, especialmente de nativos canadienses, así como inmigrantes del este de Europa, identificados como genéticamente inferiores.

Singapur practicó una forma de eugenesia positiva que incluía la promoción de matrimonios entre graduados universitarios con la esperanza de que engendraran hijos mejor dotados genéticamente.

Varios países latinoamericanos, como Argentina y Brasil, defendieron el predominio social blanco incrementando la inmigración europea y erradicando las poblaciones indígenas autóctonas, proceso se conoce como ‘blanqueamiento’. En Cuba tuvo que llegar la revolución de 1959 para eliminar las prácticas eugenésicas.

Otros países como Australia, Noruega, Francia, Finlandia, Dinamarca, Estonia, Islandia y Suiza llevaron a cabo programas a gran escala de esterilización de personas declaradas ‘deficientes mentales’.

Pero después de la II Guerra Mundial, la eugenesia dejó de ser materia ‘científica’ en las aulas universitarias; pareció que nadie era eugenista y nadie lo había sido. En 1948 se aprobó un convenio internacional contra el genocidio. Como por arte de magia la eugenesia pasó de ser una ‘ciencia’ a ser un delito. Los racistas se camuflaron y se reconvirtieron en respetados antropólogos, biólogos y genetistas, incluyendo al nazi Otmar von Verschuer, el padrino de Josef Mengele. El eugenista californiano Paul Popenoe se dedicó a impulsar la planificación familiar durante los años cincuenta, un cambio de profesión que surgió de su afición racista a promover los ‘matrimonios saludables’ entre personas ‘aptas’. La revista ‘Eugenics Quarterly’ se reconvirtió en 1969 en ‘Social Biology’ y hasta 1994 subsistió la Sociedad Eugenésica Americana, que se había fundado en 1922.

Por esas fechas, con la guerra de los Balcanes, volvía la pesadilla. Se comenzó a hablar otra vez de ‘limpieza étnica’, pero esta vez se achacaba la responsabilidad a las propias víctimas de la partición de Yugoeslavia. Los imperialistas nada tenían que ver. Es más: aunque habían impuesto la partición del país, estaban en contra de la ‘limpieza étnica’. Sólo fueron allí a salvaguardar la paz e impedir que unos salvajes, incapaces de autogobernarse, se mataran entre sí…

Acerca de la influencia de la eugenesia sobre las políticas penitenciarias imperialistas ya hablamos hace mucho tiempo, aunque de manera esquemática, cuando explicamos el origen del aislamiento carcelario en Estados Unidos, Alemania y España (6), presentado como un problema de ecología humana .

Esperma por catálogo

William Shockley (1910-1989) fue uno de los físicos que inventaron el transistor y le dieron un premio Nóbel por ello. Siempre fue un estrecho colaborador del Pentágono. Estuvo dos años en la Academia Militar de Palo Alto (California) y luego trabajó en los Laboratorios Bell. Durante la II Guerra Mundial, abandonó los Laboratorios para dirigir una investigación sobre rádar anti-submarinos y en los bombarderos B-29. Obtuvo la condecoración civil más elevada de la época: la Medalla al Mérito. Tras la guerra regresó a los Laboratorios Bell.

Un día leyó que un panadero se había quedado ciego a consecuencia del ácido que un adolescente con un coeficiente intelectual de 70 le había arrojado. Este adolescente era uno de los 17 hijos que tenía una madre con un coeficiente intelectual de 55. A partir de entonces comenzó a entrometerse en la ‘disgenia’ causada, según él, por la reproducción excesiva de los que tienen desventajas genéticas. Shockley propuso que las fundaciones privadas ofrecieran dinero a las personas con hemofilia, epilepsia y bajo coeficiente intelectual para que accedieran a la esterilización. Esto contribuiría, según él, a detener el brutal mecanismo de eliminación de la evolución . En particular, Shockley dirigió sus ataques contra los negros, a los cuales consideraba más aptos para labores físicas, pero inferiores intelectualmente, pues según él, obtenían puntuaciones más bajas que los blancos en la pruebas de coeficiente intelectual.

Shockley llegó incluso a presentarse como candidato a senador por el partido republicano en 1982 para sacar adelante su campaña racista. Logró convencer al multimillonario Robert K. Graham, uno de los inventores de las lentes de contacto, para crear un ‘banco de esperma de élite’ que sólo recibiría donaciones de premios Nobel y medallistas olímpicos. Había que controlar la producción de genios en el mundo, para equilibrarlo y protegerlo de los menos dotados intelectualmente .

