Ferran Gallego, De Múnich a Auschwitz. Una historia del nazismo, 1919-1945. Barcelona, Plaza & Janés 2001, 521 páginas. Para algunos filósofos, en absoluto indocumentados, su pensamiento fue un conjunto de filosofemas asignificativos. Otros, quizás más comedidos, han apuntado que ya en sus iniciales reflexiones hay inconsistencias nada despreciables. Para la inmensa mayoría, se trata de […]
Ferran Gallego, De Múnich a Auschwitz. Una historia del nazismo, 1919-1945. Barcelona, Plaza & Janés 2001, 521 páginas.
Para algunos filósofos, en absoluto indocumentados, su pensamiento fue un conjunto de filosofemas asignificativos. Otros, quizás más comedidos, han apuntado que ya en sus iniciales reflexiones hay inconsistencias nada despreciables. Para la inmensa mayoría, se trata de un pensador de altura inigualable. Heidegger ha sido un maestro de Alemania, de Europa y del mundo, un nuevo Platón, que pudo sostener, en una lengua creativa y deslumbrante, que tan sólo el alemán y el griego clásico permitían una correcta aproximación a la esencia del Ser.
Sea como sea, el maestro-rector de la Universidad de Friburg, a finales de 1933, en el turbulento período inmediatamente posterior a la ascensión al poder del nazismo, se manifestaba, con sesgo inconfundible, en los términos siguientes:
«¡Hombres y mujeres alemanes! El pueblo ha sido llamado a las urnas por el Führer, pero el Führer no le pide nada al pueblo, sino que más bien le ofrece al pueblo la posibilidad inmediata de manifestar una decisión completamente libre: si todo el pueblo desea una existencia propia, o si no la quiere. Estas elecciones no tendrán parangón con ningún otro proceso electoral. (…) Esta última decisión nos lleva al límite último de la existencia (dasein) de nuestro pueblo, y ¿cuál es este límite? El límite está en la exigencia radical de toda existencia que mantiene y salva su propio honor, y por la cual el pueblo conserva su dignidad y la firmeza de su carácter. No fue la ambición, ni el afán de gloria, ni la ciega obstinación, ni las forzadas aspiraciones, sino únicamente la clara voluntad de asumir la total responsabilidad para soportar y sobrellevar el destino de nuestro pueblo, lo que motivó al Führer para la salida de la Liga de Naciones (…) El día 12 de noviembre el pueblo alemán se ratifica como totalidad sobre su destino, destino que se halla ligado al Führer. El pueblo no puede votar sobre su destino con un sí alegando las llamadas «razones de política exterior», ni puede votar sí sin incluir en ese sí al Führer y al movimiento totalmente vinculado a él. No hay una política exterior y «además» una política interior. Hay sólo una voluntad para el ser pleno del Estado. El Führer ha despertado esa voluntad en el pueblo y lo ha fundido en un único propósito. ¡Nadie puede permanecer alejado el día en que estamos llamados a demostrar esta voluntad!»
La pregunta parece imponerse por sí misma. Con palabras de Edward W. Said: «cómo una nación eminentemente civilizada que había producido los mayores filósofos y músicos de Europa, así como algunos de sus más brillantes científicos, poetas y eruditos, pudo caer no sólo en la locura del nazismo, sino en uno de los más terribles programas de exterminio humano de toda la historia». A los orígenes, ascensión, triunfo y derrota de este movimiento está dedicado el trabajo de Ferran Gallego (FG), De Múnich a Auschwitz. Una historia del nazismo,1919-1945 (DeMaA). Su autor es profesor de historia de América Latina contemporánea e historia del fascismo en la UAB y autor, entre otros libros y numerosos artículos, de Ejército, nacionalismo y reformismo en América Latina (1991) y L´extrema dreta (La extrema derecha, 1999). Además, como es sabido, es colaborador usual, esperado y consultado del topo, como es menos sabido es un exquisito poeta (El beneficio de la duda, es la útima prueba) y como es casi clandestinamente conocido ocupaba la secretaría general del PSUC-viu, lo cual, como señalaba Vázquez Montalbán el día de la presentación del libro en Barcelona, era algo así como ser secretario de una formación política en el exilio interior.
