Afganistán, Iraq, Palestina, Irán, Siria, Líbano: los países que están en la línea del frente. Samir Amin repasa brevemente, con su habitual agudeza y profundidad de análisis, la difícil situación que afrontan todos ellos. El proyecto de Estados Un i d o s, apoyado por sus aliados subalternos europeos (e israelíes en la región correspondiente), […]
Afganistán, Iraq, Palestina, Irán, Siria, Líbano: los países que están en la línea del frente. Samir Amin repasa brevemente, con su habitual agudeza y profundidad de análisis, la difícil situación que afrontan todos ellos.
El proyecto de Estados Un i d o s, apoyado por sus aliados subalternos europeos (e israelíes en la región correspondiente), consiste en establecer su control militar sobre la totalidad del planeta. El «Medio Oriente» ha sido escogido, dentro de esta perspectiva, como región de «primer impacto», por cuatro razones: (I) contiene los recursos petrolíferos más abundantes del planeta, su control directo por parte de las fuerzas armadas de Estados Unidos concedería a Washington una posición privilegiada y pondría a sus aliados -Europa y Japón- y a sus rivales eventuales (como China) en una incómoda situación de dependencia en términos de aprovisionamiento energético; (II) está situado en el corazón del mundo antiguo y facilita el ejercicio de la amenaza militar permanente contra China, India y Rusia; (III) atraviesa por un momento de debilidad y confusión que permite al agresor asegurarse una fácil victoria, al menos a corto plazo; (IV) en esa zona Estados Unidos dispone de un aliado incondicional, Israel, poseedor de armas nucleares.
El despliegue de la agresión pone a los países y naciones situados en la línea del frente en una situación de destrucción (Palestina, Líbano, Iraq, Afganistán) o de amenaza ( Irán, Siria).
La agresión contra Líbano
La agresión israelí contra Líbano comenzada el 11 de julio de 2006 es una parte del plan que tiene Washington para la región entera. La captura de dos soldados israelíes en territorio libanés y la proposición de su intercambio por ciudadanos civiles libaneses secuestrados sobre suelo libanés es, por lo tanto, perfectamente legítima. Por parte de Israel, esa situación no constituye más que una falsa excusa para la agresión. El terreno para la agresión israelí ya venía preparado por la resolución de la ONU que exigía la evacuación del ejército sirio del territorio libanés y el «desarme» del Hezbollah, adoptada a continuación del asesinato de Rafia el Hariri, asunto muy oscuro cuyas responsabilidades verdaderas no se elucidaron. EEUU y Europa exigen la aplicación integral de esta resolución, pero no pusieron nunca la misma energía en exigir la aplicación de la resolución 242 por la cual se disponía que Israel evacuara los territorios ocupados de Palestina después de 1967. El mismo olvido se practicó respecto de la devolución de los territorios ilegalmente ocupados del Golán sirio. Respecto de estas resoluciones, se mira para otro lado. Dos pesas y dos medidas para todo. El doble Standard moral es evidente.
El objetivo norteamericano es el de colocar el conjunto entero de la región bajo control militar de Washington, eso sí, disimulando el objetivo real con discursos sobre la necesidad de llevarle la democracia. El otro objetivo es imponer un orden neoliberal como instrumento para el saqueo de la riqueza petrolífera de la región. Y, a su cuenta y riesgo, Washington se ha contagiado y abrazado las obsesiones sionistas: partir toda la región en micro estados basados cada una en su particular etnia y religión, ejerciendo Israel sobre el conjunto una especie de protectorado militar, al estilo de lo que hacen a escala del mundo los EEUU. La implementación de este plan se encuentra bastante avanzada: Palestina, Iraq y Afganistán fueron ocupados y destruidos. Líbano lo mismo. Siria e Irán están abiertamente amenazados. Pero el proyecto amenaza fracasar: la resistencia de los pueblos es creciente, el pueblo del Líbano ha dado una lección de unidad a todos los pueblos del mundo poniéndose todos juntos, unidos, detrás de los combatientes, desvaneciendo así las expectativas de Tel Aviv , de Washington, de la Unión Europea. La resistencia libanesa, con medios rudimentarios, ha plantado cara a un enemigo super armado gracias al puente aéreo establecido desde la base estadounidense de Diego García (ahí se encuentra la utilidad de las bases en el criminal proyecto mundial de Washington). Dado que la resistencia popular del sur del Líbano ha demostrado su eficacia, todos los esfuerzos de EEUU y de Europa van a concentrarse en conseguir su desarme, para permitir que Israel pueda obtener una fácil victoria en su próxima agresión. Hoy, pues, más que nunca, es necesario defender el imprescriptible derecho de los pueblos a preparar su resistencia armada frente al agresor imperialista y sus agentes regionales.
