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Artes en Colombia

Entre el merito del fulgor y la desmesura de la infamia

Fuentes: Rebelión

Cuando vimos en la primera semana de diciembre en las calles de La Candelaria , en Bogota , el cartel que anunciaba la obra de Teatro : Olympia y los derechos de las mujeres en la revolución francesa , no teníamos la menor noticia de Olympe de Gouges , esa mujer extraordinaria que en la […]

Cuando vimos en la primera semana de diciembre en las calles de La Candelaria , en Bogota , el cartel que anunciaba la obra de Teatro : Olympia y los derechos de las mujeres en la revolución francesa , no teníamos la menor noticia de Olympe de Gouges , esa mujer extraordinaria que en la revolución francesa escribió la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana que se iniciaba preguntando : «Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta.»

Como ya habíamos iniciado la preparación del encuentro en torno a las semillas, los alimentos, la medicina tradicional, con acento en la palabra ancestral femenina que se celebrará a finales del 2009, como un reconocimiento a la tesón indómita de un tejido invisible y eficaz de cientos de miles de mujeres que en Colombia han sostenido lo que queda de vida y dignidad en medio del desastre, agradecimos en lo profundo cuando recibimos la invitación para el estreno de la obra.

Fue muy estimulante acudir la noche del 17 de diciembre al Teatro Seki Sano y ver abarrotada la sala para apreciar el montaje del Grupo Rapsoda Teatro: cuatro actrices y un actor en escena, con la dirección de Patricia Ariza. No esperábamos ser arrebatados, como aconteció, por un ritmo fascinante en el que la realidad oprobiosa que padecemos se mezcla en forma indiscernible con una narración elaborada con el amoroso cuidado que precisa una filigrana de destellos en los textos , la música y las imágenes.

Detrás del ritmo trepidante y el despliegue de talento del grupo actoral estaban meses y meses de ardua labor, años de maduración en la dirección y formidable audacia creadora en el colectivo. Muchos momentos dramáticos nos electrizaron, pero hubo uno, en especial, que quedo resonando en nuestro interior: sucede cuando las actrices se mezclan entre el publico pronunciando como un mantra una frase del testamento de Olympia: «Y a los hombres dejamos nuestra sensibilidad porque sabemos que la necesitan».

No terminábamos de comentar los mil detalles fulgurantes de una obra hecha a pulso , tejida haciendo muchísimo con muy poco , cuando leímos en el diario El Espectador del domingo 20 de diciembre la noticia sobre la investigación que se adelantaba por parte de la Sijin – Policía Metropolitana de Bogota a Patricia Ariza , porque su trabajo con niños , ancianas , jóvenes , raperos , es sospechoso de ser parte de un trabajo de masas del «partido comunista clandestino» en favor de las Farc.

El 27 de diciembre en el mismo diario, el admirado poeta y escritor William Ospina escribió una columna, que concluyo así: «Creo en el trabajo creador, en la inteligencia, en el arte. Creo en la necesidad de construir un país más humano, más generoso y más solidario. Y creo, como Carlos Gaviria, en la necesidad de construir un país decente. Si eso es un crimen, que empiecen a procesarnos a todos.»

Así estamos hoy en Colombia : el arte que desaliena , que devuelve a los seres humanos la conciencia de su dignidad y recupera su esencia creadora , no solo no es reconocido en todo su infinito valor , no solo le son denegadas las responsabilidades en los puestos de decisión de asuntos públicos a las personas que con su probada consagración , su competencia y su afecto , pudieran multiplicar las riquezas vitales de las artes en beneficio de todos, no solo se birlan con desfachatez para nutrir el odio y la soberbia los presupuestos de los alimentos del cuerpo y el alma , sino que se persigue y se intimida desde espacios estatales. Mientras estas líneas se escriben el diario El Tiempo del 5 de enero, publica una entrevista a la dirigente indígena Aída Quilcué, quien permanece escondida después del crimen de su esposo en diciembre por parte de integrantes de la fuerza pública. ¿Acaso alguien ignora todavía que ha sucedido con numerosas personas que han sido sacrificadas después de ser estigmatizadas con ruines señalamientos de funcionarios estatales?

Enorme importancia tienen las cartas de solidaridad, pero no son en absoluto suficientes para transmutar las percepciones entumecidas que aceptan como normal una realidad de oprobio en la que a diario se nos hace comulgar con ruedas de molino. Hace unos años, en 1970, en Barcelona, García Márquez hablo de la Soledad de los Cien Años como un concepto político, como la negación de la solidaridad, de la falta de amor. ¿Tenemos que esperar otros cien años para que despierte?