El siglo XXI se abre con nuevos desafíos políticos para nuestra América. Después de la larga noche impuesta por las dictaduras en el cono sur latinoamericano y la continuación de la aplicación de las políticas neoliberales con la llegada de las democracias formales que las sucedieron, asistimos en el subcontinente a un renacer de […]
El siglo XXI se abre con nuevos desafíos políticos para nuestra América. Después de la larga noche impuesta por las dictaduras en el cono sur latinoamericano y la continuación de la aplicación de las políticas neoliberales con la llegada de las democracias formales que las sucedieron, asistimos en el subcontinente a un renacer de nuestra identidad y de las aspiraciones de cambios, materializados en procesos como los de Venezuela, Bolivia, Ecuador, así como en la realidad permanente de la experiencia cubana.
Hoy nuestros pueblos con sus mártires, resistencias y luchas, marcan renovados caminos frente a los procesos pos-dictatoriales que desarticularon los estados nacionales, privatizaron los recursos naturales y condicionaron los sistemas políticos de participación y representación popular. A todo esto debemos agregar las políticas expoliadoras de dominación cultural impuestas desde los medios masivos de comunicación.
Ante la cultura de la dominación política que nos subordina al norte poderoso como una fatalidad constitutiva de la historia, se están abriendo paso otra cultura y otra historia: la cultura y la historia de nuestros intelectuales, artistas y trabajadores que revalorizan el sur, nuestro sur, como la tierra de los jóvenes sueños de la independencia, la democracia y la libertad.
Los procesos democráticos participativos que se iniciaron en Venezuela, Bolivia y Ecuador son las nuevas realidades que protagonizan nuestros pueblos ante su propia historia. Se generan, además, en otros países de nuestro continente, nuevas rupturas políticas que se van constituyendo también en un aporte al fortalecimiento de un núcleo de países y pueblos opuestos a las estrategias que nos quieren imponer desde el norte. Comienzan a revalorizarse así las autonomías políticas en las decisiones, como auténticos estados independientes.
Los modelos neoliberales comenzaron a deteriorarse seriamente. La IIIª Cumbre de los Pueblos de América, que tuvo lugar en la ciudad de Mar del Plata en noviembre del año 2005, demostró no sólo el fracaso del intento de imponer el libre comercio por medio del ALCA sino también la potencialidad de pueblos y gobiernos que, unidos con gran amplitud de miras, derrotaron las grandes estrategias del Imperio. Así fue que quedaron definitivamente cuestionadas las políticas de militarización y endeudamiento padecidas por América Latina durante las últimas décadas.
Las luchas de liberación con sus resistencias y sus mártires son hoy grandes banderas que se multiplican en las nuevas experiencias políticas que vive todo el continente. Se alcanzan nuevas conquistas frente al neoliberalismo, el conservadurismo y el pensamiento único. Los intelectuales, los artistas, los trabajadores de la cultura, seguimos aportando, pensando y construyendo alternativas para lograr el gran objetivo de arribar a una segunda independencia en nuestra América.
Cercanos a la conmemoración del Bicentenario de la revolución continental que nos diera la libertad y primera independencia, nos sentimos identificados con nuestros Libertadores Simón Bolívar y José de San Martín, así como con los próceres Antonio José de Sucre, Mariano Moreno, Francisco de Miranda, Bernardo Monteagudo, Antonio Nariño, José Gervasio Artigas, Andrés Bello, José Cecilio del Valle, Simón Rodríguez, Bernardo O’Higgins, Miguel Hidalgo y tantos otros que aportaran a la primera independencia americana.
Los sueños bolivarianos de una Patria Grande Latinoamericana comienzan a ser una realidad en construcción. Esta ha sido siempre una necesidad, tanto en la histórica lucha contra el colonialismo, como hoy frente a la globalización capitalista. Sin embargo la integración de nuestros pueblos y naciones sigue siendo un proyecto inconcluso. Las transformaciones sociales, políticas y económicas, en la búsqueda de la justicia social y el progreso, también son en nuestra América proyectos inconclusos. La revolución bolivariana en Venezuela ha empezado hoy a saldar nuestras propias deudas con la historia.
Van quedando atrás los años de esplendor de la restauración conservadora en la que se impuso el postmodernismo y con él la desvalorización de los principios éticos y políticos.
El corolario esencial fue, una vez más, el de esterilizar la actitud crítica. Su supuesta originalidad ocultaba -y todavía lo hace- el viejo espejismo de adaptarse a las teorías que emanan de las grandes usinas de ideas del sistema. Reiteran la consigna propia de todas las épocas de crisis: las ideas de transformación social han muerto, son viejas, han caducado. Por eso es que pensamos que debemos recuperar y proyectar nuestros propios valores, crear nuestra propia cultura frente a la maquinaria que enlata subproductos de dudosas calidades a través de las hegemónicas industrias culturales.
Nuestra cultura no puede soslayar el profundo arraigo de la herencia que recibimos de nuestros pueblos originarios. Venimos de una tradición que sigue presente. Somos una comunidad de naciones y nacionalidades. De allí que cada país, cada comunidad, nos representa a la vez como latinoamericanos ante el mundo.
