El origen de este artículo está en la conferencia sobre Max von Laue que di a principios de año para celebrar la figura de este eminente físico que fue también un hombre de gran conciencia social. Durante el auge de Hitler, Laue fue uno de los poquísimos físicos alemanes de renombre que se atrevieron a defender a Albert Einstein y la teoría de la relatividad. Resulta, por tanto, adecuado que yo me ocupe aquí de un asunto relacionado con la ciencia y la civilización.
La pregunta que quiero plantear, tanto a mí mismo como a cualquier otra persona, es ésta: habiendo como hay más de mil millones de musulmanes, y disponiendo de amplios recursos materiales, ¿por qué el mundo islámico se ha desligado de la ciencia y del proceso por el que se generan nuevos conocimientos? Más concretamente, me estoy refiriendo a los 57 países de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI) como representante del mundo islámico.
No siempre fue así. La magnífica Edad de Oro del Islam entre los siglos IX y XIII trajo consigo grandes avances en matemáticas, ciencia y medicina. La lengua árabe era dominante en una época en la que nació el álgebra, se elucidaron los principios de la óptica, se estableció la circulación sanguínea, se dio nombre a estrellas y se crearon universidades. Pero al final de este periodo, la ciencia en el mundo islámico se vino abajo. Desde hace siete siglos, ningún invento o descubrimiento relevante ha surgido del mundo islámico. Ese estancamiento del desarrollo científico es un elemento importante (si bien no es en absoluto el único) que contribuye a la actual marginación de los musulmanes y a un sentimiento creciente de injusticia y discriminación.
Hay que frenar estos sentimientos negativos antes de que la brecha se ensanche. Un sangriento choque de civilizaciones, si realmente se llegara a producir, sin duda sería tan grave como las otras dos amenazas más peligrosas que se ciernen sobre la vida en nuestro planeta: el cambio climático y la proliferación nuclear.
Primeros encuentros
El encuentro del Islam con la ciencia ha pasado por épocas felices e infaustas. No hubo ciencia en la cultura árabe durante el periodo inicial del Islam, en torno al año 610 dC. Pero a medida que el Islam se establecía política y militarmente, su territorio se expandía. A mediados del siglo VIII, los conquistadores musulmanes dieron con los antiguos tesoros del saber griego. Califas liberales e ilustrados encargaron traducciones del griego al árabe y llenaron sus cortes en Bagdad con eruditos visitantes venidos de todas partes. Dominaban la política los mutazilitas racionalistas, quienes aspiraban a conciliar la fe y la razón en contraposición a sus rivales, los dogmáticos asharitas. Una cultura islámica por lo general tolerante y pluralista permitió que musulmanes, cristianos y judíos crearan juntos nuevas obras de arte y de ciencia. Pero con el tiempo, las tensiones teológicas entre las interpretaciones liberales y fundamentalistas del Islam, por ejemplo sobre el tema del libre albedrío frente a la predestinación, se intensificaron y tornándose sangrientas. Renació una ortodoxia religiosa que acabó por inflingir una aplastante derrota a los mutazilitas. Luego, el librepensamiento en el estudio de la filosofía, las matemáticas y la ciencia fue relegado más y más a los márgenes del Islam.
Siguió un largo periodo de oscuridad, puntuado por luces ocasionales. En el siglo XVI, los turcos otomanos establecieron un vasto imperio con la ayuda de la tecnología militar. Pero había poco entusiasmo por la ciencia y los nuevos conocimientos. En el siglo XIX, la Ilustración europea inspiró a una oleada de reformadores islámicos modernistas: Mohammed Abduh de Egipto, su seguidor Rashid Rida de Siria, y sus contrapartidas en el subcontinente indio, como Sayyid Ahmad Jan y Yamaluddin Afghani, exhortaron a los musulmanes a aceptar las ideas de la Ilustración y la revolución científica. Su postura teológica puede parafrasearse de forma aproximada como «el Corán nos dice cómo ir al Cielo, no cómo se mueven los cielos». Se hacían eco de lo que había dicho Galileo en Europa.
El siglo XX fue testigo del final del dominio colonial europeo y del nacimiento de varios estados musulmanes independientes, todos ellos inicialmente bajo un liderazgo nacional laico. Siguió un acelerón hacia la modernización y la adquisición de tecnología. Muchos contaban con que se produjera un renacimiento científico musulmán. Claramente, no fue así.
¿De qué padece la ciencia en el mundo islámico?
Los líderes musulmanes de la actualidad, conscientes de que el poder militar y el crecimiento derivan de la tecnología, con frecuencia hacen llamamientos en pro de un rápido desarrollo científico y una sociedad basada en el conocimiento. A menudo, estos llamamientos son retóricos, aunque en los últimos años en algunos países musulmanes (Qatar, los Emiratos Árabes Unidos, Pakistán, Malasia, Arabia Saudita, Irán y Nigeria, entre otros) ha aumentado mucho el patrocinio oficial y las inversiones en ciencia y educación. Algunos gobernantes ilustrados, como el Sultán ibn Muhammad Al-Qasimi de Sharyah, Hamad bin Jalifa Al Thani de Qatar, y otros, han dedicado parte de su gran fortuna personal a estas causas. Ningún líder musulmán ha apelado públicamente a la separación entre ciencia y religión.
