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Respuesta a Malime

El antiimperialismo como base común

Fuentes: Rebelión

Querido M: No hace falta que te diga que creo que te sobra razón en todo lo que planteas, y no me refiero solo a tu última carta abierta, sino también a otras ocasiones en que has rebatido o matizado algunos de mis argumentos; ese es el motivo por el cual no te he contestado […]


Querido M:

No hace falta que te diga que creo que te sobra razón en todo lo que planteas, y no me refiero solo a tu última carta abierta, sino también a otras ocasiones en que has rebatido o matizado algunos de mis argumentos; ese es el motivo por el cual no te he contestado otras veces, y por el que he estado a punto de no hacerlo tampoco ahora. Pero, tal como están las cosas, creo que vale la pena insistir en el tema (de la dispersión de la izquierda), y tu carta, al subrayar algunos puntos cruciales, me brinda la ocasión de hacerlo. Como hijos que somos de una sociedad basada en la competencia, tendemos a contestar solo si nos sentimos atacados o estamos en franco desacuerdo con alguien, cuando es tan importante o más responder desde el acuerdo, es decir, abundar y profundizar en los argumentos de otros, prolongarlos y enriquecerlos siempre que sea posible (en este sentido, quienes intentan reflexionar sobre la política deberían aprender de los científicos, los más eficaces gestores del conocimiento).

Empiezas diciendo que «claro que podemos hacer algo, lo que sucede es que ese algo no sabemos cómo hacerlo». Yo añadiría que ni podemos saberlo ni debemos pensar que lo sabemos, si por «saber qué hacer» se entiende tener un programa completo y detallado. Hoy más que nunca, dada la complejidad del mundo «globalizado» y la vertiginosa celeridad de los acontecimientos, solo podemos -y debemos– tener claros los primeros pasos, para, una vez dados, planear los siguientes en función de los resultados reales (una vez más, el método científico es el referente obligado). Y el primer paso, creo, es la reunificación de la izquierda sobre la base de unos acuerdos mínimos; por desgracia, los izquierdistas estamos lejos de constituir un bloque homogéneo, pero, hoy como hace setenta años, el antifascismo –o lo que es lo mismo, el antiimperialismo– nos une más de lo que nos separan nuestras diferencias: ese puede y debe ser nuestro lugar de encuentro, el punto de partida de una nueva izquierda rigurosa y antidogmática.

El debate que planteas sobre la revolución rusa es fundamental, y yo diría que está en marcha. Sobre todo en Cuba, razón por la cual yo incluiría ese debate en otro más actual, y por lo tanto más amplio más amplio: por qué triunfó y sigue triunfando la revolución cubana, hasta el punto de inspirar y potenciar otros procesos, como la revolución bolivariana de Venezuela. Hay que aprender de los errores, por supuesto; pero sobre todo hay que aprender de los aciertos y darles continuidad.

El desarrollo tecnológico-mediático es, como señalas, un «arma de destrucción masiva» de las conciencias, un arma poderosísima al servicio del capitalismo. Pero es un arma de doble filo que las contradicciones internas del sistema ponen también en nuestras manos. El poder intentó controlar la imprenta (es decir, la difusión masiva del conocimiento escrito) y no pudo: la revolución humanista del Renacimiento, más que el «descubrimiento» de América o la caída de Constantinopla, acabó con la Edad Media, e Internet (junto con la telefonía móvil y la accesibilidad de las técnicas de reproducción y difusión) allana el camino hacia una Edad Postcontemporánea que supone el fin del fin de la historia proclamado por el neoliberalismo.

No creo que hayamos olvidado del todo las experiencias del Laboratorio ni los intentos de la AIA, aunque, por supuesto, podríamos y deberíamos haberles dado mayor continuidad. El propio CAUM es, en este sentido, un espacio de resistencia fundamental, y precisamente en estos días se ha inaugurado en Lavapiés un nuevo centro social autogestionado que prolonga la importantísima aventura del Labo a la vez que incorpora nuevas iniciativas y enfoques. Tal vez yo esté, simplemente, viendo medio llena la botella que tú ves medio vacía; pero, como bien sabemos, lo importante es el proceso: ¿se está llenando la botella o se está vaciando? Yo creo que, aunque muy lentamente y con continuos altibajos, se está llenando.

En el siguiente punto, sin embargo, pareces más optimista que yo. Por desgracia, el mayor problema no es que los intelectuales de más prestigio carezcan de preparación política, sino que con toda deliberación se venden al poder (que es la forma más segura, por no decir la única, de obtener ese prestigio). Y las escasísimas excepciones, como Alfonso Sastre y Eva Forest, son implacablemente marginadas (cuando no perseguidas) por ese mismo poder que premia a los traidores. La solución vendrá más bien, tú mismo lo mencionas, por la vía del «intelectual colectivo» de Gramsci. En este sentido, resulta tan revelador como estimulante conocer a las últimas generaciones de intelectuales cubanos, hombres y mujeres jóvenes que unen a su fervor revolucionario una mente cada vez más abierta y una preparación cada vez más sólida, así como esa capacidad de trabajar en equipo que solo se desarrolla en una sociedad basada en la colaboración más que en la competencia. Creo que, entre nosotros, la gran esperanza también está entre los jóvenes; no todos son botelloneros recalcitrantes, y algunos incluso logran compaginar el botellón con la militancia. Démosles un voto de confianza. Lo cual no significa que los veteranos debamos o podamos jubilarnos: todo lo contrario.

Por último, aunque las acciones (y sobre todo las inacciones y las discusiones bizantinas) de la «sopa de siglas» sean a menudo ineficaces, y en ocasiones hasta contraproducentes, alegrémonos de que, a pesar de todo, haya movimiento, porque ese movimiento (si no es mera desbandada provocada desde fuera) genera reflexión, y esa reflexión nos llevará a movernos mejor. Es decir, a luchar más unidos.