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El aumento de los alimentos y la baja del dólar

Fuentes: ALAI AMLATINA

«El objetivo de la sociedad debe ser el progreso de la gente, no el progreso de las cosas. ¿Es que la riqueza es todo y los hombres no son nada en absoluto?» Jean Charles de Sismondi. Cuanto sucede hoy en la economía internacional nos recuerda las advertencias de Sismondi. Jean Charles de Sismondi (1773 – […]

«El objetivo de la sociedad debe ser el progreso de la gente, no el progreso de las cosas. ¿Es que la riqueza es todo y los hombres no son nada en absoluto?» Jean Charles de Sismondi.

Cuanto sucede hoy en la economía internacional nos recuerda las advertencias de Sismondi. Jean Charles de Sismondi (1773 – 1842) fue quien acuñó el término «proletario» para aquel cuya prole provee mano de obra barata; como decir hoy, la maquila. Fue también quien exigió al Estado frenar la avidez capitalista y mejorar el ingreso de los asalariados; porque sin poder adquisitivo de los trabajadores – dijo- se concentra la riqueza, no hay mercado nacional, la producción se vuelca al exterior y la miseria estalla en una lucha de clases. Sismondi – a diferencia de Marx más tarde – no habló de destruir el capitalismo, sino de encauzarlo para mejorar el nivel de vida general.

El capitalismo sin fondos

Las previsiones de Sismondi son evidentes desde los años setenta. Entonces, el gobierno de Estados Unidos decidió «flotar» el dólar (1973) y abandonar el oro como valor de referencia. Eso constituyó el mayor desenfreno capitalista de la historia: emitir dinero impagable y en la moneda de referencia mundial. Desde entonces circulan dólares de un valor adquisitivo siempre decreciente. El objetivo fue devaluar el aumento del precio -en dólares- de los productos agrícolas (1971 -73) y luego el aumento del petróleo (1974 – 76). Por eso los países europeos subieron el valor de cambio de sus monedas y anularon el alza. El efecto no quedó allá, al efecto continúa y erosiona el valor de todo cuanto se cotiza en dólares y de toda moneda en general, porque son parte de las reservas. Por eso baja siempre el poder adquisitivo del ingreso por salarios, pensiones, materias primas o productos agrícolas.

Ese dinero inorgánico se entregó en los años 70 a empresas agroindustriales, jeques árabes o transnacionales petroleras, que lo depositaron en los grandes centros financieros. Como sin colocación no hay ganancia, los banqueros salieron a prestarlo recorriendo el Tercer Mundo: del corazón de África a las alturas de los Andes. Ofrecieron intereses bajos y pocas garantías, en ambientes notorios por corrupción pública y placidez empresarial: una combinación peligrosísima. Al cabo de pocos años esa deuda hizo crisis. El FMI y el Banco Mundial corrieron a salvar la banca privada con fondos públicos, prestando a los países deudores – con exigencias draconianas- para que pagasen su dinero perdido a los financieros imprudentes.

Igual que sucede ahora. La emisión de dólares sin fondos paga el déficit fiscal y comercial de Estados Unidos, llena los bolsillos de los de siempre y regresa al ambiente financiero. Allí se inventan «productos» que se venden en las distintas bolsas del mundo. Con el curioso nombre de Vehículo Estructural de Inversión aparecieron unos paquetes de hipotecas inmobiliarias infladas que garantizaban los créditos de personas con poca capacidad de pago. Esos paquetes bomba los adquirieron los bancos de inversión, cuyos bien pagados ejecutivos decían – en serio- que ese «instrumento» repartía y equilibraba el riesgo; como si acumular préstamos riesgosos no los hiciera más volátiles. Para colmo, esos créditos están asegurados con otros «productos» revendidos a no se sabe quien; pero lo sabremos cuando exploten en algún lugar. Todo esto bajo la mirada cómplice de la Reserva Federal de Estados Unidos, que al fin de cuentas no es un Banco Central sino un ente político del sector financiero norteamericano.

El proletario que paga

Es un hecho que el precio de los productos agrícolas subió en el último semestre y con ello, la comida. La versión preferida por las agencias de noticias atribuye el aumento al consumo de cereales para producir etanol y a que los chinos comen mejor. Como ambos hechos han sucedido gradualmente, la explicación no es adecuada para un alza súbita. Más parece la sólita desinformación que oculta especulaciones. Podemos señalar – y pocos analistas lo hacen – que el súbito aumento del precio en productos agrícolas, petróleo y materias primas coincide con el súbito colapso del dólar y que esos productos se cotizan internacionalmente en dólares. En un año el precio global de alimentos subió 40% en dólares, el dólar cayó un 28% ante el euro y un 130% con respecto al oro (+$900/onza). ¿Hay una relación allí?

