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Entrevista a Juan Villoro, escritor y periodista

«El gran periodismo no perece; es literatura hecha bajo presión»

Fuentes: El Clarín de Chile

Juan Villoro (1956) regresó a su terruño en Coyoacán después de una gira por Sudamérica, que lo llevó a Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile. Invariablemente emigra al Sur, ya sea por los amigos, la literatura o el fútbol. » Escribimos porque el mundo está mal hecho…El amor y los libros son formas de […]

Juan Villoro (1956) regresó a su terruño en Coyoacán después de una gira por Sudamérica, que lo llevó a Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile. Invariablemente emigra al Sur, ya sea por los amigos, la literatura o el fútbol. » Escribimos porque el mundo está mal hecho…El amor y los libros son formas de remediar la realidad» dice a Clarín.cl mientras esboza 10 argumentos de su creación literaria y periodística.

Autor de: El mariscal de campo (1978) ; La noche navegable (1980); El cielo inferior (1984); Las golosinas secretas (1985); Albercas (1985); Palmeras de la brisa rápida (1989) ; El disparo de Argón (1991) ; La alcoba dormida (1992); El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica (1992); Los once de la tribu (1995); Materia dispuesta (1997); Baterista numeroso (1997); Autopista sanguijuela (1998); La casa pierde (Premio Villaurrutia, 1999); El té de tornillo del profesor Zíper (2000); Efectos personales (Premio Mazatlán, 2000); El testigo (Premio Herralde, 2004); Safari accidental (2005); Dios es redondo (Premio Vázquez Montalbán, 2006); De eso se trata (2007); Los culpables (Premio Antonin Artaud, 2008)y El libro salvaje (todavía inédito, saldrá en el catálogo del Fondo de Cultura Económica).

De paso por la Ciudad de México, el 4 de julio acompañó al escritor Jorge Volpi en la presentación de su libro » Mentiras contagiosas » y viceversa, Volpi -en calidad de director del Canal 22- invitó a Villoro al » Encuentro internacional de cultura y medios » , por los XV años de Conaculta al aire en la televisión pública (18/06/2008). Tres décadas en las canchas editoriales (desde El mariscal de campo a El libro salvaje), laureles con Punto de partida en 1974, que van del Villaurrutia (1999), al Premio Herralde (2004) ; aunado a la puesta en escena de Muerte parcial, ubican a Juan Villoro en los oscuros cuernos e iluminadas carteleras de la luna.

MC.- Tu padre -Luis Villoro- participó en una antología de Siglo XXI Editores: Historia ¿para qué? (1980), en tu caso Narrativa ¿para qué?

JV.- Escribimos porque el mundo está mal hecho, está incompleto, y necesitamos corregirlo por medio de ensoñaciones, ilusiones, historias. El amor y los libros son formas de remediar la realidad.

MC.- En Iguanas y dinosaurios, mencionas la ficción como recurso de supervivencia de tu niñez ante el eurocentrismo escolar, ¿por qué estudiaste ciencias sociales y no literatura?

JV.- No quise estudiar Letras porque tenía un miedo, bastante ingenuo, de que una pasión sin compromisos se convirtiera en un matrimonio por conveniencia. Quise preservar una relación sin ataduras con la literatura. Por otra parte, me interesaban los temas de la Sociología, que luego me han servido al escribir ensayos o crónicas. Nunca pensé en ejercer a fondo esa carrera pero la estudié con dedicación y me concentré en temas de Sociología del Conocimiento, la parte más abstracta o especulativa de esa disciplina.

MC.- Durante el » Encuentro de cultura y medios » de Canal 22, te escuché el refrán universitario: «estudien o terminaran de periodistas» ¿ahora lo dices con conocimiento de causa? ¿te aflige lo perecedero que resulta el periodismo?

JV.- Como digo en mi libro «Safari accidental», ahora el periodismo goza de mayor prestigio, al grado de que los príncipes -como el de Asturias- ya no se casan con princesas sino con periodistas. En los años setenta, cuando yo estudiaba Sociología, la prensa era muy mal vista, aún predominaba la corrupción y la falta de profesionalismo, aunque Julio Scherer ya aglutinaba a grandes periodistas en el antiguo » Excélsior » . El gran periodismo no perece; es literatura hecha bajo presión. Hoy en día podemos leer las crónicas de «El águila y la serpiente», de Martín Luis Guzmán, con el mismo gusto con que leemos su novela «La sombra del caudillo».

MC.- De La Tempestad a Letras Libres, ¿estás pendiente de cada Consejo Editorial en el que participas? ¿cómo era la dinámica de editar La Jornada Semanal?

JV.- Los consejos editoriales son entidades más bien fantasmagóricas que rara vez se reúnen. De vez en cuando, uno puede sugerir alguna cosa, pero eso debe salir de ti. Pertenecer a un consejo editorial es una manera amistosa y más bien remota de apoyar un proyecto editorial. Editar un suplemento, en cambio, es una tarea extenuante, de tiempo completo, al menos así lo fue para mí. No tengo espíritu de editor porque no me gusta administrar el talento ajeno y detesto rechazar textos. Después de tres años juré no volver a editar y no lo he hecho. Tengo espíritu de colaborador, no de editor.

MC.- 2008 fue el año de tu debut como dramaturgo ¿y al poeta abstracto cuándo lo leeremos en cartelera? ¿qué tal tu paso por las tablas del lunario?