Afganistán
Afganistán conoció el mejor momento de su historia moderna en la época de la llamada República «comunista», régimen de despotismo ilustrado moderno, con gran énfasis en la educación de los niños de ambos sexos, adversario del oscurantismo, y de este modo favorecedor de la creación de una base decisiva dentro de la sociedad. Su «reforma agraria» consistió esencialmente en una serie de medidas destinadas a reducir los poderes tiránicos de los jefes de tribus. El apoyo -al menos implícito- de la mayoría de los ciudadanos garantizaba el probable éxito de la evolución ya iniciada. La propaganda trasmitida tanto por los medios occidentales como por los medios del Islam político presentó esta experiencia como si se hubiera tratado de un «totalitarismo comunista y ateo» rechazado por el pueblo afgano. En realidad, el régimen, tal como el de Ataturk en su tiempo, estaba lejos de ser » impopular».
El hecho de que sus promotores se hayan autoproclamado comunistas en sus dos fracciones mayores (Khalq y Parcham) no es para nada sorprendente. El modelo de los logros alcanzados por los pueblos soviéticos de Asia Central (a pesar de todo lo que se pueda replicar al respecto y a pesar de las prácticas autocráticas del sistema) en comparación con los permanentes desastres sociales de la gestión imperialista británica en los países vecinos (la India y Pakistán) había llevado a que, tanto aquí como en muchos otros países de la región, los patriotas reconocieran la magnitud del obstáculo que constituía el imperialismo para todo intento de modernización. La solicitud de intervención que ciertas fracciones cursaron a los soviéticos a fin de deshacerse de los otros ciertamente ha pesado negativamente e hipotecado las posibilidades del proyecto nacional- popular- moderno.
Estados Unidos en particular y sus aliados de la tríada en general siempre han sido los obstinados adversarios de los partidarios en Afganistán de la modernización, fueran comunistas o no. Han sido ellos quienes han movilizado a las fuerzas oscurantistas del Islam político, (los talibanes propakistaníes) y a los señores de la guerra (los jefes de tribu que habían conseguido ser neutralizados con éxito por el régimen llamado «comunista»), los han entrenado y armado. Incluso luego de la retirada soviética, la resistencia del gobierno de Najibullah al asalto de las fuerzas oscurantistas probablemente no hubiese terminado en derrota si los pakistaníes no hubiesen salido en apoyo de los talibanes, estimulando el caos y la recuperación de su poder por parte de los señores de la guerra tribales.
Afganistán se encuentra devastado por la intervención militar de Estados Unidos y sus aliados y agentes, los islamistas en particular. No puede ser reconstruido bajo la dirección de estos actores, un poder apenas conciliado por el de un payaso sin raíces en el país, impulsado por la transnacional tejana que lo empleaba. Con la pretendida «democracia» en nombre de la cuál Washington, la OTAN y la ONU organizaron su intervención, lo que se busca es justificar la presencia, mejor dicho, la ocupación del país. Es una gran mentira desde el principio y ha devenido ahora en una grosera farsa. No existe más que una solución al problema afgano: que todas las fuerzas extra n j e ras abandonen el país y que todos los poderes sean obligados a no financiar y armar a sus «aliados». ¡A las buenas conciencias que plantean su temor de que el pueblo afgano tolere la dictadura de los talibanes (o de los jefes de guerra) respondería que la presencia extranjera fue y sigue siendo aquí el mejor sostén de esa dictadura! Y que el pueblo afgano marchaba en una dirección diferente -en potencia, la mejor posible-en la época en que «Occidente» se abstenía de entrometerse en sus asuntos. ¡Al despotismo ilustrado de los «comunistas» el civilizado Occidente ha preferido siempre el despotismo oscurantista, infinitamente menos peligroso para sus intereses!