El derrumbe del dólar, las fechorías financieras de Wall Street y la inyección histérica de dinero (en total, unos 600 millardos) para reponer a la banca el dinero perdido, son hechos conocidos. En Economía I enseñan que al aumentar la masa monetaria disminuye el valor del dinero y eso causa inflación. Es lo que estamos viendo. En Europa – cuyas monedas son más estables – el precio de los alimentos ha variado poco y no se habla de inflación.

Otro factor a tener en cuenta es la desigual participación en la construcción del precio final que paga el consumidor. Un estudio de IFPRI muestra el poder de las transnacionales para reducir las oportunidades a los pequeños productores en los países en desarrollo: «Entre 2004 y 2006, el gasto global de alimentos creció un 16 %: de US$5.5 millardos a 6.4. En el mismo período las ventas de los insumos agrícolas creció 8%, la de procesadores de alimentos un 13% y las de los principales distribuidores finales crecieron un exorbitante 40%.» En el gráfico vemos que la parte del león es para el distribuidor final. La especulación es evidente, porque quien menos invierte y menos arriesga es quien más gana.

La prensa de Guatemala nos dice quienes sufren por ese desorden. He aquí unos extractos:

Siglo Veintiuno (14/03/08) reporta que el portavoz de las cooperativas de panaderos Marvin Ramírez, denunció que «Las 10 mil TM de harina libre de arancel, se distribuyeron entre unas pocas empresas: una fábrica de sopas, una empresa de químicos, una de encurtidos y 2 procesadoras de harina. A las 4 cooperativas de panaderos del país les tocó apenas unas 2 mil TM. Es una burla porque con 47 mil quintales no podemos bajar el precio al pan; manejamos unas 3500 panaderías, y con la harina asignada le tocan entre 14 y 15 quintales a cada una».

Según Prensa Libre (26/03/08), sucede igual en El Salvador. Cientos de panaderos marcharon por las avenidas de San Salvador, protestando por el alto costo de la harina, que genera pérdidas en sus humildes negocios y causó el cierre de algunos. Heriberto Vázquez – Presidente de los Panaderos Artesanales de El Salvador- dijo «Estamos pidiendo un control del monopolio de distribución, para que las empresas harineras no sigan imponiendo las alzas a los precios, abusando de la necesidad de los panaderos». En todas partes cuecen harina.

«Alza en fertilizantes afecta al agro» dice Prensa Libre (27/03/08). Reporta que según el Sr. Oswaldo Macz – director comercial de la Yara, en Guatemala -el fosfato marroquí subió en 547% porque la demanda de fertilizantes en China, India y Brasil creció pareja: un 10%. También leímos que la Cámara del Agro no tiene posición al respecto, pero está contra un subsidio. Nos consuela leer allí que «El impacto se prevé en productos agrícolas poco rentables, como los de subsistencia, y no afectará otros con alta demanda, como la caña de azúcar y la palma africana» Si, la subsistencia es poco rentable: ¡sólo nutre a los pobres!

Las cosas van mejor en Estados Unidos. En el Minneapolis Star Tribune (27/03/08), Matt McKinney dice que el ingreso promedio de las granjas en Minnesota subió un 73% – a 105 mil – por la demanda de maíz, leche, trigo y soja. Luego dice «esa bonanza agrícola viene mientras el Congreso termina su ley Agrícola (Farm Bill) que seguramente continuará con los enormes subsidios a la agricultura, sin importar cuan exitosas sean las cosechas actuales.» El reportaje habla de los costos para productores en Estados Unidos que también han subido: «semilla 20%, químicos 10% y fertilizante 50%». Vaya. Mucho menos que en Guatemala.

Conclusiones

El alza de todos los precios cotizados en dólares implica dos cosas: a) gran desconfianza en el dólar como moneda, aumentada con la crisis de Wall Street y sus inversiones financieras. Eso explica una fuga hacia la compra a futuro de bienes primarios no deteriorables, como oro, petróleo, cereales, etc. b) la caída del dólar arrastra el precio de los productos cotizados en dólares – como los productos agrícolas- que luego remontan porque hay mercados con monedas más fuertes. Recalcamos que Estados Unidos es el gran exportador de productos agrícolas (subsidiados) y allá la caída del dólar sí aumenta los ingresos locales, como vimos en Minnesota.

El crecimiento de la demanda en países que progresan como China, India y Brasil es de apenas 10%, 8% y 5%. Eso es compensado por un crecimiento de la producción interna, que en China alcanzó 12% y en India 10%. El fracaso de la cosecha en Australia influyó más.

Quitar comida a la gente para alimentar vehículos es absurdo; pero es rentable para quienes reciben subsidios, producen vehículos o venden combustible, por ejemplo.

Recomendación

Abandonar, cuanto antes, el dólar como patrón de precios internacionales y asumir el euro, mientras se concuerda una moneda internacional estable: ¿El viejo Bancor de Keynes?