«¡Boludo, traéte la guita [dinero] poco a poco!», dicen que dijo el empleado de aduanas argentino al encontrarse con el sorpresivo contenido de la maleta en el aeropuerto local de la ciudad de Buenos Aires. «¡Si eso estoy haciendo!», respondió el venezolano dueño de la valija con 800.000 dólares. Aunque otras versiones indican otra cosa; […]
«¡Boludo, traéte la guita [dinero] poco a poco!», dicen que dijo el empleado de aduanas argentino al encontrarse con el sorpresivo contenido de la maleta en el aeropuerto local de la ciudad de Buenos Aires. «¡Si eso estoy haciendo!», respondió el venezolano dueño de la valija con 800.000 dólares. Aunque otras versiones indican otra cosa; demorado en el aeroparque Jorque Newbery, el dueño de la valija en cuestión habría manifestado contundente: «Llévense el dinero: yo soy un soldado, no me van a sacar de dónde viene ni hacia dónde va» .
El enigmático ciudadano implicado en este caso de contrabando es Guido Alejandro Antonini Wilson, de 46 años de edad, quien posee pasaporte venezolano y está inscripto como votante en el registro electoral del Consulado de la República Bolivariana de Venezuela en Miami, en donde posee una casa valuada en un millón de dólares. Y que asimismo es titular del pasaporte número 47.147.991 que lo acredita como ciudadano de los Estados Unidos de América, documento en el que desaparece su segundo apellido: Wilson.
El incidente en cuestión -el hallazgo irregular de esa maleta con casi un millón de dólares en un vuelo charter con siete funcionarios a bordo, tres empleados de la petrolera estatal Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA) y cuatro de Energía Argentina S.A. (ENARSA) quienes estaban haciendo seguimiento a proyectos energéticos conjuntos entre ambos países, aeronave fletada por la empresa argentina, más el empresario de marras- ya ha sido comentado infinitamente desde distintas posiciones político-ideológicas.
¿Qué significado tiene el hecho? ¿Fue un montaje de la derecha para desacreditar al gobierno bolivariano? ¿Maniobra de la CIA? ¿Por qué se disparó todo esto justamente coincidiendo con un viaje del presidente Chávez a la Argentina en el marco de reuniones por la integración energética latinoamericana? ¿Lavado de dinero? ¿Contrabando a alto nivel? ¿Tiene más que ver con la interna política argentina? ¿O habla de la corrupción que sigue habiendo en ambos equipos de gobierno de ambos países? ¿Quién es en realidad este personaje Guido Alejandro Antonini Wilson?
Por lo pronto parece ser que es amigo personal del hijo del vicepresidente de la estatal petrolera venezolana. Fuentes en Caracas citadas por el diario argentino «Clarín» relacionaron a Antonini Wilson con Pedro Guerrero, residente en Miami, quien tendría más que buenos contactos con la empresa Armor Holding, especializada en la fabricación y comercialización de armamento militar. Armor Holding es subsidiaria de Global BAE Systems, una compañía de primera línea de tecnología armamentística, y ello llevaría a pensar que la presencia de este empresario venezolano-estadounidense en Buenos Aires podría tener como objetivo conseguir contratos militares para esas compañías.
Ante todo ello la reacción del gobierno bolivariano fue enérgica. El mismo presidente Hugo Chávez, a su paso por Buenos Aires, declaró con fuerza al matutino local «Clarín»: «Yo no sé por qué hay en ustedes [los periodistas] un empeño en darle al tema una dimensión que no tiene». Por su parte la petrolera venezolana hizo público un comunicado donde enfatiza las buenas relaciones bilaterales y minimiza el suceso: «PDVSA considera que de ninguna manera este incidente puede afectar los importantes proyectos que de manera conjunta, tanto PDVSA como ENARSA desarrollan en beneficio de nuestros pueblos»
Por su parte el segundo vicepresidente de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela, Roberto Hernández, sugirió que habría que destituir a los tres ejecutivos de PDVSA que viajaron a Argentina con el empresario Guido Wilson. «Si ellos (en referencia a los funcionarios) están implicados en el hecho tienen que ser botados y presos también. No tienen por qué andar con un delincuente». De todos modos consideró que quizá los funcionarios venezolanos podrían «haber sido engañados, porque también todo eso cabe», no descartando que hayan sido «utilizados sencillamente para parecer como complicidad de una empresa como PDVSA».
