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Las Siete Nuevas Maravillas del Mundo

Fuentes: www.javierortiz.net

«¡Vota para que la Alhambra sea declarada una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo! ¡Lo merece!», repite machaconamente Radio Nacional de España, hora tras hora. ¿Y por qué han de ser siete, en concreto? ¿Y quién ha decidido qué es y qué no es una maravilla? ¿Y por qué habría yo de participar en […]

«¡Vota para que la Alhambra sea declarada una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo! ¡Lo merece!», repite machaconamente Radio Nacional de España, hora tras hora. ¿Y por qué han de ser siete, en concreto? ¿Y quién ha decidido qué es y qué no es una maravilla? ¿Y por qué habría yo de participar en la fase final de una elección que se me presenta ya con una lista de finalistas cerrada y que no sé qué pretende realmente? ¿Y con qué criterio me sería dado decidir si es más maravilla la Alhambra que la pirámide de Chichén Itzá, por citar dos de candidatas que conozco, si la una y la otra pertenecen a géneros imposibles de homologar? (*) Todavía más descabellado resulta que pidan al personal que elija entre diversas obras excelsas de la Humanidad con independencia de que las haya contemplado personalmente o sólo haya visto de ellas un par de postales. El caso del reclamo de RNE es aún más chirriante: anima a votar a favor de la Alhambra, pero no dice ni palabra de las otras candidatas, lo que obliga a concluir que se trata de una apelación lisa y llanamente nacionalista. Hay que respaldar la candidatura de la Alhambra porque es española, y no hay más que hablar.
Yo no soy persona muy viajada, ni mucho menos -en realidad no me gusta viajar-, pero puedo asegurar que, por ejemplo, el templo Borobudur (o Barabudur), en el centro de la isla de Java, en Indonesia, es mil veces más interesante que la Torre Eiffel, o que la Estatua de la Libertad, las dos sin embargo seleccionadas como candidatas a esto de las Siete Nuevas Maravillas. A cualquiera de las dos les das un breve repaso y ya has visto todo lo que tenías que ver (sobre todo porque ya lo habías visto en varios cientos de películas). En el templo budista mahayana Borobudur, construido hacia el año 800, estuve bastantes horas, recorriendo sus largas galerías y admirando sus infinitos bajorrelieves, ascendiendo luego a sus terrazas circulares concéntricas llenas de stupa calados, todos con su pequeño Buda dentro, y llegando al gran stupa terminal, impresionante. Me fui lamentando no haber visto todo aquello con más calma. Es una construcción fascinante, asombrosa.
Huelga decir que los genios de las Nuevas Maravillas no lo han seleccionado.
He citado ese templo porque lo visité y me consta que es portentoso, pero doy por hecho que habrá muchas más obras humanas fantásticas, que no tiene sentido comparar con otras también fantásticas porque son todas ellas incomparables.
Llevaba ya varios días mosca con la maldita publicidad de «vota a la Alhambra» entre ceja y ceja, preparándome para ponerla a caer de un burro, cuando ayer me llegó un comunicado de la Unesco en el que se desmarca de esta campaña emprendida «a título privado» -lo recalca- por Bernard Weber, un señor suizo con mucho sentido del marketing y no demasiados escrúpulos.
La Unesco pone el acento en la escasa trascendencia práctica que tiene que se otorgue el título de Maravilla de la Humanidad a una determinada construcción si ese premio no lleva aparejadas ciertas garantías en materia de conservación y vigilancia. Cuando la Unesco declara que tal o cual obra es «patrimonio de la Humanidad», a todos nos consta que, a partir de ese momento, hará lo necesario para que esté bajo control y sea debidamente cuidada. El concurso de Weber, sin embargo, no incluye ningún compromiso en firme de cara al futuro. Él reparte los siete premios y a correr.
Subraya también la Unesco la falta de fiabilidad del resultado de una votación como ésa. Por no hablar ya de su nulo valor como evaluación técnica y artística. Quienes hayan atendido la petición de Weber y hayan enviado su voto por internet o por móvil se quedarán con la idea de que han participado en algo importante, cuando lo cierto es que lo habrán hecho tan sólo en un paripé construido a base de meras apariencias y mucho repicar de campanas mediáticas.
Lo que me intriga más es la razón por la que RNE está dedicando tanto esfuerzo publicitario a esta campaña privada. ¿Es puro papanatismo patriotero o hay algo más, del estilo del entusiasmo que muestra la dirección de RTVE por la promoción de las carreras de motocicletas? A saber.
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(*) En muchos sentidos: mientras que con las aguas y las corrientes de aire de la Alhambra me refresqué una mañana de tórrido verano hace lo menos un cuarto de siglo, subiendo hace dos años los infinitos escalones de Chichén Itzá sudé hasta empaparme de pies a cabeza y quedar definitivamente derrengado.