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Quemar o no quemar, esa es la cuestión

Fuentes: Rebelión

  Recientes acontecimientos han traído a la actualidad el hecho de la cremación como forma de protesta. En este caso, además de la ya tradicional quema de banderas, a la que se une desde hace lustros la llamada guerra de enseñas, llega la moda de tomar fotografías de personalidades como el actual rey español, y […]


 

Recientes acontecimientos han traído a la actualidad el hecho de la cremación como forma de protesta. En este caso, además de la ya tradicional quema de banderas, a la que se une desde hace lustros la llamada guerra de enseñas, llega la moda de tomar fotografías de personalidades como el actual rey español, y someterlas a la llama purificadora de un encendedor, una cerilla o una más que señorial antorcha.

 

Hace pocas semanas, un emigrante rumano se inmoló en plena calle a lo bonzo, rociándose con un litro de gasolina que pudo comprar con los últimos euros que tenía en el bolsillo, delante de su familia que, impotente y desesperada, asistía al sacrificio. La muerte de este ciudadano fue ampliamente exhibida en las televisiones, más como noticia que podría aumentar el share de audiencia, que como denuncia de la situación de centenares de miles de personas que tratan inútilmente de hallar el paraíso en la vieja Europa.

 

El fuego tiene ese no sé qué, ese knack, dirían los anglosajones, ese charme para los galos, que fascina a quienes se encuentran cerca de él, incluidos los condenados en el infierno. No hay más que acudir a las Fallas valencianas, para contemplar las miradas de ensimismamiento y callada admiración de millones de habitantes del globo, que esos monumentos a la cenizas despiertan.

 

Ya escribí en su día mi oposición a este tipo de alharacas, aunque confiese mi solidaridad con quienes optan por esa forma de protesta, ya sea para mostrar un desprecio absoluto a determinada bandera opresora, o personalidad repugnante. No hay que decir, que en estos casos, el número uno del hit parade lo ostentan dirigentes de gobiernos USA como Nixon, Jonhson y Bush con su enseña al frente. Barras de cárceles y estrellas cuyas puntas asesinan.

 

Recuerdo «La Hoguera» de Javier Krahe, elegida por el irónico trovador como medio para poner fin a la vida, al lado de otras modalidades como el empalamiento, lapidación, guillotina o fusilamiento, e imagino temblando de frío, que podría llegar el momento en el que, cuando se celebre la Nit de Sant Joan (en la que predominan las piras repletas de enseres y objetos vetustos, que convertirán en cenizas lo inservible), miles de ciudadanos, nada discretos, pudieran quizá utilizar esas monumentales hogueras para azuzar las llamas con fotografías del rey Juan Carlos, de Franco, Pinochet, Bush, Sarkozy, Uribe, Merkel, Videla, Jiménez Losantos, Pedro J.Ramirez, Juan Luis Cebrián, Luis María Ansón, etc. Ufff, qué escena más alucinante…

 

Sería terrible. No habría, siquiera en los pasillos de los tribunales de orden público, lugar para tanto proceso contra ciudadanos que quieren divertirse quemando basura.