Lo malo de la izquierda americana es que traicionó para salvar sus piscinas. Y no hubo unas derechas americanas en mi generación. No existían intelectualmente. Sólo había izquierdas y estas se traicionaron. Porque las izquierdas no fueron destruidas por Mac Carthy; fueron ellas mismas las que se demolieron dando paso a una nueva generación de […]
Lo malo de la izquierda americana es que traicionó para salvar sus piscinas. Y no hubo unas derechas americanas en mi generación. No existían intelectualmente. Sólo había izquierdas y estas se traicionaron. Porque las izquierdas no fueron destruidas por Mac Carthy; fueron ellas mismas las que se demolieron dando paso a una nueva generación de nihilistas.
(Orson Welles)
Bastantes décadas habían transcurrido desde la delación. Algunos creían que su actitud canallesca ante el Comité de Actividades Antiamericanas había sido olvidada. Pero, finalmente, Elia Kazan no pudo disfrutar de su Óscar honorífico en olor de multitudes. Se le abucheó, una parte del público presente en la ceremonia no se dignó a aplaudirle, volvieron a resucitar sus víctimas, marginadas y perseguidas desde su confesión. Corría el año 1999, Kazan tenía 89 años y era uno de los últimos supervivientes de aquella tragedia usamericana: la caza de brujas, el maldito macartismo.
Abraham Polonsky también continuaba vivo. Su carrera quedó destrozada tras negarse a denunciar a sus compañeros. En este caso, la dignidad prevaleció sobre el miedo. Polonsky pudo haber sido uno de los grandes maestros del cine negro, pero la industria le vetó hasta finales de los sesenta, cortando de raíz una prometedora trayectoria. Vivió lo suficiente para contemplar, horrorizado, la entrega de la estatuilla a Kazan.
La mejor película de Abraham Polonsky es La Fuerza del Destino (1948), protagonizada por John Garfield, astro de la pantalla y hombre de simpatías izquierdistas. Machacado por los macartistas, tampoco delató, lo que le costó incluso la vida. Apartado de los rodajes, murió de trombosis el 21 de mayo de 1952, a los 39 años.
Sin ningún género de dudas, la irrupción del senador Joseph McCarthy en el panorama político de los EEUU supuso un verdadero cataclismo para la cultura y la vida artística del Imperio. Ya, desde los últimos compases de la Guerra Mundial, la paranoia anticomunista se había instalado en la agenda política de las élites de Washington. Una paranoia fomentada por el denominado Comité de Actividades Antiamericanas, formado en el seno de la Cámara de Representantes para combatir el nazismo en 1938, y que acabó siendo utilizado para cercenar los derechos civiles de miles de ciudadanos.
El FBI, la agencia federal de investigación, espiaba a representantes de todos los sectores de la vida nacional. Su Director, J. Edgar Hoover, un homosexual oculto y reprimido, de ideología ultraderechista y sonados vínculos con el capo mafioso Meyer Lansky, se convirtió en árbitro de la política usamericana durante cerca de cincuenta años (1924-1972). Hoover llegó incluso a investigar a Albert Einstein, un pacifista convencido, desilusionado tras los bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, teórico del socialismo para la revista Monthly Review. Otra de las obsesiones de Hoover fue la familia Kennedy: desde el patriarca Joe a los hijos Joe Jr, JFK, Bobby y Ted.
El Comité comenzó su cacería anticomunista en 1947, centrándose en la industria cinematográfica, llamando a declarar a actores, productores, directores, guionistas. Desde un principio, los inquisidores encontraron una fértil colaboración en los grandes magnates de Hollywood, cómo Jack Warner, en realizadores cómo Cecil B. de Mille, o en intérpretes cómo Robert Taylor, Gary Cooper o Adolphe Menjou. Tampoco pudo desaprovechar esa oportunidad un actor de medio pelo y menos escrúpulos, Ronald Reagan, presidente del Sindicato de Actores y miembro entonces del partido demócrata.
Lo que el Comité quería saber era si tal o cual persona había pertenecido en alguna ocasión al Partido Comunista, lo que equivalía a considerarlo cómo un traidor a la patria, agente de la Unión Soviética. Si el investigado, daba nombres de otros comunistas o ex comunistas, se le perdonaba su antigua militancia. Si no daba nombres, si no delataba a nadie o simplemente se acogía a la Primera Enmienda y declinaba declarar, las consecuencias podían ser terribles.