Para relanzar la ciencia, ¿es suficiente con incrementar los fondos, o se requiere un cambio más fundamental? En el siglo XIX hubo eruditos como Max Weber que afirmaban que el Islam carece de un «sistema de ideas», decisivo para sostener una cultura científica basada en innovación, nuevas experiencias, cuantificación y verificación empírica. El fatalismo y una orientación hacia el pasado, decían, hacen que los avances sean difíciles e incluso indeseables.
En la época actual, en la que está aumentando el antagonismo entre el mundo occidental y el islámico, la mayoría de los musulmanes rechazan, indignados, estas acusaciones. Piensan que estas críticas son una excusa más con la que Occidente justifica sus ataques culturales y militares a los pueblos musulmanes. A los musulmanes se les ponen los pelos de punta ante cualquier insinuación de que pueda haber una incompatibilidad entre Islam y ciencia, o de que algún conflicto subyacente entre el Islam y la ciencia pueda ser responsable de la lentitud del progreso. El Corán, que es la palabra literal de Dios, no puede ser culpable; los musulmanes creen que si hay un problema, sólo se puede deber a su incapacidad de interpretar y llevar a la práctica correctamente las instrucciones divinas del Corán.
Al defender la compatibilidad entre la ciencia y el Islam, los musulmanes argumentan que el Islam mantuvo una floreciente cultura intelectual a lo largo de la Edad de las Tinieblas europea, y por tanto es también capaz de una cultura científica moderna. Abdus Salam, premio Nóbel de física paquistaní, solía subrayar en sus apariciones en público que una octava parte del Corán es un llamamiento a que los musulmanes busquen los signos de Alá en el universo, y que por tanto la ciencia es para los musulmanes una obligación espiritual a la vez que temporal. Quizá el argumento que con más frecuencia se oye es que el Profeta Mahoma había exhortado a sus seguidores a «buscar el conocimiento incluso si está en China», lo cual implica que los musulmanes están obligados a buscar el conocimiento laico.
Estos argumentos han sido objeto de gran debate, y se seguirán debatiendo, pero no quiero seguir aquí en esa línea. En lugar de eso, intentemos comprender el estado de la ciencia en el mundo islámico contemporáneo. En primer lugar, en la medida en que lo permitan los datos de que disponemos, haré una valoración cuantitativa del estado actual de la ciencia en los países musulmanes. Luego examinaré las actitudes que prevalecen entre los musulmanes con respecto a la ciencia, tecnología y modernidad, con vistas a identificar prácticas socioculturales específicas que van en contra del progreso. Por último, podemos enfrentarnos a la pregunta fundamental: ¿qué hará falta para que la ciencia vuelva al mundo islámico?
Medir el progreso científico musulmán
La métrica del progreso científico no es precisa ni unívoca. La ciencia impregna nuestras vidas de muchísimas maneras, tiene significados distintos para las distintas personas, y su contenido y ámbito ha variado de forma drástica a lo largo de la historia. Además, la escasez de datos actuales y fiables dificulta aún más la tarea de evaluar el progreso científico en los países musulmanes.
Voy a emplear el siguiente conjunto razonable de cuatro métricas:
- La cantidad de producción científica, ponderada de forma que se mida razonablemente su relevancia e importancia
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- El papel que desempeñan la ciencia y la tecnología en las economías nacionales, la financiación para I+D y el tamaño de las empresas científicas nacionales
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- El alcance y la calidad de la enseñanza superior
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- La presencia o ausencia de la ciencia en la cultura popular.
Producción científica
Un indicador útil, aunque imperfecto, de la producción científica es el número de artículos de investigación científica que se publican, junto con las citas que hacen referencia a ellos. En el cuadro 1 se muestra la producción de los siete países musulmanes con mayor producción científica en lo que respecta a artículos de física, para el periodo que va del 1 de enero de 1997 al 28 de febrero de 2007, junto con el número total de publicaciones en todos los ámbitos científicos. Comparando con Brasil, India, China y los EEUU, se aprecian cifras significativamente inferiores. Un estudio a cargo de profesores de la Universidad Islámica Internacional de Malasia mostró que los países de la OCI tienen 8,5 científicos, ingenieros y técnicos por cada 1.000 habitantes, en comparación con una media mundial de 40,7 y de 139,3 para los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (más sobre la OCDE en http://www.oecd.org.) Cuarenta y seis países musulmanes aportaron el 1,17% de la bibliografía científica del mundo, mientras que el 1,66% procede de India por si sola y el 1,48% de España. Veinte países árabes aportaron el 0,55%, en comparación con el 0,89% de Israel por si solo. La NSF (Fundación Nacional de Ciencia) de los EEUU registra que de los 28 países con menor producción de artículos científicos en 2003, la mitad pertenecen a la OCI.
