Anotaciones de Manuel Sacristán a La crítica y el desarrollo deAnotaciones de Manuel Sacristán a La crítica y el desarrollo de Las actas del Congreso Internacional de Filosofía de la Ciencia celebrado en Londres en 1965 fueron editadas por Imre Lakatos y Alan Musgrave en 1970 en Cambridge University Press. La segunda edición de 1972 […]
Las actas del Congreso Internacional de Filosofía de la Ciencia celebrado en Londres en 1965 fueron editadas por Imre Lakatos y Alan Musgrave en 1970 en Cambridge University Press. La segunda edición de 1972 sirvió de base a Francisco Hernán para su versión castellana publicada en 1975, en «Teoría y realidad» (Grijalbo), con un largo, documentado e influyente prólogo de Javier Muguerza: «La teoría de las revoluciones científicas».
«Teoría y realidad», con subtítulo «Estudios críticos de filosofía y ciencias sociales, se presentaba como una colección que se proponía «reunir en versión castellana trabajos, ensayos y documentos polémicos, de diferentes ámbitos políticos y culturales, que de manera paradigmática reflejan la autoconsciencia actual de las ciencias sociales y sus diferentes momentos conflictivos. Desde un enfoque crítico: porque su planteamiento central se sitúa en ruptura perfectamente definida con toda concepción del conocimiento teórico no gobernada por el principio de la práctica. Práctica -consumación del conocimiento- que se identifica con una conducta mental hecha de esfuerzo de conocer y voluntad de transformar.»
Los ecos sacristanianos resuenan en esta declaración. Se publicaron en esta colección de la editorial Grijalbo ensayos tan imprescindibles como El comunismo de Bujarin, de A. G. Löwy; La disputa del positivismo en la sociología alemana, de Adorno y otros; Sociedad antagónica y democracia política, de W. Abendroth; Georg Lukács: el hombre, su obra, sus ideas, editado por G.H.R. Parkinson,… El primer y tercer volumen fueron traducidos por Sacristán; el dedicado a Lukács contó con su entrañable amigo J. C. García Borrón como traductor. Se anunciaron, si bien no llegaron a publicarse: Historia y dialéctica en la economía, de Otto Morf; Corrientes actuales de la filosofía de la ciencia, de Gerard Radmitzky (corresponsal y amigo detallista de Sacristán), Marxismo y revisionismo, de Bo Gustafson y Marx en la sociología del conocimiento, de Hans Lenk.
En una carta de 20 de mayo de 1972, dirigida al Sr. Grijalbo con referencia «Maquetas para la colección ‘Teoría y realidad», Sacristán señalaba refiriéndose a uno de los anteriores volúmenes:
«No me convence ninguna de las cuatro. Si hay que elegir por fuerza entre ellas, prefiero la de formato grande y color ocre, sin trazo horizontal. Pero en ella habría que corregir, aparte de la falta de ortografía que será un simple descuido, la información que comunica. Pues el libro, no es, como parece decir la portada, un libro de Lukács, sino sobre Lukács. Por lo tanto creo que en alto debería situarse el nombre del editor (en sentido inglés) de la obra, o el nombre del autor del primer artículo y la mención «y otros», y luego:
GEORG LUKÁCS
EL HOMBRE
SU OBRA
SUS IDEAS
Pero la verdad es que preferiría otras propuestas de maqueta».
Posteriormente, el 12 de Julio de 1972, en carta dirigida al Sr. Vives de Grijalbo y con referencia: «Colección ‘Teoría y realidad», precisaba Sacristán: «Confirmo la comunicación verbal probablemente ya hecha por D. Jacobo Muñoz, en el sentido de que sólo el nombre de éste, y no el mío también, ha de aparecer como director de la colección «Teoría y realidad», ya que sólo él ha trabajado sistemáticamente hasta ahora en la selección y la planificación de la serie».
Sea como fuere, Sacristán participó activamente en esta colección dirigida por Jacobo Muñoz con traducciones, prólogos y notas.
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Las siguientes anotaciones sobre las actas del congreso de filosofía de la ciencia de 1965 puede consultarse en una de las carpetas de resúmenes de ensayos de filosofía de la ciencia depositadas en Reserva de la Universidad de Barcelona. No están fechadas. Desconozco si fueron usadas específicamente para algún seminario o para alguna lectura complementaria centrada en el estudio de Criticism and the Growth of Knowlledge en las clases de metodología de las ciencias sociales que Sacristán impartió en la Facultad de Económicas de la UB tras su reincorporación en 1976. No es totalmente improbable esta conjetura.
Mis propias observaciones vienen señaladas como «Notas SLA».
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I. Javier Muguerza: «Introducción: La teoría de las revoluciones científicas» (pp. 13-80).
1. Lo copio todo porque así recordaré que la transición a la política de la ciencia es del todo abrupta:
«La apelación a la ciudadanía científica, por desgracia, está muy lejos de resolver todos los problemas. Es posible que, como Kuhn apunta, los momentos de normalización científica resulten imprescindibles. Si han de explotarse al máximo las posibilidades abiertas por la instauración revolucionaria de un nuevo paradigma. Pero alguno de los siniestros aspectos de la ciencia normal que en este libro se denuncian son muy ciertos y concuerdan con la imagen que la ciencia presenta con frecuencia en nuestros días, cuando se la convierte en un instrumento al servicio de la opresión y presión de los hombres -comenzando muchas veces por sus propios practicantes- en lugar de hacer de ella el instrumento al servicio de la emancipación humana que indudablemente podría ser. El destino de la comunidad científica plantea, pues, a sus miembros -tanto a título individual como colectivo- una acuciante opción moral (…) Aunque las consecuencias de esa opción nos hayan de afectar a todos, la responsabilidad de la misma incumbe sólo a los científicos [MSL: no estoy de acuerdo] (…) Y la comunidad científica se enfrentará probablemente a nivel práctico con los mismos problemas a que había que hacer frente a nivel teórico. Después de todo, la distinción kuhniana entre ciencia normal y extraordinaria tiene su exacto analogado en el dominio de la moral, donde cabe asimismo hablar de un moral cerrada (..) y una moral abierta (…) Más aun: la elección de uno y otro camino ni tan siquiera es un asunto exclusivamente moral, puesto que las implicaciones políticas acerca del sentido y los últimos objetivos de la actividad científica son absolutamente insoslayables. De ahí que su respuesta tenga también, e inevitablemente, que ser política» (pp. 68-69).
Entre mis varias diferencias están:
a) Que la ciencia normal no me parece siniestra, sino placer de conocimiento contemplativo (al mismo tiempo, claro, que riesgo de todo eso).
b) Que después de decir la última frase [J. M.: «(…) De ahí que su respuesta tenga también, e inevitablemente, que ser política«], hay que pasar a la concreta política de la ciencia (inversiones, etc.).
Nota SLA:
De los escritos de Javier Muguerza sobre Sacristán, es necesario recordar: «Manuel Sacristán en el recuerdo», mientras tanto nº 30-31, 1987, pp. 101-107; «Entrevista con Javier Muguerza». En: Salvador López Arnal y Pere de la Fuente (eds) Acerca de Manuel Sacristán, Destino, Barcelona, 1996, pp. 669-683 y «La huella de Sacristán», en Joan Benach, Xavier Juncosa y Salvador López Arnal (eds), Del pensar, del vivir, del hacer. El Viejo Topo, Barcelona, 2006, pp. 87-89 (libro complementario de los documentales dirigidos por Xavier Juncosa, «Integral Sacristán», ibidem).
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II. Thomas S. Kuhn, «Lógica del descubrimiento o psicología de la investigación» (pp. 81-111).
1. Es una confrontación de las ideas de La estructura de las revoluciones científicas con las ideas de Popper (p. 81)
2. Indica que los puntos de coincidencia sugieren una identidad de tesis que no existe (p. 81).
Coincidencia primera: el interés por el contexto del descubrimiento:
«Ambos estamos ocupados más en la dinámica del proceso mediante el cual se adquiere el conocimiento científico que con la estructura lógica de los productos de la investigación científica» (p. 81).
+ De esa coincidencia deriva muchas de las demás.
3. Es muy interesante el método por el que se decide, de un «flou» [ligero, suave] que me parece muy fiel a su pensamiento, a la idea de paradigma: el método consiste en fijarse en metáforas o modos de decir popperianos que a él, Kuhn, le parecen inadecuadas, aun cuando se refieren a conceptos o construcciones filosóficas en cuya formulación coinciden ambos:
«Releyendo una vez más varios de los principales libros y ensayos de Popper, vuelvo a encontrar una serie de frases que se repiten y que, aunque las entiendo y no estoy en total desacuerdo con ellas, son expresiones que yo nunca emplearía en los mismos lugares. Indudablemente estas frases sirven a menudo como metáforas que se aplican retóricamente a situaciones para las que Sir Karl ha dado en algún otro lugar descripciones admirables. Sin embargo, para el presente propósito estas metáforas, que me chocan por ser aparentemente inapropiadas, puede que sean más útiles que descripciones más francas y directas. Es decir, pueden ser síntomas de diferencias contextuales que una cuidadosa expresión literal oculta sin embargo» (pp. 83-84).
Es una decisión muy coherente. Pero supone mucho: supone que la misma formulación puede significar cosas diferentes.
4. I. [Aquí trata la supuesta coincidencia en la atención a la investigación real, no a la lógica del producto].
5. Se va a oponer a la idea (clásica) popperiana de contrastación, porque en la «ciencia normal» no se contrastan teorías:
«(…) aunque las contrastaciones son frecuentes en la ciencia normal, estas contrastaciones son de una especie particular, pero que en el análisis final, más que la teoría vigente, quien es sometido a contrastación es el científico considerado individualmente» (p. 85).
Esto sólo me parece verdad si:
a) la teoría es ya muy rica y permite muchos intentos de solucionar el rompecabezas, o sea, ofrece muchas hipótesis pertinentes, o
b) si el asunto es de poca importancia. Si tiene mucha, se puede producir la situación Lorenz-Einstein: Lorenz supera «su» propia contrastación, pero, sin embargo, su teoría se hunde. Es verdad que para Kuhn esto ya no es ciencia normal, sino revolución científica: pero aquí hay círculo.
6. Una de las provocaciones más bonitas de Kuhn:
«La descripción que Sir Karl hace del pensamiento de los presocráticos [en Conjeturas y Refutaciones] es muy atinada, pero lo descrito no se parece en nada a la ciencia. Se trata más bien de la tradición de propuestas, contrapropuestas y debates sobre los fundamentos que, quizás excepto durante la Edad Media, han caracterizado a la filosofía y a gran parte de la ciencia social desde entonces. Ya en el período helenístico los matemáticos, la astronomía, la estática y las partes geométricas de la óptica habrían abandonado este tipo de discurso para pasar a la resolución de rompecabezas. Otras ciencias, en número creciente, han experimentado desde entonces la misma transición. En cierto sentido, por poner cabeza abajo la opinión de Sir Karl, es precisamente el abandono del discurso crítico lo que marca la transición a la ciencia. Una vez que determinado campo ha hecho esa transición, sólo se vuelve al discurso crítico en los momentos de crisis en los que hay bases de ese campo que están de nuevo en peligro. Los científicos solamente se comportan como filósofos cuando deben decidir entre teorías en conflicto» (p. 87) [cursiva MSL].
Lo que de verdad tiene esto es la frase kantiana sobre «el seguro paso de una ciencia». Pero me parece que falla:
a) porque también hay otros productos acríticos;
b) porque es anacrónico no contar, desde aproximadamente Du Boys Raymond, con esta aspiración crítica (o desde el nacimiento del tema de las paradojas de la teoría de conjuntos).
7. «(…) la contrastación no puede jugar un papel muy decisivo en ninguna elección» (p. 87).
Lo que hace que lo parezca es la existencia de reglas estrictas de resolución de rompecabezas. Si se producen muchos fallos en la solución del rompecabezas:
«Lo que precisamente había sido un fracaso personal puede llegar entonces a ser considerado como el fracaso de la teoría que está bajo contrastación. Después de esto, como la contrastación surgió a partir de un rompezabezas y conllevaba por tanto unos criterios establecidos para su solución, se muestra más estricta y más difícil de evadir que las contrastaciones utilizables en una tradición cuyo estilo normal es el discurso crítico más que la resolución de rompecabezas» (p. 88).
Punto flojo: el fracaso personal se puede poder determinar al cabo de poco tiempo por criterios preexistentes.
8. En suma, su criterio de demarcación, que se acerca a la acumulatividad, es la tradición de resolución de rompecabezas (p.88).
9. Al argumentar la «cientificidad» popperiana de la astrología, Kuhn pasa complemente por alto el elemento ideal, regulativo, de la ciencia (p. 89). Luego sigue
«No obstante, la astrología no fue una ciencia. Más bien fue un oficio, una de las artes prácticas, con estrechas semejanzas con la ingeniería, la metereología y la medicina tal como estos campos se practicaron hasta hace poco más de un siglo. A mi juicio hay un estrecho paralelismo con la vieja medicina y el psicoanálisis contemporáneo. En cada uno de estos campos, la teoría aceptada sólo servía para establecer la plausibilidad de la disciplina y para dotar de cierto sello de racionalidad a las varias reglas del oficio que guiaban la práctica. Estas reglas habían demostrado su utilidad en el pasado, pero nadie suponía que fuesen suficientes para impedir los fracasos repetidos. Se deseaban unas reglas más potentes y una teoría más articulada, pero habría sido absurdo abandonar una disciplina plausible y muy necesaria con una tradición de éxitos parciales por la simple razón de que estos desiderata no estuviesen todavía próximos a alcanzarse. En ausencia de ellos, sin embargo, ni el astrólogo ni el médico podían investigar. Aunque tuvieran reglas que aplicar, no tenían ningún rompecabezas que resolver y, por tanto, ninguna ciencia que practicar» (pp. 89-90).