Por último, el comunicado de la petrolera venezolana indica que «PDVSA está en disposición de prestar toda la colaboración que requieran las autoridades competentes para establecer las circunstancias y eventuales responsabilidades al respecto y, por su parte, iniciará las acciones administrativas contempladas en su normativa interna».
¿A quién terminará perjudicando más el incidente? Como sucede habitualmente en estos casos, las informaciones son escasas, contradictorias, envueltas en climas de secreto, y luego de la sensación periodística del momento, los hechos tienden a olvidarse. De todos modos, alguien pagará alguna factura.
No estamos en condiciones de decir nada nuevo que no se haya dicho ya en términos de datos. Simplemente nos quedan preguntas. Y algunas reflexiones.
Si se tratara de un operativo propagandístico de la derecha (venezolana, estadounidense, o incluso la argentina), para el campo popular, para las fuerzas de la transformación socialista y quienes apoyamos en forma irrestricta a la Revolución Bolivariana, esto sería una noticia amarillista más, y ahí terminaría el asunto. Casi podría decirse que es una buena noticia. «Sencillamente se arma el escándalo porque sectores de poder, principalmente de Washington, están preocupados porque estamos marchando a pasos agigantados hacia la unión suramericana y caribeña», señaló el canciller venezolano Nicolás Maduro como conclusión de los hechos. Ojalá así fuera. ¿Pero si no es un montaje de la derecha?
Si no es una campaña mediática más ¿qué podríamos decir entonces? ¿Que sigue la corrupción? Pero decir simplemente eso es resignarse ante la realidad. La derecha vive diciendo que el gobierno bolivariano es «un antro de corrupción». Más allá que en el medio del proceso bolivariano se sigan manteniendo conductas corruptas, la derecha no tiene la más mínima altura moral para denunciarlo, sea la derecha argentina, la venezolana o la de Estados Unidos. ¿Pero qué hacemos los que creemos con toda nuestra convicción en el cambio social, los que apostamos por esta revolución que se viene abriendo paso en Venezuela? ¿Nos resignamos a darle la razón a las fuerzas de la reacción política, al discurso conservador, al capitalismo salvaje que ve en la Revolución Bolivariana un desafío imperdonable? ¿Podemos contentarnos con decir que hay conductas del pasado que se siguen manteniendo? ¿Así de simple es el asunto? ¿Qué hacemos entonces con esa «carga del pasado»? ¿Hay que resignarse a soportarla? ¿Qué mensaje nos deja esta valija de la discordia?
Una vez más, que no hay posibilidad alguna de cambiar seriamente algo si no hay un cambio cultural, un cambio en los valores. ¿Hasta cuándo seguir tolerando que para muchos funcionarios del «gobierno revolucionario» -de distintos niveles- sea más importante el carro con aire acondicionado o el whisky añejo que el genuino trabajo revolucionario? Y si lo de la valija fue realmente un montaje, ello no puede esconder que la corrupción sigue presente en la revolución. ¿No es hora que la lucha ideológica contra la corrupción, la burocratización y la ineficiencia pasen a ser una prioridad nacional de carácter absoluto, tanto como la defensa militar?
No sabemos de quién eran los 800.000 dólares de la misteriosa valija. Si se trató de un negociado sucio más: denunciémoslo y castiguémoslo como se debe. Pero si se trata de un síntoma de que la corrupción sigue aún instalada en los altos niveles de funcionarios del proceso, eso debe ser un llamado de atención tan importante como la posibilidad de la invasión militar imperialista.
El presidente de la república y comandante de la revolución, Hugo Chávez, dijo luego de su apabullante triunfo electoral del pasado 3 de diciembre del 2006 que comenzaba la batalla frontal contra la corrupción y contra la burocratización. Hay que recordárselo y recordárnoslo a diario. ¿Será que llegó el momento de una gran movilización nacional contra estos flagelos? Si hay compatriotas funcionarios que pueden valorar más la tarjeta de crédito platinum que el cambio ideológico, la ropa de marca o los implantes de silicona que una ética de la solidaridad y la igualdad, si todo eso aún es común y cotidiano, lo de la valija puede ser totalmente verídico.
La cuestión es que, con o sin maleta, la lucha por la revolución cultural es una necesidad imprescindible.