Permítanme decirles esta mañana que, desde mis lejanos cerros de Parral, llegué a la ciudad de México en 1965. Me deslumbraron la Ciudad Universitaria, las librerías, la increíble distancia política y artística entre la capital y el interior del país. Uno de mis primeros descubrimientos, además de las Librerías de Cristal en las pérgolas de […]
Permítanme decirles esta mañana que, desde mis lejanos cerros de Parral, llegué a la ciudad de México en 1965. Me deslumbraron la Ciudad Universitaria, las librerías, la increíble distancia política y artística entre la capital y el interior del país. Uno de mis primeros descubrimientos, además de las Librerías de Cristal en las pérgolas de la Alameda, de las encomiables librerías Zaplana y de las librerías de viejo en las calles de Donceles y la Lagunilla, fue la librería francesa, ubicada en un pequeño local del Paseo de la Reforma, muy cercana al edificio del periódico Excélsior donde escribía semana a semana mi profesor de Sociología, el andaluz Francisco Carmona Nenclares. Él me llevó por vez primera a esa librería y me convertí muy pronto en su asiduo visitante y comprador.
A principios de 1966 adquirí ahí, y lo leí ávidamente, un libro que aún conservo, el número 56 de la colección Idées de Gallimard, publicado en 1963 y llegado a esa librería un año después: me refiero a la versión francesa de La révolution permanente, de León Trotsky, que contenía ensayos primordiales y artículos escritos por él entre 1929 y 1931. Trotsky preparó un amplio prefacio para la edición francesa, uno de los documentos más brillantes que yo recuerdo para entender los movimientos libertarios del mundo desde una perspectiva no local, sino mundial. La sierra de Chihuahua acababa de poner sobre la mesa política del país la insurrección campesina de Ciudad Madera en 1965, que continuarían muchos movimientos más de lucha guerrillera en México desde alzamientos rurales como el de Lucio Cabañas, hasta urbanos, como el de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
No era fácil descubrir en una traducción francesa que alguien había explicado en ruso, más de 30 años antes, lo que yo debía comprender de esa lucha y de las que serían inminentes en México hasta el día de hoy.
De esa lectura juvenil recuerdo este peculiar elogio a la lengua francesa: «Y la lengua francesa, tan bella, tan acabada en sus formas, cuyo pulimiento algo debe a un instrumento tan acerado como la guillotina, se precipitará de nuevo, por el efecto de la dialéctica histórica, en un profundo mortero donde sufrirá una refundición en alta temperatura. Sin perder su perfecta lógica, adquirirá más maleabilidad. La revolución dialéctica del lenguaje expresará solamente una nueva revolución en el dominio de las ideas, la cual no es disociable de una revolución en el dominio de las cosas.»
Ese volumen contenía, entre otros apéndices, «De la révolution ètranglée et de ses ètrangleurs» (Repònse a M. André Malraux). Imposible olvidar la narrativa de Malraux; imposible olvidar las reflexiones de Trotsky sobre las ideas de Malraux. El 12 de junio de 1931, en Kadiköy, describió el contraste entre dos tipos de «profesionales»: los funcionarios revolucionarios (o aventureros, como también los llamó) y los llanamente revolucionarios. La literatura y la realidad abrían caminos contrastantes en China, Rusia o Francia, y podríamos agregar, también en México. Les leo un fragmento de ese apéndice:
«De 1903 a 1918, es decir, en el período en que se formaba en Rusia el tipo de revolucionario profesional, Borodine y centenares o millares de sus semejantes permanecieron fuera de la lucha. En 1918, después de la victoria, Borodine se puso al servicio de los soviets, lo que le significó un honor: es más honorable servir a un Estado proletario que a un Estado burgués. Borodine se encargó de misiones peligrosas. Pero los agentes de las potencias burguesas en el extranjero, sobre todo en las colonias, también corren a menudo grandes riesgos en el cumplimiento de sus tareas y esto no los convierte en revolucionarios. El tipo de funcionario aventurero y el del revolucionario profesional pueden, en ciertas circunstancias y en ciertos aspectos, parecerse. Pero por su constitución síquica y por su función histórica, son dos tipos opuestos.»
