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El populismo, visión cambiante

Fuentes: La Jornada

La victoria de Hugo Chávez por un margen holgado en las pasadas elecciones presidenciales venezolanas, luego de los triunfos electorales de Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua, replantea con fuerza la necesidad de reflexionar sobre el significado de estos cambios, considerados por muchos como la mejor demostración del retroceso populista y, por […]

La victoria de Hugo Chávez por un margen holgado en las pasadas elecciones presidenciales venezolanas, luego de los triunfos electorales de Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua, replantea con fuerza la necesidad de reflexionar sobre el significado de estos cambios, considerados por muchos como la mejor demostración del retroceso populista y, por otros, como la prueba inequívoca de que Latinoamérica sigue el curso ascendente hacia la izquierda, aun cuando para nadie son desconocidas las grandes diferencias existentes entre cada uno de estos países, sus historias y gobiernos. Tal vez nos hemos rendido demasiado pronto al influjo de las palabras (la «ola» de izquierda») y a la tentación de asimilar a categorías polisémicas significados unívocos o transparentes, como ha pasado con el término «populista», tan bien acogido para designar un conjunto de posturas políticas cuya identidad es discutible, aunque en ellos se descubran rasgos similares a los hallados en los regímenes del pasado estudiados por G. Germani, Di Tella y otros autores autorizados.

En esa dirección, lo más lamentable ha sido la utilización degradada del concepto «populista» para llenar el vacío ideológico que otro momento prestaba, por ejemplo, la doctrina anticomunista de la guerra fría , es decir, una formulación propagandística dirigida a reducir mediante un calificativo con fuerte carga negativa, el significado de ciertas opciones discrepantes de las políticas establecidas y a transformar la legítima crítica del sistema en un ataque injustificable contra la democracia y los valores occidentales, siguiendo en ello la pauta del pensamiento neoconservador estadunidense.

Sin embargo, también en este punto comienzan a mostrarse algunas señales de cambio. La catástrofe en Irak obliga a los responsables de la diplomacia a echar una nueva mirada al mundo global, de modo que también la realidad latinoamericana, hasta hoy olvidada por Estados Unidos, comience a revisarse junto con los tópicos creados durante la hegemonía de la derecha. Un buen ejemplo de esa actitud la hallamos en la entrevista concedida, por Bernardino León, secretario de Estado de Asuntos Exteriores de España ( El País , 7/11/06), tras reunirse con el secretario de Estado Adjunto, Thomas Shannon, y el embajador de ese país en Madrid, donde se incluyen algunas opiniones que no les vendría mal conocer a nuestros celosos críticos del binomio izquierda-populismo, considerado como el peligro mayor de nuestras sociedades. Según el punto de vista del diplomático español, la política estadunidense impulsada por la derecha desde la Casa Blanca está en una encrucijada: «En América Latina, las políticas duras de lo tomas o lo dejas, por así resumir, no han funcionado. La palabra clave es diálogo, saber escuchar para entender lo que está ocurriendo». La simplificación de los problemas no lleva a ninguna parte, más en un subcontinente marcado por la desigualdad y la diversidad, donde las cosas suelen ser más complejas. Ni siquiera «el llamado populismo que algunos parecen descubrir ahora no es un fenómeno nuevo ni de izquierda. Algunos ejemplos, el gobierno peruano de Alberto Fujimori o el argentino de Carlos Meneen. Eran populistas neoliberales. Los críticos acérrrimos a los que el llamado populismo parece quitar el sueño no tenían en esos casos reparos serios». Y sigue: «Shannon decía hace pocos días que no son necesarias cruzadas contra el populismo. Lo suscribo. Y añadiría: tampoco necesitamos cruzados contra el populismo». No simplifiquemos, por favor. Lo que hay en América Latina es un gran déficit de cohesión social. «Es la pobreza, estúpido.»

Parece insólito que un par de funcionarios ajenos al subcontinente observen con mayor equilibrio y racionalidad las realidades de Latinoamérica que muchos de sus pares en los gobiernos de la región, tan absolutamente preocupados por consideraciones formales o sumisos a las ideas «modernizadoras» que les venden, sin asumir que el déficit institucional, legal y democrático de nuestros país es parte de esa historia inacabada, la consecuencia directa de muchos años de exclusión social, de miseria y marginación. Ese gran «déficit de cohesión social» explica, justamente, la aparición periódica de líderes más o menos carismáticos, pero forjados a lo largo de un camino reivindicatorio y no por mero accidente providencial. La crisis de los partidos para representar las aspiraciones de grandes sectores impulsa tales movimientos, lo cuales en democracia no podrían ser más que opciones por la ciudadanía, es decir, acciones en busca de derechos no aplicables o inexistentes, pero que son perfectamente legítimos, aun cuando se refieran, como en el caso de Oaxaca, a un cambio político que haga posible las verdaderas reformas. Irrumpen en la escena sin pedir permiso expresando voces, necesidades y aspiraciones insatisfechas que las instituciones o no atienden o someten a la lógica de la política clientelar, tan estrechamente vinculada a las prácticas electorales de los partidos. Escandaliza que la reivindicación de sus derechos se vea impulsada por la movilización, en vez de confiar en los mecanismos previstos para ello en la legislación que generalmente no se cumple. La desconfianza es real y en ambos sentidos. Los gobiernos no aceptan de buen grado tales manifestaciones de autonomía popular, pues amenazan el principio de autoridad, alentando el miedo a la ingobernabilidad. Los movimientos populares están hartos del silencio oficial y la manipulación corruptora. Es importante no perder de vista que, más allá de los excesos a que puede dar lugar la confrontación con la autoridad, incluyendo la represión violenta, lo que está en juego es qué democracia queremos para México. Más nos vale pensar en serio a qué se refieren los enemigos del populismo en su nueva cruzada.

P.S. Ha muerto Pinochet, el asesino de Salvador Allende, el hombre de Estados Unidos en la guerra contra el «marxismo» que mató a miles de seres humanos. No pudo ser juzgado como se esperaba, pero nada ni nadie lo salvará de la Historia. Ahí queda como paradigma de la traición, la imagen vencida de un hombre corrupto refugiado bajo el expediente espurio de una falsa demencia senil para no enfrentar al tribunal. El tirano ante su propia cobardía. Frente al féretro, aislado al recinto cuartelario por la presidenta Bachelet, su nieto, el capitán Pinochet echó espuma por la boca durante el funeral. Queda la sombra del miedo. Y la esperanza en el futuro.