JV.- No escribo poesía porque carezco de la capacidad de condensación de los poetas. Yo necesito de 300 páginas de una novela o de dos horas de una obra de teatro para causar el efecto que un poeta logra en un par de versos. Escribo prosa, de modo que no aparecerán por ahí poemas míos. El teatro ha sido algo entusiasmante para mí. Fue mi primera pasión literaria; participé en una obra colectiva en 1970, que se llamaba «Crisol». Yo tenía entonces 14 años y admiraba sin freno a Alejandro Jodorowsky y Juan José Gurrola. Luego traduje obras para Ludwik Margules y me mantuve cerca del teatro como espectador. Ludwik y yo planeamos una adaptación de «La ópera del mendigo», de John Gay, pero avanzamos poco. Finalmente, en 2006, me lancé a la escritura. Comencé la obra el día de la muerte de Ludwik Margules (7 de marzo) y terminé la primera versión el Día de Muertos (2 de noviembre). Quizá por eso el tema de «Muerte parcial» es una especulación sobre la muerte como puesta en escena.

MC.- En Santiago de Chile, el sello universitario Diego Portales editó: De eso se trata (2007), la continuación de los ensayos literarios de Efectos personales (Era, 2000) ¿diluyes la diferencia entre ensayo y crítica literaria? ¿qué críticos latinoamericanos sueles leer?

JV.- Me interesa más el ensayo, y los grandes críticos suelen ser, también, buenos ensayistas. Como autor de ensayos yo no dejo de ser un narrador. No soy un profesor, un historiador o un erudito, sino alguien que explora a los demás para saber cómo puede escribir sus propios libros. En este sentido, a un ensayista le pido que establezca conexiones inesperadas que permitan pensar de otro modo lo que ya has leído. Me gustan mucho los ensayos de Ricardo Piglia, Juan José Saer, Beatriz Sarlo, Josefina Ludmer, Alan Pauls, Graciela Montaldo. Como ves, tengo una preferencia claramente argentina.

MC.- El libro salvaje (FCE, 2008) envuelve una parábola, de que son «ellos», los libros, quienes te eligen o se escabullen para no ser leídos ¿qué es lo que más disfrutas al escribir para niños? ¿qué libro anda tras la caza del profesor Zíper?

JV.- Los niños son lectores muy exigentes, que admiten asuntos muy desaforados a condición de que sean lógicos (cuando traicionas la lógica, los niños lo advierten de inmediato). Además, los grandes libros para niños son cuentos morales. A los niños les interesan preguntas definitivas: el sentido de la vida, el amor, la lealtad, la traición, la muerte, el más allá, la fe. A diferencia de los adultos, no buscan un entretenimiento elegante sino claves para vivir. Un buen libro infantil es un juguete filosófico. Obviamente sobran razones para escribirlos.

MC.- Al terminar la Eurocopa 2008, Isaac Rosa describió «Ese rugido» madrileño y preguntaba «¿ Se imaginan si un día nos ponemos de acuerdo para gritar otra cosa? Nos oirían, claro» (Público 30.06.08) Juan ¿Argentina 78 es el hito latinoamericano del fútbol a conveniencia política? ¿al fútbol se le puede atribuir la apatía social fuera de la cancha?  

JV.- El fútbol no es responsable de lo que pasa en el mundo; es un espejo del mundo. La guerra entre Honduras y El Salvador (1969) partió de un partido de fútbol, pero el tema no era decidir el marcador sino afrentas históricas entre los dos países. Lamento que el triunfo de Argentina en el 78 haya sido visto por los militares como un triunfo de ellos, pero la alegría de la gente fue genuina y esa selección dio grandes partidos. Hay selecciones, como la francesa del 98, que prefiguran una sociedad multicultural superior a la que existe fuera de la cancha. Por otro lado, hay políticos, como Berlusconi, que llegan a la presidencia con un lema de fútbol: ‘¡Forza Italia!’ y apoyados en haber conducido al Club Milán a la Champions. El fútbol da para todo, pero no exageremos lo que puede hacer; no crea nacionalidades, ni separa a los pueblos. Es la forma de la pasión mejor repartida en la Tierra y, como tal, entrega maravillosos aspectos lúdicos y se somete a toda clase de manipulaciones.

MC.- Finalmente, eres un escritor con demasiada presencia en los ‘mass media’ ¿hay algo que nunca te han preguntado y de lo que te gustaría hablar?

JV.- Lo de demasiada presencia en los mass-media me parece excesivo, sobre todo porque invalidaría el sentido de esta entrevista. No tengo un programa de radio ni un programa de televisión, aunque me los han ofrecido. Rechazo el 80% de invitaciones a los medios electrónicos. Tampoco me interesa ser un escritor ermitaño ajeno a su entorno. Yo mismo hago periodismo y sé lo difícil que es hacer una entrevista; por lo tanto, me interesa colaborar con colegas, sobre todo en espacios culturales. Vivimos en un país donde la cultura de la letra está amenazada y eso no se arregla con el aislamiento o la indiferencia, por eso participo en foros de discusión. Hay muchas preguntas que no me han hecho, pero no soy yo quien deba plantearlas, porque no me intereso para entrevistarme. ¡Bastante tengo con todas las interrogantes que me hago al escribir!

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