Marcos Ana ha reunido en un libro sus recuerdos. «Decidme cómo es un árbol. Memoria de la prisión y la vida» es un trozo de vida de una intrahistoria que ejemplifica todo el horror de una época en un momento en el que está a punto de ser aprobada la Ley de Memoria Histórica. […]
Marcos Ana ha reunido en un libro sus recuerdos. «Decidme cómo es un árbol. Memoria de la prisión y la vida» es un trozo de vida de una intrahistoria que ejemplifica todo el horror de una época en un momento en el que está a punto de ser aprobada la Ley de Memoria Histórica. Este libro no es literatura carcelaria, es una fotografía en blanco y negro de prisiones, tortura y hambre. También de una época de complicidades impunes que algunos niegan y quieren borrar. El libro de Marcos Ana se une a otros testimonios descatalogados u olvidados. Es otra apuesta sin concesiones. Su autor no sólo recoge la dimensión colectiva sino una individualidad que se resiste a morir y que, una vez en libertad, lucha incansablemente por la de los otros. Ser el preso antifranquista que más años estuvo privado de libertad le convirtió en un símbolo de la represión posterior a 1939. María Teresa León, en carta abierta en su «Memoria de la melancolía» escribe: «Has de saber Marcos Ana […] que hubo mujeres tan llenas de coraje que hubieras debido verlas cantando, hablando, protestando con el valor que da el amor al prójimo, protegiendo de lejos, desde América, vuestras noches de encarcelados. […]Eras para ellas, mujeres, el hijo que les salió poeta, el amante encadenado.» Afortunadamente, Marcos Ana no fue ni es un mito, sino acezante memoria peregrina.
– ¿Estas memorias, como diría el poeta argentino Raúl González Tuñón, son una demanda contra el olvido?
Sí. Me he resistido durante mucho tiempo a redactarlas y publicarlas. Sin embargo, comprendí que no tenía ninguna razón ni ningún derecho para dejar mi testimonio inédito a las gentes, pero sobre todo a las generaciones jóvenes.
– ¿Por qué ha esperado tanto tiempo en publicar sus memorias tan henchidas de testimonio, documento histórico y emoción?
– Ahora no he hecho otra cosa que recopilar mi vida y mis peripecias vitales desde que era un niño hasta el inicio de la Transición. Niñez y juventud, guerra civil, cautiverio y libertad son los espacios de mi existencia. Era necesario que se sepa tanto lo que viví como lo que vivieron también mis compañeros.
– ¿Por qué estas memorias»Decidme cómo es un árbol» se detienen en los inicios de La Transición?
Los dos territorios más importantes para mí son las cárceles con todos los acontecimientos que viví dentro de sus muros y, después mi salida de ellos, la libertad. Estos dos espacios ofrecían a la literatura los materiales adecuados. Si hubiera continuado mis experiencias a partir de 1977, hubiera tenido que elegir otro tono y un estilo analítico, es decir, un lenguaje diferente. También por su extensión, pero sobre todo, porque quería sorprender el costado y el corazón de los lectores con la realidad de lo vivido. Ahora bien, estas memorias las continuaré si tengo fuerzas para escribirlas.
– Entre los poemas que intercala usted se encuentra «Autobiografía»: «Mi vida / os la puedo contar con dos palabras: / Un patio. / Y un trocito de cielo / por donde a veces pasa / una nube perdida / y algún pájaro huyendo de sus alas.» ¿Ésta es la síntesis de ese momento de su vida?
– Este poema lo escribí como respuesta a María Teresa León que me pedía les contase algo de mi vida, cuando recibí un jersey tejido por ella y que me lo hizo llegar con Paco Rabal, al que se lo había entregado a su paso por Argentina. Era una respuesta que saqué clandestinamente en un tubo de pasta de dientes y que es el arranque de otro de más aliento, «Mi corazón es patio,» en el que amplío la idea, pero que la universalizo en sus dos últimos versos: «Un patio donde giran / los hombres sin descanso,» en los que con su ambigüedad poética habla del trabajo clandestino que realizábamos los comunistas y nuestro desasosiego del vivir diario.
¿Sigue siendo su vida un patio?
No. La aldea mundial es otra cosa distinta, aunque sí fue en mis primeros años de libertad, me costaba recordar las cosas elementales de la vida. Se había producido un proceso inverso. Durante el día tenía la vida, pero durante la noche los sueños seguían agazapados en mi recuerdo. Fue un proceso de adaptación muy difícil. Llevaba marcados dentro los recuerdos de la prisión. En los primeros años, cualquier gesto cotidiano lo relacionaba con algún compañero que todavía estaba preso. Por esto digo que lo más difícil, no fue la tortura, la falta de libertad ni la pena de muerte sino la libertad. Es difícil nacer a los cuarenta y dos años. El poema que da título al libro sintetiza un hábitat que ha mutilado casi todos los recuerdos hermosos de la vida.