La situación puede ser aún más sombría que lo que sugieren las cifras de publicaciones o incluso el recuento de referencias. Evaluar el mérito científico de las publicaciones científicas, que nunca es tarea fácil, se complica más todavía ante la rápida aparición de nuevas revistas científicas internacionales que publican trabajos de escasa calidad. Muchas de ellas no tienen políticas editoriales ni procedimientos de arbitraje buenos. En muchos países en vías de desarrollo, los científicos, que están sometidos a presiones para publicar, o que son atraídos por interesantes incentivos gubernamentales, optan por seguir la trayectoria de mínima resistencia que les han allanado las políticas, cada vez más comercializadas, de las revistas. Los que desean publicar saben que los editores tienen que producir una revista de un determinado grosor cada mes. Aparte de las considerables pruebas anecdóticas de estas prácticas, ha habido algunos estudios sistemáticos. Por ejemplo, la publicaciones de química por parte de científicos iraníes se triplicaron en cinco años, pasando de 1040 en 1998 a 3277 en 2003. Muchos artículos científicos que sus autores, químicos iraníes, presentaron como originales, y que se publicaron en revistas sometidas a una revisión por expertos internacional, de hecho habían sido publicados ya dos, y en ocasiones tres veces, con contenido idéntico o casi idéntico, por los mismos autores. En otras casos se trataba de plagios que podrían haber sido fácilmente detectados por cualquier árbitro que se hubiera tomado una mínima molestia.
También es desalentadora la situación en lo que respecta a las patentes: los países de la OCI producen un número insignificante. De acuerdo con las estadísticas oficiales, Pakistán sólo ha registrado ocho patentes en los últimos 43 años.
Los países musulmanes muestran una gran diversidad de culturas y de niveles de modernización, de forma que la productividad científica abarca una gama amplia. Entre los países de mayor peso, tanto por población como por política, Turquía, Irán, Egipto y Pakistán son los más desarrollados científicamente. Entre los países pequeños, como las repúblicas de Asia central, Uzbekistán y Kazajstán están claramente por encima de Turkmenistán, Tayikistán y Kirgistán. Malasia (un país musulmán más bien atípico, con una minoría no musulmana del 40%) es un país mucho más pequeño que la vecina Indonesia, y sin embargo es más productivo. Kuwait, Arabia Saudita, Qatar, los EAU y otros estados que tienen muchos científicos extranjeros están muy por delante de los demás estados árabes en cuanto a la ciencia.
Empresas científicas nacionales
Se da por hecho que un mayor presupuesto científico indica, o dará lugar, a una mayor actividad científica. En término medio, los 57 estados de la OCI destinan una cantidad estimada del 0,3% de su PIB a I+D, un porcentaje muy por debajo de la media mundial del 2,4%. Pero se percibe una clara tendencia hacia una mayor inversión. Los gobernantes de los EAU y de Qatar están construyendo varias universidades nuevas con personal importado de Occidente tanto para su construcción como para su plantilla. En junio de 2006, el Presidente de Nigeria, Olusegun Obasanyo, anunció que 5.000 millones de dólares procedentes del petróleo se destinarían a I+D. Irán aumentó su presupuesto de I+D de modo espectacular, pasando de una minucia en 1988, al final de la guerra Irán-Irak, hasta el nivel actual del 0,4% de su PIB. Arabia Saudita anunció que en 2006 invirtió el 26% de su presupuesto de desarrollo en ciencia y en educación, y envió a 5.000 estudiantes a universidades de EEUU con becas que cubren todos los gastos. Pakistán batió un record mundial aumentando los fondos destinados a la enseñanza superior y a la ciencia en nada menos que en un 800% a lo largo de los últimos cinco años.
Pero aumentar los presupuestos no constituye en sí mismo la panacea; es crucial dar un buen uso a esos fondos. Un factor determinante es el número de científicos, ingenieros y técnicos disponibles. Estas cifras son bajas para los países de la OCI, en término medio unos 400-500 por cada millón de personas, mientras que las cifras para los países desarrollados están sobre los 3500-5000 por cada millón de habitantes. Aún más importante es la calidad y el nivel de profesionalidad, dos aspectos más difíciles de cuantificar. Pero aumentar los fondos sin examinar atentamente estas cuestiones cruciales puede dar lugar a una correlación nula entre financiación científica y resultados.
El papel que desempeña la ciencia a la hora de crear tecnología es un importante indicador en lo referente a la ciencia. Comparando los cuadros 1 y 2 se ve que hay una escasa correlación entre los artículos de investigación académica y el papel de la I+D en las economías nacionales de los siete países de la lista. La posición anómala de Malasia en el cuadro 2 se debe a la fuerte inversión directa que realizan las empresas multinacionales y a que tienen socios comerciales que en su gran mayoría son países de fuera de la OCI.