Me parece que la cosa falla, y que nadie ha resuelto tantos rompecabezas como los astrólogos. Evidentemente, hay rompecabezas científicos y otros que no lo son. Kuhn sostiene que no, que los astrólogos no tenían rompecabezas, retos para autocriticarse y corregirse. Hace afirmaciones que parecen plausibles:
«Podía explicarse el hecho de que hubiera fracasos, pero los fracasos específicos no daban lugar a la investigación de enigmas, porque ningún hombre, por hábil que fuera, podía hacer caso de esos fracasos en un intento constructivo de reconsiderar la tradición astrológica» (p. 89).
Pero me huele que eso es una crisis revolucionaria, una situación popperiana, pese a la defensa del «constructivo». Para colmo, al final del argumento hay algo muy parecido a una petición de principio:
«Resumiendo, aunque los astrólogos hicieran predicciones contrastables y reconocieran que esas predicciones fallaban algunas veces, ni se comprometieron ni podían hacerlo con el tipo de actividad que normalmente caracterizan a todas las ciencias reconocidas» (p. 90) [cursiva de MSL].
10. Cierra con el irrefutable argumento de que hay revoluciones científicas sin fallo en la contrastación (Copérnico-Ptolomeo) (p. 91).
11. En nota 22, excelente observación de que la deductividad no es condición necesaria de la cientificidad (p. 108).
«Pero, al menos en esta forma, no es una condición suficiente, y con seguridad no es tampoco una condición necesaria. Admitiría, por ejemplo, la agrimensura y la navegación como ciencias, y eliminaría la taxonomía, la filología histórica y la teoría de la evolución. Las conclusiones que obtiene una ciencia pueden ser precisas, y compulsivas sin que sean completamente derivables por procedimientos lógicos a partir de premisas aceptadas»
12. Esta sección (II) arranca de la noción popperiana de rectificación de errores. El esquema crítico de Kuhn es el mismo: Popper aplica a toda la ciencia lo que sólo ocurre en la ciencia extraordinaria. Y así Popper llama rectificación de errores a la substitución de unas teorías por otras:
«Si esa utilización [de ‘error’] no nos parece inmediatamente extraña ello se debe principalmente a que apela al residuo inductivista que hay en todos nosotros. Al creer que los teorías válidas son el producto de inducciones correctas a partir de los hechos, el inductivista está obligado a sostener también que una teoría falsa es el resultado de un error en la inducción» (p. 93).
Esta crítica de Kuhn contiene una acusación de inconsecuencia a Popper, dado que éste -como lo reconoce Kuhn (p. 93)- no es inductivista.
. Análogamente a este asunto: la posición no-inductivista (que comparto) debe evitar el defecto de ignorar momentos que se puede llama inductivos en la constitución de enunciados expresivos de la experiencia vulgar y científica anterior a una teorización nueva.
13. Esta segunda sección termina con un párrafo muy sintético y expresivo del punto de vista de Kuhn:
«Al igual que el término «contrastación», el término «error» se ha tomado de la ciencia normal, donde su uso es razonablemente claro, y se ha aplicado a los episodios revolucionarios, donde sus aplicaciones son, en el mejor de los casos, problemáticos. Esa transferencia crea, o al menos refuerza, la extendida impresión de que una teoría puede juzgarse globalmente mediante el mismo tipo de criterios que se emplea para juzgar las aplicaciones de una investigación individual dentro de una teoría. El descubrimiento de criterios aplicables* se hace así un desideratum primordial para mucha gente» (p. 94).
(*) Supongo que quiere decir: aplicables al caso de las teorías globalmente consideradas. Y sigue sin punto y aparte:
«Lo extraño es que Sir Karl se encuentra entre ellos, porque esa búsqueda va contra los intentos más originales y fructíferos en la filosofía de la ciencia. Pero no puedo entender de otro modo sus escritos metodológicos a partir de la Logik der Forschung. Lo que voy a sugerir ahora es que, a pesar de afirmaciones explícitas en contrario, Sir Karl ha buscado regularmente procedimientos de evaluación de teorías que puedan ser aplicados con la apodíctica certeza que es característica de las técnicas mediante las que se identifican los errores en la aritmética, en la lógica, o en la medida [MSL: Está queriendo decir: en la ciencia normal]. Me temo que está persiguiendo algo inalcanzable nacido de la misma combinación de ciencia normal y ciencia extraordinaria que hizo que las contrastaciones pareciesen un rasgo tan fundamental de las ciencias» (p. 94).
14. Y yo me temo que Kuhn, pese a sus muchos aciertos, confunda la contrastación de teorías con su validación, y separe mucho en el tiempo con dos contextos. Su idea de que pasa mucho tiempo entre ambos casos puede valer para otras épocas. Quizás no para hoy. Del hecho de que la construcción de teorías no sea inductiva pasa a negar momentos de contrastación en la validación, sin pensar en que ya en la construcción de teorías hay momentos reductivos (en el sentido) de Lukasiewicz.
15. El criterio de Kuhn (las reglas para la resolución de problemas definidos) y su juicio sobre el marxismo se compenetran muy bien con mi entendimiento de este último: el marxismo no es una ciencia, sino la mejor construcción existente del socialismo, el cual es una pretensión de innovación cultural.
16. La raíz de la unilateralidad de Kuhn podría ser el reducir toda la ciencia a ciencia normal, con lo que la extraordinaria (la construcción de grandes teorías o paradigmas) queda, en realidad, fuera de la extensión de ‘ciencia’, a pesar de su léxico. Si se admite que la ciencia se compone de ambas, no se pueden separar tanto las técnicas de la ordinaria de los acontecimientos (revoluciones) de la extraordinaria. En suma: que hasta Kuhn es demasiado claro.
17. Esta sección [III, pp. 94-101] arranca criticando la motivación apodíctica de ‘falsación’, ‘refutación’. La cosa es razonable, pero el argumento (factual) básico de Kuhn es demasiado acorazado:
«Todas las teorías pueden modificarse mediante varios reajustes ad hoc sin que dejen de ser, en sus líneas principales, las mismas teorías» (p. 95).
La restricción «en sus líneas generales» hace tan expandible al argumento que lo expone a la sospecha de petición de principio.
18. Pasa luego a considerar la falsación desde el punto de vista del criterio de demarcación. Admite que se podría construir sintácticamente, pero observa que eso no es lo que interesa a Popper, porque no sería Logik der Forschung [La lógica de la investigación]. Afirma que Popper no ha aclarado eso y concluye.
«Al dejar sin aclarar estas cuestiones, no estoy seguro de que lo que Sir Karl nos ha dado sea en absoluto una lógica del conocimiento. En mi conclusión voy a indicar que, aunque igualmente valioso, lo que Sir Karl nos ha dejado es algo completamente distinto. Más que una lógica, Sir Karl ha dado una ideología; más que reglas metodológicas, ha dado máximas para el empleo de procedimientos» (p. 97) [cursiva de MSL]
El paso es de mucho interés: (a) por lo subrayado [cursiva]; (b) por el uso de ‘ideología’, que puede ser útil para la comprensión de «paradigma»; (c) por la coherencia con que remite todo Popper a la ciencia extraordinaria, y la revolución científica a la ideología.
19. Luego estudia las dificultades de la noción de falsación, que presupone, según Kuhn, una articulación lógica completa de la teoría y una determinación completa de la aplicabilidad de los términos, condiciones irrealizables (y que, con Braithwaite, hacían inútil la teoría), y aquí dice:
«Yo mismo he introducido el término ‘paradigma’ para subrayar que la investigación científica depende de los ejemplos concretos que tiendan puentes sobre lo que en caso contrario serían brechas en la especificación del contenido y de la aplicación de las teorías científicas» (p. 98).
Esta es la principal fuerza de Kuhn: que tampoco en la ciencia normal funciona la falsabilidad como criterio. Pero la verdad es que, puestos a reconocer los derechos de la vaguedad, Quine tiene mejor sentido, con su distinción entre teoremas y conjunto de la teoría.
20. «(…) aunque la lógica es una herramienta poderosa y esencial de la investigación científica, podemos obtener conocimiento válido en formas a las que escasamente puede aplicarse la lógica […] la articulación lógica no es un valor por sí misma, sino que debe emprenderse sólo cuando y en la medida en que las circunstancias lo requieran» (pp. 98-99).
Lo ilustra discutiendo el venerable ejemplo de los cisnes. Y concluye:
«Al enfrentarse con lo inesperado [el científico] siempre debe hacer más investigación, con objeto de articular posteriormente su teoría en la zona que se ha hecho problemática. Entonces puede rechazarla en favor de otra y puede dictar completamente la conclusión que debe extraerse» (p. 101).
Desde luego. Pero es que esta conclusión suya es mucho más modesta que sus tesis. No menos insuficientes serían los fallos en la resolución de rompecabezas.
21. La sección (IV) comienza con un bonito resumen de su crítica:
«Casi todo lo dicho hasta aquí son variaciones sobre un tema único. Los criterios con los cuales los científicos determinan la validez de una articulación o una aplicación de la teoría existente no bastan por sí mismos para determinar la elección entre teorías en competencia. Sir Karl se ha equivocado al transferir características elegidas de la investigación cotidiana a los ocasionales episodios revolucionarios en los que el avance científico es más obvio, ignorando a continuación por completo la actividad cotidiana. En particular, ha tratado de resolver el problema de la elección de teorías durante las revoluciones por criterios lógicos que sólo son completamente aplicables cuando ya puede presuponerse una teoría» (p. 102) [cursiva MSL].
Está muy bien. Pero sus cautelas -«completamente»- deberían moverle a menos escándalo en sus tesis.
22. Luego, tras reconocer que no puede explicarlo todo, empieza sus aportaciones constructivas.
23. La primera es la formulación del problema:
«En primer lugar debo preguntar qué es lo que todavía requiere una explicación. No lo es el que los científicos descubran la verdad sobre la naturaleza ni siquiera que se acerquen más a la verdad. Salvo que, como sugiere uno de mis críticos, definamos la aproximación a la verdad como el resultado de lo que los científicos hacen, no podemos reconocer el progreso hacia ese objetivo. Antes bien, lo que debemos explicar es por qué la ciencia -nuestro ejemplo más seguro de conocimiento válido- progresa como lo hace, y primeramente debemos averiguar cómo la ciencia progresa de hecho» (p. 102).
Lo que dice últimamente Quine se parece mucho a esto. O negarse al pseudoproblema o citar el .
24. «Los problemas resueltos durante los últimos treinta años no existían como cuestiones abiertas hace un siglo. En cualquier época el conocimiento científico disponible agota virtualmente lo que hay que saber. Dejando enigmas que sólo son en el horizonte del conocimiento existente. ¿No es posible, o quizás incluso probable, que los científicos contemporáneos sepan menos de lo que hay que saber acerca de su mundo que los científicos del siglo XVIII acerca del suyo?» (p. 103).
Esta es una de esas verdades a puño de Kuhn que son completas falsedades o trivialidades. Puesto que «lo que hay que saber» es la totalidad de la ciencia, la especialización y la acumulación de conocimientos convierte su verdad casi en una tautología. Pero se pasa por alto que también la consciencia de la ignorancia es conocimiento.
25. Una coincidencia literal con Quine:
«(…) las teorías científicas están en contacto con la naturaleza sólo aquí y allá» (p. 103).
26. Desarrollando el tema de nuestra mayor ignorancia relativa, e ignorando la cuestión del número de problemas, que podría servirle (afinando) para la comprensión del progreso científico, hace una negación más categórica que nunca de cualquier perspectiva «metaparadigmática»:
«Hasta que podamos responder a estas preguntas y otras como éstas, no sabremos por completo lo que es el proceso científico y no podremos por tanto, explicarlo enteramente. Por otra parte, las respuestas a estas preguntas proporcionarán muy aproximadamente la explicación que se busca. Las dos cosas vienen casi juntas. Debería ya estar claro que, en último análisis, la explicación debe ser psicológica o sociológica. Esto es, debe ser una descripción de un sistema de valores, una ideología, junto con un análisis de las instituciones a través de la cuales es transmitido y fortalecido. Si sabemos qué es lo que los científicos valoran, podemos esperar comprender qué problemas emprenderán y qué elecciones harán en circunstancias específicas de conflicto. Dudo que haya que buscar otro tipo de respuestas» (p. 104).
Fundado. Pero quizás insuficiente. La ideología de la ciencia (metaparadigmática) misma incluye el progreso problemático. Lo que no obedeciera a ese criterio sería otro conocimiento. Para la ciencia en general, para la explicación del hacer científico, lo que dice Kuhn es evidente. Pero, de todos modos, los correspondientes «imperativos morales», como dice Kuhn, que son paradigmáticos respecto de otros de su mismo nivel, son metaparadigmáticos respecto de la historia de la ciencia.
Nota SLA:
Sobre la lectura de Sacristán de las concepciones de Kuhn, pueden verse igualmente sus interesantes anotaciones a La estructura de las revoluciones científicas (www.rebelion.org/noticia.php?id=43408, www.rebelion.org/noticia.php?id=43632).
*
III. John Watkins, «Contra la ‘ciencia normal» (pp. 115-132).
1. «[…] la metodología, tal como ya la entiendo, está relacionada con la ciencia tomada en condiciones óptimas, o con la ciencia tal como debería organizarse, más que con la ciencia a ras del suelo» (p. 117).
Es curioso que, con esta manera relajada de hablar, reproduzca más la idea tradicional de scientia in status perfectionis que el «contexto de la fundamentación». En cualquier caso, también él se toma en serio esta cuestión liminar en la metodología.
2. Esta sección (II) expone la «ciencia normal» de Kuhn desde un punto de vista popperiano.
3. «Parece que una teoría dominante puede llegar a ser reemplazada no a causa de la creciente presión empírica (la cual puede que sea escasa), sino a causa de que se haya elaborado libremente una teoría nueva e incompatible (inspirada quizá por una perspectiva metafísica diferente): las causas de una crisis científica pueden ser más teóricas que empíricas. Si ello es así hay en la ciencia más pensamiento libre de lo que Kuhn supone» (p. 122).
