La nueva fase de radicalización de la revolución bolivariana, iniciada a fines de 2006, ha significado ante todo una profundización en el ejercicio del poder por el pueblo, mandato expreso de la Constitución aprobada por setenta por ciento del electorado en 1999. Este creativo proceso político, en rigor iniciado con el caracazo, ha descollado internacionalmente […]
La nueva fase de radicalización de la revolución bolivariana, iniciada a fines de 2006, ha significado ante todo una profundización en el ejercicio del poder por el pueblo, mandato expreso de la Constitución aprobada por setenta por ciento del electorado en 1999. Este creativo proceso político, en rigor iniciado con el caracazo, ha descollado internacionalmente desde que llegó al gobierno por estimular la incursión activa en política de millones a quienes se les negó ese derecho siempre, por más que el estereotipo impuesto desde Washington en el hemisferio insistiera en caracterizar de «democracia ejemplar» a los cleptocráticos y represivos regímenes surgidos del Pacto de Punto Fijo.
La clave de la cuestión radica en la noción de pertenencia hacia el gobierno de Hugo Chávez de los antes excluidos, demostrada de forma singular con el aplastamiento del golpe de Estado de abril de 2002 por la alianza del pueblo y los militares patriotas y reiterada en el contundente triunfo del presidente en el referendo de 2006. La creciente cultura general y política favorecidas por el hecho revolucionario, con sus reconocidas realizaciones en la inclusión social, han revertido en una democratización de la información y la comunicación. Por múltiples vías no convencionales, como los consejos populares y la red alternativa de medios de difusión, estalla un intenso debate político, cultural e ideológico a escala nacional. Se trata de un caso digno de estudio, toda vez que esta sociedad deliberante ha sido alcanzada en un clima de tolerancia gubernamental hacia las corporaciones mediáticas y sus delirantes campañas de mentiras y odio, incluso racista, contra la figura presidencial. Sin excepción, todas ellas llamaron machaconamente al golpe y al paro petrolero gerencial y silenciaron la derrota del primero mientras trasmitían enlatados.
Hete aquí que el 27 de mayo a las 12 de la noche vence la concesión de uno de los medios paradigmáticos del golpismo, Radio Caracas Televisión(RCTV), cuya programación, además, se ha distinguida durante más de medio siglo por la banalidad, la cursilería, el racismo, el estímulo al consumismo y al concepto de la mujer-objeto-sexual. RCTVas, término acuñado por el ingenio popular, se ha resistido tozudamente a aceptar la nueva realidad social y a cumplir, aunque sea en apariencia, con la legislación vigente, como sí ha hecho otro consorcio. No debió extrañar por eso que en diciembre del año pasado el presidente Chávez proclamara que en uso de la soberanía del Estado sobre el espacio radioeléctrico y basándose en las leyes que rigen a los medios en Venezuela la concesión no sería renovada. No es una expropiación ni un ataque a la libertad de expresión, según afirma la SIP, Santa Alianza de los magnates de la (des)información, que ha encontrado eco en los grandes medios como CNN, los del Estado español con Aznar a la cabeza, tan irritados por el despertar latinoamericano y, claro, en los jerarcas locales de la iglesia de Ratzinger.
La Constitución y leyes complementarias exigen del Estado venezolano la creación de una televisión de servicio público, justamente lo que se va a concretar con Teves, el nuevo ente no estatal que sustituirá a RCTV. Su programación será nutrida preferentemente por productores independientes nacionales, regionales, comunitarios y del gremio de la comunicación, que recibirán financiamiento de los bancos públicos. Su nombre indica un giro fundamental de un patrón ético y estético homogeneizado por la subcultura imperialista a otro auténticamente plural en que el espectador pueda verse a sí mismo en su realidad: negro, indio, blanco, mestizo, o de manos callosas. Estados Unidos y el sector opositor más rabioso han optado por tomar de pivote subversivo la «libertad de expresión», es decir, la impunidad irrestricta de los propietarios de los medios para envenenar conciencias, un tema que suscita temores incluso en sectores populares poco politizados. Conscientes de la fuerza que aún conserva la cultura de la dominación, planean recrear alrededor del 28 de mayo un escenario de enfrentamiento civil semejante al golpe de Estado de 2002 utilizando otra vez como infantería a segmentos de clase media. Mientras más sangre corra, mejor, es su consigna.
Mal momento han escogido cuando Chávez, pueblo y fuerza armada están alertas y más unidos que nunca, muro contra el que siempre se han estrellado. Ya debían haberlo aprendido.