Aunque no queda patente en el cuadro 2, existen ámbitos científicos en los que la investigación ha resultado rentable en el mundo islámico. La investigación en agricultura, que es una ciencia relativamente sencilla, es un buen ejemplo. Pakistán ha obtenido buenos resultados, por ejemplo, con nuevas variedades de algodón, trigo, arroz y té. La tecnología de defensa es otra área en la que han invertido muchos países en vías de desarrollo, pues aspiran a reducir su dependencia de los proveedores internacionales de armas y a promover sus capacidades nacionales. Pakistán fabrica armas nucleares y mísiles de rango medio. Actualmente hay también una industria armamentística paquistaní floreciente, cada vez más orientada hacia la exportación (figura 3), que produce una amplia gama de armas desde granadas hasta tanques, dispositivos de visión nocturna, armas guiadas por láser, pequeños submarinos y aeronaves de entrenamiento. Los ingresos de la exportación son superiores a 150 millones de dólares anuales. Si bien gran parte de la producción es un triunfo de la ingeniería inversa más que de la I+D original, claramente hay una comprensión suficiente de los principios científicos necesarios, así como una capacidad de juzgar cuestiones técnicas y de gestión. Irán ha seguido el ejemplo de Pakistán.
Enseñanza superior
De acuerdo con una reciente encuesta, entre los 57 Estados miembro de la OCI, hay unas 1800 universidades. De éstas, solamente 312 publican artículos en revistas. Un ranking de las 50 universidades con más publicaciones entre ellas da las siguientes cifras: 26 están en Turquía, 9 en Irán, 3 en Malasia, 3 en Egipto, 2 en Pakistán y 1 en cada uno de los siguientes países: Uganda, los EAU, Arabia Saudita, Líbano, Kuwait, Jordania y Azerbaiyán. Para las 20 primeras universidades, la producción anual media de artículos fue de unos 1500, una cifra reducida pero razonable. Sin embargo, el número medio de referencias por artículo es menos que 1,0 (el informe de la encuesta no aclara si se excluyeron las auto referencias). Se dispone de menos datos comparativos con universidades de todo el mundo. Dos instituciones de licenciatura de Malasia estaban en la lista de los primeros 200 del Times Higher Education Supplement en 2006 (http://www.thes.co.uk). Ninguna universidad de la OCI ha conseguido entrar en la lista de los primeros 500 del «Academic Ranking of World Universities» elaborada por la Universidad Jiao Tong de Shanghai (http://ed.sjtu.edu.cn/en). Esta situación dio lugar a que el director general de la OCI hiciera un llamamiento para que al menos 20 universidades de la OCI alcanzaran la calidad suficiente para entrar en la lista de 500. No se especificó ningún plan de acción, ni se definió el término «calidad».
La calidad de una institución es fundamental, pero ¿cómo ha de definirse? Proporcionar más infraestructuras y servicios es importante, pero no es lo decisivo. La mayoría de las universidades en países musulmanes tienen una calidad de enseñanza y aprendizaje claramente inferior, una escasa conexión con la formación profesional, y una investigación que no destaca ni por su calidad ni cantidad. El bajo nivel de la enseñanza no se debe tanto a la escasez de recursos materiales como a una actitud inadecuada. En general, se insiste en la obediencia y la memorización, y rara vez se pone en duda la autoridad del profesor. Son poco frecuentes el debate, el análisis y las discusiones en clase.
En la mayoría de los países musulmanes las libertades académicas y culturales en el campus están muy restringidas. En la Universidad Quaid-i-Azam de Islamabad, donde soy profesor, las restricciones son similares a las que existen en la mayoría de las demás instituciones públicas paquistaníes. Esta universidad va destinada al típico estudiante paquistaní de clase media y, de acuerdo con la encuesta mencionada anteriormente, ocupa el segundo lugar entre las universidades de la OCI. Aquí, al igual que en otras universidades públicas paquistaníes, las películas, el teatro y la música están mal vistas, y a veces incluso se producen ataques físicos por parte de patrullas de estudiantiles que piensan que estas actividades violan las normas islámicas. El campus cuenta con tres mezquitas, y una cuarta está prevista, pero no hay ninguna librería. Ninguna universidad paquistaní, incluida QAU, permitió que Abdus Salam pisara su campus, a pesar de que había recibido el Premio Nóbel de 1979 por su papel en la formulación del modelo estándar de física de partículas. La secta ahmedi de la que forma parte, y que antes se consideraba musulmana, fue oficialmente declarada herética en 1974 por el gobierno paquistaní.