Desde esta convicción es que culturalmente no renunciamos a las grandes conquistas de las vanguardias y a lo más progresista de esta época. Nuestra modernidad proviene de aquella herencia original, tiene un presente propio y un futuro a imaginar y construir. Nuestras transformaciones como latinoamericanos siguen siendo un problema moderno.
Sabemos, por nuestra visión y nuestra propia experiencia social, que la idea de que la globalización traería racionalidad y felicidad para todos, no fue más que un sofisma.
La necesaria disposición a renovar y recrear el pensamiento no se contrapone con el sostenimiento de los grandes ideales políticos y sociales y la rebeldía frente a las injusticias y crueldades que a diario invaden nuestros ojos y nuestra sensibilidad.
No podemos reducir la integración y el intercambio a procesos de libre comercio y discusión de pautas arancelarias entre nuestros países. Debemos concebir el intercambio según nuevos criterios culturales que consideren las relaciones entre los pueblos y sus bienes desde nuevas perspectivas históricas. Es imposible pensar en una integración humana cuando se ignora la dimensión cultural.
Los intelectuales, los artistas, los trabajadores de la cultura, tenemos dentro de estos nuevos desafíos que provoca la verdadera integración, un rol determinante en la construcción de políticas culturales latinoamericanas.
Se trata ahora de identificar, en el marco del ALBA, cuáles serían los grandes temas a incorporar en un esquema de integración en nuestra América, que supere las ataduras y limitaciones de los ensayos anteriores y que sea, efectivamente, un proceso de integración al servicio de nuestros pueblos. Para nosotros la «batalla de ideas» es el principal argumento que nos asocia como siempre al pensamiento martiano: «Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra».
Al pensar en la integración estamos también pensando en la sociedad que queremos para el siglo XXI. Una sociedad de sociedades que nos permita una nueva cartografía política de la integración cultural como continente, considerando las nuevas regionalizaciones que definen las nuevas fronteras que se abren en este siglo con los proyectos históricos bolivarianos, sanmartinianos y martianos.
En el ámbito de lo cultural hay temas centrales que nos interpelan y que merecerán nuevos debates: el significado de la integración cultural, la situación actual de la cultura latinoamericana y los instrumentos idóneos para promover la integración cultural de nuestra América.
Pensamos en una integración cultural sin fronteras. En una integración que desde las identidades regionales proyecte sobre el conjunto de nuestros pueblos un sistema de trabajo y de intercambio sustentado en la solidaridad, en los esfuerzos y voluntades comunes.
Por eso sentimos que es posible conformar un gran Fondo Latinoamericano de las Artes, las Letras y las Ciencias Sociales. Un fondo cultural común latinoamericano compuesto por nuestros intelectuales y personalidades de la cultura, integrado a las economías comunes que propone el ALBA. Un espacio común de las artes y las letras que fomente las industrias culturales, las artes escénicas, la literatura, el folklore, la artesanía, las ideas visuales, entre nuestros pueblos. Un fondo que establezca políticas culturales asociado a las políticas de estado de cada país. Un fondo que esté integrado al proyecto ALBA como unidades regionales de cultura, que contemple desde las tradiciones folclóricas y populares de nuestros pueblos hasta las formas académicas de las universidades, centros de investigación y estudio. Un centro común de investigaciones y estudios sobre las nuevas tecnologías y el uso del espacio ambiental; que además de atender el tráfico de los símbolos y bienes culturales se asocie a sistemas que contemplen la necesidad de trabajar con los medios de difusión como la TV, la radio, generando una red de redes de comunicación integral, entre los instrumentos audiovisuales, cibernéticos y radiales de cada país dentro de un espacio de comunicaciones latinoamericano. Además debemos pensar en otras iniciativas que nos permitan constituir múltiples redes que le den sustento a una integración cultural continental.
Como intelectuales, como artistas, como trabajadores de la cultura, desde este encuentro y con este manifiesto estamos pensando en nuestra inserción en el mundo desde nuestra identidad.
Pero también pensando y sintiendo un nuevo mundo al cual pertenecemos y seguimos aportando, para que la nueva sociedad de sociedades contemple nuestras tradiciones humanistas, antiimperialistas y socialistas de nuevo tipo para el siglo XXI.
Sabemos que los desafíos son enormes, pero también apasionantes; que para avanzar en la integración cultural y en la cultura de la integración se requerirá profundizar los procesos de cambios ya iniciados; en este sentido manifestamos nuestra plena solidaridad con las experiencias que se desarrollan en Venezuela, Bolivia y Ecuador, así como con Cuba socialista.
Nos comprometemos a contribuir a las iniciativas que, tanto desde los gobiernos de los países mencionados, como desde los pueblos, a través de sus múltiples y diversas organizaciones, surjan en aras de los objetivos enunciados.
Hacemos un llamamiento desde esta histórica reunión, a sumar firmas de adhesión de más intelectuales a este Manifiesto de Buenos Aires. Proponemos multiplicar este tipo de encuentros en el resto de los países hermanos de nuestra América por la integración de la cultura y la cultura de la integración.
Para nosotros la Patria es América. Simón Bolívar.
Tiempo ha que no me pertenezco a mí mismo, sino a la causa del continente americano. José de San Martín.
Buenos Aires, diciembre de 2007. Sede: Centro Cultural de la Cooperación «Floreal Gorini».