Los grandes medios de comunicación, e incluso los propios gobiernos, abordan con muy poca claridad y con mucho menos pluralismo el análisis de la crisis que nos afecta. Eso confunde a los ciudadanos pero es gracias a esa confusión que pueden ir colocando las medidas que adoptan para favorecer a la banca como si se […]
Los grandes medios de comunicación, e incluso los propios gobiernos, abordan con muy poca claridad y con mucho menos pluralismo el análisis de la crisis que nos afecta. Eso confunde a los ciudadanos pero es gracias a esa confusión que pueden ir colocando las medidas que adoptan para favorecer a la banca como si se tratara de las únicas respuestas a la crisis y las mejores para todos.
Para entender lo que está pasando hay que tener en cuenta que la crisis tiene cuatro causas inmediatas principales y otra más profunda y grave.
La primera de las causas inmediatas es la desnaturalización progresiva del negocio bancario. En lugar de seguir sirviendo para trasladar los recursos financieros desde los ahorradores a los inversores productivos, que son los empresarios que crean empleo y riqueza y los consumidores, lo que vienen haciendo los bancos desde hace años es trasladar ese ahorro hacia la especulación financiera. Un proceso que se ha ido agigantando con el paso del tiempo hasta llegar al paroxismo actual que ha hecho estallar a todo el sistema bancario mundial.
Frente a eso no hay otro remedio que hacer volver las aguas a su cauce estableciendo una nueva regulación de la actividad bancaria en todo el mundo para evitar que los bancos se dediquen a alimentar el monstruo de la especulación en lugar de proporcionar la financiación que necesita la economía real.
La segunda es que en los últimos años se han ido desregulando cada vez más los mercados financieros, es decir, concediendo una libertad ilimitada a los capitales y a los que los movilizan por todo el planeta en busca solamente de ganancias financieras. La excusa era la ideología falsa según la cual los mercados son capaces por sí solos de enjugar el riesgo y de volver siempre el equilibrio. Pero lo que en realidad se hizo no fue desregular de verdad sino establecer otras normas, una regulación que yo califico de tramposa, orientada a proporcionar opacidad a los negocios turbios e ilegales, a la corrupción, y a la inversión super arriesgada, y a facilitar los chanchullos y la creación de chiringuitos financieros.
Esto no tiene más arreglo que acabar con ese mundo de privilegios, con las entidades que utilizan para llevar a cabo sus negocios y con los trucos de ingeniería financiera que sirven para ocultar el riesgo y la inestabilidad que llevan consigo los negocios financieros meramente especulativos. Es decir, estableciendo lo que en puridad se denomina un marco de represión financiera frente a la liberalización que permite que los más ricos y poderosos del mundo puedan hacer lo que les venga en gana con los recursos de todos.
En tercer lugar, estamos comprobando que a pesar de que el universo financiero (en donde se concentra el mayor volumen de medios de pago y fuentes de financiación) responde solo a una lógica especulativa ajena a la actividad productiva real, ésta es en realidad esclava de la especulación y de lo que ocurre en ese universo. Por eso, cuando se producen perturbaciones en los mercados financieros dedicados a la especulación la economía productiva enseguida se ve afectada y entra en crisis. Una veces, porque la propia especulación afecta a mercados reales (como ha ocurrido con el petróleo o los alimentos), otras, como en estos momentos, simplemente porque carece de la financiación básica que necesita para funcionar.
La única solución a este problema consiste en romper esa dependencia letal y garantizar a la actividad empresarial y al consumo los flujos de financiación adecuados que puntualmente necesita y en condiciones no competitivas con la actividad especulativa. Es imprescindible, pues, otro tipo de banca y es particularmente deseable un nuevo tipo de banca pública para que haya completa seguridad en los flujos financieros.
Finalmente, no se puede olvidar que los intercambios económicos necesitan inexcusablemente un orden financiero internacional y que hoy día vivimos en un auténtico no-orden porque el viejo se concibió en torno al dólar que hoy día es una moneda sin el suficiente respaldo como para constituirse en la base del sistema monetario y financiero internacional.
Para este problema no hay más solución que poner al dólar en su sitio e instaurar un nuevo sistema monetario internacional sólido, estable y bien regulado.
Pero junto a estas causas hay otra de la que no hablan los poderosos.
El origen último de esta crisis gigantesca es la explosión de una bomba de relojería que tiene un nombre concreto: la especulación financiera exacerbada.
Pero ¿por qué se ha podido producir en los últimos años una acumulación de recursos tan grande y, tal y como estamos comprobando, tan dañina en los mercados especulativos? Y ¿cómo hemos podido llegar a una situación como la actual en la que más de dos billones de dólares circulan cada día sin control o sin impuestos en los mercados de divisas vinculados solamente a operaciones especulativas, sin relación alguna con el comercio real?
La respuesta es fácil. En los últimos decenios las políticas liberales han reformado los mercados laborales, han domeñado a los sindicatos, han desguarnecido a los trabajadores mediante el empleo precario y el endeudamiento y le han dado todo el poder a las empresas que hoy día pueden imponer las condiciones que quieran a los trabajadores. Eso ha favorecido una recuperación impresionante de las rentas del capital, de los beneficios, en perjuicio de los salarios.
Por eso hoy día tenemos la peor distribución de la renta de los últimos decenios, la mayor desigualdad. Y por eso cae el poder de compra.
Ahora bien, esas políticas han sido exitosas para recuperar el beneficio pero lo han hecho a costa de generar escasez, de debilitar los mercados internos y por tanto la economía real, la actividad productiva. Y como en esta última se obtiene menos tasa de rentabilidad, resulta más atractiva la inversión financiera.
Se juntó el hambre (la menor ganancia relativa en la economía real) con las ganas de comer (la abundancia de capitales ávidos de beneficio en el nuevo universo financiero). Y ahora sufrimos las consecuencias.
Por eso, si se quiere acabar con la crisis hay que terminar con él cáncer que representa la especulación financiera y con sus efectos mortales sobre la estabilidad económica, sobre el crecimiento y sobre la creación de empleo y riqueza, y para ello no hay más salida que darle la vuelta a la pauta distributiva hoy día dominante. Es decir, para salir de la crisis sin exponerse a sufrir otra más grande dentro de poco hay que aplicar otro tipo de políticas: hay que establecer políticas fiscales que graven el beneficio y que apoyen a las rentas más bajas; aumentar el gasto público para reforzar la actividad productiva hoy día tan debilitada y, principalmente, adoptar medidas que permitan que aumenten los salarios y el poder de compra de los trabajadores.
Juzguen los lectores si esto es lo que están haciendo los gobiernos y a quién beneficia que en lugar de hacer esto solo se empeñen en salvar a los bancos que, sin cambiar las reglas del juego, es evidente que seguirán haciendo lo mismo de antes porque eso es lo que les da beneficios y poder.
Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla. Su web personal: www.juantorreslopez.com