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Matar al monstruo

Fuentes: Rebelión

En el capítulo quinto de su premiada obra Las uvas de la ira, el escritor estadounidense John Steinbeck nos describe el momento en que, en medio de la Gran Depresión, una familia de agricultores se ve forzada por los bancos a abandonar las tierras donde laboraba. La economía se empobrecía y con ella la tierra, […]

En el capítulo quinto de su premiada obra Las uvas de la ira, el escritor estadounidense John Steinbeck nos describe el momento en que, en medio de la Gran Depresión, una familia de agricultores se ve forzada por los bancos a abandonar las tierras donde laboraba. La economía se empobrecía y con ella la tierra, su fuente de ingreso, es decir, su capacidad de pago de sus obligaciones financieras con los bancos. La tierra una vez fue suya, hasta que poco a poco, con sus artimañas financieras, la banca se le fue quedando con ella, reduciendo a sus antiguos dueños a meros arrendatarios. Hablo de los títulos de crédito, particularmente las hipotecas, esos fetiches creados para someter al ser humano a los avaros designios del dios-capital, los que sólo sirven para legitimar y encubrir la usura, es decir, el robo. Y en sus afanes por el lucro, el banco es un «monstruo» que no siente nada por los seres humanos.

«El banco, el monstruo, necesita obtener beneficios continuamente. No puede esperar, morirá. No, la renta debe pagarse. El monstruo muere cuando deja de crecer. No puede dejar de crecer», escribe Steinbeck.

Pero, «¿qué pasa con nosotros? ¿Cómo vamos a comer?», se preguntan los trabajadores acreedores del banco que se ven expropiados de su único medio de vida. Piden comprensión a los representantes del banco que vienen a ejecutar la orden de desahucio. Se equivocan, le responden los achichincles* del capital: No son ellos los responsables, es el banco: «Un banco no es como un hombre, el propietario de cincuenta mil acres tampoco es como un hombre: es el monstruo…El banco es algo más que hombres…Es el monstruo. Los hombres lo crearon, pero no lo pueden controlar».

En su desespero, uno de los trabajadores se propone a cargar el peine de su rifle para ir entonces contra el responsable de su desdicha: «¿A quién le podemos disparar? -pregunta- ¿A este paso me muero antes de poder matar al que me está matando a mí de hambre…Quizá no hay nadie a quien disparar. A lo mejor no se trata en absoluto de hombres…puede que la propiedad tenga la culpa». Más allá de su rabia, se detiene sin embargo para pensar: «Todos tenemos que reflexionar. Tiene que haber un modo de poner fin a esto. No es como una tormenta o un terremoto. Esto es algo malo hecho por los hombres y te juro que eso es algo que podemos cambiar».

Recordaba en estos días este genial texto de Steinbeck por la analogía que continuamente se hace en estos días entre la Gran Depresión y la actual crisis del orden capitalista que para muchos duchos en la materia, se encuentra ya en los primeros estertores de una nueva Depresión. Al igual que aquella, la actual es el resultado de un capital desalmado cuyo afán desmedido de lucro tiene en ese monstruoso capital financiero su responsable inmediato. Y como no puede dejar de recibir beneficios, aún cuando el resto de la economía y sociedad pierde como resultado de sus actuaciones egoístas e irresponsables, logró, por ejemplo en Estados Unidos, que el gobierno anterior de George W. Bush le regalara sobre 400 billones de dólares de las arcas públicas, supuestamente con el propósito de liberar nuevamente los mecanismos del crédito para repotenciar la financiación de las actividades económicas. Sin embargo, el pueblo estadounidense se quedó esperando mientras la banca invirtió su dinero en jugosas compensaciones para sus cuadros directivos, para su propia estabilización financiera o su expansión mediante nuevas adquisiciones. De ahí las quejas de un presidente Obama acerca de la continuada irresponsabilidad del capital financiero, que a todas luces no le mueve sino el bien propio y para nada el bien común. En Gran Bretaña, el Primer Ministro Gordon Brown ha sido inicialmente más agresivo pasando a nacionalizar sectores enteros de la banca, al igual que hace unos años lo hizo el gobierno de Suecia.

El presidente brasileño Luiz Inácio Lula Da Silva entiende que, efectivamente, el papel de los gobiernos en la actual crisis económica no está en el actual auxilio financiero que se le está dando a los bancos, sino en la creación de empleos y la redistribución de la riqueza. «Crear empleos y multiplicar la riqueza es nuestra obligación. ¡Los países desarrollados no deben darle dinero a los bancos! Al contrario, deben darlo para la creación de empleos y para invertir en obras que impliquen más puestos de trabajo», puntualizó.