Ese ‘banco de esperma de genios’ se creó a finales de los setenta en un búnker subterráneo ubicado en un rancho cerca de San Diego, propiedad del multimillonario. Se anunciaba en las páginas amarillas y también había ofertas de ‘semen genial’ por catálogo. Graham le entregaba a las parejas un listado con los atributos de los donantes con nombres en clave para que la pareja eligiera el esperma de mayor calidad. Luego la inseminación artificial se hacía de forma casera.

El primer donante fue Shockley, pero el esperma de los ancianos no era el más apto para la congelación. Además, eran muchas las receptoras en lista de espera y había muy poco esperma. Graham tuvo que ampliar su búsqueda de donantes y en uno de sus viajes, en febrero de 1997, murió mientras asistía a una conferencia científica en Seattle. Se resbaló en la bañera del hotel, quedó inconsciente y se ahogó. Sin fondos, su depósito de espermatozoides cerró dos años más tarde.

Aquel banco seminal concibió 217 niños y Doron Blake fue el segundo de ellos. Su coeficiente intelectual era mucho más alto que el promedio (superaba los 165 puntos), pero la mayoría de los niños originados en el banco de esperma de Graham permanecen anónimos, para que no se pueda comprobar nunca que tanto el absurdo invento del coeficiente intelectual como el experimento de fabricar niños inteligentes usando esperma inteligente, son verdaderas farsas propias sólo de los más ignorantes.

Por personalizar la barbarie racista en la posguerra, vamos a recordar el caso de Alan Turing, matemático británico que fue uno de los primeros que desarrolló la tecnología para construir ordenadores. Durante la II Guerra Mundial, Turing trabajó para el contraespionaje británico descifrando los mensajes de la máquina Enigma con la que los nazis se comunicaban. Pero Turing era homosexual y ese estigma fue mucho más fuerte que todos los enormes méritos contraídos durante la guerra. Un juez le condenó a dos años de prisión por mantener relaciones sexuales con otro hombre dentro de su casa; luego le chantajeó para que, a cambio de no ir a prisión, tomara dosis de estrógenos que debían inhibirle sus perversos instintos. Turing aceptó el chantaje y tuvo que tomar los estrógenos, que le hicieron brotar prominentes y visibles senos. Incapaz de soportar la humillación, el 7 de junio de 1954 se suicidó.

Medio siglo después, en el mismo país, Gran Bretaña, se celebró un juicio que saltó a los medios de comunicación: el caso de la Corona contra James Edward Whittaker-Williams en el cual el acusado, un hombre con problemas de aprendizaje, fue detenido por besar y abrazar a una mujer de su misma condición. Los jueces dictaminaron prohibiendo cualquier contacto sexual entre ambos, un fallo basado en la Ley de Delitos Sexuales de 2003, que define los besos y abrazos como ‘contactos sexuales’ y afirma que las personas con problemas de aprendizaje son incapaces de dar su consentimiento para ello, independientemente de que el acto implique coacción o no.

Nosotros, los que tenemos problemas ‘de aprendizaje’, los que no aprendemos nunca, los que somos ‘incorregibles’ , no nos podemos ni besar. Afortunadamente en la Audiencia Nacional aún no conocen esta sentencia… pero todo llegará.

Notas:

(1) Francis Galton: Herencia y eugenesia , Alianza Editorial, Madrid, 1988.

(2) Además de racista y matemático, Pearson es también conocido en su faceta de filósofo. En 1900 escribió La gramática de la ciencia que Julián Besteiro (PSOE) tradujo al castellano nueve años después, publicándose el libro en Madrid. Lenin le calificó como uno de los discípulos de Mach más consecuentes y más claros […] el más consecuente, el más hostil a los subterfugios verbales (Materialismo y empiriocriticismo , § 5.2 y 5.3)

(3) El artículo que publicamos sobre el pragmatismo ya hablaba del juez Oliver Wendel Holmes (todo está interrelacionado).

(4) Esterilización para la mejora humana: Un resumen de los resultados de 6.000 operaciones en California, 1909-1929, Nueva York, Macmillan, 1929. En castellano hay un libro de este autor junto con otros: Las relaciones familiares, Buenos Aires, Paidós, 1965

(5) Carlos Vidales: Grandes hitos de la ciencia fascista. Recomendamos leer y reproducir este artículo: http://members.tripod.com/~Vidales/genes.htm

(6) 25 años de resistencia en las prisiones