DeMaA consta de una introducción, de nueve capítulos y un epílogo final, amén de una extensa y documentada bibliografía. Los capítulos suelen estar divididos en tres apartados (innegable influencia o guiño dialéctico-hegeliano) y ostentan, tanto ellos como sus secciones, títulos con hermosas referencias literarias y cinematográficas: «En el principio fue la revolución», «Sesenta días que conmovieron Alemania, 1932-1933», «Final. El cielo bajo Berlín», «La realidad y el recuerdo». Cada uno de ellos se abre con un excelente y sucinto resumen que concreta los puntos asentados anteriormente y nos introduce en el desarrollo posterior. Aquí ya pueden encontrarse auténticas joyas. Por ejemplo, la presentación de «Los hombres que pudieron reinar, 1930-1933» (pp.201-202), o los modélicos prólogos de «Viaje al fin de la noche» (pp.393-394) y del epílogo («La realidad y el deseo», pp. 447-450).
Desconozco la autoría de la selección de las 32 páginas de fotografías que acompañan al texto de DeMaA, así como el autor de los pies de foto, pero el lector/a puede estar tranquilo: en general, las fotos no están de más. No adornan, ilustran.
FG dibuja clara y sucintamente el enfoque metodológico de su estudio no muy alejado de la conocida posición de Lawrence Stone: «Ignorad a los que sostienen que el historiador está obligado, por su profesión, a convertirse en un eunuco moral para el que la libertad es tan indiferente como la tiranía y es incapaz de emitir juicios cualitativos». En contraste con lo defendido por algunos sobrevivientes del nazismo, quienes sostienen que explicar el Tercer Reich es desconocer la naturaleza íntima del Mal, FG cree «que el nacionalsocialismo es un fenómeno histórico sin cuya explicación no llegaremos a entender nunca el siglo XX» (p.11). Si no se llegase, si no llegáramos a vislumbrar la lógica de este terrible proyecto, dejaríamos que una de las mayores abyecciones de nuestra época quedara en un inadmisible silencio.
Esta toma de posición del autor por un enfoque netamente científico, no quita un ápice de importancia a la perspectiva moral desde la que se realiza la investigación: «Aquí, se trata de comprender la otra cara de la modernidad, la perversión del progreso, la instrumentalización de la ciencia, la conversión del exterminio en una causa solidaria con la comunidad nacional. Ninguna de estas apreciaciones puede estar al margen de una actitud moral, valorativa, con capacidad para mostrar la indignación ante los crímenes y la compasión por sus víctimas» (p. 11). Se trata pues de no expulsar del continente de la historia el fenómeno nacionalsocialista tachándolo de singularidad inexplicable, de locura generalizada. El nazismo es parte integrante de la cultura e historia europea. No es ni siquiera, como a veces se ha sostenido, un fenómeno medievalizante. Posiblemente haya sido el intento más coherente de construir un modernismo reaccionario, que combine, a un tiempo y sin contradicción, el poder de la tecnociencia con una (contra)revolución moral y política opuesta a los valores ilustrados. Auschwitz no es la negación sino la depravación de la modernidad.
FG comentaba el día de la presentación de su trabajo que «hay una gran diferencia entre familiaridad y conocimiento. Estamos familiarizados con el nazismo… Estamos en contacto permanente con el espectáculo del nazismo, pero dudo que haya un conocimiento real de lo que fue». DeAaM quiere contribuir sin duda a que esa familiaridad devenga conocimiento real. El libro está dividido en dos partes diferenciadas y a su vez complementarias: en la primera, se describe con detalle la descomposición de la República de Weimar y de la pérdida de confianza de la ciudadanía en las instituciones; en la segunda parte, se analiza «las esferas de acción del Tercer Reich en la paz y en la guerra que estaba en el fondo de su propuesta política». El objetivo final del estudio es nítido: se trata de un intento de comprensión totalizadora del período, en la que todos los elementos parciales (economía, política, experiencias personales, cultura, filosofía de la vida) estén, si se me permite, dialécticamente hilvanados, aspiración a la explicación de una totalidad concreta que no implica, en ninguno de los posibles sentidos del término, justificación moral de lo analizado.
Señalo algunas de las tesis más destacadas defendidas por el autor a lo largo de su trabajo:
1. Decisiva importancia del fracaso de las instituciones democráticas y de los errores de la izquierda para explicar el triunfo del fascismo. Fueron grietas, boquetes incluso, por donde la bestia penetró.
2. Contra cualquier determinismo histórico, la historia alemana o europea no conducía inexorablemente al triunfo del nazismo. La derrota del movimiento obrero, el tratado de Versalles, la crisis económica, entre otras causas, fueron decisivas para su ascensión, sin olvidar los efectos sociales de la Gran Guerra que fueron condición de posibilidad del auge del nazismo. Habían sido cuatro años atroces donde los jóvenes iban a la guerra a «vivir peligrosamente»
3. El nazismo no es una simple patología (Croce) de la historia europea, vista como desarrollo modélico de un continente superior, ni cosa de historiadores de la medicina (asunto psiquiátrico). El apoyo de los trece (¡13!) millones de alemanes al movimiento no puede explicarse en clave psicoanalítica o apelando al mismo complejo de Edipo.