Iraq
La diplomacia armada de Estados Unidos se planteó el objetivo de destruir literalmente a Iraq mucho antes de conseguir un pretexto, cuando la invasión de Kuwait en 1990, y luego después del 11 de septiembre, hecho manipulado para sus fines por Bush junior con un cinismo y una hipocresía estilo Goebbels («Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad»). La razón es simple y no tiene nada que ver con el discurso que llama a la «liberación» del pueblo iraquí de la (real) sangrienta dictadura de Saddam Hussein. Iraq posee bajo su suelo una buena parte de los mejores recursos petroleros del planeta; para colmo, Iraq estaba a las puertas de formar los cuadros científicos y técnicos capaces, por su masa crítica, de mantener un proyecto nacional consistente. Este «peligro» debía ser eliminado por una «guerra preventiva», algo que Estados Unidos se ha adjudicado la prerrogativa de desatar cuándo y dónde decida, sin el menor respeto por el «derecho» internacional.
Más allá de esta muestra de evidencias obvias, quedan por considerar otras serias i n t e r rogantes: (I) ¿Por qué el plan de Washington pudo tan fácilmente dar la apariencia de un fulgurante éxito? (II) ¿ Cuál es la nueva situación a la que se enfrenta la nación iraquí? (III) ¿Cómo responden los diferentes componentes del pueblo iraquí a este desafío? (IV ) ¿ Qué soluciones pueden aportar las fuerzas democráticas y progresistas iraquíes, árabes e internacionales?
La derrota de Saddam Hussein era previsible. Frente a un enemigo cuya ventaja principal reside en la capacidad del ejercicio del genocidio por medio de impunes bombardeos aéreos (en espera del uso del nuclear), los pueblos sólo tienen una respuesta eficaz posible: desplegar su resistencia sobre su suelo invadido. Pues bien, el régimen de Saddam sededicó a aniquilar todos los medios de defensa al alcance de su pueblo mediante la destrucción sistemática de toda organización, de todos los partidos políticos (comenzando por el Partido Comunista) que son parte de la historia moderna de Ira q, incluyendo el propio Baas, uno de los actores principales de esta historia. Lo que debiera sorprender en estas condiciones no es que el «pueblo iraquí» haya permitido sin combatir la invasión de su país, ni ciertos comportamientos (como su aparente participación en las elecciones organizadas por los invasores o la explosión de luchas fraticidas entre kurdos, árabes sunitas y árabes chiítas) que parecen constituir indicios de una aceptación de la posibilidad de una derrota (en la cual Washington fundó sus cálculos), sino al contrario, que las resistencias sobre el terreno se refuerzan cada día que pasa (a pesar de todas las carencias de que dan muestra estas resistencias), que hayan logrado torpedear la instauración de un régimen de lacayos capaz de dar apariencias «de orden», de tal manera que quede demostrado el fracaso del proyecto de Washington.
El reconocimiento internacional de este gobierno fantoche por parte de las domesticadas Naciones Unidas no cambia la realidad; ésta no es ni legítima ni aceptable. Sin embargo, la ocupación militar extranjera crea una n u e va situación. La nación iraquí se encuentra realmente amenazada; el proyecto de Washington, incapaz de mantener su control sobre el país (y darse al pillaje de sus recursos petrolero s, lo que constituye su objetivo número uno) valiéndose de un gobierno de apariencia «nacional» como intermediario, no podría ser alcanzado sino destruyendo el país. Su división al menos en tres «Estados» (kurdo, árabe sunita y árabe chiíta) pudo haber sido desde el principio el objetivo de Washington en alianza con Israel (los archivos lo re velarán en un futuro). En el presente siempre es la «guerra civil» la carta que juega Washington para legitimar el mantenimiento de su ocupación.
La ocupación permanente fue -y sigue siendo- el objetivo: es este el único medio que tiene Washington para garantizar su control del petróleo. Ciertamente no se puede dar crédito alguno a las «declaraciones» de intenciones hechas por Washington, del tipo de «nosotros abandonaremos el país cuando el orden se restablezca». Recordemos que los británicos siempre dijeron sobre su ocupación de Egipto, donde se establecieron en el año 1882, que se trataba de algo «provisional» (¡pero duró hasta 1956!). Mientras tanto, cada día Estados Unidos destruye un poco más, por todos los medios, incluyendo los más criminales, el país, sus escuelas, sus industrias, sus capacidades científicas.