La argumentación es curiosa, y no sé hasta qué punto afecta a lo que dice Kuhn. La argumentación consiste en usar contra Kuhn un argumento factual esgrimido por éste. Pero lo que a Kuhn le importa no es, precisamente, la fuerza de la instancia empírica, sino, al contrario, la de la instancia ideológica. Kuhn quiere mejor que el límite de la libertad ideológica sea la falsación. Watkins mea completamente fuera de tiesto.
4. Esta sección (III) discute si la ciencia normal de Kuhn es la esencia de la ciencia. Y lo niega , claro.
5. Esta sección (IV) discute si la ciencia normal de Kuhn podría engendrar ciencia extraordinaria (de Kuhn). Y lo niega, claro:
«Concentraré mi atención sobre el primer científico que se compromete en un paradigma nuevo. Mi tesis será que un paradigma nuevo nunca podría emerger de la ciencia normal tal como Kuhn la ha caracterizado» (p. 125)
6. «Debemos recordar que el nuevo paradigma es de inmediato lo bastante poderoso como para inducir a nuestro científico a volverse contra el paradigma bien articulado y no refutado que hasta ese momento ha dominado su pensamiento científico. Esto significa, me parece, que el nuevo paradigma no puede comenzar meramente con unas pocas ideas fragmentarias, sino que debe ser el principio suficientemente amplio y definido para que sus atrayentes potencialidades aparezcan con cierta solidez ante su inventor» (p. 127).
La argumentación me parece falsa e ignorante de experiencia muy común. Estaba mucho más en lo cierto Schumpeter cuando usaba la idea de «visión».
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IV. Stephen Toulmin, «La distinción entre ciencia normal y ciencia revolucionaria. ¿resiste un examen?» (pp. 133-144).
1. «(…) aunque su [de Kuhn] elección de la palabra «dogma» sirvió bastante bien como título de un sugerente artículo en la reunión del Worcester College, no hacía falta más que un examen un poco más cuidadoso para revelar que su verdadera efectividad brotaba de cierta exageración retórica o juego de palabras (Decir que «toda ciencia normal descansa sobre un dogma» era como decir «todos nosotros en realidad estamos locos», lo cual puede ser un punto de interés en una ocasión particular, pero…)» (p. 134).
Esto es lo primero que se tiene que decir de Kuhn. Y lo dice muy bien.
2. «(…) debemos guardarnos de seguir todo el tiempo con la originaria hipótesis «revolucionaria» de Kuhn. Porque el desplazamiento de un sistema de conceptos por otro es algo que ocurre por razones perfectamente aceptables, aun cuando estas determinadas «razones» no puedan ser formalizadas en conceptos aun más amplios, o axiomas todavía más generales; porque lo que en ambas partes presuponen en tal debate -tanto aquellos que se agarran al viejo punto de vista, como aquellos que enuncian uno nuevo- no es un cuerpo común de principios y axiomas sino que es más bien un conjunto común de «procedimientos de selección» y «reglas de selección», y éstos no son tanto «principios científicos» como «principios constitutivos de la ciencia» (Que pueden cambiar, también, durante el curso de la historia, como Imre Lakatos ha demostrado en el caso de los criterios de demostración matemática, pero que lo hace más lentamente que las teorías a los que juzgan habitualmente» (p. 139).
Esta buenísima exposición, muy emparentada con el «relativismo» de Quine, es, en realidad, la afirmación de un «metaparadigma» ciencia. Kuhn podía objetar que es propiamente un paradigma que se cree metaparadigma. Pero la relatividad, la composición histórica de ese metaparadigma habla en contra de la posible crítica.
3. «Hago esta sugerencia: el volumen de innovación que tiene lugar en una ciencia es presumible que en gran medida depende de las oportunidades que el contexto social proporciona para hacer trabajo original en la ciencia en cuestión; de aquí que la fase de innovación responda sustancialmente a factores externos a la ciencia. Por otra parte, los criterios de selección para valorar las innovaciones conceptuales en la ciencia serán un asunto ampliamente profesional y por tanto interno: verdaderamente muchos científicos esperarán que estos criterios sean un asunto completamente interno, profesional, aunque puede que en la práctica esto no sea más que un ideal irrealizable. Por último, la dirección de innovación en una ciencia determinada depende de una compleja combinación de factores, tanto internos como externos: las fuentes de nuevas hipótesis son altamente variadas y sujetas a influencias y a remotas analogías derivadas de los problemas detallados que se tienen a mano» (pp. 142-143).
La facilidad y la bondad con que este bonito artículo de Toulmin responde críticamente a los temas centrales de Kuhn me sugiere la cuestión de la significación del aspecto literario de las obras que se hacen «célebres». Retórica. Acaso sea necesaria. Acaso sólo en la adolescencia. El caso Althusser.
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V. l. Pearce Williams, «La ciencia normal, las revoluciones científicas y la historia de la ciencia» (pp. 145-147).
Nota SLA:
De este breve apartado, Sacristán sólo reproduce el siguiente texto de Pearce Williams, sin ningún comentario anexo: «Como historiador, pues, debo mirar a Popper y a Kuhn con una mirada recelosa. Ambos han suscitado asuntos de fundamental importancia; ambos han hecho profundas observaciones sobre la naturaleza de la ciencia; pero ninguno ha complicado y aducido hechos suficientemente fuertes como para llevarme a creer que la esencia de la investigación científica haya sido captada. Seguiré utilizando a ambos como guía en mis investigaciones, teniendo siempre presente la observación de Lord Bolingbroke de que «la historia es filosofía enseñada mediante ejemplos». Necesitamos muchos más ejemplos».
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VI. Karl Popper, «La ciencia normal y sus peligros» (pp. 149-158)
1. Al principio, el artículo decepciona un poco porque Popper reduce las nociones de Kuhn a un plano muy trivial, como si Kuhn hablara sólo de ideologismos internos a la ciencia. Claro que es posible que el mismo Kuhn tenga esa trivialidad, y que sólo el background marxista nos haga ver en él más profundidad.
2. Respuesta más general de Popper a la idea de ciencia normal de Kuhn:
«Admito que esta clase de actitud existe; y que no sólo existe entre los ingenieros, sino también entre las personas entrenadas para científicos. Sólo puedo decir que veo un peligro muy grande en ella y en la posibilidad de que llegue a ser normal (del mismo modo que veo un gran peligro en el aumento de especialización, el cual es también un hecho histórico innegable): un peligro para la ciencia y aun para nuestra civilización. Eso muestra por qué considero tan importante el énfasis que pone Kuhn en la existencia de esta clase de ciencia.
Creo, sin embargo, que Kuhn se equivoca cuando considera que lo que él llama «ciencia normal» es normal.
Desde luego que no pienso establecer una disputa acerca de un término. Lo que quiero decir es que pocos, si es que hay alguno, de los científicos de los que la historia de la ciencia guarda memoria fueron «científicos normales» en el sentido de Kuhn» (p. 152).
Me parece una argumentación bastante mala de un punto, en cambio, muy sólido. En vez de negar el corte entre los dos trabajos científicos, Popper reacciona imprecisamente (dice que no es normal una «actitud» a la que considera peligro grave por su casi-normalidad, como también la especialización) y da un argumento -la escasez de científicos recordados- que da la razón a Kuhn.
3. El argumento histórico sobre la teoría de la materia tampoco es muy bueno: Kuhn podría replicar justificadamente que ese tema es característicamente filosófico.
4. «Considera [Kuhn] que la discusión racional, y la crítica racional, sólo son posibles si estamos de acuerdo sobre los puntos fundamentales.
Ésta es una tesis ampliamente aceptada y que ciertamente está de moda: la tesis del relativismo. Y es una tesis lógica.
A mi juicio la tesis es errónea. Admito, desde luego, que es mucho más fácil discutir rompecabezas dentro de un marco general comúnmente aceptado y ser arrastrado a un nuevo marco general por la marea de una nueva moda dominante, que discutir los puntos fundamentales, esto es, el propio marco general de nuestras presuposiciones. Pero la tesis relativista de que el marco general no puede ser discutido críticamente es una tesis que sí puede ser discutida críticamente y que no resiste la crítica.
He puesto a esta tesis el nombre de El Mito del Marco General, y la he discutido en varias ocasiones. La considero un error lógico y filosófico» (p. 155).
Es curioso que esto se tenga que afirmar contra los que, por su mayor sensibilidad histórica, deberían saber que la posibilidad de salirse del marco general es el fruto más sabroso de la consciencia histórica.
5. «Admito que en todo momento somos prisioneros atrapados en el marco general de nuestras teorías, nuestras expectativas, nuestras experiencias anteriores, nuestro lenguaje. Pero somos prisioneros en una sentido pickwiciano; si lo intentamos, en cualquier momento podemos escapar de nuestro marco general. Es indudable que nos encontraremos de nuevo en otro marco general, pero será uno mejor y más espacioso; y en todo momento de nuevo podemos escapar de él.
El punto central es que siempre es posible una discusión crítica y una comparación de los varios marcos generales. No es sino un dogma -un peligroso dogma-el que los distintos marcos generales sean como lenguajes mutuamente intraducibles. El hecho es que incluso lenguajes totalmente diferentes (como el inglés y el hopi, el chino) no son intraducibles, y que hay muchos hopis o chinos que dominan el inglés» (pp. 155-156).
La exposición es espléndida, aunque Popper quizás vea demasiado fácil y alegremente la ruptura de marcos, y eso le puede hacer primitivo.
6. «Admito que una revolución intelectual parece a menudo una conversión religiosa. Un modo nuevo de considerar las cosas puede afectarnos como un fogonazo. Pero eso no significa que no podamos evaluar, crítica y racionalmente, nuestros puntos de vista anteriores a la luz de los nuevos» (p. 156).
Racionalidad de la racionalización.
7. «De modo que en la ciencia, no así en la teología, siempre es posible una comparación crítica de las teorías que están en competencia, de los marcos generales que están en competencia. Y la negación de esta posibilidad es un error. En la ciencia (y sólo en la ciencia) podemos decir que hemos hecho un progreso genuino: que sabemos más que sabíamos antes» (p. 156).
Al pie de la letra, me parece falso que sólo en la ciencia sea posible la comparación. Lo que sólo es posible en la ciencia es la valoración comparativa. Todas las culturas están igual de cerca de Dios, dijo Ranke. Hay que añadir: pero no todas las ciencias.
Nota SLA:
Cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, Karl Popper publicó su inmensamente influyente libro La sociedad abierta y sus enemigos, colocando muy buena parte de la responsabilidad de la catástrofe alemana en la funesta influencia del pensamiento de Hegel, pareció que se había ajustado el clavo final al ataúd del hegelianismo. Que el tratamiento popperiano de Hegel fuera un escándalo en sí mismo, no sirvió para acallar los temores de muchos de que el estudio de las obras de Hegel, como si éstas tuvieran algo que decir, fuera de por sí una empresa peligrosa.
Terry Pinkard, Hegel, p.13.
A Popper y a La lógica de la investigación científica dedicó Sacristán varios seminarios en los cursos de Metodología de las ciencias sociales impartidos en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona tras su reincorporación en 1976 tras la muerte del general golpista, después de haber estado unos diez años expulsado de la universidad catalana, española. En Reserva, fondo Sacristán, de la UB se conserva un cuaderno con anotaciones sobre la lógica popperiana.
También a las aportaciones de Popper al tema de la inducción dedicó Sacristán su atención y algún seminario. Parte del curso de postgrado sobre «Inducción y dialéctica» de 1982-1983 impartido en la UNAM, está dedicado a esta importante arista de la obra popperiana.
En 1969, para el Diccionario de Filosofía (pp. 299-230) de Dagobert D. Runes cuya traducción coordinó, Sacristán escribió la siguiente entrada sobre Popper:
«Nacido en Viena en 1902, actualmente [1969] profesor en la London School of Economics. Aunque no se le puede considerar miembro del Círculo de Viena, sus trabajos han tenido una gran influencia en la evolución de esa escuela y, en general, en la de todo el empirismo lógico y la filosofía de la ciencia. Popper criticó tempranamente el principio de verificabilidad, concebido por los neopositivistas como criterio de sentido de las proposiciones. Insistió en que ninguna proposición está tan desprovista de conceptos generales como para ser directamente sometible a verificación empírico-sensible.
Frente al principio de verificabilidad propuso el de la falsabilidad (el poder ser puesta en falso por la experiencia), como criterio no del sentido de las proposiciones, sino del carácter científico de las proposiciones y de las teorías.
Su filosofía de la ciencia incluye también una recusación de la idea tradicional según la cual las teorías científicas se obtienen por abstracción e inducción a partir de la experiencia.
Popper ha escrito de filosofía social, sobre todo para oponerse al marxismo».
Curiosamente, en una de las fichas confeccionadas por Sacristán para una de sus conferencias puede verse este paso de una carta de Karl Marx: «[…] y ciertos fenómenos no casan prima facie con la teoría de Ricardo. Esto último no dice absolutamente nada contra una teoría» (A Ferdinand Lassalle, 16/6/1862, MEW 30, p. 627).
Algunas aproximaciones a la obra Popper de sus clases de metodología de las ciencias sociales de 1980-1981 serían las siguientes:
Popper criticó muy tempranamente las tesis neopositivistas sobre el significado de las proposiciones: 1) Los enunciados de la metafísica o de otros ámbitos no carecen de sentido dado que la comunidad de hablantes los comprende. 2) El criterio de verificabilidad aplicado a las proposiciones científicas produce resultados inesperados dado que las leyes científicas tienen carácter universal por lo que éstas no podrían ser nunca verificadas completamente, y, por tanto, carecerían de sentido, además de la imposibilidad de verificabilidad directa de los enunciados científicos. El concepto de solubilidad, por ejemplo, no es directamente verificable; como máximo podremos comprobar que tal o cual sustancia se ha disuelto en otra sustancia. Consiguientemente, podrán comprobarse acaso las consecuencias de nuestros enunciados teóricos, pero no éstos en sí mismos.