4. Decisiva importancia del fenómeno en el ámbito intelectual: no fueron pocos ni insignificantes los intelectuales y científicos que apoyaron el nazismo, visto y analizado como una regeneración de la cultura europea. Los casos se amontonan: Heidegger, Celine, Jünger,…
5. Inconsistencia de la usual y actual tesis neoliberal sobre la existencia del comunismo como causa explicativa del surgimiento del nazismo, según la cual si el primero no hubiera triunfado, el segundo no hubiera irrumpido.
6. Importancia del pseudosaber científico sobre las razas y su desigualdad para construir el cemento que unió el edificio levantado: Patria y raza fueron consideradas como referencias comunitarias superadoras de las escisiones sociales producidas por las luchas de clases.
7. Los fascismos, el nazismo entre ellos, no son excepcionales sino depuradas técnicas políticas para el mantenimiento del poder cuando los métodos usuales no son suficientes. «Devolverle al nazismo un lugar en la historia no es absorberlo. Por el contrario, puede ser el camino para documentar una condena que ni siquiera acepte el atenuante fraudulento de la locura» (p. 28).
8. Las relaciones entre fascismo y capitalismo no son simples ni debería caerse en la gastada metáfora del aparato manipulable, pero son muchos los rasgos de consistencia funcional del fascismo y el reino del capital (por ejemplo, el uso de mano de obra esclava en las dependencias que la IG-Farben poseía cerca de Auschwitz). «Estos son algunos rasgos de su utilidad, nada reducible a un instrumento pasivo, un títere del capitalismo, pero tampoco ajeno a los objetivos restauracionistas con que los grandes industriales rectificaron la revolución de 1918» (p. 29).
9. Sobre el papel de la clase obrera durante el período de la República de Weimar, FG señala que, más allá de las diferencias internas de segmentos de la clase de orientación y militancia marxista, hay un punto que conviene no olvidar: la clase obrera industrial nunca pasó de ser una minoría (sin duda, con enorme capacidad de intervención política), entre la población alemana de entreguerras. Junto a ella, existían multitud de capas de trabajadores de otros sectores «cuyas condiciones de existencia empeoraron durante el período republicano. Todo estos sectores medios se vieron a sí mismos en decadencia, frente a la posición de columna vertebral de la sociedad que habían ejercido en los decenios previos a la guerra» (p.245). Su exclusión del pacto republicano fue una de las causas decisivas de su búsqueda de vehículos alternativos de representación.
10. Sobre los grandes enemigos del nazismo, FG señala el enfoque del movimiento poco antes de su ascensión al poder. Cuando Hitler, en febrero de 1933, iniciando la campaña electoral, se dirige a la ciudadanía alemana «el tono poco tenía que ver con el nihilismo revolucionario que habría agradado a algunos viejos luchadores. No fue un guiño lanzado a los adeptos, sino un llamamiento a la regeneración de Alemania que afectaba a la totalidad de la ciudadanía» (p.249). El enemigo no era entonces la comunidad judía. La campaña debía apuntar a un lucha sin cuartel contra el marxismo, «como una cruzada para erradicar esa peste de la sociedad alemana e iniciar el proceso de recuperación de ésta» (p.249), campaña que podía tener, como tuvo, bastantes posibilidades de levantar el entusiasmo de amplias franjas de la sociedad, que veían «en la república un instrumento de la socialdemocracia, amenazada, además, por la progresiva crispación y potencia del partido comunista» (p. 250).
Sin embargo, no hay que olvidar que «El SPD y el KPD, en unas elecciones hechas abiertamente contra el marxismo, habían conseguido retener una tercera parte de los votos, lo que sorprendió a los observadores» (p. 255). Hay que recordar igualmente que, como señala el autor, la influencia de ciudadanos de la comunidad judía (o de tal origen) en los ambientes de la izquierda «habría de consolidar el prejuicio antisemita que se había desarrollado en los medios conservadores durante la República de Weimar» (p.376).
11. FG apunta, con buenas razones, la importancia del contexto social para entender algunas de las discusiones científicas del período. Ya no se trata como ha intentado argumentar Paul Forman de que el «irracionalismo social» posibilitara el surgimiento y desarrollo de la mecánica cuántica, por ejemplo, sino que «el debate científico no era, en absoluto, algo que pudiera quedar en el silencio de los anaqueles universitarios o en la calma de los laboratorios médicos» (p.349). Parecía que se estaba discutiendo sobre salud, al debatir sobre eugenesia o higienismo racial, pero «en el fondo se estaba discutiendo acerca de una respuesta de la ciencia a los problemas sociales derivados de este proceso de modernización» (p. 349).