Según los economistas Nouriel Roubini and Nassim Taleb, quienes lograron predecir la crisis presente, la única manera de detenerla es mediante la nacionalización de los bancos. A ellos se une el Premio Nobel de Economía, el estadounidense Joseph Stiglitz, quien expresó en una reciente entrevista periodística: «Lo cierto es que los bancos están en una muy mala condición. El gobierno de Estados Unidos le ha metido cientos de billones de dólares sin que haya producido el efecto deseado. Está claro que los bancos han fallado. Los ciudadanos norteamericanos se han convertido en propietarios mayoritarios en un gran número de bancos. Pero no tienen control. Cualquier sistema en que hay una separación entre la propiedad y el control es una receta para el desastre. La nacionalización es la única respuesta. Estos bancos están efectivamente quebrados».(1)

Si hubo alguien que en la América nuestra se adelantó visionariamente a las limitaciones que le imponía la banca, en su forma capitalista, al verdadero desarrollo y progreso social, fue Salvador Allende Gossens. Recuerdo cuando en diciembre de 1970 anunció en un mensaje al pueblo de Chile, a dos meses de asumir la presidencia, que se proponía estatizar la banca para «lograr que la banca dejara de ser un instrumento al servicio de una minoría, para utilizar sus recursos en beneficio de todo el país».

El mandatario socialista chileno anunciaba así el acceso de los recursos financieros a nuevos sectores productivos a través de una serie de medidas tales como una reducción significativa en la tasa de interés, incluyendo la fijación de tasas inferiores a la máxima para algunos sectores productivos. Con su anuncio el gobierno de Allende se proponía impulsar una fuerte redistribución del crédito hacia sectores productivos nacionales que habían sido hasta entonces víctimas de unas políticas bancarias discriminatorias.

Sentenció Allende: «Para que esta política pueda aplicarse en forma efectiva con toda su amplitud y de manera permanente es preciso que el sistema bancario sea de propiedad estatal. La banca siempre buscará la forma de evitar los controles mientras su administración directa no esté en manos del gobierno. Los hechos han demostrado que los controles indirectos que puedan ejercerse son ineficaces».

A pesar de las furibundas críticas de la derecha, pocos meses más tarde el gobierno de la Unidad Popular puso en marcha el proceso de estatización de la banca, adquiriendo el Estado una participación mayoritaria en el noventa por ciento de la banca del país. Con esta medida, pudo ejercer un control directo sobre una proporción mayoritaria del crédito total y poner en marcha el proceso de financiación de su programa de cambios para beneficio de las amplias mayorías hasta entonces postergadas por el capitalismo. Durante los dos años que gobernó antes del criminal golpe, el PIB creció a una media de 7 por ciento, en comparación con un 2.7 por ciento bajo el gobierno anterior. El desempleo se redujo de 8.3 a 4.8 %; la producción industrial aumentó un 11%. La explotación del cobre, el salitre, el hierro, el acero, así como toda la industria pesada, pasó al área de propiedad social establecida por el nuevo gobierno. El número de viviendas construidas por el Estado excedió en veinte veces lo que se había hecho en 1970. En el campo, la Reforma Agraria expropió 1,315 propiedades con un área de 2.4 millones de hectáreas. En cuanto a la distribución de la renta nacional, sólo en 1971 los asalariados aumentaron su porcentaje de 50 a 59 por ciento.

Con el sangriento golpe militar de septiembre de 1973, la dictadura militar le dio la bienvenida a la implantación por vez primera en el mundo del modelo neoliberal, el cual incluyó la vuelta a manos privadas de la banca. Fue así que se interrumpió el futuro, el mismo que hoy vuelve a asomarse ante la evidente futilidad de los tradicionales mecanismos de estabilización para evitar la catástrofe anunciada. Y es que la nueva depresión económica que nos azota es tan sólo el más contundente exponente del hecho de que las fuerzas productivas creadas bajo el capitalismo requieren rebasar ya los marcos organizativos y jurídicos que hoy le impiden contribuir al progresivo advenimiento de un nuevo orden civilizatorio centrado en el bien común.

Hay que matar al monstruo, no seguirlo alimentando.

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* Término de origen mexicano, ´más específicamente de origen náhuatl (achichinqui); » hombre que de ordinario acompaña a un superior y sigue sus órdenes. Tiene un sentido despectivo que se refiere a un trabajador incondicional» (RAE)

(1) Deutsche Welle, Joseph Stiglitz: Nationalized Banks Are «Only Answer», 6 de febrero de 2009.

El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño «Claridad».

Artículo publicado anteriormente en el periódico Claridad de Puerto Rico (www.claridadpuertorico.com)