La intolerancia y la militancia azotan el mundo islámico, con lo cual las libertades personales y académicas disminuyen al incrementarse las presiones para la obediencia. En las universidades paquistaníes, el velo se ve ahora por doquier, y las pocas estudiantes que siguen sin llevarlo están muy presionadas. El director de la mezquita-seminario financiada por el gobierno, situada en el corazón de Islamabad, la capital del país, pronunció la siguiente escalofriante advertencia a las estudiantes y profesores de mi universidad en su emisora de FM el 12 de abril de 2007:
El gobierno debería abolir la coeducación. La Universidad Quaid-i-Azam se ha convertido en un burdel. Las mujeres estudiantes y profesoras se pasean con ropa inaceptable… las deportistas difunden la desnudez. Advierto a las deportistas de Islamabad que dejen de participar en deportes… Nuestras estudiantes femeninas no han amenazado con echar ácido a las caras descubiertas de las mujeres. Sin embargo, una amenaza así podría emplearse para despertar el miedo al Islam entre las mujeres pecadoras. No tiene nada de malo. Hay castigos mucho más horribles en el Más Allá para estas mujeres.
La obligación de llevar velo marca una diferencia. Mis colegas y yo hemos observado que con el tiempo la mayoría de los estudiantes, sobre todo las mujeres con velo, se han convertido en gran parte en personas calladas que toman notas, cada vez más tímidas, y que se muestran menos propensas a participar en debates. Esta falta de expresión y de confianza en sí mismos hace que la mayoría de los estudiantes paquistaníes, incluso los mayores de veinticinco años, se refieran a sí mismos como chicos y chicas y no como hombres y mujeres.
La ciencia y la religión siguen enfrentadas
La ciencia recibe presiones en todo el mundo, y de todas las religiones. Los logros de la ciencia, al convertirse esta en una parte cada vez más dominante de la cultura humana, inspiran respeto y temor. El creacionismo y el diseño inteligente, las restricciones de la investigación genética, la seudo ciencia, la parapsicología, la creencia en los OVNIS, etc., son algunas de sus manifestaciones en Occidente. En EEUU, los religiosos conservadores se han manifestado en contra de la enseñanza del darwinismo. Grupos hinduistas extremistas, como el Vishnu Hindu Parishad, que ha hecho un llamamiento a la limpieza étnica de cristianos y musulmanes, han promovido varios «milagros de templos», incluido uno en el cual un dios elefante cobraba vida milagrosamente y empezaba a beber leche. Algunos grupos judíos extremistas también cobran mayor fuerza política gracias a los movimientos anti ciencia. Por ejemplo, algunos magnates americanos del ganado llevan trabajando desde hace años con sus homólogos israelíes para criar en Israel una vaquilla roja pura, la cual, de acuerdo con su interpretación del capítulo 19 del Libro de los Números, indicará el advenimiento de la construcción del Tercer Templo, un suceso que haría estallar a Oriente Próximo.
En el mundo islámico, la oposición que encuentra la ciencia en la arena pública se manifiesta, además, de otras formas. Los materiales anti ciencia tienen una fuerte presencia en internet, con miles de sitios web islámicos muy elaborados, algunos con contadores que van por los cientos de miles de visitas. Un sitio típico, muy frecuentado, lleva el siguiente banner: «Hechos científicos sorprendentes recientemente descubiertos, descritos con precisión en el Libro Santo Musulmán y por el Profeta Mahoma hace 14 siglos». Aquí uno se encuentra con que todo, desde mecánica cuántica hasta los agujeros negros y los genes, había sido anticipado hace 1400 años.
Desde el punto de vista de los fundamentalistas, la ciencia se ve, principalmente, como un instrumento valioso para establecer aún más pruebas de Dios, para demostrar la verdad del Islam y del Corán, y mostrar que la ciencia moderna habría sido imposible de no ser por los descubrimientos musulmanes. Parece que sólo cuenta la Antigüedad. Se lleva uno la impresión de que el reloj de la historia se rompió en algún momento durante el siglo XIV y que hay pocas perspectivas de que vaya a repararse. Según esta visión demasiado extendida, la ciencia no tiene nada que ver con pensamiento crítico y conciencia, con incertidumbre creativa o con exploraciones sin fin. Se echan en falta páginas web o grupos de discusión que se ocupen de las implicaciones filosóficas, desde el punto de vista islámico, de la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica, la teoría del caos, las supercuerdas, las células madre y otras cuestiones científicas de actualidad.
Asimismo, en los medios de comunicación de los países musulmanes, las discusiones sobre «Islam y ciencia» son comunes y bienvenidas sólo en tanto que se reafirme, y no se ponga en duda, la creencia en el status quo. Cuando el terremoto del 2005 sacudió Pakistán, matando a más de 90.000 personas, ningún científico importante contradijo públicamente la creencia, difundida ampliamente por los medios de comunicación, de que el terremoto era el castigo divino por el comportamiento pecaminoso. Los mulás ridiculizaron la noción de que la ciencia podía dar una explicación; incitaron a sus seguidores a destrozar sus televisores, que habían provocado la ira de Alá y por ende el terremoto. Como pusieron de manifiesto varios debates en clase, una mayoría abrumadores de los estudiantes de ciencia de mi universidad aceptaban diversas explicaciones basadas en la ira divina.
¿A qué se debe el lento desarrollo?
