Últimamente me atenazan las dudas. No estoy hablando de dudas personales o sentimentales, no tengo la menor intención de aburriros con ellas. Me refiero a la cada vez mayor dificultad para distinguir lo cierto de lo falso en la sopa mediática que algunos masoquistas seguimos tragando a diario. Cada vez es más cierta la tesis […]
Últimamente me atenazan las dudas. No estoy hablando de dudas personales o sentimentales, no tengo la menor intención de aburriros con ellas. Me refiero a la cada vez mayor dificultad para distinguir lo cierto de lo falso en la sopa mediática que algunos masoquistas seguimos tragando a diario. Cada vez es más cierta la tesis de Debord, según la cual, no vivimos en la sociedad de la información sino en la del secreto, o dicho de otra forma: no sabemos nada de lo que realmente importa. Se nos atraganta con miles de megabytes de información muchas veces contradictoria, casi siempre fuera de contexto, y a menudo irrelevante. Como, además, interpretamos la realidad no a través de la mirada directa sino por la representación que de ella hacen los medios (unos medios interesados y partidistas, obvio decirlo a estas alturas) pues nos vamos convirtiendo en apáticos o en paranoicos. El autismo y la paranoia son las salidas más habituales ante el empacho informativo.
Últimamente, la histeria mediática se centra sobre todo en lanzar un apocalíptico mensaje sobre el cambio climático. Esta amenaza global (tan parecida al terrorismo global en su dimensión mediática) que aparece de pronto en los medios y acongoja los corazones del televidente; le crea una angustia fingida y masoquista, algo parecido a la que se siente frente a una película de terror, que no llega ni de lejos a ser una preocupación real: como cuando pierdes el curro, suspendes un examen o rompes con tu pareja.
¿Es todo mentira? Se pregunta el paranoico. Y, ciertamente, tiene algo de razón el adepto a la teoría conspirativa cuando señala como «mucha casualidad» que justo cuando se trata de relanzar la energía nuclear, o los combustibles vegetales, o los molinitos de GAMESA, los medios enarbolen el espantajo del cambio climático. Una cosa tan horrible que todo puede justificarse para evitarlo. ¿Nos están engañando? Pues sí, ¿es que alguien lo duda a estas alturas? Ahora bien ¿quiere esto decir que no existe el cambio climático? ¿O que no es producido por la humanidad? Pues seguramente no, pero la información que se nos ofrece es tan sesgada, tan incomprensible, tan irrelevante, tan fuera de contexto… que no nos sirve para poder dilucidar, para tomar partido. El cambio climático como espantajo mediático no es verdad: No es verdad porque se le escinde de sus causas. No es verdad porque se le muestra como el único problema, el gran problema, cuando, si es que existe un gran problema, ese es el capitalismo. No es verdad porque no se proponen soluciones de verdad, sino negocios pintados de verde. Y si a un problema lo privamos de sus causas, de su contexto, y de sus posibles soluciones lo convertimos en un fetiche, en una mercancía, una estrategia de marketing.
Entonces ¿Es posible salir de la paranoia y el autismo? Es decir, citando el título del conocido ensayo de Humberto Eco, no ser ni apocalípticos ni integrados. Yo creo que sí, creo que tenemos la posibilidad de volver a pensar, volver a mirar el mundo con honestidad. Los medios pueden deslumbrarnos pero aún no estamos del todo ciegos. Podemos ver lo que sucede a nuestro alrededor, descubrir que la destrucción de la tierra está, no sólo en la atmósfera lejana, sino en el TAV, en la urbanización desbocada de nuestros pueblos y ciudades… Y todavía podemos pensar más allá de la sopa de bytes y descubrir, ir descubriendo, las claves de un mundo tan desigual, tan derrochador de energía, tan destructor de las cosas, en la guerra destruyendo y en la paz consumiendo. Podemos esforzarnos en comprender las cosas, sabiendo que, aunque es imposible entenderlo todo, eso no debe conducirnos a la inacción o la paranoia. Porque es un mal camino, un camino cerrado y autodestructivo.
Si nada es verdad ¿cómo denunciar? ¿En qué apoyarnos para proponer alternativas? ¿Será verdad que existe la tortura? Quizá la respuesta está en mirar a los ojos a un torturado y saber leer su dolor. ¿Este sistema está destruyendo el planeta? Quizá la respuesta esté tan cerca como el no sabor de un tomate hidropónico. Algo que nos conmueva, que sea capaz de romper nuestra inmovilidad, que nos afecte como persona y no como consumidor de noticias. Voyeurs de desgracias.