Popper provocó, pues, un cambio de problemática filosófica: sustituyó la cuestión del sentido de una proposición por la cuestión de la demarcación de los enunciados científicos de carácter empírico respecto a aquellos que no lo son, pero que puedan tener en cambio pleno significado o incluso alcance epistémico. Sacristán observó a este respecto la importancia de la reducción del ámbito de la problemática epistemológica en apenas un siglo y medio: del por qué hay conocimiento científico en Kant hasta la demarcación de los enunciados de las ciencias empíricas en Popper.
Sacristán se refirió igualmente la variación del criterio popperiano de demarcación. Si en las primeras ediciones de la Lógica se hablaba de criterio de falsabilidad, en la edición definitiva de 1959 el criterio ya no es éste sino su potencial criticabilidad. Si bien en el texto principal, Popper sigue hablando de falsabilidad en las notas a pie de página introduce esta nueva noción (por ejemplo, en el capítulo V). Observó finalmente Sacristán que esta nueva concepción popperiana representaba la introducción de criterios sociológicos en epistemología, tan criticados por otra parte por el mismo Popper: una teoría es científica cuando es criticable y es criticable cuando la comunidad científica de un determinado ámbito critica o disputa sobre un aspecto de la teoría o sobre la teoría en su conjunto.
Igualmente, en las clases de metodología de 1981-1982, Sacristán comenta la situación de crisis de fundamentos de finales del XIX y principios del XX, se centra a continuación en el caso de la aparición de paradojas en la teoría de conjuntos y da cuenta de la irrupción del teorema de incompletud de Gödel como un resultado que limita las viejas aspiraciones de la filosofía de la ciencia de inspiración kantiana de fundamentar el edificio del conocimiento humano.
Surgieron entonces varias formulaciones más restringidas de la tarea de la epistemología, «la más influyente de las cuales, desde los años cuarenta, es decir, a los diez años del teorema de Gödel, aproximadamente, hasta por lo menos el año 62… fecha de aparición de La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn, que es un libro que ha influido mucho en los economistas», ha sido la primera gran obra de Karl R. Popper, La lógica de la investigación científica.
Desde los años cuarenta -«aunque la primera edición del libro de Popper, al que me voy a referir, es del 34»- hasta el 62, a raíz de la publicación del libro de Kuhn, el problema que centra la filosofía de la ciencia en el mundo occidental, «en la cultura en la que nosotros estamos», es el de lo que se llama el problema de «la línea de demarcación», la cuestión de no ya cómo se fundamenta el conocimiento «ni cosas tan ambiciosas, sino de por donde pasa la línea que demarca, que divide, lo que es ciencia, el conocimiento que es ciencia, del conocimiento que no es ciencia. A eso se le llama el problema de la línea de demarcación.» El problema, añadía, «tiene ya toda su génesis dentro del siglo XX, es ya un problema sin precedentes anteriores, característico del siglo XX».
Sacristán presentaba al autor de Conjeturas y refutaciones en los siguientes términos: «Popper es un austriaco, todavía vivo [1981], que estuvo algún tiempo en Australia de profesor y luego se convirtió en el culpable de que en las facultades de Economía haya filosofía, por su presencia en la London School of Economics, donde durante treinta años ha estado haciendo filosofía de la ciencia, con influencia mundial, y donde se ha jubilado ahora, hace cuatro o cinco años. Y ha sido el prestigio de la escuela de Londres la que ha motivado que hubiera filosofía de la ciencia en muchas facultades de Economía. En realidad, esta asignatura [Metodología de las ciencias sociales, la que Sacristán impartía, e impartieron posteriormente discípulos suyos como Francisco Fernández Buey o Antoni Domènech] es obra de Popper se puede decir».
La contribución popperiana empezaba con una crítica del concepto de verificación, con una crítica del criterio de sentido neopositivista. Sacristán señaló que «Él [Popper] vivía en Viena, con los demás neopositivistas, pero nunca lo fue». Ciertamente, mantuvo relaciones con miembros del Círculo de Viena, pero eso no implica su pertenencia al mismo: cuando se «presenta muy a menudo a Popper como un neopositivista es una completa falsedad. Ha sido siempre un crítico del neopositivismo desde su primera aportación que consiste en criticar este criterio de sentido de los neopositivistas, haciendo ver que si se aplica al pie de la letra hace imposible cualquier trabajo científico».
La crítica popperiana la expuso Sacristán del modo siguiente: la empresa de la ciencia está llena de proposiciones y de conceptos no verificables en este sentido positivista. En efecto, desde este punto de vista, «verificar era comparar la proposición que fuera, con lo que se llama (en castellano se llama muy poco así, en las lenguas latinas muy poco, pero en las lenguas germánicas, y sobre todo en alemán, es una frase corriente) proposiciones de protocolo –proposiciones de protocolo son las oraciones, las proposiciones, que salen de la lectura de un libro-diario de laboratorio; por ejemplo, (…) supongamos que hay un programa de observaciones en un observatorio astronómico, entonces el libro-diario, el protocolo, el libro de protocolo de actas, de ese observatorio tiene varias columnas. Por ejemplo: día, hora, observador, observación, y esas proposiciones son lo más empíricas posibles. El tipo ideal de una proposición de protocolo puramente empírica es una que diga, pues, por ejemplo: «El día, 18 [mes, año]; hora, 17; observador, Juan; observación, ‘El astro tal se encuentra en las coordenadas tal y cual'». Desde el punto de vista neopositivista, este tipo de proposiciones inmediatas, estas proposiciones de protocolo, de laboratorio, serían el fundamento empírico de la ciencia y verificar una proposición sería pues compararla con estas proposiciones de observación directa.
Popper argumenta entonces, prosigue Sacristán, que, en primer lugar, los enunciados de la ciencia «están llenos de conceptos abstractos que no se ve como se pueden comparar con una proposición de protocolo. Supongamos la proposición siguiente: «La demanda de gasolina es inelástica, respecto de tal y de cual en el mercado tal», con todas las precisiones que haga falta para un economista muy exigente.» Se puede ir tomando proposiciones de protocolo del tipo: «día 18, hora 17, observador Juan, «la demanda de gasolina ha sido de tantos litros»; día 18, hora tal, observador Pedro, «la demanda de gasolina ha sido de tantos libros», los precios habían variado de tal modo». Pero, señala Sacristán, no hay manera alguna de obtener, por pura comparación con datos inmediatos, una justificación de la idea de elasticidad, ya que «elasticidad es un concepto abstracto, el cual, por sí mismo, nunca es un dato, es ya una teorización sobre datos.» Los datos sólo indican, por ejemplo, una posible correlación entre la demanda, en litros, por ejemplo, y los precios en pesetas. Pero, desde luego, no va a aparecer nunca una cosa llamada «elasticidad» en una proposición de protocolo para que podamos compararla con la proposición «La demanda de gasolina es inelástica».
Conclusión de Popper: en cualquier proposición científica siempre habrá conceptos que no tienen una posibilidad de comparación directa con la experiencia, «porque son ya abstracciones complicadas, más o menos artificiales».
Sacristán insistía en que ésta era la situación no ya en las ciencias sociales sino también en las ciencias de la naturaleza. De hecho, el ejemplo de Popper no era elasticidad sino solubilidad: «El azúcar es soluble en agua a tal temperatura». Comentando a Popper, Sacristán sostuvo que eso era atribuir la propiedad «solubilidad al agua», como él hacía con elasticidad y la demanda de gasolina, esto es, «atribuir la solubilidad al agua, pero la solubilidad no nos la vamos a encontrar jamás en una proposición de protocolo, como un dato de los sentidos. Eso no es un dato de los sentidos, eso es una construcción conceptual acerca del agua. Lo que los datos de los sentidos nos van a dar va a ser el espectáculo de una cucharadita de azúcar que entra en el agua y que luego ya no la vemos. Eso es todo lo que va a pasar». Pero, en cambio, no vamos a poder verificar sensorial y directamente la misma noción de solubilidad.
Además estaba el caso de los condicionales contrafácticos, que no parecían ser verificables. Éste era otro de los análisis de Popper contra la idea de verificación, por lo que dado que en la ciencia había muchas construcciones que no eran verificables «si de verdad se dice que sólo tiene sentido lo verificable, entonces no sólo en el lenguaje cotidiano sino en la misma ciencia se deshace […] la mitad». De aquí colegía Popper, añadía Sacristán, «que lo que hay que preguntarse no es cuando una proposición tiene sentido o no lo tiene, sino cuando es científica o cuando es del conocimiento común». Así se plantea, así debía plantearse, el problema central de la filosofía de la ciencia de orientación analítica, que es el llamado problema de la línea de demarcación.
Sacristán indicaba que todo este tema se vería más tarde en sus clases, en la sección 8ª del programa, con más profundidad pero que ahora «me limitaré a decir que este planteamiento de Popper, de centrar la filosofía de la ciencia en torno al problema de la línea de demarcación, ha caracterizado la época inmediatamente anterior a ésta en que estamos. Lo que caracteriza la filosofía de la ciencia de ahora, de 1981, es una especie de crisis final de la filosofía analítica de la ciencia».
Finalizaba Sacristán este punto con una nota sobre las reediciones de La lógica de la investigación científica, que «se publicó por vez primera, lo publicó Popper por vez primera, en 1934. Luego en una edición muy corregida en 1958, cuando el libro ya se había hecho famosísimo, hasta el punto de que las correcciones de la segunda edición han sido impotentes. Por regla general, los manuales siguen repitiendo la primera edición, sin que las correcciones de la segunda hayan conseguido imponerse, y la traducción castellana es de 1962 y se ha reimpreso varias veces».
También en las clases de Metodología de las ciencias sociales de 1983-1984 Sacristán se refirió a las aportaciones filosóficas de Popper haciendo una valoración de las tesis de La lógica de la investigación científica, «que es uno de los grandes clásicos de la filosofía de la ciencia y de lectura recomendable». Advirtiendo que la edición española es la traducción de la tercera edición inglesa, señalaba Sacristán que la primera edición tenía una versión «sumamente optimista sobre la postura del criterio de sentido científico». Según este criterio de los años treinta, la línea de demarcación entre proposiciones científicas y aquellas que no lo eran estribaba en la falsabilidad de las primeras. Es decir, una proposición sería científica si es susceptible de refutación, «si uno puede imaginar un estado del mundo en el cual está proposición sería falsa». Así, «todos somos hijos de Dios» no sería una proposición científica porque no es posible imaginar su falsación empírica. ¿Cómo someter a contrastación empírica el concepto de Dios y la noción de descendencia de Dios?.
La historia posterior le hizo ver a Popper que siempre era posible para una teoría salvarse de la refutación mediante el añadido de modificaciones ad hoc. Además, señaló Sacristán, la historia de la ciencia no parece confirmar las concepciones metateóricas popperianas. «Eso es el prototipo de resolución ad hoc. La teoría geocéntrica fue sustituida, no porque hubiera fallado en su primera versión, sino porque apareció otra que al cabo del tiempo los autores consideraron más conveniente», pero, en su opinión, si no hubiera aparecido otra teoría alternativa se habría seguido perfeccionando la teoría clásica geocéntrica con técnicas ad hoc, sin necesidad de revoluciones teóricas.
Popper, según Sacristán, admitió esta crítica, admitió que el criterio de falsabilidad no era exigible e introdujo entonces un criterio mucho más modesto e interesante: el criterio de criticabilidad, «mucho más laxo, mucho más difícil de definir». Una proposición o conjunto de proposiciones serían científicas si, en principio, se presentaban como criticables. Este criterio, en su opinión, era básicamente: 1º) más razonable, se aguantaba bien; 2º) era mucho menos definible, porque ¿donde esta escrito que no se puedan criticar principios de la creencia moral, política, metafísica o incluso religiosa?; 3º) podíamos caer en un círculo vicioso: «se puede decir que esas críticas no serán hechas desde el punto de vista científico, pero entonces hay una repetición de principio. Si se define la ciencia por la criticabilidad y luego decimos crítica científica, estamos cometiendo una repetición de principio, no se puede hacer. Nos mordemos la cola», y 4º) es admisible la idea de que cuanto más se admite la crítica, más científico y más racional se es, pero definir eso con precisión es sumamente difícil, y «puede haber un viejo catedrático muy empeñado en su teoría y que no admita crítica de una teoría física, por ejemplo, y a lo mejor, un cura muy abierto que admita discusión y crítica de sus dogmas. Eso puede ocurrir perfectamente, es decir, hay una zona de indefinición, pero en todo caso el criterio tiene la ventaja de ser sostenible, que el de falsabilidad no lo era por demasiado exigente, por demasiado ambicioso».
Finalmente, dos breves pasos de las clases de metodología de 1983-1984.
El primero versa sobre el Popper conservador: «Si uno no se plantea como problema el conjunto de la realidad social o cultural en la que vive, le basta con lo que un gran filósofo conservador, seguramente el principal filósofo conservador del siglo, Popper (que es conservador en el sentido no sólo de un estado de espíritu sino de haber sido, ahora ya es demasiado viejo, un consejero activo del partido conservador británico durante toda su madurez), lo que se expresa diciendo que el buen método del pensamiento social, sobre todo el pensamiento político, es lo que llama la «ingeniería social fragmentaria». La palabra «fragmentaria» ahí es muy significativa. Efectivamente si el conjunto de la realidad se toma como bueno, como dado, como algo que no hay que poner en discusión, entonces lo que hay que hacer es operar fragmentariamente sobre sus puntos malos, mejorar tal cosa, mejorar tal otra. En cambio, si uno -ya sea en el plano científico, ya sea en el plano práctico, político- arranca en cambio de un (…) respecto de la globalidad social, es natural que aspire a una visión global también, y no sólo a una visión fragmentaria».
El segundo es un reconocimiento explícito de la obra epistemológica de Popper: «Nunca se había reducido en todas las escuelas hasta el extremo de la tendencia de Popper, que es por otra parte una tendencia cargadísima de méritos, no crean ustedes que estoy despreciándola. Ni mucho menos».
No olvidemos, por otra parte, que Sacristán, como sir Karl, trabajó de metodólogo, de profesor de metodología, en una institución universitaria no estrictamente filosófica, del ámbito de las ciencias Económicas, lo cual, bien mirado, tanto en un caso como en otro, tiene su lógica, aunque en algún caso fuera forzada exteriormente.