Son muchos los apartados de DeMaA que merecen una lectura atenta y un sincero reconocimiento, pero, si me permite alguna recomendación, destacaría, a título de ejemplo, los siguientes: «»La capital del movimiento» (pp. 44-53), «El gran salto, 1929-1930» (pp.188-200), «Verano y humo: 1932» (pp.221-231), «Lo sagrado y lo profano. Los recursos de una mitología» (pp. 286-308), «La obra del Supremo Creador» (pp.366-382) y, muy especialmente, las que, en mi opinión, son las mejores secciones del libro: «La comunidad organizada» (pp. 308-341), «La ciencia al servicio de la exclusión» (pp.344-366), contenido, pero absolutamente estremecedor, y «Cenizas y diamantes» (pp.412-428), donde se describe, en páginas no olvidables, como, «a su paso, el imperio racial ya sólo generaba asesinatos y robo, cadáveres y riqueza. Cenizas y diamantes» (p.429). Las razones de la elección han sido ya apuntadas: documentación, rigor expositivo, estilo envidiable, ausencia de falacias argumentativas,… Me permito llamar la atención sobre el excelente análisis que el autor realiza de la obra de Niezsche y de Spengler («Filósofos, soldados y propagandistas», pp. 60-80), muy alejado, en el primer caso, de las usuales aproximaciones de la tradición marxista, aunque deba confesar mi dificultad para ser convencido, en su plenitud, de la corrección de la lectura ferrangalleguista.
Para no convertir esta reseña en una Apología de FG, por lo demás merecida -el firmante de este papel no ha hallado hasta la fecha un papel periodístico, algún artículo o libro de FG que no sea una ganancia en orden mental y en tiempo aprovechado-, tal vez sean admisibles algunos comentarios finales que, más que notas críticas, deberían interpretarse como puntos de posibles desarrollos posteriores o como señales para que el autor recoja, si le apetece, el guante:
1. En reiteradas ocasiones, FG insiste en la separación de las nociones de racionalidad y legitimación. Dos ejemplos: «La confusión entre otorgar racionalidad a un proceso y pretender legitimarlo, entre tratar de hallar la lógica de su existencia y añadirle por ese simple motivo atributos positivos, no existe en las esferas académicas, pero tiene una difusión evidente en los ámbitos de la divulgación» (p. 26) o «(…) Si no desentrañamos la lógica de la barbarie, si no somos capaces de superar el impacto anestesiante del terror, lo que fue un proyecto a la vez razonable y abyecto para organizar el capitalismo europeo en nuestra época quedará en silencio» (p.11).
No hay duda, en mi opinión, que construir la lógica de un proceso, por abyecto moralmente que éste sea, no es legitimarlo pero no sé si siempre es aproblemático el uso de los términos «racioanalidad» o «razonable» por el autor. ¿Puede sostenerse que el nazismo no sólo fue una ignominia moral sino además un proceso histórico irracional? Sí, desde mi punto de vista. Algunas, muchas de la razones esgrimidas por el nazismo fueron pésimas razones que calaron en la ciudadanía por motivos que FG desentraña como pocos. ¿Había razones para creer que existía una raza pura superior intelectual o físicamente a las demás? Si las hubiera habido, no se hubiera justificado con ello la abyección nazi (nunca un «es» permite alegremente el paso a un «deber ser»), pero es que, además, no había tales razones. En este sentido, el nazismo era pues netamente irracional. Usaba malas razones o pseudorazones. Así, se entienden los motivos por los que FG señala que el biologismo nazi es barbarie racista para quienes sufren la exclusión o el genocidio, al mismo tiempo que «fundamentación de la comunidad popular para quienes son incluidos en ella» (p.29), pero puede haber una problemática formulación de la idea. Una cosa es aceptar el relativismo real, social, las varias creencias existentes, sincera o cínicamente aceptadas, y otra cosa es dar base, fundamento racional, a tales creencias (cosa que sin duda FG no hace): no hubo (ni hay) base racional, científica, que justifique tal consideración, más allá de las posiciones mantenidas por algunos miembros de las comunidades científicas.
