I Ciudad de La Plata. Argentina. Ocurrió en la primavera de l976. Eran tiempos en que el general Ramón Camps, jefe de la Policía, y su brazo derecho el comisario-verdugo Miguel Etchecolatz eran los dueños del miedo, el terror y la muerte. Varias dependencias policiales albergaban centros clandestinos de tortura que ellos mismos llamaban «pozos», […]
I
Ciudad de La Plata. Argentina.
Ocurrió en la primavera de l976. Eran tiempos en que el general Ramón Camps, jefe de la Policía, y su brazo derecho el comisario-verdugo Miguel Etchecolatz eran los dueños del miedo, el terror y la muerte. Varias dependencias policiales albergaban centros clandestinos de tortura que ellos mismos llamaban «pozos», ya que se trataba, en efecto, de mazmorras subterráneas: Pozo de Banfield, Pozo de Arana, Pozo El Vesubio…
El operativo «La noche de los lápices», así bautizado por el mismísimo general Camps, escogió a sus víctimas entre los más jóvenes: los temibles subversivos, los peligrosos criminales fueron esa vez niñas y niños-adolescentes de la secundaria que despertaban a la vida y al amor, escribían poemas y pintaban volantes, soñaban despiertos con un mundo mejor, ayudaban en las villas-miseria y reivindicaban la rebaja del boleto estudiantil…
Secuestrados en la madrugada del 15 al 16 de septiembre, salvajemente torturados, seis de ellos desaparecerían para siempre en «la noche y la niebla». Sólo tres lograron escapar con vida –terrible condición la del sobreviviente– para poder contar, para dar testimonio del espanto.
El general Camps, beneficiado por las leyes de Punto Final, Obediencia Debida y la Amnistía generosamente concedida por el entonces presidente Menem, murió sin haber sido ni tan siquiera molestado.
A Miguel Etchecolatz, en histórico juicio, se lo condenó en 2006 a prisión perpetua efectiva, en cárcel común, por el delito de genocidio, hasta ese momento no tipificado en la legislación argentina. Sin embargo, un testigo clave del juicio, Julio López, ex detenido-desaparecido, sobreviviente del famoso «Circuito Camps», desapareció poco antes de dictarse el fallo. Hace de esto cerca de diez meses y Julio López continúa desaparecido.
II
Ciudad de La Habana. Cuba
Ya los muchachos de la Unión de Jóvenes Comunistas nos tienen acostumbrados: el inicio de cada verano es ocasión propicia no sólo para festejos de todo tipo, sino también para conocer la abultada agenda de actividades que, en coordinación con varios organismos del Estado, han programado con el objetivo de que grandes y chicos pasen sus vacaciones de la mejor manera posible.
Pero hemos de reconocer que la inauguración del presente período estival sobrepasó todas las expectativas: «La noche de los libros» (preludio a las jornadas «Lecturas de verano» que durante julio y agosto se desarrollarán en todo el país), a lo largo y ancho de la céntrica calle 23, fue, tras la convocatoria, cita privilegiada por los habaneros de todas las edades en la tarde-noche del pasado 6 de julio.
Una auténtica fiesta de libros abarrotando los quioscos que no olvidó encuentros con poetas y narradores, un sentido tributo a la figura de Nicolás Guillén en el aniversario 105 de su natalicio, trova y guateque campesino, proyecciones cinematográficas basadas en obras literarias, el todo coronado por un concierto frente al malecón a cargo del grupo El diablo ilustrado y sus invitados… ¡»Qué noche la de los libros»! titulaba Granma su comentario del día siguiente.
Al decir de Julio Martínez, primer secretario de la UJC, «Fue una expresión de la propuesta recreativa que tenemos para brindarle a todo el pueblo. Una señal de cómo nuestra cultura debe convertirse en el centro de la utilización del tiempo libre».
Por su parte, Iroel Sánchez, presidente del Instituto Cubano del Libro, afirmó: «Creo que es un lujo que nos damos y es una alegría que nos regalamos. Detrás de ello hay conceptos profundos sobre qué tipo de pueblo queremos ser y qué lugar le concedemos a la cultura en nuestras vidas».
Abel Prieto Jiménez, ministro de Cultura, también de recorrido por la jubilosa mini-feria, declaró a la prensa que el llamado al pueblo a través de los medios masivos de comunicación había funcionado como un mecanismo de relojería con un concepto de promoción muy bien pensado, elogiando la iniciativa que hizo posible que los propios escritores convocaran a sus lectores para tan feliz encuentro.
Sí, realmente feliz.
De «La noche de los lápices» a «La noche de los libros» no sólo median casi treinta años. Entre un régimen que opta por la muerte y uno que tiene como centro de todos sus afanes la realización plena del ser humano media un abismo.