Anotaciones de Manuel Sacristán a La crítica y el desarrollo del conocimiento (I)
Salvador López Arnal
Las actas del Congreso Internacional de Filosofía de la Ciencia celebrado en Londres en 1965 fueron editadas por Imre Lakatos y Alan Musgrave en 1970 en Cambridge University Press. La segunda edición de 1972 sirvió de base a Francisco Hernán para su versión castellana publicada en 1975, en «Teoría y realidad» (Grijalbo), con un largo, documentado e influyente prólogo de Javier Muguerza: «La teoría de las revoluciones científicas».
«Teoría y realidad», con subtítulo «Estudios críticos de filosofía y ciencias sociales, se presentaba como una colección que se proponía «reunir en versión castellana trabajos, ensayos y documentos polémicos, de diferentes ámbitos políticos y culturales, que de manera paradigmática reflejan la autoconsciencia actual de las ciencias sociales y sus diferentes momentos conflictivos. Desde un enfoque crítico: porque su planteamiento central se sitúa en ruptura perfectamente definida con toda concepción del conocimiento teórico no gobernada por el principio de la práctica. Práctica -consumación del conocimiento- que se identifica con una conducta mental hecha de esfuerzo de conocer y voluntad de transformar.»
Los ecos sacristanianos resuenan en esta declaración. Se publicaron en esta colección de la editorial Grijalbo ensayos tan imprescindibles como El comunismo de Bujarin, de A. G. Löwy; La disputa del positivismo en la sociología alemana, de Adorno y otros; Sociedad antagónica y democracia política, de W. Abendroth; Georg Lukács: el hombre, su obra, sus ideas, editado por G.H.R. Parkinson,… El primer y tercer volumen fueron traducidos por Sacristán; el dedicado a Lukács contó con su entrañable amigo J. C. García Borrón como traductor. Se anunciaron, si bien no llegaron a publicarse: Historia y dialéctica en la economía, de Otto Morf; Corrientes actuales de la filosofía de la ciencia, de Gerard Radmitzky (corresponsal y amigo detallista de Sacristán), Marxismo y revisionismo, de Bo Gustafson y Marx en la sociología del conocimiento, de Hans Lenk.
En una carta de 20 de mayo de 1972, dirigida al Sr. Grijalbo con referencia «Maquetas para la colección ‘Teoría y realidad», Sacristán señalaba refiriéndose a uno de los anteriores volúmenes:
«No me convence ninguna de las cuatro. Si hay que elegir por fuerza entre ellas, prefiero la de formato grande y color ocre, sin trazo horizontal. Pero en ella habría que corregir, aparte de la falta de ortografía que será un simple descuido, la información que comunica. Pues el libro, no es, como parece decir la portada, un libro de Lukács, sino sobre Lukács. Por lo tanto creo que en alto debería situarse el nombre del editor (en sentido inglés) de la obra, o el nombre del autor del primer artículo y la mención «y otros», y luego:
GEORG LUKÁCS
EL HOMBRE
SU OBRA
SUS IDEAS
Pero la verdad es que preferiría otras propuestas de maqueta».
Posteriormente, el 12 de Julio de 1972, en carta dirigida al Sr. Vives de Grijalbo y con referencia: «Colección ‘Teoría y realidad», precisaba Sacristán: «Confirmo la comunicación verbal probablemente ya hecha por D. Jacobo Muñoz, en el sentido de que sólo el nombre de éste, y no el mío también, ha de aparecer como director de la colección «Teoría y realidad», ya que sólo él ha trabajado sistemáticamente hasta ahora en la selección y la planificación de la serie».
Sea como fuere, Sacristán participó activamente en esta colección dirigida por Jacobo Muñoz con traducciones, prólogos y notas.
*
Las siguientes anotaciones sobre las actas del congreso de filosofía de la ciencia de 1965 puede consultarse en una de las carpetas de resúmenes de ensayos de filosofía de la ciencia depositadas en Reserva de la Universidad de Barcelona. No están fechadas. Desconozco si fueron usadas específicamente para algún seminario o para alguna lectura complementaria centrada en el estudio de Criticism and the Growth of Knowlledge en las clases de metodología de las ciencias sociales que Sacristán impartió en la Facultad de Económicas de la UB tras su reincorporación en 1976. No es totalmente improbable esta conjetura.
Mis propias observaciones vienen señaladas como «Notas SLA».
*
I. Javier Muguerza: «Introducción: La teoría de las revoluciones científicas» (pp. 13-80).
1. Lo copio todo porque así recordaré que la transición a la política de la ciencia es del todo abrupta:
«La apelación a la ciudadanía científica, por desgracia, está muy lejos de resolver todos los problemas. Es posible que, como Kuhn apunta, los momentos de normalización científica resulten imprescindibles. Si han de explotarse al máximo las posibilidades abiertas por la instauración revolucionaria de un nuevo paradigma. Pero alguno de los siniestros aspectos de la ciencia normal que en este libro se denuncian son muy ciertos y concuerdan con la imagen que la ciencia presenta con frecuencia en nuestros días, cuando se la convierte en un instrumento al servicio de la opresión y presión de los hombres -comenzando muchas veces por sus propios practicantes- en lugar de hacer de ella el instrumento al servicio de la emancipación humana que indudablemente podría ser. El destino de la comunidad científica plantea, pues, a sus miembros -tanto a título individual como colectivo- una acuciante opción moral (…) Aunque las consecuencias de esa opción nos hayan de afectar a todos, la responsabilidad de la misma incumbe sólo a los científicos [MSL: no estoy de acuerdo] (…) Y la comunidad científica se enfrentará probablemente a nivel práctico con los mismos problemas a que había que hacer frente a nivel teórico. Después de todo, la distinción kuhniana entre ciencia normal y extraordinaria tiene su exacto analogado en el dominio de la moral, donde cabe asimismo hablar de un moral cerrada (..) y una moral abierta (…) Más aun: la elección de uno y otro camino ni tan siquiera es un asunto exclusivamente moral, puesto que las implicaciones políticas acerca del sentido y los últimos objetivos de la actividad científica son absolutamente insoslayables. De ahí que su respuesta tenga también, e inevitablemente, que ser política» (pp. 68-69).
Entre mis varias diferencias están:
a) Que la ciencia normal no me parece siniestra, sino placer de conocimiento contemplativo (al mismo tiempo, claro, que riesgo de todo eso).
b) Que después de decir la última frase [J. M.: «(…) De ahí que su respuesta tenga también, e inevitablemente, que ser política«], hay que pasar a la concreta política de la ciencia (inversiones, etc.).
Nota SLA:
De los escritos de Javier Muguerza sobre Sacristán, es necesario recordar: «Manuel Sacristán en el recuerdo», mientras tanto nº 30-31, 1987, pp. 101-107; «Entrevista con Javier Muguerza». En: Salvador López Arnal y Pere de la Fuente (eds) Acerca de Manuel Sacristán, Destino, Barcelona, 1996, pp. 669-683 y «La huella de Sacristán», en Joan Benach, Xavier Juncosa y Salvador López Arnal (eds), Del pensar, del vivir, del hacer. El Viejo Topo, Barcelona, 2006, pp. 87-89 (libro complementario de los documentales dirigidos por Xavier Juncosa, «Integral Sacristán», ibidem).
*
II. Thomas S. Kuhn, «Lógica del descubrimiento o psicología de la investigación» (pp. 81-111).
1. Es una confrontación de las ideas de La estructura de las revoluciones científicas con las ideas de Popper (p. 81)
2. Indica que los puntos de coincidencia sugieren una identidad de tesis que no existe (p. 81).
Coincidencia primera: el interés por el contexto del descubrimiento:
«Ambos estamos ocupados más en la dinámica del proceso mediante el cual se adquiere el conocimiento científico que con la estructura lógica de los productos de la investigación científica» (p. 81).
+ De esa coincidencia deriva muchas de las demás.
3. Es muy interesante el método por el que se decide, de un «flou» [ligero, suave] que me parece muy fiel a su pensamiento, a la idea de paradigma: el método consiste en fijarse en metáforas o modos de decir popperianos que a él, Kuhn, le parecen inadecuadas, aun cuando se refieren a conceptos o construcciones filosóficas en cuya formulación coinciden ambos:
«Releyendo una vez más varios de los principales libros y ensayos de Popper, vuelvo a encontrar una serie de frases que se repiten y que, aunque las entiendo y no estoy en total desacuerdo con ellas, son expresiones que yo nunca emplearía en los mismos lugares. Indudablemente estas frases sirven a menudo como metáforas que se aplican retóricamente a situaciones para las que Sir Karl ha dado en algún otro lugar descripciones admirables. Sin embargo, para el presente propósito estas metáforas, que me chocan por ser aparentemente inapropiadas, puede que sean más útiles que descripciones más francas y directas. Es decir, pueden ser síntomas de diferencias contextuales que una cuidadosa expresión literal oculta sin embargo» (pp. 83-84).
Es una decisión muy coherente. Pero supone mucho: supone que la misma formulación puede significar cosas diferentes.
4. I. [Aquí trata la supuesta coincidencia en la atención a la investigación real, no a la lógica del producto].
5. Se va a oponer a la idea (clásica) popperiana de contrastación, porque en la «ciencia normal» no se contrastan teorías:
«(…) aunque las contrastaciones son frecuentes en la ciencia normal, estas contrastaciones son de una especie particular, pero que en el análisis final, más que la teoría vigente, quien es sometido a contrastación es el científico considerado individualmente» (p. 85).
Esto sólo me parece verdad si:
a) la teoría es ya muy rica y permite muchos intentos de solucionar el rompecabezas, o sea, ofrece muchas hipótesis pertinentes, o
b) si el asunto es de poca importancia. Si tiene mucha, se puede producir la situación Lorenz-Einstein: Lorenz supera «su» propia contrastación, pero, sin embargo, su teoría se hunde. Es verdad que para Kuhn esto ya no es ciencia normal, sino revolución científica: pero aquí hay círculo.
6. Una de las provocaciones más bonitas de Kuhn:
«La descripción que Sir Karl hace del pensamiento de los presocráticos [en Conjeturas y Refutaciones] es muy atinada, pero lo descrito no se parece en nada a la ciencia. Se trata más bien de la tradición de propuestas, contrapropuestas y debates sobre los fundamentos que, quizás excepto durante la Edad Media, han caracterizado a la filosofía y a gran parte de la ciencia social desde entonces. Ya en el período helenístico los matemáticos, la astronomía, la estática y las partes geométricas de la óptica habrían abandonado este tipo de discurso para pasar a la resolución de rompecabezas. Otras ciencias, en número creciente, han experimentado desde entonces la misma transición. En cierto sentido, por poner cabeza abajo la opinión de Sir Karl, es precisamente el abandono del discurso crítico lo que marca la transición a la ciencia. Una vez que determinado campo ha hecho esa transición, sólo se vuelve al discurso crítico en los momentos de crisis en los que hay bases de ese campo que están de nuevo en peligro. Los científicos solamente se comportan como filósofos cuando deben decidir entre teorías en conflicto» (p. 87) [cursiva MSL].
Lo que de verdad tiene esto es la frase kantiana sobre «el seguro paso de una ciencia». Pero me parece que falla:
a) porque también hay otros productos acríticos;
b) porque es anacrónico no contar, desde aproximadamente Du Boys Raymond, con esta aspiración crítica (o desde el nacimiento del tema de las paradojas de la teoría de conjuntos).
7. «(…) la contrastación no puede jugar un papel muy decisivo en ninguna elección» (p. 87).
Lo que hace que lo parezca es la existencia de reglas estrictas de resolución de rompecabezas. Si se producen muchos fallos en la solución del rompecabezas:
«Lo que precisamente había sido un fracaso personal puede llegar entonces a ser considerado como el fracaso de la teoría que está bajo contrastación. Después de esto, como la contrastación surgió a partir de un rompezabezas y conllevaba por tanto unos criterios establecidos para su solución, se muestra más estricta y más difícil de evadir que las contrastaciones utilizables en una tradición cuyo estilo normal es el discurso crítico más que la resolución de rompecabezas» (p. 88).
Punto flojo: el fracaso personal se puede poder determinar al cabo de poco tiempo por criterios preexistentes.
8. En suma, su criterio de demarcación, que se acerca a la acumulatividad, es la tradición de resolución de rompecabezas (p.88).
9. Al argumentar la «cientificidad» popperiana de la astrología, Kuhn pasa complemente por alto el elemento ideal, regulativo, de la ciencia (p. 89). Luego sigue
«No obstante, la astrología no fue una ciencia. Más bien fue un oficio, una de las artes prácticas, con estrechas semejanzas con la ingeniería, la metereología y la medicina tal como estos campos se practicaron hasta hace poco más de un siglo. A mi juicio hay un estrecho paralelismo con la vieja medicina y el psicoanálisis contemporáneo. En cada uno de estos campos, la teoría aceptada sólo servía para establecer la plausibilidad de la disciplina y para dotar de cierto sello de racionalidad a las varias reglas del oficio que guiaban la práctica. Estas reglas habían demostrado su utilidad en el pasado, pero nadie suponía que fuesen suficientes para impedir los fracasos repetidos. Se deseaban unas reglas más potentes y una teoría más articulada, pero habría sido absurdo abandonar una disciplina plausible y muy necesaria con una tradición de éxitos parciales por la simple razón de que estos desiderata no estuviesen todavía próximos a alcanzarse. En ausencia de ellos, sin embargo, ni el astrólogo ni el médico podían investigar. Aunque tuvieran reglas que aplicar, no tenían ningún rompecabezas que resolver y, por tanto, ninguna ciencia que practicar» (pp. 89-90).