Las respuestas del pueblo iraquí al desafío no parecen -al menos por ahora- a la medida de la extrema gravedad de la circunstancia. Es lo mínimo que pudiéramos decir. ¿Cuáles son las causas? Los medios occidentales dominantes repiten hasta la saciedad que Iraq es un país «artificial» y que la dominación opresiva del régimen «sunita» de Saddam sobre los chiítas y los kurdos es el origen de la inevitable guerra (que sólo la prolongación de la ocupación extranjera permitirá tal vez erradicar). La «resistencia» estaría en ese caso limitada a algunas células islamistas pro Saddam del «triángulo» sunita. Difícilmente lograríamos juntar otras falacias en tal cantidad.
Después de la Primera Guerra Mundial, a la colonización británica le fue difícil enfrentar la resistencia del pueblo iraquí. En total consonancia con su tradición imperial los británicos fabricaron, a fin de mantener sus poderes, una monarquía importada y una clase de propietarios latifundistas, al igual que ofrecieron al Islam sunita una posición privilegiada. Pero a pesar de sus esfuerzos sistemáticos los británicos fracasaron. El Partido Comunista y el Partido Baasista constituyeron las principales fuerzas políticas organizadas que precisamente descarrilaron el poder de la monarquía «sunita» odiada por t o d o s, sunitas, chiítas y kurdos. La confrontación violenta entre ambas fuerzas, que ocuparon el centro de la escena entre 1958 y 1963, terminó con la victoria del partido Baas, celebrada con alivio por los poderes occidentales. El proyecto comunista tenía una posible evolución democrática, cosa muy difícil o casi nada en el caso del partido Baas. Partido nacionalista panárabico y unitario, en principio, admirador del modelo prusiano de construcción de la unidad alemana, convocador de la pequeña burguesía moderna laicizante, hostil a las expresiones oscurantistas de la religión, el Baas en el poder devino, según lo que era perfectamente previsible, una dictadura cuyo estatismo sólo era a medias antimperialista, en el sentido de que, según las coyunturas y las circunstancias, era posible llegar a un acuerdo entre las dos partes (el poder baasista en Iraq, y el imperialismo norteamericano dominante en la región). Tal «acuerdo» estimuló las ansias megalomaníacas del líder, que imaginó que Washington aceptaría ser su principal aliado en la región.
El apoyo de Washington a Bagdad (incluyendo el aprovisionamiento de armas químicas) durante la absurda y criminal guerra contra Irán entre 1980 y 1989 parecía dar credibilidad a ese cálculo. Saddam no imaginaba que Washington fingía, que la modernización de Iraq era inaceptable para el imperialismo, y que la decisión de destruir el país ya había sido tomada. Una vez caído en la trampa (que consistió en la luz verde dada a Saddam para la anexión de Kuwait, en realidad una provincia iraquí que los imperialistas británicos habían separado para hacerla una de sus colonias petroleras) Iraq estuvo sometido a diez años de sanciones con el objetivo de dejar al país exangüe, a fin de facilitar la gloriosa conquista por parte de las tropas de Estados Unidos.
Podemos acusar de todo a los regímenes sucesivos del Baas, incluso el de la última fase de su decadencia bajo la «dirección» de Saddam, salvo de haber estimulado el conflicto religioso entre sunitas y chiítas. ¿Quién es entonces responsable de las heridas sangrantes que hoy día oponen a las dos comunidades? Ciertamente nos entera remos un día de cómo la CIA (y sin duda el Mossad) organizaron muchas de estas masacres. Pero más allá de eso es cierto que el desierto político creado por el régimen de Saddam y su ejemplo en términos de métodos oportunistas carentes de principios «estimularon» a los candidatos en el poder a seguir el mismo camino, a menudo protegidos por el ocupante, a veces quizá ingenuos al extremo de creer que podían «servirse de éste». Los candidatos en cuestión, jefes «religiosos» (chiítas o sunitas), falsamente pertenecientes a una «nobleza» (paratribales), u » h o m b res de negocios» de notoria corrupción exportados por Estados Unidos, nunca tuvieron verdadero arraigo en el país; también puede decirse que los jefes religiosos respetados por los creyentes no habían tenido ninguna gestión política que pareciera aceptable para el pueblo iraquí. Sin el vacío creado por Saddam jamás se habrían pronunciado sus nombres. Frente a este nuevo «mundo político» fabricado por el imperialismo de la globalización liberal, ¿las otras fuerzas políticas, auténticamente populares y nacionales, eventualmente democráticas, tendrán los medios para reconstituirse?