Aunque no se puede negar que el desarrollo científico está siendo relativamente lento en los países musulmanes, se barajan muchas explicaciones, y algunas muy comunes son claramente erróneas.
Por ejemplo, no es verdad que en los países musulmanes las mujeres estén en gran parte excluidas de la enseñanza superior. De hecho, las cifras son similares a las de muchos países occidentales: el porcentaje de mujeres entre los estudiantes universitarios es del 35% en Egipto, el 67% en Kuwait, el 27% en Arabia Saudita, y el 41% en Pakistán, por no dar más que unos pocos ejemplos. En ciencias físicas y en ingeniería, la proporción de mujeres matriculadas es aproximadamente la misma que en EEUU. Sin embargo, las restricciones que pesan sobre la libertad de las mujeres hacen que tengan poco donde elegir, tanto en lo que se refiere a su vida personal como a su carrera profesional tras la licenciatura, en comparación con sus compañeros varones.
El que en los países musulmanes prácticamente no haya democracia tampoco es un elemento especialmente importante a la hora de explicar la lentitud del desarrollo científico. Sin duda es cierto que los regímenes autoritarios en general niegan la libertad de cuestionar y de disentir, coartan las sociedades profesionales, intimidan a las universidades, y limitan los contactos con el mundo externo. Pero ningún gobierno musulmán de hoy en día, aún siendo una dictadura o una democracia imperfecta, se aproxima ni de lejos al terror de Hitler o Stalin, unos regímenes bajo los cuales la ciencia sobrevivió y pudo incluso avanzar.
Tampoco es cierto que el mundo islámico rechace las nuevas tecnologías. No es así. En otros tiempos, la ortodoxia rechazó inventos nuevos como la imprenta, el altavoz y la penicilina, pero este rechazo prácticamente ha desaparecido . El ubicuo teléfono móvil, ese dispositivo de la era espacial, sirve como paradigma de la sorprendente rapidez con la que la tecnología de la caja negra ha sido absorbida por la cultura islámica. Por ejemplo, conduciendo por Islamabad, a nadie le sorprendería recibir un SMS urgente solicitando rezar inmediatamente para así ayudar a que el equipo de críquet de Pakistán gane un partido. Los nuevos modelos de teléfono móvil islámico que están teniendo éxito llevan un GPS que indica con precisión hacia dónde debe dirigirse el musulmán para rezar, contienen traducciones autenticadas del Corán e instrucciones paso a paso para realizar las peregrinaciones Hayy y Umrah. El Corán en versión digital se está vendiendo bien, y ya han salido a la venta alfombras de oración con microchip (para contabilizar las postraciones durante las oraciones).
Se han ofrecido algunas razones algo más plausibles para explicar el lento desarrollo científico en los países musulmanes. En primer lugar, aunque un puñado de países musulmanes ricos, productores de petróleo, tienen ingresos extravagantes, la mayoría son más bien pobres y están en la misma situación que otros países en vías de desarrollo. De hecho, la media de ingresos per cápita en la OCI está bastante por debajo de la media mundial. En segundo lugar, la inadecuación de las lenguas islámicas tradicionales (árabe, persa, urdu) también contribuye al problema.
Aproximadamente el 80% de la bibliografía científica mundial se publica primero en inglés, y pocas lenguas tradicionales del mundo en desarrollo se han sabido adaptar a las nuevas demandas lingüísticas. Salvo en Irán y Turquía, hay pocas traducciones. De acuerdo con un informe de las Naciones Unidas de 2002 redactado por intelectuales árabes y hecho público en El Cairo, Egipto, «en todo el mundo árabe se traducen al año 330 libros, una quinta parte de lo que se traduce en Grecia». El informe añade que en los 1.000 años transcurridos desde el califato de Maamoun, el número de libros traducidos por los árabes iguala a los que se traducen en España en un solo año.
Es el pensamiento lo que cuenta
Pero las razones más profundas son de actitud, no materiales. La cuestión de base es la tensión, aún sin resolver, entre el pensamiento y el comportamiento social tradicional y el moderno.
Esta afirmación requiere una explicación. Lo que está parando el reloj no es ninguna disputa mayúscula como la que hubo entre Galileo y el Papa Urbano VIII. La ciencia que practican los científicos para ganarse la vida obliga a aprender unas reglas y procedimientos complicados, pero prosaicos, que no atentan contra el sistema de creencias de ninguna persona razonable. Un ingeniero de puentes, un experto en robótica o un microbiólogo pueden sin duda llegar a ser profesionales de éxito sin tener que plantearse los profundos misterios del universo. A las cuestiones realmente fundamentales, de tintes ideológicos, sólo se enfrentan esa ínfima minoría de científicos que se ocupan de cosmología, la indeterminación en los sistemas cuánticos y caóticos, neurociencia, evolución humana y demás temas profundos. Por tanto, se podría concluir que desarrollar la ciencia es solamente una cuestión de crear suficientes escuelas, universidades, bibliotecas y laboratorios, y adquirir lo más novedoso en materia de herramientas y equipos científicos.