Me parece que la cosa falla, y que nadie ha resuelto tantos rompecabezas como los astrólogos. Evidentemente, hay rompecabezas científicos y otros que no lo son. Kuhn sostiene que no, que los astrólogos no tenían rompecabezas, retos para autocriticarse y corregirse. Hace afirmaciones que parecen plausibles:
«Podía explicarse el hecho de que hubiera fracasos, pero los fracasos específicos no daban lugar a la investigación de enigmas, porque ningún hombre, por hábil que fuera, podía hacer caso de esos fracasos en un intento constructivo de reconsiderar la tradición astrológica» (p. 89).
Pero me huele que eso es una crisis revolucionaria, una situación popperiana, pese a la defensa del «constructivo». Para colmo, al final del argumento hay algo muy parecido a una petición de principio:
«Resumiendo, aunque los astrólogos hicieran predicciones contrastables y reconocieran que esas predicciones fallaban algunas veces, ni se comprometieron ni podían hacerlo con el tipo de actividad que normalmente caracterizan a todas las ciencias reconocidas» (p. 90) [cursiva de MSL].
10. Cierra con el irrefutable argumento de que hay revoluciones científicas sin fallo en la contrastación (Copérnico-Ptolomeo) (p. 91).
11. En nota 22, excelente observación de que la deductividad no es condición necesaria de la cientificidad (p. 108).
«Pero, al menos en esta forma, no es una condición suficiente, y con seguridad no es tampoco una condición necesaria. Admitiría, por ejemplo, la agrimensura y la navegación como ciencias, y eliminaría la taxonomía, la filología histórica y la teoría de la evolución. Las conclusiones que obtiene una ciencia pueden ser precisas, y compulsivas sin que sean completamente derivables por procedimientos lógicos a partir de premisas aceptadas»
12. Esta sección (II) arranca de la noción popperiana de rectificación de errores. El esquema crítico de Kuhn es el mismo: Popper aplica a toda la ciencia lo que sólo ocurre en la ciencia extraordinaria. Y así Popper llama rectificación de errores a la substitución de unas teorías por otras:
«Si esa utilización [de ‘error’] no nos parece inmediatamente extraña ello se debe principalmente a que apela al residuo inductivista que hay en todos nosotros. Al creer que los teorías válidas son el producto de inducciones correctas a partir de los hechos, el inductivista está obligado a sostener también que una teoría falsa es el resultado de un error en la inducción» (p. 93).
Esta crítica de Kuhn contiene una acusación de inconsecuencia a Popper, dado que éste -como lo reconoce Kuhn (p. 93)- no es inductivista.
. Análogamente a este asunto: la posición no-inductivista (que comparto) debe evitar el defecto de ignorar momentos que se puede llama inductivos en la constitución de enunciados expresivos de la experiencia vulgar y científica anterior a una teorización nueva.
13. Esta segunda sección termina con un párrafo muy sintético y expresivo del punto de vista de Kuhn:
«Al igual que el término «contrastación», el término «error» se ha tomado de la ciencia normal, donde su uso es razonablemente claro, y se ha aplicado a los episodios revolucionarios, donde sus aplicaciones son, en el mejor de los casos, problemáticos. Esa transferencia crea, o al menos refuerza, la extendida impresión de que una teoría puede juzgarse globalmente mediante el mismo tipo de criterios que se emplea para juzgar las aplicaciones de una investigación individual dentro de una teoría. El descubrimiento de criterios aplicables* se hace así un desideratum primordial para mucha gente» (p. 94).
(*) Supongo que quiere decir: aplicables al caso de las teorías globalmente consideradas. Y sigue sin punto y aparte:
«Lo extraño es que Sir Karl se encuentra entre ellos, porque esa búsqueda va contra los intentos más originales y fructíferos en la filosofía de la ciencia. Pero no puedo entender de otro modo sus escritos metodológicos a partir de la Logik der Forschung. Lo que voy a sugerir ahora es que, a pesar de afirmaciones explícitas en contrario, Sir Karl ha buscado regularmente procedimientos de evaluación de teorías que puedan ser aplicados con la apodíctica certeza que es característica de las técnicas mediante las que se identifican los errores en la aritmética, en la lógica, o en la medida [MSL: Está queriendo decir: en la ciencia normal]. Me temo que está persiguiendo algo inalcanzable nacido de la misma combinación de ciencia normal y ciencia extraordinaria que hizo que las contrastaciones pareciesen un rasgo tan fundamental de las ciencias» (p. 94).
14. Y yo me temo que Kuhn, pese a sus muchos aciertos, confunda la contrastación de teorías con su validación, y separe mucho en el tiempo con dos contextos. Su idea de que pasa mucho tiempo entre ambos casos puede valer para otras épocas. Quizás no para hoy. Del hecho de que la construcción de teorías no sea inductiva pasa a negar momentos de contrastación en la validación, sin pensar en que ya en la construcción de teorías hay momentos reductivos (en el sentido) de Lukasiewicz.
15. El criterio de Kuhn (las reglas para la resolución de problemas definidos) y su juicio sobre el marxismo se compenetran muy bien con mi entendimiento de este último: el marxismo no es una ciencia, sino la mejor construcción existente del socialismo, el cual es una pretensión de innovación cultural.
16. La raíz de la unilateralidad de Kuhn podría ser el reducir toda la ciencia a ciencia normal, con lo que la extraordinaria (la construcción de grandes teorías o paradigmas) queda, en realidad, fuera de la extensión de ‘ciencia’, a pesar de su léxico. Si se admite que la ciencia se compone de ambas, no se pueden separar tanto las técnicas de la ordinaria de los acontecimientos (revoluciones) de la extraordinaria. En suma: que hasta Kuhn es demasiado claro.
17. Esta sección [III, pp. 94-101] arranca criticando la motivación apodíctica de ‘falsación’, ‘refutación’. La cosa es razonable, pero el argumento (factual) básico de Kuhn es demasiado acorazado:
«Todas las teorías pueden modificarse mediante varios reajustes ad hoc sin que dejen de ser, en sus líneas principales, las mismas teorías» (p. 95).
La restricción «en sus líneas generales» hace tan expandible al argumento que lo expone a la sospecha de petición de principio.
18. Pasa luego a considerar la falsación desde el punto de vista del criterio de demarcación. Admite que se podría construir sintácticamente, pero observa que eso no es lo que interesa a Popper, porque no sería Logik der Forschung [La lógica de la investigación]. Afirma que Popper no ha aclarado eso y concluye.
«Al dejar sin aclarar estas cuestiones, no estoy seguro de que lo que Sir Karl nos ha dado sea en absoluto una lógica del conocimiento. En mi conclusión voy a indicar que, aunque igualmente valioso, lo que Sir Karl nos ha dejado es algo completamente distinto. Más que una lógica, Sir Karl ha dado una ideología; más que reglas metodológicas, ha dado máximas para el empleo de procedimientos» (p. 97) [cursiva de MSL]
El paso es de mucho interés: (a) por lo subrayado [cursiva]; (b) por el uso de ‘ideología’, que puede ser útil para la comprensión de «paradigma»; (c) por la coherencia con que remite todo Popper a la ciencia extraordinaria, y la revolución científica a la ideología.
19. Luego estudia las dificultades de la noción de falsación, que presupone, según Kuhn, una articulación lógica completa de la teoría y una determinación completa de la aplicabilidad de los términos, condiciones irrealizables (y que, con Braithwaite, hacían inútil la teoría), y aquí dice:
«Yo mismo he introducido el término ‘paradigma’ para subrayar que la investigación científica depende de los ejemplos concretos que tiendan puentes sobre lo que en caso contrario serían brechas en la especificación del contenido y de la aplicación de las teorías científicas» (p. 98).
Esta es la principal fuerza de Kuhn: que tampoco en la ciencia normal funciona la falsabilidad como criterio. Pero la verdad es que, puestos a reconocer los derechos de la vaguedad, Quine tiene mejor sentido, con su distinción entre teoremas y conjunto de la teoría.
20. «(…) aunque la lógica es una herramienta poderosa y esencial de la investigación científica, podemos obtener conocimiento válido en formas a las que escasamente puede aplicarse la lógica […] la articulación lógica no es un valor por sí misma, sino que debe emprenderse sólo cuando y en la medida en que las circunstancias lo requieran» (pp. 98-99).
Lo ilustra discutiendo el venerable ejemplo de los cisnes. Y concluye:
«Al enfrentarse con lo inesperado [el científico] siempre debe hacer más investigación, con objeto de articular posteriormente su teoría en la zona que se ha hecho problemática. Entonces puede rechazarla en favor de otra y puede dictar completamente la conclusión que debe extraerse» (p. 101).
Desde luego. Pero es que esta conclusión suya es mucho más modesta que sus tesis. No menos insuficientes serían los fallos en la resolución de rompecabezas.
21. La sección (IV) comienza con un bonito resumen de su crítica:
«Casi todo lo dicho hasta aquí son variaciones sobre un tema único. Los criterios con los cuales los científicos determinan la validez de una articulación o una aplicación de la teoría existente no bastan por sí mismos para determinar la elección entre teorías en competencia. Sir Karl se ha equivocado al transferir características elegidas de la investigación cotidiana a los ocasionales episodios revolucionarios en los que el avance científico es más obvio, ignorando a continuación por completo la actividad cotidiana. En particular, ha tratado de resolver el problema de la elección de teorías durante las revoluciones por criterios lógicos que sólo son completamente aplicables cuando ya puede presuponerse una teoría» (p. 102) [cursiva MSL].
Está muy bien. Pero sus cautelas -«completamente»- deberían moverle a menos escándalo en sus tesis.
22. Luego, tras reconocer que no puede explicarlo todo, empieza sus aportaciones constructivas.
23. La primera es la formulación del problema:
«En primer lugar debo preguntar qué es lo que todavía requiere una explicación. No lo es el que los científicos descubran la verdad sobre la naturaleza ni siquiera que se acerquen más a la verdad. Salvo que, como sugiere uno de mis críticos, definamos la aproximación a la verdad como el resultado de lo que los científicos hacen, no podemos reconocer el progreso hacia ese objetivo. Antes bien, lo que debemos explicar es por qué la ciencia -nuestro ejemplo más seguro de conocimiento válido- progresa como lo hace, y primeramente debemos averiguar cómo la ciencia progresa de hecho» (p. 102).
Lo que dice últimamente Quine se parece mucho a esto. O negarse al pseudoproblema o citar el .
24. «Los problemas resueltos durante los últimos treinta años no existían como cuestiones abiertas hace un siglo. En cualquier época el conocimiento científico disponible agota virtualmente lo que hay que saber. Dejando enigmas que sólo son en el horizonte del conocimiento existente. ¿No es posible, o quizás incluso probable, que los científicos contemporáneos sepan menos de lo que hay que saber acerca de su mundo que los científicos del siglo XVIII acerca del suyo?» (p. 103).
Esta es una de esas verdades a puño de Kuhn que son completas falsedades o trivialidades. Puesto que «lo que hay que saber» es la totalidad de la ciencia, la especialización y la acumulación de conocimientos convierte su verdad casi en una tautología. Pero se pasa por alto que también la consciencia de la ignorancia es conocimiento.
25. Una coincidencia literal con Quine:
«(…) las teorías científicas están en contacto con la naturaleza sólo aquí y allá» (p. 103).
26. Desarrollando el tema de nuestra mayor ignorancia relativa, e ignorando la cuestión del número de problemas, que podría servirle (afinando) para la comprensión del progreso científico, hace una negación más categórica que nunca de cualquier perspectiva «metaparadigmática»:
«Hasta que podamos responder a estas preguntas y otras como éstas, no sabremos por completo lo que es el proceso científico y no podremos por tanto, explicarlo enteramente. Por otra parte, las respuestas a estas preguntas proporcionarán muy aproximadamente la explicación que se busca. Las dos cosas vienen casi juntas. Debería ya estar claro que, en último análisis, la explicación debe ser psicológica o sociológica. Esto es, debe ser una descripción de un sistema de valores, una ideología, junto con un análisis de las instituciones a través de la cuales es transmitido y fortalecido. Si sabemos qué es lo que los científicos valoran, podemos esperar comprender qué problemas emprenderán y qué elecciones harán en circunstancias específicas de conflicto. Dudo que haya que buscar otro tipo de respuestas» (p. 104).
Fundado. Pero quizás insuficiente. La ideología de la ciencia (metaparadigmática) misma incluye el progreso problemático. Lo que no obedeciera a ese criterio sería otro conocimiento. Para la ciencia en general, para la explicación del hacer científico, lo que dice Kuhn es evidente. Pero, de todos modos, los correspondientes «imperativos morales», como dice Kuhn, que son paradigmáticos respecto de otros de su mismo nivel, son metaparadigmáticos respecto de la historia de la ciencia.
Nota SLA:
Sobre la lectura de Sacristán de las concepciones de Kuhn, pueden verse igualmente sus interesantes anotaciones a La estructura de las revoluciones científicas (www.rebelion.org/noticia.php?id=43408, www.rebelion.org/noticia.php?id=43632).
*
III. John Watkins, «Contra la ‘ciencia normal» (pp. 115-132).
1. «[…] la metodología, tal como ya la entiendo, está relacionada con la ciencia tomada en condiciones óptimas, o con la ciencia tal como debería organizarse, más que con la ciencia a ras del suelo» (p. 117).
Es curioso que, con esta manera relajada de hablar, reproduzca más la idea tradicional de scientia in status perfectionis que el «contexto de la fundamentación». En cualquier caso, también él se toma en serio esta cuestión liminar en la metodología.
2. Esta sección (II) expone la «ciencia normal» de Kuhn desde un punto de vista popperiano.
3. «Parece que una teoría dominante puede llegar a ser reemplazada no a causa de la creciente presión empírica (la cual puede que sea escasa), sino a causa de que se haya elaborado libremente una teoría nueva e incompatible (inspirada quizá por una perspectiva metafísica diferente): las causas de una crisis científica pueden ser más teóricas que empíricas. Si ello es así hay en la ciencia más pensamiento libre de lo que Kuhn supone» (p. 122).
La argumentación es curiosa, y no sé hasta qué punto afecta a lo que dice Kuhn. La argumentación consiste en usar contra Kuhn un argumento factual esgrimido por éste. Pero lo que a Kuhn le importa no es, precisamente, la fuerza de la instancia empírica, sino, al contrario, la de la instancia ideológica. Kuhn quiere mejor que el límite de la libertad ideológica sea la falsación. Watkins mea completamente fuera de tiesto.