– Ahora se discute en el Parlamento la Ley de Memoria Histórica y, después de leer su testimonio, he recordado un pasaje de «Memoria da la melancolía» de María Teresa León, en el que habla de que en nuestro vivir diario, a veces, no sentimos el vaho de nuestro propio delito del olvido. ¿No es un «delito» que, por cobardía o por carecer de un sentido radical de la Historia, no se apruebe la nulidad de las sentencias políticas del franquismo?
– Resulta incoherente. Después de haber sido aprobado en el Parlamento en el 2002 que el régimen franquista fue impuesto por las armas, algo ratificado años más tarde en el Parlamento europeo, lo razonable sería que todas las sentencias y condenas dictadas por cuestiones políticas durante la dictadura fueran anuladas. El proyecto que se presenta ahora resulta complicadísimo. Por ejemplo, la palabra «ilegalidad» la cambian por «ilegítimo,» que jurídicamente parece que no es lo mismo. Por esto he dicho que es preferible que no hubiese Ley de Memoria Histórica a que nos humillen otra vez más. Es verdad que hay cosas nuevas, reivindicaciones que se podían tomar aparte, pero el hecho capital, la anulación de las condenas, se esconde. Es absurdo tener que volver a que nos procesen para que nos den un documentito de no sabemos qué y en un momento en que en otros países se condenan a los verdugos, mientras aquí se pasean tranquilamente.
– En la cárcel se le despierta a usted el instinto poético. Algunos de sus poemas están intercalados en «Dime cómo es un árbol.» ¿Cuándo veremos reunida toda su obra poética publicada?
– En diciembre tengo que ir a Venezuela donde han recopilado toda mi obra poética, que estaba dispersa por todo el mundo sin que nunca llegara a negociar con una editorial. Mis poemas, sacados clandestinamente de la cárcel, se publicaban por los comités de resistencia al franquismo. Hasta hay una traducción al japonés. Y en los años 1959 y 1960 había un Comité para España que editó veinte poemas míos ilustrados cada uno por sendos pintores venezolanos. Ahora han decidido publicar toda mi poesía sobre la base de aquel libro. Después, aparecerá en España.
– Antonio Machado en su célebre «Retrato» afirma: «Amé cuanto ellas tienen de hospitalario.» En su libro hay un constante homenaje a la mujer. Son pasajes de honda ternura y casi todos memorables. ¿En qué medida influyeron en su vida?
– Cuando estábamos en la cárcel, decíamos que cuando España fuera libre había que hacerle un monumento a la mujer. Ellas sufrieron más que nosotros. Eran la imagen de la solidaridad. Sus largas esperas a las puertas de la cárcel de Burgos a la intemperie y en invierno con un frío glacial, para ver a un familiar que muchas veces habían fusilado es una imagen de temple y generosidad. También fueron el puente entre nosotros y el mundo. Muchas veces fueron nuestras estafetas. Y a otro nivel, para un joven romántico como yo, su ausencia, era una lenta tortura que, con el tiempo, te priva de una educación sentimental que te obligaba reconstruir con mucho esfuerzo una vez en libertad.
–Usted fue testigo de la tragedia colectiva que ocurrió en el puerto de Alicante en 1939. ¿Qué recuerda hoy día de todo aquello?
Después de la traición de la Junta de Casado, se corrió la voz de que los camaradas con responsabilidades políticas nos reuniésemos en los puertos de Valencia y Alicante, a donde llegarían barcos ingleses y franceses para recogernos. En el puerto de Alicante estábamos más de veinte mil camaradas. Una vez allí, se produjeron escenas dramáticas. El último barco que salió de España fue hundido con cerca de tres mil pasajeros a bordo. Era el Stambroork al mando del capitán Gickson que con gran valor se había atrevido a burlar el bloqueo de la escuadra franquista. Allí continuamos esperando varios días hasta que por tierra llegaron las fuerzas italianas que aguardaron que por mar se acercaran un crucero y dos minadores para abatirnos. Fui testigo de escenas de impotencia y desesperación. Y resistir, como digo en mis memorias, hubiera sido un suicidio colectivo. Una nueva Numancia. De allí me llevaron al campo de «Los Almendros» y después al campo de concentración de Albatera de donde pude escapar a Madrid, y allí fui detenido al intentar organizar la resistencia. Tuve la mala fortuna que al primer camarada que llamé se había pasado al campo enemigo. Era un confidente de la policía.
– ¿Qué mecanismos utilizaba usted y sus compañeros cuando eran torturados?
– Cuando se tienen convicciones profundas, suelen aparecer en los momentos límites. También la imaginación actúa contra el dolor y el sufrimiento. En mi caso, siempre me planteaba qué iba a pasar cuando me encontrase de nuevo ante mis compañeros. Existían dos posibilidades: regresar vencido, aunque fuese físicamente destrozado, o derrotado. No se trataba de ejemplaridad sino de infundir ánimos a los que también le esperaba el tormento. No era una cuestión de buscar el martirio como los cristianos. Nosotros no creímos en el más allá, pero sí en la revolución.