Pero este razonamiento es superficial y engañoso. La ciencia es fundamentalmente un sistema de ideas que ha crecido en torno a una especie de armazón: el método científico. La mentalidad científica, que se cultiva de forma intencionada, es imprescindible para lograr el éxito en la ciencia y en los campos relacionados en los que es esencial un juicio crítico. Los avances científicos requieren que los hechos y las hipótesis se pongan a prueba y se verifiquen una y otra vez, e ignoran totalmente la autoridad. Y ahí está el problema: el método científico es ajeno al pensamiento religioso tradicional, no reformado. Sólo un individuo excepcional es capaz de ejercer esta forma de pensar en una sociedad en la que la autoridad absoluta viene de arriba, en la que es difícil plantear preguntas, la incredulidad se castiga con dureza, el intelecto se denigra, y existe la certeza de que ya se conocen todas las respuestas y no hay más que descubrirlas.
La ciencia no puede echar raíces en unas tierras en las que los milagros se interpretan de forma literal y se considera que la revelación proporciona el auténtico conocimiento del mundo físico. Si el método científico se tira por la borda, eso no se puede compensar con ninguna cantidad de recursos ni con solemnes declaraciones de intenciones de desarrollar la ciencia. En estas circunstancias, la investigación científica se convierte, como mucho, en una actividad de catalogación o de «coleccionismo de mariposas». No puede ser un proceso creativo de auténtica inquisición dentro del cual se formulan y se ponen a prueba hipótesis arriesgadas.
El fundamentalismo religioso siempre es una mala noticia para la ciencia. Ahora bien, ¿cómo explicar su ascenso meteórico en el Islam a lo largo del último medio siglo? A mediados de los años 50 del siglo pasado todos los líderes musulmanes eran laicos, y el laicismo dentro del Islam iba a más. ¿Qué cambió? Aquí, Occidente debe aceptar su parte de responsabilidad en cuanto a la inversión de la tendencia. Irán bajo Mohammed Mossadeq, Indonesia bajo Ahmed Sukarno, Egipto bajo Gamal Abdel Nasser son ejemplos de gobiernos laicos pero nacionalistas, que querían proteger sus riquezas nacionales. Sin embargo, la codicia imperial occidental los socavó y los derrocó. Al mismo tiempo, los estados árabes conservadores ricos en petróleo, como Arabia Saudita, que exportaban versiones extremas del Islam eran clientes de EEUU. La organización fundamentalista Hamas recibió ayudas de Israel en su lucha contra la OLP, una organización laica, dentro de una estrategia israelita deliberada en los años 80. Y lo que tal vez sea lo más importante, tras la invasión soviética de Afganistán en 1979, la CIA armó a los luchadores islámicos más feroces y con mayor carga ideológica y los transportó hasta Afganistán desde países musulmanes lejanos, contribuyendo así a la creación de una extensa red yihadista mundial. Hoy en día, el laicismo sigue batiéndose en retirada, y el fundamentalismo islámico colma el vacío.
Cómo la ciencia puede volver al mundo islámico
En los años 80 del siglo pasado, se planteó como alternativa a la «ciencia occidental» una «ciencia islámica» imaginaria. La idea se difundió mucho y fue apoyada por los gobiernos de Pakistán, Arabia Saudita y Egipto, entre otros. Ideólogos musulmanes en los EEUU, como Ismail Faruqi y Syed Hossein Nasr, anunciaron que se iba a construir una nueva ciencia asentada sobre elevados principios morales tales como tawheed (la unidad de Dios), ibadah (oración), jilafa (fideicomiso), el rechazo del zulm (tiranía), y que sería la revelación, en lugar de la razón, la guía definitiva hacia el conocimiento válido. Otros interpretaron como afirmaciones literales sobre hechos científicos los versos del Corán relacionados con descripciones del mundo físico. Estos intentos dieron lugar a muchas conferencias de ciencia islámica, elaboradas y costosas, alrededor del mundo. Algunos eruditos calcularon la temperatura del infierno, otros la composición química de los genios celestiales. Nadie produjo una nueva máquina o instrumento, llevó a cabo un experimento o formuló siquiera una hipótesis que se pudiera poner a prueba.
Un planteamiento más pragmático, que pretende promover la ciencia normal en lugar de la ciencia islámica, es el que persiguen organismos institucionales tales como COMSTECH (Committee on Scientific and Technological Cooperation), establecido por la Cumbre Islámica de la OCI en 1981. Al igual que la IAS (Islamic Academy of Sciences) y la ISESCO (Islamic Educational, Scientific, and Cultural Organization), sirve a la «umma» (la comunidad musulmana mundial). Pero un vistazo a las páginas web de estas organizaciones revela que, a lo largo de dos décadas, todas sus actividades en conjunto se resumen en unas conferencias esporádicas sobre temas variopintos, unas pocas becas de investigación y viaje, y pequeñas cantidades de dinero para reparación de equipos y recambios.
