Raro es el fin semana que no esté presente la violencia irracional entre grupos de jóvenes. Puñetazos, patadas, navajazos e incluso homicidios, se suceden cada vez con más frecuencia. Todos hemos sido adolescentes y en alguna ocasión se nos ha nublado la razón, pero de eso, a enfrentamientos donde se utilizan artefactos como el puño […]
Raro es el fin semana que no esté presente la violencia irracional entre grupos de jóvenes. Puñetazos, patadas, navajazos e incluso homicidios, se suceden cada vez con más frecuencia. Todos hemos sido adolescentes y en alguna ocasión se nos ha nublado la razón, pero de eso, a enfrentamientos donde se utilizan artefactos como el puño americano, bolas de billar, navajas e incluso armas de fuego, existe una enorme diferencia. ¿Cómo es posible salir a la calle portando semejante arsenal? Hace años se llevaban dos pesetas en el bolsillo, y mucha imaginación para poder estirarlas.
Esas situaciones son provocadas por el exceso de bebidas alcohólicas, los ajustes de cuentas, la incultura, el desarraigo y la alienación. En las algaradas están siempre presentes los instintos más bajos del ser humano, formando un cóctel explosivo junto a las anfetaminas y las drogas de diseño que se consiguen con sospechosa facilidad ¿Quién se va a acordar, en el fragor de la pelea y los navajazos, del patrón que lo explota, lo insulta y lo humilla durante el resto de la semana?. Mientras descarguen así sus frustraciones es posible que alguien esté frotándose las manos porque, a pesar de que los adolescentes- en proceso de formación- no hayan desarrollado una conciencia política, sí pueden rebelarse ante situaciones injustas. Eso lo sabe el sistema; por tanto, mejor borrachos y drogados.
El capitalismo también aprende de sus errores. Hace años, la existencia de una enorme masa de analfabetos le resultaba útil por razones obvias. Pero con el tiempo, el derecho a la alfabetización se convirtió en una reivindicación popular difícil de contener. Actualmente en España (y en los países desarrollados) casi toda la población sabe leer, pero se cuentan por millones las personas incapaces de interpretar lo que leen. En consecuencia, el sistema puede difundir un discurso (emanado de Estados Unidos) elemental y alienante, impregnado de violencia. temores y barbarie, que resulta comprensible hasta para los niños. El fin de semana, el discurso se hace práctica.
No obstante, la estrategia procura guardar las formas. No resulta agradable para nadie ver como los jóvenes se destruyen así mismos. Además el desarrollo de ese proceso degenerativo causa molestias y protestas de la gente. Ello obliga a promulgar leyes que permiten concentrarlos, como rebaños de animales, en guettos exclusivos para ellos, donde pueden continuar, de manera más discreta, su descomposición física y psíquica. Cualquier acción es mejor que desviar recursos para el sano divertimento y la elevación cultural de la juventud. Eso sería demasiado peligroso. Tomarían conciencia de su situación y empezarían a cuestionarse cosas.
Deshumanizar a la sociedad también expone a oligarcas y millonarios, pero es un riesgo calculado que asumen resignadamente porque no en balde, con dinero todo se puede. Las clases dominantes palian los efectos «colaterales no deseables», provocados por esa táctica, desplegando modernas medidas de seguridad, cámaras de vigilancia, alarmas sofisticadas activadas por infrarrojos, una presencia permanente de policías privados que protege sus barrios elitistas, y también disponen de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.
Existen agravios comparativos que confirman la existencia de una aberrante estrategia en ese sentido. Quemar automóviles, por un ajuste de cuentas entre desclasados, o contenedores de basura a la salida de un partido de fútbol, no es tan grave según parece. Lo más probable es que los implicados no pisen la cárcel y sólo sean condenados a pagar una multa, si la pagan. Sin embargo, en el País Vasco quemar un pequeño cajero, símbolo del capitalismo, puede acarrear 10 años de cárcel.
La kale borroka vasca, se considera terrorismo callejero porque golpea en pleno rostro al régimen que difunde la violencia y el miedo con la intención de prolongar su estatus y dominio. La barbarie vandálica no se considera terrorismo callejero porque sólo golpea a los ciudadanos corrientes, a los propios jóvenes y a sus temerosos padres. Ahí está la diferencia.