Hubo un tiempo en que el Partido Comunista constituía el polo de la cristalización de lo mejor que la sociedad iraquí podía pro d u c i r. El Partido Comunista estaba implantado en todas las regiones del país y dominaba el mundo de los intelectuales, sobre todo los de origen chiíta, (¡opino que el chiísmo produce más que nada revolucionarios y líderes religiosos, y rara vez burócratas o compradores!). El Partido Comunista era auténticamente popular y antimperialista, poco inclinado a la demagogia, potencialmente democrático. ¿Está éste ahora llamado a desaparecer definitivamente de la historia, luego de la masacre de miles de sus mejores militantes por parte de las dictaduras baasistas, el colapso de la Unión Soviética (para el que este partido no estaba preparado), y la actitud de aquellos de sus intelectuales que creyeron aceptable regresar del exilio en las furgonetas de las tropas de Estados Unidos?
No es imposible, pero tampoco «inevitable».
El problema «kurdo» es un problema real, tanto en Iraq como en Irán y en Turquía. Aunque sobre este tema también debemos recordar que las potencias occidentales siempre han puesto en práctica con el mayor cinismo la regla de juzgar a conveniencia. Siempre fueron y serán dos pesas y dos medidas, según lo que en cada ocasión conviene al imperialismo. La represión de las peticiones kurdas jamás ha alcanzado en Iraq o en Irán el grado de violencia policial y militar, política y moral permanente que la practicada por los turcos. Ni Irán ni Iraq han llegado nunca a negar la propia existencia de los kurdos. Sin embargo, se le ha perdonado todo a Turquía, porque es miembro de la OTAN- ¡una organización de naciones democráticas, como nos recuerdan los medios de comunicación, de la que el eminente demócrata que fue Salazar se hizo uno de los miembros fundadores, lo mismo que los no menos incondicionales de la democracia, los coroneles griegos y los generales turcos!
Los frentes populares iraquíes constituidos alrededor del Partido Comunista y el Baas en los momentos más lúcidos de su historia como movimientos, cada vez que ejercían las responsabilidades de poder, encontraban un espacio de entendimiento con los principales partidos kurdo s, quienes además han sido siempre sus aliados.
De todos modos la propensión «antichiíta» y «antikurda» del régimen de Saddam es real: los bombardeos de la región de Basora por parte del ejército de Saddam luego de su derrota en Kuwait en 1990, el uso de gas contra los kurdos. Esta tendencia era una «respuesta» a las maniobras de la diplomacia armada de Washington, la cual había movilizado a los aprendices de brujo ávidos de aprovechar la oportunidad. No por ello dejó de tratarse de una maniobra criminal, por añadidura estúpida, porque el éxito de los llamamientos de Washington a la rebelión habían sido muy limitados. ¿Pero qué se puede esperar de un dictador como Saddam?
Los poderosos de Occidente, en tanto, dan una imagen de la resistencia a la ocupación extranjera, como » inesperada» en estas condiciones, como si «existiera de milagro». No es así el caso, la realidad elemental es simplemente que el pueblo iraquí en su conjunto (árabe y kurdo, sunita y chiíta) odia a los ocupantes y ha sido consciente de sus crímenes cotidianos (asesinatos, bombardeos, masacres, tort u ras). Debíamos entonces pensar en un Frente Unido de Resistencia Nacional (llámenlo como prefieran) que se proclame como tal, que haga manifiestos los nombres, la lista de organizaciones y los partidos involucrados, su programa común. Hasta hoy no hay tal, particularmente a causa de todas las razones que emanan de la destrucción del entramado social y político causada por la dictadura de Saddam y la de los ocupantes. Pero cualesquiera que sean los motivo s, esta debilidad constituye una carencia grave, que facilita las maniobras de división, estimula a los oportunistas y favorece la confusión en los objetivos de la liberación.