Es casi para desesperarse. ¿Es que la ciencia no va a regresar nunca al mundo musulmán? ¿Quedará el mundo dividido para siempre entre quienes poseen la ciencia y quienes no, con todas las consecuencias que se derivan de ello?
Por sombrío que resulte el presente, ese resultado no tiene por qué producirse. La historia no tiene la última palabra, y los musulmanes tienen una oportunidad. No hay más que recordar la percepción que la élite angloamericana tenía de los judíos cuando llegaron a los EEUU a principios del siglo XX.
Profesores universitarios como Henry Herbert Goddard, un conocido eugenesista, en 1913 se refirió a los judíos como «un pueblo irremediablemente retrasado, totalmente incapaz de adaptarse a las nuevas demandas de las sociedades capitalistas avanzadas». De acuerdo con sus investigaciones, el 83% de los judíos eran cretinos (moron, un término que él popularizó para describir a los pobres de espíritu), y a continuación sugirió que se les debería emplear para tareas de gran monotonía. Este ridículo chovinismo no merece mayores comentarios, salvo señalar que los poderosos siempre han creado imágenes falsas de los débiles.
El progreso necesitará cambios en el comportamiento. Si las sociedades musulmanas han de desarrollar la tecnología, y no sólo usarla, el mercado global, implacablemente competitivo, insistirá no sólo en elevados niveles de aptitud sino también en unos hábitos de trabajo muy sociales. Esto último no es fácil de reconciliar con las exigencias religiosas que un musulmán devoto debe seguir y que afectan a su tiempo, energía y concentración mental: los fieles deben participar en cinco oraciones conjuntas diarias, soportar un mes de ayuno muy riguroso, recitar a diario del Corán, etc. Si bien estas obligaciones proporcionan a los creyentes una admirable orientación hacia el éxito en el más allá, hacen que el éxito terrenal resulte menos probable. Hará falta un planteamiento más equilibrado.
La ciencia puede volver a florecer de nuevo entre los musulmanes, pero sólo si están dispuestos a aceptar una serie de cambios fundamentales en cuanto a filosofía y actitud; una «Weltanschauung» (concepción del mundo) que se desprende del peso muerto de la tradición, rechaza el fatalismo y la creencia absoluta en la autoridad, acepta la legitimidad de las leyes temporales, valora el rigor intelectual y la honradez científica, a la vez que respeta las libertades culturales y personales. La lucha por abrirle el paso a la ciencia deberá ir acompañada de una campaña mucho más amplia que consiga desterrar la ortodoxia rígida y atraer el pensamiento moderno, la filosofía, la democracia y el pluralismo.
Hay voces respetadas entre los musulmanes creyentes que no ven ninguna incompatibilidad entre estos requisitos y el Islam auténtico, tal como ellos lo entienden. Por ejemplo, Abdolkarim Soroush, a quien se ha llamado el Martín Lutero del Islam, fue elegido personalmente por el Ayatolá Jomeini para que se encargara de introducir a los modernos filósofos analíticos, como Karl Popper y Bertrand Russell, en los planes de estudio de las universidades iraníes. Otro reformador moderno influyente es Abdelwahab Meddeb, un tunecino que se crió en Francia. Meddeb afirma que ya a mediados del siglo VIII, el Islam había desarrollado las premisas de la Ilustración, y que entre 750 y 1050, los autores musulmanes gozaban de una asombrosa libertad de pensamiento en cuanto a su aproximación a la creencia religiosa. En sus análisis, dice Meddeb, se inclinan ante la primacía de la razón, haciendo honor a uno de los principios fundamentales de la Ilustración.
En la búsqueda de la modernidad y la ciencia, sigue habiendo luchas internas dentro del mundo islámico. Recientemente, las fuerzas musulmanas progresistas han sido debilitadas, aunque no extinguidas, como consecuencia del enfrentamiento entre los musulmanes y Occidente. En un planeta que se encoge más y más, nadie puede salir vencedor de este conflicto: es hora de apaciguar las aguas. Debemos dejar de perseguir unas estrechas agendas nacionalistas y religiosas, tanto en Occidente como entre los musulmanes. A largo plazo, las fronteras políticas pueden y deben verse como algo artificial y provisional, como ha demostrado, con éxito, la creación de la Unión Europea. Es igualmente importante que la religión sea una cuestión de opciones individuales, sobre la que el estado no debe tener jurisdicción. Así pues, el humanismo laico, basado en el sentido común y los principios de la lógica y la razón, constituye la única opción razonable para la gobernanza y el progreso. A nosotros los científicos, nos resulta fácil comprenderlo. La tarea consiste en convencer a los que no lo comprenden.
Pervez Hoodbhoy es catedrático del departamento de física en la Universidad Quaid-i-Azam de Islamabad, donde da clases desde hace 34 años.
Traducido para Znet por Anahí Seri y revisado por Eva Calleja