Situándose en China, agregó, para ejemplificarlo con mayor claridad: «El revolucionario proletario considera a los obreros chinos como su ejército para el día de hoy o para el de mañana. El funcionario aventurero se sitúa por encima de todas las clases de la nación china. Se cree llamado a dominar, decidir, mandar, independientemente de las relaciones internas de las fuerzas que existen en China.»
Volviendo a La revolución permanente, recuerdo algunos pasajes detallados que en estos días de globalización económica siguen siendo profundos y actuales. Por ejemplo, que sus análisis y observaciones proceden «…de la economía mundial, considerada no como la simple adición de sus unidades nacionales, sino como una poderosa realidad independiente creada por la división internacional del trabajo y por el mercado mundial, que en nuestra época domina todos los mercados nacionales… No se puede… comprender el capitalismo regional si no se le considera como parte de la economía mundial…»
En efecto, la globalización económica es un nuevo colonialismo que está creando un futuro ominoso para la humanidad, provocando un grave retroceso hacia la barbarie política y jurídica. Estamos ante el desmantelamiento de los Estados, ante el abandono de los objetivos de bienestar de las sociedades. En este neocolonialismo el poder se concentra cada vez más en los intereses de los grandes consorcios. Cuando los pueblos busquen liberarse de esta economía asfixiante, el futuro de una nueva o vieja izquierda me temo que no dependerá de elites ni de partidos políticos, sino de una gran fuerza social.
En la actualidad no hay aún la articulación visible de un nuevo gran movimiento popular y mundial, cierto. Los discursos de la izquierda y la derecha en este momento no siempre son claramente distinguibles; las elites políticas tienen un acercamiento cada vez mayor, porque cuentan con espacios más restringidos de acción.
Pero los procesos de sometimiento a la globalización sólo pueden modificarse a partir del despertar social; sería la única fuerza posible en términos políticos y sociales para cambiar las inercias de la elite mundial. Toda refundación de la izquierda partirá de esa realidad social, de un resurgimiento de la fuerza ciudadana, obrera, campesina, estudiantil, magisterial, que obligue a modificar las condiciones sociales con una mayor equidad. Cuando este movimiento aparezca estaremos ante una nueva izquierda en México y en el mundo. Pasaremos de la democracia electoral a la democracia del bienestar social y a la democracia participativa, donde las fuerzas ciudadanas pueden intervenir en la toma de las decisiones de funcionarios públicos.
Casi al inicio de estas palabras me he referido a los movimientos guerrilleros en México; para terminarlas, volveré a referirme a ellos. En las dos décadas recientes han ido apareciendo, en distintos países de nuestro continente, memorias, diarios, novelas, documentos que van revelando el pensamiento, las acciones, el arrojo de muchos guerrilleros y luchadores sociales que a nuestro tiempo dieron ejemplo de dignidad. Gradualmente salen de la clandestinidad los análisis y recuentos de las luchas emprendidas durante los años 60 y 70 del siglo pasado. Se trata de una historia que, además del conocimiento de las ideas libertarias, sigue exigiendo la revelación de las indignidades: la guerra sucia en México, en Chile, en Argentina, en Guatemala, en El Salvador, en muchos territorios. Se trata, además, de una realidad actual en varias regiones de México y en otras zonas de nuestra América y del Oriente Medio; es decir, no ha terminado la lucha, sino que se renueva y permanece.
Permítanme insistir ahora que cada generación tiene su momento para luchar por sí misma, para construir, comprender, desentrañar su destino, su fuerza, su inteligencia. Tarde o temprano, cada generación modifica el mundo, porque no puede justificarse a sí misma con la dignidad que otros tuvieron en el pasado. Cada generación es responsable de su propia dignidad.
Por eso estamos reunidos aquí, en recuerdo de León Trotsky. Para celebrar, a los 68 de su fallecimiento, al infatigable e inquebrantable luchador social, político, militar, pensador, escritor. Para celebrar su dignidad que engrandeció la justicia de su lucha y su época. Que nos compromete con nuestra propia dignidad y la propia justicia de nuestra época.