¿Quién vendrá a superar estas insuficiencias? Los comunistas debieran estar dispuestos a hacerlo. Sus militantes -presentes en el terreno- marcan su diferencia con respecto a aquellos «líderes» (¡los únicos que los medios de comunicación dominantes conocen!) que, sin saber sobre qué pie bailar, tratan de dar una apariencia de legitimidad a su «alineación» con el gobierno colaboracionista, ¡pretendiendo complementar por medio de la misma la acción de la resistencia armada! Pero muchas otras fuerzas políticas, dadas las circunstancias, podrían tomar iniciativas decisivas dirigidas a la formación de ese frente.
Queda el hecho de que, a pesar de sus «debilidades», la resistencia del pueblo iraquí ya ha hecho descarrilar (en lo político, si bien aún no en lo militar) el proyecto de Washington. Esto es precisamente lo que inquieta a los atlantistas de la Unión Europea, sus fieles aliados. Los asociados subalternos de Estados Unidos temen hoy una d e r rota de Washington, porque ésta fortalecería la capacidad de los pueblos del Sur para obligar al capital transnacional globalizado de la tríada imperialista a respetar los intereses de las naciones y los pueblos de Asia, África y América Latina.
La resistencia iraquí ha hecho propuestas que permitirían salir del punto muerto y ayudar a Estados Unidos a retirarse del avispero. Propone en efecto: (I) la constitución de una autoridad administra t i va de transición instaurada con el apoyo del Consejo de Seguridad; (II) el cese inmediato de las acciones de la Resistencia como asimismo las intervenciones militares y policiales de las tropas de ocupación; (III) la salida de todas las autoridades militares y civiles extranjeras en un plazo de 6 meses. Los detalles de estas propuestas aparecieron en la prestigiosa revista árabe Al Mustaqbal Al Arabi, publicada en Beirut, en enero de 2006.
El silencio absoluto que los medios de comunicación europeos imponen a la difusión del mensaje es, desde esta perspectiva, testimonio inequívoco de la solidaridad entre los socios imperialistas. Las fuerzas democráticas y progresistas de Europa tienen el deber de apartarse de esta política de la tríada imperialista y apoyar las proposiciones de la resistencia iraquí. Permitir que el pueblo iraquí afronte él solo a su adversario no es una opción aceptable: entraña la peligrosa idea de que nada se puede esperar de Occidente y de sus pueblos, y por lo tanto alienta algunas tendencias inaceptables -criminales, de hecho- en las prácticas de algunos movimientos de resistencia.
Mientras más fuerte haya sido el apoyo de las fuerzas democráticas de Europa y del mundo al pueblo iraquí, más pronto las tropas de ocupación abandonarán el país, mayores serán las posibilidades de un mejor porvenir para ese pueblo mártir. Mientras más dure la ocupación, más sombrío el futuro que sobre vendrá tras su inevitable fin.
Palestina
El pueblo palestino es, tras la declaración Balfour durante la Primera Guerra Mundial, víctima de un proyecto de colonización extranjera que le reserva la suerte de los «pieles rojas», y que lo mismo se reconoce, que se intenta ignorar. Este proyecto ha sido siempre apoyado Incondicionalmente por la potencia imperialista dominante en la región (antes Gran Bretaña, hoy día Estados Unidos) porque el Estado extranjero sionista presente en la zona no puede ser otra cosa que un instrumento incondicional de las intervenciones que se proponen la sumisión del Medio Oriente árabe a la dominación del capitalismo imperialista.
Esa situación es, para todos los pueblos de África y de Asia, de una absoluta evidencia De este modo, en los dos continentes, la afirmación y la defensa de los derechos del pueblo palestino nacen espontáneamente. Por el contrario, en Europa el «problema palestino» provoca divisiones, alentadas por las confusiones estimuladas mantenidas por la ideología sionista, multipresente a todo nivel en todos los medios de comunicación.
Como nunca, con el despliegue del proyecto americano del «Gran Medio Oriente» fueron abolidos los derechos del pueblo palestino. Mientras, la OLP había aceptado los planes de Oslo y de Madrid y la hoja de ruta diseñada por Washington. ¡Fue Israel quien rechazó abiertamente firmar, y puso en práctica un plan de expansión aún más ambicioso! La posición de la OLP se debilitó: se le puede hacer el justo reproche de haber creído ingenuamente en la sinceridad de sus adversarios. El apoyo brindado por las autoridades a su adversario islamista (Hamas) -en un primer momento, por lo menos-, el crecimiento de prácticas corruptas por parte de la administración palestina (la cual obviaron los suministra d o res de fondos -el Banco Mundial, la Unión Europea, las ONGs-, si es que éstos no son partes fundamentales de ellas) habrían de conducir -esto era previsible (y probablemente calculado y deseado)- a la victoria electoral de Ha m a s, pretexto adicional suplementario invocado de inmediato para justificar la incondicional alianza con las políticas de Israel ¡»cualesquiera que estas sean fueran»!