2. No deja de ser curioso que un libro tan totalizador como DeMaA apenas tenga dos referencias, por lo demás no básicas, a Heidegger. Sé que nunca es posible decirlo todo y que es muy plausible que, a partir de una fecha temprana, el papel del autor de Ser y tiempo fuera lateral en la construcción ideológica del nazismo (sin duda, filósofos como Rosenberg, mucho menos relevantes que él -un quark frente a una galaxia- jugaron un papel mucho más destacado), pero hubiera sido interesante, al igual que en el novedoso análisis que FG hace de la filosofía de Nietzsche, comprobar si existe alguna línea de continuidad entre las tesis mantenidas por el autor de ¿Qué es pensar? y algunas de las tesis centrales del nazismo. ¿Fue acaso Ser y tiempo la filosofía del nacionalsocialismo o de alguna de sus tendencias? A tal efecto causa extrañeza que el autor no cite el estudio de Víctor Farías sobre Heidegger y el nazismo o el Martin Heidegger de Hugo Ott, así como la edición última del estuido de Steiner sobre el filósofo-rector, pero sí, en cambio, el ensayo de Safranski sobre Heidegger como maestro de Alemania.
3. Las relaciones entre ciencia y nazismo, como FG sin duda conoce, no sólo se sitúan en la perspectiva apuntada en DeMaA. Hubieron intentos de crear una deutsche Mathematik y una deutsche Physik, una física alemana, cuyos protagonistas no fueron, en absoluto, dos físicos incompetentes. El primero, Phillip Lenard, fue premio Nobel de Física, en 1905, por su estudios sobre rayos catódicos, y, el segundo, Johannes Stark, lo fue en 1919 por el descubrimiento del efecto Doppler en los rayos canales. Es cierto que, a pesar de sus comienzos «prometedores», ni la física aria de Lenard, ni la partidista de Stark, consiguieron hacerse con el poder en la disciplina, pero tal vez no lo lograron por simple torpeza política: cuando seleccionaron un objetivo entre los científicos que se habían quedado en Alemania y que se oponían a su absurdo y resentido discurso científico-ideológico, escogieron al intocable Werner Heisenberg, quien además de ser una gloria científica, era un «ario puro» y alguien que tenía excelentes relaciones con Himmler. La ciencia aria no triunfó, pero, en todo caso, no hay que olvidar que ese intento existió: de la misma forma que se ha hablado, con motivos suficientes y hasta la saciedad, del trágico intento de creación y desarrollo de una ciencia proletaria opuesta a la ciencia burguesa, en el período considerado surgieron intentos, nada despreciables, de desarrollar una ciencia racial, opuesta a la degenerada ciencia judía. Hubiera sido de enorme interés conocer la posición y análisis de FG en este asunto.
Unas anotaciones finales: 1. El autor usa eutanasia (p.29, p.359) para referirse a unas prácticas que, sin duda, él mismo aceptaría que nada tienen que ver con muertes dulces y aceptadas. Las comillas hubieran sido, probablemente, necesarias. 2. Tal vez sea una errata reiterada pero. si no fuera el caso, la corrección gramatical, de inspiración fonética, propuesta por el autor en el uso de «darwinista» suena extraña. No sé si «darvinista», sin la w de Darwin y con la v del sonido castellano, es muy defendible. 3. Algunas, escasísimas afirmaciones, sin no ando muy errado, tal vez tuvieran que ser matizadas. Por ejemplo,»(…) y los partidarios de Gregor Mendel, para quienes los seres humanos eran meros receptáculos de una carga genética ajena a la acción de los factores educativos y sólo comprensible por las leyes de la herencia» [la cursiva es mía] (p. 347). No sé si todos los mendelianos de la época consideraban a los humanes como meros receptáculos de su carga genética. 4.El autor, sin duda para evitar publicidad comercial e incrementar cuentas de resultados, no ha querido citar los nombres de las editoriales de los libros referenciados. Una cierta inconsistencia en este punto, sólo este punto, hubiera sido de agradecer. 5. Sugiero, para las futuras reediciones de este excelente estudio, la incorporación de un índice analítico al completísimo índice onomástico que cierra el volumen.
Hans Heinz Holz, unos de los filósofos que entrevistaron a Lukács en aquellas inolvidables Conversaciones con Lukács, recordaba en su reciente estancia como profesor invitado a la Cátedra Ferrater Mora el aforismo brechtiano según el cual el huevo de la serpiente del nazismo continúa vivo. FG corroboraría, sin duda, la anterior afirmación. Si es cierto que, como dijera Spinoza, todo lo excelso es tan difícil, por infrecuente, como extraño, no hay duda de que esta historia del nazismo es excelsa y extraña. No sólo se lee como una novela sino como una buena novela, que combate moral e intelectualmente para que allí, precisamente allí, donde reinó, sin control ni límite, la barbarie, la abyección, la ignominia más inimaginable e indeseable, allí, en ese amplio ámbito de la historia europea, no pueda habitar nunca más, sin grito, el olvido.