Nada nuevo bajo el sol. El Estado niñera sigue cumpliendo su función al servicio del gran capital. Sea en Estados Unidos, Europa o México, el Estado nana aplica la disciplina del mercado y receta más miseria y hambre a la chusma y las clases trabajadoras, mientras subvenciona a los plutócratas mediante agresivos planes neokeynesianos y […]
Nada nuevo bajo el sol. El Estado niñera sigue cumpliendo su función al servicio del gran capital. Sea en Estados Unidos, Europa o México, el Estado nana aplica la disciplina del mercado y receta más miseria y hambre a la chusma y las clases trabajadoras, mientras subvenciona a los plutócratas mediante agresivos planes neokeynesianos y nacionalizaciones-privatizaciones. Cambian las formas pero la esencia es la misma. Para «salvar» al sistema, durante la llamada crisis de la burbuja hipotecaria subprime los bancos centrales rescataron con fondos públicos a los tahúres financieros de Wall Street y a los tramposos banqueros y las grandes famiglias empresariales de Estados Unidos, Europa y México que apostaron mal, y transfirieron las deudas de los perdedores a los gobiernos y los contribuyentes.
Lo mismo de siempre en el paraíso friedmaniano y bushiano, en este capitalismo de garito donde unos pierden y otros ganan. Se privatizan las ganancias y se socializan las pérdidas. Así, en pocos días, mediante operaciones electrónicas computarizadas que duran escasos segundos -en el marco de un capitalismo predador, desinhibido, no regulado o que se hace de la vista gorda en cuanto a la contabilidad empresarial, financiera y bancaria-, grandes masas de dinero público pasaron a manos privadas, con la complicidad de clasificadoras de riesgo (como Moody’s y Standard and Poor’s) y los bancos centrales, que actuaron en la emergencia como prestamistas de un sistema bancario y financiero agiotista, usurero y especulador. Los gobernadores de los bancos centrales lavaron los chanchullos de ingeniería financiera de los fundamentalistas del «libre mercado». Terminaron avalando millonarios fraudes corporativos y a inversionistas irresponsables libres de controles gubernamentales, que utilizan inteligentes estratagemas manipuladoras con la complicidad de los medios de difusión masiva bajo control monopólico, a través de leyes del silencio o explicaciones a modo.
En la coyuntura volvió a aplicarse lo que Noam Chomsky ha descrito como la «máxima infame de los dueños de la humanidad: todo para nosotros y nada para los demás». Una vez más, ante la mentirosa disyuntiva planteada por George W. Bush, de imponer «el mayor rescate en la historia de Estados Unidos o el mundo se desmoronará», triunfaron la codicia, la avaricia, el lucro y el saqueo de pequeños grupos cleptocráticos. Ganó el canibalismo corporativo que se vale de la mano visible del Estado nana y de la información privilegiada para acumular riquezas escandalosas.
Fue un crimen calculado. Orquestado por adelantado. Montado y escenificado con base en la doctrina del shock. Construido sobre ficciones y mentiras. Bajo presión, generaron una crisis. Manufacturaron un caos económico-financiero; una sensación de estar al borde del abismo. Mediante técnicas de sometimiento «globales» generaron un sentido de urgencia. Luego aplicaron la terapia de «choque y pavor» para ablandar sin anestesia a sociedades enteras y someterlas a políticas económicas más draconianas. Como en la invasión a Irak o la «guerra» de Felipe Calderón contra Los Zetas, el narcoterror y los tiragranadas.
Lo ha explicado muy bien Naomi Klein: esgrimiendo razones de seguridad nacional o financiera, los fundamentalistas del shock imponen formas más brutales de coerción a sociedades enteras. Se trata de una filosofía del poder. Una filosofía sobre cómo lograr objetivos políticos y económicos. Parte de la base que la mejor oportunidad para imponer medidas ultraneoliberales es el periodo subsiguiente de un gran choque. Como a los prisioneros a los que se les aplican electroshocks o la picana para ablandarlos, doblegarlos y domesticarlos, el sistema aplica el miedo, la violencia y el terror físico y económico para ablandar sociedades enteras. Las dislocan. La gente se desorienta. Entra en pánico. Y se abre una ventana, como en un interrogatorio. Por allí se puede introducir lo que los economistas llaman la «terapia del choque económico». Primero se genera la intranquilidad, el caos, el desastre, el miedo, y luego todo eso es utilizado como excusa para terminar la tarea, para privatizarlo todo. Para seguir depredando y concentrando la riqueza en pocas manos.
El Departamento del Tesoro estadunidense dará por buenas las obligaciones de deuda colateralizada que el multimillonario Warren Buffet llamó en su día «armas de destrucción financiera masiva». Aquí, el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz, dijo sin rubor que las reservas internacionales son para rescatar empresas. No a la gente. Y no hay culpables. Ni empresarios ni banqueros culpables por el «ataque especulativo» contra el peso (Agustín Carstens dixit). A la hora de tener que explicar por qué era de «interés público» salvar a los tahúres, Ortiz, el secretario de Hacienda Carstens y sus amanuenses, recurrieron a un discurso armado a base de eufemismos y coartadas retóricas plausibles. Es la historia de siempre. Cuando las apuestas salen mal, los rescates son la remuneración económica calculada de quienes han contribuido financieramente a las campañas electorales. Eso vale para los ladrones de Wall Street y para los barones mexicanos del Consejo Coordinador Empresarial. Y que el pueblo aguante.
El sábado 18, en Campo David, el presidente Bush convocó a una cumbre económica mundial para «preservar el capitalismo democrático, la libre empresa y el libre mercado». Bush miente. Miente a sabiendas. Quiere seguir explotando el mito del capitalismo democrático. Capitalismo y democracia se oponen. Tampoco existe el libre mercado. Simplemente, él y las corporaciones trasnacionales que impulsan la «cultura del desastre», quieren aprovechar la crisis en gran escala para imponer reglas económicas y financieras más draconianas, en un intento por preservar la hegemonía y el actual sistema de dominación imperial.