Los Diez de Hollywood (ocho guionistas: John Howard Lawson, Dalton Trumbo, Albert Maltz, Alvah Bessie, Samuel Ornintz, Herbert Biberman, Ring Lardner Jr. y Lester Cole; el productor Adrian Scott y el director Edward Dmytryk) decidieron no traicionar a sus antiguos camaradas, siendo condenados por ello a un año de cárcel. La estancia entre rejas ablandó la moral de Edward Dmytryk, que acabó cantando ante el Comité, pudiendo retomar su carrera, llena de éxitos a partir de entonces.
Tampoco Sterling Hayden, inolvidable protagonista de La Jungla de Asfalto (John Houston, 1950) y de Atraco Perfecto (Stanley Kubrick, 1956), pudo resistirse a los cantos de sirena de los cazadores de brujas. Miembro efímero del Partido Comunista, denunciante de varios amigos suyos, amargamente arrepentido después. Enmierdado de por vida, cómo escribió en sus memorias, su vida se fue apagando, lejos de las salas de cine.
Los directores Robert Rossen y Elia Kazan, ex militantes del CPUSA (Partido Comunista de los Estados Unidos), resistieron en un primer momento la acometida macartista, cediendo a la presión del Comité posteriormente. Uno de los miembros de ese Comité era el abogado Richard Nixon.
Kazan y Rossen pudieron continuar su trabajo, legándonos obras maestras cómo El Buscavidas(Robert Rossen,1961) o Al este del Edén (Elia Kazan,1954). Nunca se arrepintieron de su traición, por lo menos en público.
La caza de brujas empujó al exilio a directores cómo Charles Chaplin, John Houston, Joseph Losey o Jules Dassin, y negó el sustento a guionistas cómo Dalton Trumbo o Zero Mostel, extendiéndose poco a poco, cómo una telaraña infame sobre el territorio usamericano.
Los esfuerzos de J. Edgar Hoover dieron sus frutos cuando el científico Robert Oppenheimer, padre del Proyecto Manhattan (*), cayó en desgracia, convirtiéndose él también en delator. La misma manía persecutoria acabó enviando a la silla eléctrica al matrimonio Rosenberg. Esta estrategia, destinada a socavar los cimientos de la intelectualidad socializante usamericana, expulsó también al dramaturgo Bertolt Brecht, tras declarar que nunca había formado parte del CPUSA.
Quisiera detenerme en la figura de Jules Dassin. A diferencia de Kazan, él no delató, no traicionó, no denunció, no vendió a los suyos, abandonando por ello su país. Autor de obras maestras tales cómo Fuerza Bruta(1947), La ciudad desnuda (1948), Noche en la ciudad (1950) o Rififí (1955), padre del cantante Joe Dassin y esposo de la actriz y política griega Melina Mercouri, cumplirá 96 años el próximo once de diciembre. Hollywood nunca lo ha recordado cómo se merece, continúa olvidado, borrado de la intrahistoria de aquel rincón de California.
Joe McCarthy, gay homófobo al igual que Hoover, que no participó directamente en el Comité de Actividades Antiamericanas, fue destituido en 1954. El presidente Eisenhower consideró que había llegado demasiado lejos, ya no era necesario aquel mostrenco sudoroso, ya el rojerío estaba vencido. Al fin y al cabo, McCarthy resultó también un muñeco roto de la oligarquía yanqui, consumiéndole el cáncer en 1957.
La meca del cine nunca volvió a ser la de aquellos años, en los que un grupo de locos decidió poner el celuloide al servicio de las grandes mayorías. La caza de brujas exterminó los sueños de toda una generación, arruinando el propio futuro de los EEUU.
Para salvar sus piscinas, algunos renunciaron a lo mejor de sus vidas, embarraron para siempre sus destinos, dejaron en la cuneta a amigos y parientes. Perdió la conciencia, ganó el bolsillo. Uno, que no es nadie para dar lecciones, no sabe lo que hubiera hecho en su lugar, pero si conoce que hubo otros que se mantuvieron firmes, frente a la ignominia.
(*)El Proyecto Manhattan era el nombre en clave de un proyecto de investigación cientifico llevado a cabo durante la Segunda Guerra Mundial por los Estados Unidos con ayuda parcial del Reino Unido y Canadá. El objetivo final del proyecto era el desarrollo de la primera bomba atómica. La investigación científica fue dirigida por el físico Julius Robert Oppenheimer mientras que la seguridad y las operaciones militares corrían a cargo del general Leslie Richard Groves. (Fuente:Wikipedia)