4. Esta sección (III) discute si la ciencia normal de Kuhn es la esencia de la ciencia. Y lo niega , claro.
5. Esta sección (IV) discute si la ciencia normal de Kuhn podría engendrar ciencia extraordinaria (de Kuhn). Y lo niega, claro:
«Concentraré mi atención sobre el primer científico que se compromete en un paradigma nuevo. Mi tesis será que un paradigma nuevo nunca podría emerger de la ciencia normal tal como Kuhn la ha caracterizado» (p. 125)
6. «Debemos recordar que el nuevo paradigma es de inmediato lo bastante poderoso como para inducir a nuestro científico a volverse contra el paradigma bien articulado y no refutado que hasta ese momento ha dominado su pensamiento científico. Esto significa, me parece, que el nuevo paradigma no puede comenzar meramente con unas pocas ideas fragmentarias, sino que debe ser el principio suficientemente amplio y definido para que sus atrayentes potencialidades aparezcan con cierta solidez ante su inventor» (p. 127).
La argumentación me parece falsa e ignorante de experiencia muy común. Estaba mucho más en lo cierto Schumpeter cuando usaba la idea de «visión».
*
IV. Stephen Toulmin, «La distinción entre ciencia normal y ciencia revolucionaria. ¿resiste un examen?» (pp. 133-144).
1. «(…) aunque su [de Kuhn] elección de la palabra «dogma» sirvió bastante bien como título de un sugerente artículo en la reunión del Worcester College, no hacía falta más que un examen un poco más cuidadoso para revelar que su verdadera efectividad brotaba de cierta exageración retórica o juego de palabras (Decir que «toda ciencia normal descansa sobre un dogma» era como decir «todos nosotros en realidad estamos locos», lo cual puede ser un punto de interés en una ocasión particular, pero…)» (p. 134).
Esto es lo primero que se tiene que decir de Kuhn. Y lo dice muy bien.
2. «(…) debemos guardarnos de seguir todo el tiempo con la originaria hipótesis «revolucionaria» de Kuhn. Porque el desplazamiento de un sistema de conceptos por otro es algo que ocurre por razones perfectamente aceptables, aun cuando estas determinadas «razones» no puedan ser formalizadas en conceptos aun más amplios, o axiomas todavía más generales; porque lo que en ambas partes presuponen en tal debate -tanto aquellos que se agarran al viejo punto de vista, como aquellos que enuncian uno nuevo- no es un cuerpo común de principios y axiomas sino que es más bien un conjunto común de «procedimientos de selección» y «reglas de selección», y éstos no son tanto «principios científicos» como «principios constitutivos de la ciencia» (Que pueden cambiar, también, durante el curso de la historia, como Imre Lakatos ha demostrado en el caso de los criterios de demostración matemática, pero que lo hace más lentamente que las teorías a los que juzgan habitualmente» (p. 139).
Esta buenísima exposición, muy emparentada con el «relativismo» de Quine, es, en realidad, la afirmación de un «metaparadigma» ciencia. Kuhn podía objetar que es propiamente un paradigma que se cree metaparadigma. Pero la relatividad, la composición histórica de ese metaparadigma habla en contra de la posible crítica.
3. «Hago esta sugerencia: el volumen de innovación que tiene lugar en una ciencia es presumible que en gran medida depende de las oportunidades que el contexto social proporciona para hacer trabajo original en la ciencia en cuestión; de aquí que la fase de innovación responda sustancialmente a factores externos a la ciencia. Por otra parte, los criterios de selección para valorar las innovaciones conceptuales en la ciencia serán un asunto ampliamente profesional y por tanto interno: verdaderamente muchos científicos esperarán que estos criterios sean un asunto completamente interno, profesional, aunque puede que en la práctica esto no sea más que un ideal irrealizable. Por último, la dirección de innovación en una ciencia determinada depende de una compleja combinación de factores, tanto internos como externos: las fuentes de nuevas hipótesis son altamente variadas y sujetas a influencias y a remotas analogías derivadas de los problemas detallados que se tienen a mano» (pp. 142-143).
La facilidad y la bondad con que este bonito artículo de Toulmin responde críticamente a los temas centrales de Kuhn me sugiere la cuestión de la significación del aspecto literario de las obras que se hacen «célebres». Retórica. Acaso sea necesaria. Acaso sólo en la adolescencia. El caso Althusser.
*
V. l. Pearce Williams, «La ciencia normal, las revoluciones científicas y la historia de la ciencia» (pp. 145-147).
Nota SLA:
De este breve apartado, Sacristán sólo reproduce el siguiente texto de Pearce Williams, sin ningún comentario anexo: «Como historiador, pues, debo mirar a Popper y a Kuhn con una mirada recelosa. Ambos han suscitado asuntos de fundamental importancia; ambos han hecho profundas observaciones sobre la naturaleza de la ciencia; pero ninguno ha complicado y aducido hechos suficientemente fuertes como para llevarme a creer que la esencia de la investigación científica haya sido captada. Seguiré utilizando a ambos como guía en mis investigaciones, teniendo siempre presente la observación de Lord Bolingbroke de que «la historia es filosofía enseñada mediante ejemplos». Necesitamos muchos más ejemplos».
*
VI. Karl Popper, «La ciencia normal y sus peligros» (pp. 149-158)
1. Al principio, el artículo decepciona un poco porque Popper reduce las nociones de Kuhn a un plano muy trivial, como si Kuhn hablara sólo de ideologismos internos a la ciencia. Claro que es posible que el mismo Kuhn tenga esa trivialidad, y que sólo el background marxista nos haga ver en él más profundidad.
2. Respuesta más general de Popper a la idea de ciencia normal de Kuhn:
«Admito que esta clase de actitud existe; y que no sólo existe entre los ingenieros, sino también entre las personas entrenadas para científicos. Sólo puedo decir que veo un peligro muy grande en ella y en la posibilidad de que llegue a ser normal (del mismo modo que veo un gran peligro en el aumento de especialización, el cual es también un hecho histórico innegable): un peligro para la ciencia y aun para nuestra civilización. Eso muestra por qué considero tan importante el énfasis que pone Kuhn en la existencia de esta clase de ciencia.
Creo, sin embargo, que Kuhn se equivoca cuando considera que lo que él llama «ciencia normal» es normal.
Desde luego que no pienso establecer una disputa acerca de un término. Lo que quiero decir es que pocos, si es que hay alguno, de los científicos de los que la historia de la ciencia guarda memoria fueron «científicos normales» en el sentido de Kuhn» (p. 152).
Me parece una argumentación bastante mala de un punto, en cambio, muy sólido. En vez de negar el corte entre los dos trabajos científicos, Popper reacciona imprecisamente (dice que no es normal una «actitud» a la que considera peligro grave por su casi-normalidad, como también la especialización) y da un argumento -la escasez de científicos recordados- que da la razón a Kuhn.
3. El argumento histórico sobre la teoría de la materia tampoco es muy bueno: Kuhn podría replicar justificadamente que ese tema es característicamente filosófico.
4. «Considera [Kuhn] que la discusión racional, y la crítica racional, sólo son posibles si estamos de acuerdo sobre los puntos fundamentales.
Ésta es una tesis ampliamente aceptada y que ciertamente está de moda: la tesis del relativismo. Y es una tesis lógica.
A mi juicio la tesis es errónea. Admito, desde luego, que es mucho más fácil discutir rompecabezas dentro de un marco general comúnmente aceptado y ser arrastrado a un nuevo marco general por la marea de una nueva moda dominante, que discutir los puntos fundamentales, esto es, el propio marco general de nuestras presuposiciones. Pero la tesis relativista de que el marco general no puede ser discutido críticamente es una tesis que sí puede ser discutida críticamente y que no resiste la crítica.
He puesto a esta tesis el nombre de El Mito del Marco General, y la he discutido en varias ocasiones. La considero un error lógico y filosófico» (p. 155).
Es curioso que esto se tenga que afirmar contra los que, por su mayor sensibilidad histórica, deberían saber que la posibilidad de salirse del marco general es el fruto más sabroso de la consciencia histórica.
5. «Admito que en todo momento somos prisioneros atrapados en el marco general de nuestras teorías, nuestras expectativas, nuestras experiencias anteriores, nuestro lenguaje. Pero somos prisioneros en una sentido pickwiciano; si lo intentamos, en cualquier momento podemos escapar de nuestro marco general. Es indudable que nos encontraremos de nuevo en otro marco general, pero será uno mejor y más espacioso; y en todo momento de nuevo podemos escapar de él.
El punto central es que siempre es posible una discusión crítica y una comparación de los varios marcos generales. No es sino un dogma -un peligroso dogma-el que los distintos marcos generales sean como lenguajes mutuamente intraducibles. El hecho es que incluso lenguajes totalmente diferentes (como el inglés y el hopi, el chino) no son intraducibles, y que hay muchos hopis o chinos que dominan el inglés» (pp. 155-156).
La exposición es espléndida, aunque Popper quizás vea demasiado fácil y alegremente la ruptura de marcos, y eso le puede hacer primitivo.
6. «Admito que una revolución intelectual parece a menudo una conversión religiosa. Un modo nuevo de considerar las cosas puede afectarnos como un fogonazo. Pero eso no significa que no podamos evaluar, crítica y racionalmente, nuestros puntos de vista anteriores a la luz de los nuevos» (p. 156).
Racionalidad de la racionalización.
7. «De modo que en la ciencia, no así en la teología, siempre es posible una comparación crítica de las teorías que están en competencia, de los marcos generales que están en competencia. Y la negación de esta posibilidad es un error. En la ciencia (y sólo en la ciencia) podemos decir que hemos hecho un progreso genuino: que sabemos más que sabíamos antes» (p. 156).
Al pie de la letra, me parece falso que sólo en la ciencia sea posible la comparación. Lo que sólo es posible en la ciencia es la valoración comparativa. Todas las culturas están igual de cerca de Dios, dijo Ranke. Hay que añadir: pero no todas las ciencias.
Nota SLA:
Cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, Karl Popper publicó su inmensamente influyente libro La sociedad abierta y sus enemigos, colocando muy buena parte de la responsabilidad de la catástrofe alemana en la funesta influencia del pensamiento de Hegel, pareció que se había ajustado el clavo final al ataúd del hegelianismo. Que el tratamiento popperiano de Hegel fuera un escándalo en sí mismo, no sirvió para acallar los temores de muchos de que el estudio de las obras de Hegel, como si éstas tuvieran algo que decir, fuera de por sí una empresa peligrosa.
Terry Pinkard, Hegel, p.13.
A Popper y a La lógica de la investigación científica dedicó Sacristán varios seminarios en los cursos de Metodología de las ciencias sociales impartidos en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona tras su reincorporación en 1976 tras la muerte del general golpista, después de haber estado unos diez años expulsado de la universidad catalana, española. En Reserva, fondo Sacristán, de la UB se conserva un cuaderno con anotaciones sobre la lógica popperiana.
También a las aportaciones de Popper al tema de la inducción dedicó Sacristán su atención y algún seminario. Parte del curso de postgrado sobre «Inducción y dialéctica» de 1982-1983 impartido en la UNAM, está dedicado a esta importante arista de la obra popperiana.
En 1969, para el Diccionario de Filosofía (pp. 299-230) de Dagobert D. Runes cuya traducción coordinó, Sacristán escribió la siguiente entrada sobre Popper:
«Nacido en Viena en 1902, actualmente [1969] profesor en la London School of Economics. Aunque no se le puede considerar miembro del Círculo de Viena, sus trabajos han tenido una gran influencia en la evolución de esa escuela y, en general, en la de todo el empirismo lógico y la filosofía de la ciencia. Popper criticó tempranamente el principio de verificabilidad, concebido por los neopositivistas como criterio de sentido de las proposiciones. Insistió en que ninguna proposición está tan desprovista de conceptos generales como para ser directamente sometible a verificación empírico-sensible.
Frente al principio de verificabilidad propuso el de la falsabilidad (el poder ser puesta en falso por la experiencia), como criterio no del sentido de las proposiciones, sino del carácter científico de las proposiciones y de las teorías.
Su filosofía de la ciencia incluye también una recusación de la idea tradicional según la cual las teorías científicas se obtienen por abstracción e inducción a partir de la experiencia.
Popper ha escrito de filosofía social, sobre todo para oponerse al marxismo».
Curiosamente, en una de las fichas confeccionadas por Sacristán para una de sus conferencias puede verse este paso de una carta de Karl Marx: «[…] y ciertos fenómenos no casan prima facie con la teoría de Ricardo. Esto último no dice absolutamente nada contra una teoría» (A Ferdinand Lassalle, 16/6/1862, MEW 30, p. 627).
Algunas aproximaciones a la obra Popper de sus clases de metodología de las ciencias sociales de 1980-1981 serían las siguientes:
Popper criticó muy tempranamente las tesis neopositivistas sobre el significado de las proposiciones: 1) Los enunciados de la metafísica o de otros ámbitos no carecen de sentido dado que la comunidad de hablantes los comprende. 2) El criterio de verificabilidad aplicado a las proposiciones científicas produce resultados inesperados dado que las leyes científicas tienen carácter universal por lo que éstas no podrían ser nunca verificadas completamente, y, por tanto, carecerían de sentido, además de la imposibilidad de verificabilidad directa de los enunciados científicos. El concepto de solubilidad, por ejemplo, no es directamente verificable; como máximo podremos comprobar que tal o cual sustancia se ha disuelto en otra sustancia. Consiguientemente, podrán comprobarse acaso las consecuencias de nuestros enunciados teóricos, pero no éstos en sí mismos.
Popper provocó, pues, un cambio de problemática filosófica: sustituyó la cuestión del sentido de una proposición por la cuestión de la demarcación de los enunciados científicos de carácter empírico respecto a aquellos que no lo son, pero que puedan tener en cambio pleno significado o incluso alcance epistémico. Sacristán observó a este respecto la importancia de la reducción del ámbito de la problemática epistemológica en apenas un siglo y medio: del por qué hay conocimiento científico en Kant hasta la demarcación de los enunciados de las ciencias empíricas en Popper.