El proyecto colonial sionista siempre ha constituido una amenaza para Palestina y para los países árabes vecinos. Su s ambiciones de anexión del Sinaí egipcio y su anexión efectiva del Golán sirio son prueba de ello. En el proyecto del «Gran Medio Oriente» se le confiere un lugar especial a Israel, el monopolio regional de equipamiento militar nuclear, y a su papel de socio «pareja obligada» (con el pretexto falaz de que Israel dispondría de «capacidades tecnológicas», ¡algo de lo que carecerían todos los pueblos árabes y de lo que ningún pueblo árabe tiene la culpa! ¡Racismo obliga!
No es nuestra intención proponer aquí análisis concernientes a las complejas interacciones entre las luchas de resistencia a la expansión colonial sionista y los conflictos y opciones políticas en el Líbano y Siria. Los regímenes del partido Baas en Siria resistieron a su manera las exigencias de las potencias imperialistas e Israel. Que esta resistencia haya servido igualmente para legitimar ambiciones más discutibles (el control del Líbano) es otro asunto.
Siria además escogió cuidadosamente sus «aliados» entre los «menos peligrosos» en el Líbano. Se sabe que la resistencia a las incursiones israelíes al sur del Líbano (desvío de las aguas incluido) había sido organizada por el Partido Comunista libanés. Las fuerzas sirias, libanesas e iraníes cooperaron estrechamente para destruir esta «base peligrosa» y reemplazarla por las de Hezbollah. El asesinato de Rafic el Harriri -lejos aún de haber sido aclarado- evidentemente brindó a las potencias imperialistas (Estados Unidos a la cabeza, Francia detrás) la oportunidad de una intervención con un doble propósito: hacer que Damasco aceptara alinearse con el grupo de Estados árabes «clientelizados» (Egipto, Arabia Saudita) -o, en su defecto, eliminar los vestigios de poder baasista degenerado-, y eliminar los restos de la capacidad de resistencia a las incursiones israelíes (con la exigencia del «desarme» de Hezbollah).
La retórica «democrática» se invocará cada vez que se necesite para algo. En la actualidad, defender los derechos inalienables del pueblo palestino es el imperioso deber de todos los demócratas del mundo entero. Palestina está en el centro de los mayores conflictos de nuestros tiempos. Aceptar el plan israelí de la destrucción total de Palestina y de su pueblo equivaldría a negar a los pueblos su primer derecho: el derecho a existir. Acusar de «antisemitismo» a quienes se oponen al despliegue de ese proyecto es inaceptable.
Irán
No es nuestra intención desarrollar aquí los análisis que sugiere la «revolución islámica». Sea tal como ella misma se proclama y como la vemos a menudo en la esfera del Islam político, o según los «observadores extranjeros», es aviso y punto de partida de una evolución que al final debe abarcar a toda la región, de hecho, al conjunto del «mundo musulmán», rebautizado por la circunstancia » la umma» («nación», ¿lo que nunca ha sido)? ¿O se trataba de un acontecimiento singular, particularmente porque es apropiado para la combinación de las interpretaciones del Islam chiíta y de la expresión del nacionalismo iraní?
Desde el punto de vista que nos interesa aquí sólo haré dos observaciones. La primera es que el régimen del Islam político en Irán no es por naturaleza incompatible con la integración del país en el sistema capitalista mundial como tal (los principios sobre los que se fundamenta el régimen encuentran su espacio en una visión de la gestión «liberal» de la economía). La segunda es que la nación iraní es una «nación fuerte», en otras palabras, una nación donde los mejores componentes, si no todos -clases populares y dirigentes- no aceptan la integración del país en posición de dominado dentro del sistema mundial. Se entiende perfectamente la contradicción entre esas dos dimensiones de la realidad iraní, y la segunda da cuenta de aquellas orientaciones de la política exterior de Teherán que muestran la voluntad de resistirse a los dictados extranjeros.