A Crespo Galende «Kepa»
Le dije a mi hija mayor (Izar, de nueve años): «mira, allí está tú campeón, anda, corre, cinga y pídele un autógrafo». Eran las cuatro y media de la madrugada cuando, en el aeropuerto de Barajas, recibimos algunos patriotas a la selección campeona de basket-ball (trato de que mi retoño aprenda idiomas de trabajo). A mi hija le dio pereza a hora tan temprana, pero pronto le hice comprender: no entiendes estos misterios ni arcanos. Esta explicación que le di la confundió más. Cuando logró el autógrafo la felicité por haber sabido darse de codazos y poner zancadillas a modo por ver de estar en primera línea. Salió en las televisoras y yo, a mis amigos, dije orgulloso: «vean, corrió riesgo, es valiente (como yo, claro)». Mi hija es inteligente, pero no asimila, es joven. Dice que prefiere pedir autógrafos a las gentes de ciencia, a los cirujanos y a los obreros que son las verdaderas fuerzas productivas -así dijo- de la humanidad y no a paletos que ponen «Vesos» con uve para «Hizar». No entendí su lenguaje que juzgué propio de jerga generacional. No sabía «hablar en plata». No le dí sopas con honda, sino una torta bien dada y pedagógica. Somos o no somos.
Le dije a mi hija menor (June, cuatro años): «mira, allí está tu ídolo, mueve el culo por pedirle un autógrafo a ese futbolista que ha ganado el copón de la baraja y te recompensaré con un chupa-chups». Mi hija, que no es idiota como yo, negoció: no quería un chupa-chups, decía que eso era un producto «obsoleto» -así dijo- y que le diera un euro para comprar pistachos en la máquina. Cedí porque soy moderno y demócrata. Esta vez no hubo que madrugar. La niña, de mala gana, consiguió mi objetivo, quiero decir, ejem, el suyo, o sea, el autógrafo de la figura (tiene suerte que no me gustan los toros, pero no porque el animal sea torturado malísimamente, sino porque no entiendo ni papa). ¡Déjame verlo!, la conminé. Joer, ha puesto con «Hamor», con hache. Cómo se ve que son hijos de humildes productores, que decía Franco. A June se le retorció el pescuezo -como a la protagonista de «El exorcista», Linda Blair- y, con voz cavernosa, me espeta:»serán unos iletrados -no todos- pero están forrados, cosa que a mí me la suda, pero su dinero es un robo que proviene de una acumulación de capital expropiada al trabajo abstracto -lo mismo vivo que muerto- que se explota al proletariado universal. Encima, a estos lerdos les hacen creer que lo que ganan se lo merecen. Por no hablar de su función como opio del pueblo y tal y tal». Lloré: ella no sabía que yo jugué, y no mal, de juvenil al fútbol.
Guardé sus autógrafos… para mí. Igual que en 1967, en la plaza de mi pueblo -la Plaza los Fueros-, de noche y en verano, sentados en sillas de tijera (de cervecería), ví, con doce años, la representación teatral de «Romance de lobos» de Valle Inclán y luego fui al camerino (improvisado) a pedir autógrafos a los actores José Bódalo, Félix Dafauce, Arturo López (el que doblaba a Peter Falk, «Colombo»), y otros. Todavía los conservo pero mis hijas no me entienden. No saben de mi pasión por pedir autógrafos. Y que me iré a la tumba sin haber conseguido el de… (Nota de GARA: aquí se interrumpe el texto sin que se sepa el porqué).