Sacristán se refirió igualmente la variación del criterio popperiano de demarcación. Si en las primeras ediciones de la Lógica se hablaba de criterio de falsabilidad, en la edición definitiva de 1959 el criterio ya no es éste sino su potencial criticabilidad. Si bien en el texto principal, Popper sigue hablando de falsabilidad en las notas a pie de página introduce esta nueva noción (por ejemplo, en el capítulo V). Observó finalmente Sacristán que esta nueva concepción popperiana representaba la introducción de criterios sociológicos en epistemología, tan criticados por otra parte por el mismo Popper: una teoría es científica cuando es criticable y es criticable cuando la comunidad científica de un determinado ámbito critica o disputa sobre un aspecto de la teoría o sobre la teoría en su conjunto.
Igualmente, en las clases de metodología de 1981-1982, Sacristán comenta la situación de crisis de fundamentos de finales del XIX y principios del XX, se centra a continuación en el caso de la aparición de paradojas en la teoría de conjuntos y da cuenta de la irrupción del teorema de incompletud de Gödel como un resultado que limita las viejas aspiraciones de la filosofía de la ciencia de inspiración kantiana de fundamentar el edificio del conocimiento humano.
Surgieron entonces varias formulaciones más restringidas de la tarea de la epistemología, «la más influyente de las cuales, desde los años cuarenta, es decir, a los diez años del teorema de Gödel, aproximadamente, hasta por lo menos el año 62… fecha de aparición de La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn, que es un libro que ha influido mucho en los economistas», ha sido la primera gran obra de Karl R. Popper, La lógica de la investigación científica.
Desde los años cuarenta -«aunque la primera edición del libro de Popper, al que me voy a referir, es del 34»- hasta el 62, a raíz de la publicación del libro de Kuhn, el problema que centra la filosofía de la ciencia en el mundo occidental, «en la cultura en la que nosotros estamos», es el de lo que se llama el problema de «la línea de demarcación», la cuestión de no ya cómo se fundamenta el conocimiento «ni cosas tan ambiciosas, sino de por donde pasa la línea que demarca, que divide, lo que es ciencia, el conocimiento que es ciencia, del conocimiento que no es ciencia. A eso se le llama el problema de la línea de demarcación.» El problema, añadía, «tiene ya toda su génesis dentro del siglo XX, es ya un problema sin precedentes anteriores, característico del siglo XX».
Sacristán presentaba al autor de Conjeturas y refutaciones en los siguientes términos: «Popper es un austriaco, todavía vivo [1981], que estuvo algún tiempo en Australia de profesor y luego se convirtió en el culpable de que en las facultades de Economía haya filosofía, por su presencia en la London School of Economics, donde durante treinta años ha estado haciendo filosofía de la ciencia, con influencia mundial, y donde se ha jubilado ahora, hace cuatro o cinco años. Y ha sido el prestigio de la escuela de Londres la que ha motivado que hubiera filosofía de la ciencia en muchas facultades de Economía. En realidad, esta asignatura [Metodología de las ciencias sociales, la que Sacristán impartía, e impartieron posteriormente discípulos suyos como Francisco Fernández Buey o Antoni Domènech] es obra de Popper se puede decir».
La contribución popperiana empezaba con una crítica del concepto de verificación, con una crítica del criterio de sentido neopositivista. Sacristán señaló que «Él [Popper] vivía en Viena, con los demás neopositivistas, pero nunca lo fue». Ciertamente, mantuvo relaciones con miembros del Círculo de Viena, pero eso no implica su pertenencia al mismo: cuando se «presenta muy a menudo a Popper como un neopositivista es una completa falsedad. Ha sido siempre un crítico del neopositivismo desde su primera aportación que consiste en criticar este criterio de sentido de los neopositivistas, haciendo ver que si se aplica al pie de la letra hace imposible cualquier trabajo científico».
La crítica popperiana la expuso Sacristán del modo siguiente: la empresa de la ciencia está llena de proposiciones y de conceptos no verificables en este sentido positivista. En efecto, desde este punto de vista, «verificar era comparar la proposición que fuera, con lo que se llama (en castellano se llama muy poco así, en las lenguas latinas muy poco, pero en las lenguas germánicas, y sobre todo en alemán, es una frase corriente) proposiciones de protocolo –proposiciones de protocolo son las oraciones, las proposiciones, que salen de la lectura de un libro-diario de laboratorio; por ejemplo, (…) supongamos que hay un programa de observaciones en un observatorio astronómico, entonces el libro-diario, el protocolo, el libro de protocolo de actas, de ese observatorio tiene varias columnas. Por ejemplo: día, hora, observador, observación, y esas proposiciones son lo más empíricas posibles. El tipo ideal de una proposición de protocolo puramente empírica es una que diga, pues, por ejemplo: «El día, 18 [mes, año]; hora, 17; observador, Juan; observación, ‘El astro tal se encuentra en las coordenadas tal y cual'». Desde el punto de vista neopositivista, este tipo de proposiciones inmediatas, estas proposiciones de protocolo, de laboratorio, serían el fundamento empírico de la ciencia y verificar una proposición sería pues compararla con estas proposiciones de observación directa.
Popper argumenta entonces, prosigue Sacristán, que, en primer lugar, los enunciados de la ciencia «están llenos de conceptos abstractos que no se ve como se pueden comparar con una proposición de protocolo. Supongamos la proposición siguiente: «La demanda de gasolina es inelástica, respecto de tal y de cual en el mercado tal», con todas las precisiones que haga falta para un economista muy exigente.» Se puede ir tomando proposiciones de protocolo del tipo: «día 18, hora 17, observador Juan, «la demanda de gasolina ha sido de tantos litros»; día 18, hora tal, observador Pedro, «la demanda de gasolina ha sido de tantos libros», los precios habían variado de tal modo». Pero, señala Sacristán, no hay manera alguna de obtener, por pura comparación con datos inmediatos, una justificación de la idea de elasticidad, ya que «elasticidad es un concepto abstracto, el cual, por sí mismo, nunca es un dato, es ya una teorización sobre datos.» Los datos sólo indican, por ejemplo, una posible correlación entre la demanda, en litros, por ejemplo, y los precios en pesetas. Pero, desde luego, no va a aparecer nunca una cosa llamada «elasticidad» en una proposición de protocolo para que podamos compararla con la proposición «La demanda de gasolina es inelástica».
Conclusión de Popper: en cualquier proposición científica siempre habrá conceptos que no tienen una posibilidad de comparación directa con la experiencia, «porque son ya abstracciones complicadas, más o menos artificiales».
Sacristán insistía en que ésta era la situación no ya en las ciencias sociales sino también en las ciencias de la naturaleza. De hecho, el ejemplo de Popper no era elasticidad sino solubilidad: «El azúcar es soluble en agua a tal temperatura». Comentando a Popper, Sacristán sostuvo que eso era atribuir la propiedad «solubilidad al agua», como él hacía con elasticidad y la demanda de gasolina, esto es, «atribuir la solubilidad al agua, pero la solubilidad no nos la vamos a encontrar jamás en una proposición de protocolo, como un dato de los sentidos. Eso no es un dato de los sentidos, eso es una construcción conceptual acerca del agua. Lo que los datos de los sentidos nos van a dar va a ser el espectáculo de una cucharadita de azúcar que entra en el agua y que luego ya no la vemos. Eso es todo lo que va a pasar». Pero, en cambio, no vamos a poder verificar sensorial y directamente la misma noción de solubilidad.
Además estaba el caso de los condicionales contrafácticos, que no parecían ser verificables. Éste era otro de los análisis de Popper contra la idea de verificación, por lo que dado que en la ciencia había muchas construcciones que no eran verificables «si de verdad se dice que sólo tiene sentido lo verificable, entonces no sólo en el lenguaje cotidiano sino en la misma ciencia se deshace […] la mitad». De aquí colegía Popper, añadía Sacristán, «que lo que hay que preguntarse no es cuando una proposición tiene sentido o no lo tiene, sino cuando es científica o cuando es del conocimiento común». Así se plantea, así debía plantearse, el problema central de la filosofía de la ciencia de orientación analítica, que es el llamado problema de la línea de demarcación.
Sacristán indicaba que todo este tema se vería más tarde en sus clases, en la sección 8ª del programa, con más profundidad pero que ahora «me limitaré a decir que este planteamiento de Popper, de centrar la filosofía de la ciencia en torno al problema de la línea de demarcación, ha caracterizado la época inmediatamente anterior a ésta en que estamos. Lo que caracteriza la filosofía de la ciencia de ahora, de 1981, es una especie de crisis final de la filosofía analítica de la ciencia».
Finalizaba Sacristán este punto con una nota sobre las reediciones de La lógica de la investigación científica, que «se publicó por vez primera, lo publicó Popper por vez primera, en 1934. Luego en una edición muy corregida en 1958, cuando el libro ya se había hecho famosísimo, hasta el punto de que las correcciones de la segunda edición han sido impotentes. Por regla general, los manuales siguen repitiendo la primera edición, sin que las correcciones de la segunda hayan conseguido imponerse, y la traducción castellana es de 1962 y se ha reimpreso varias veces».
También en las clases de Metodología de las ciencias sociales de 1983-1984 Sacristán se refirió a las aportaciones filosóficas de Popper haciendo una valoración de las tesis de La lógica de la investigación científica, «que es uno de los grandes clásicos de la filosofía de la ciencia y de lectura recomendable». Advirtiendo que la edición española es la traducción de la tercera edición inglesa, señalaba Sacristán que la primera edición tenía una versión «sumamente optimista sobre la postura del criterio de sentido científico». Según este criterio de los años treinta, la línea de demarcación entre proposiciones científicas y aquellas que no lo eran estribaba en la falsabilidad de las primeras. Es decir, una proposición sería científica si es susceptible de refutación, «si uno puede imaginar un estado del mundo en el cual está proposición sería falsa». Así, «todos somos hijos de Dios» no sería una proposición científica porque no es posible imaginar su falsación empírica. ¿Cómo someter a contrastación empírica el concepto de Dios y la noción de descendencia de Dios?.
La historia posterior le hizo ver a Popper que siempre era posible para una teoría salvarse de la refutación mediante el añadido de modificaciones ad hoc. Además, señaló Sacristán, la historia de la ciencia no parece confirmar las concepciones metateóricas popperianas. «Eso es el prototipo de resolución ad hoc. La teoría geocéntrica fue sustituida, no porque hubiera fallado en su primera versión, sino porque apareció otra que al cabo del tiempo los autores consideraron más conveniente», pero, en su opinión, si no hubiera aparecido otra teoría alternativa se habría seguido perfeccionando la teoría clásica geocéntrica con técnicas ad hoc, sin necesidad de revoluciones teóricas.
Popper, según Sacristán, admitió esta crítica, admitió que el criterio de falsabilidad no era exigible e introdujo entonces un criterio mucho más modesto e interesante: el criterio de criticabilidad, «mucho más laxo, mucho más difícil de definir». Una proposición o conjunto de proposiciones serían científicas si, en principio, se presentaban como criticables. Este criterio, en su opinión, era básicamente: 1º) más razonable, se aguantaba bien; 2º) era mucho menos definible, porque ¿donde esta escrito que no se puedan criticar principios de la creencia moral, política, metafísica o incluso religiosa?; 3º) podíamos caer en un círculo vicioso: «se puede decir que esas críticas no serán hechas desde el punto de vista científico, pero entonces hay una repetición de principio. Si se define la ciencia por la criticabilidad y luego decimos crítica científica, estamos cometiendo una repetición de principio, no se puede hacer. Nos mordemos la cola», y 4º) es admisible la idea de que cuanto más se admite la crítica, más científico y más racional se es, pero definir eso con precisión es sumamente difícil, y «puede haber un viejo catedrático muy empeñado en su teoría y que no admita crítica de una teoría física, por ejemplo, y a lo mejor, un cura muy abierto que admita discusión y crítica de sus dogmas. Eso puede ocurrir perfectamente, es decir, hay una zona de indefinición, pero en todo caso el criterio tiene la ventaja de ser sostenible, que el de falsabilidad no lo era por demasiado exigente, por demasiado ambicioso».
Finalmente, dos breves pasos de las clases de metodología de 1983-1984.
El primero versa sobre el Popper conservador: «Si uno no se plantea como problema el conjunto de la realidad social o cultural en la que vive, le basta con lo que un gran filósofo conservador, seguramente el principal filósofo conservador del siglo, Popper (que es conservador en el sentido no sólo de un estado de espíritu sino de haber sido, ahora ya es demasiado viejo, un consejero activo del partido conservador británico durante toda su madurez), lo que se expresa diciendo que el buen método del pensamiento social, sobre todo el pensamiento político, es lo que llama la «ingeniería social fragmentaria». La palabra «fragmentaria» ahí es muy significativa. Efectivamente si el conjunto de la realidad se toma como bueno, como dado, como algo que no hay que poner en discusión, entonces lo que hay que hacer es operar fragmentariamente sobre sus puntos malos, mejorar tal cosa, mejorar tal otra. En cambio, si uno -ya sea en el plano científico, ya sea en el plano práctico, político- arranca en cambio de un (…) respecto de la globalidad social, es natural que aspire a una visión global también, y no sólo a una visión fragmentaria».
El segundo es un reconocimiento explícito de la obra epistemológica de Popper: «Nunca se había reducido en todas las escuelas hasta el extremo de la tendencia de Popper, que es por otra parte una tendencia cargadísima de méritos, no crean ustedes que estoy despreciándola. Ni mucho menos».
No olvidemos, por otra parte, que Sacristán, como sir Karl, trabajó de metodólogo, de profesor de metodología, en una institución universitaria no estrictamente filosófica, del ámbito de las ciencias Económicas, lo cual, bien mirado, tanto en un caso como en otro, tiene su lógica, aunque en algún caso fuera forzada exteriormente.