El sistema capitalista legitima el latrocinio como forma de subsistencia. Los casos de Bernard Madoff y William Stanford corroboran la aseveración. Las empresas constructoras, las aseguradoras, la banca privada, las industrias fabricantes de vehículos automotores y sus concesionarios, las fábricas y productoras de alimentos, así como las transnacionales de medicamentos, controlan mediante la especulación, las […]
El sistema capitalista legitima el latrocinio como forma de subsistencia. Los casos de Bernard Madoff y William Stanford corroboran la aseveración. Las empresas constructoras, las aseguradoras, la banca privada, las industrias fabricantes de vehículos automotores y sus concesionarios, las fábricas y productoras de alimentos, así como las transnacionales de medicamentos, controlan mediante la especulación, las dinámicas de nuestras economías; esto sin dejar de mencionar la perversión del sistema democrático como legitimador de la corrupción del Estado en sus poderes fundamentales (Legislativo, ejecutivo y judicial).
Las personas creen ser libres dentro del capitalismo y la democracia, pero una gran camisa de fuerza controla y regula sus acciones, al tiempo que las estafa social, política, económica y culturalmente. El capitalismo homogeniza el pensamiento y condiciona sus percepciones hacia el consumo y la acumulación de riquezas con el menor esfuerzo posible. La democracia crea un escenario simbólico de libertad y el ciudadano camina y cohabita en esa burbuja, pensando que votar y elegir autoridades, es la finalidad de esta.
Los medios de comunicación por su parte, promueven la ignorancia y el individualismo como forma de acción social. La invitación a consumir y gastar por las necesidades creadas y no por las fundamentales, es incesante. Se desvincula al ciudadano de su entorno. El ser capitalista no tiene raíces que defender ni cultura propia que promover. Es permeado por mensajes huecos y extranjeros de películas, música, telenovelas, publicidades, diarios, televisoras, radioemisoras e internet de manera avasallante. Su capacidad de reflexión es aniquilada sistemáticamente por la vida agitada y cotidiana, que sobrepasa la resistencia de su propio biorritmo. Como consecuencia, padece cáncer y estrés.
Económicamente hablando, aunque el Estado se esfuerce mucho o poco por satisfacer las necesidades fundamentales de los ciudadanos, está facultado para recaudar por vía tributaria, tanto anual como mensualmente lo que a través de leyes estipula. Escarba los bolsillos. Sobrepasa sus metas de recaudación, mientras el ciudadano desconoce el destino del dinero tributado y sigue apreciando sustantivamente, la pobreza y una lejana solución de ese conflicto. Lo que sí sabe el ciudadano es que de no pagarlos, la evasión puede acarrearle problemas legales y hasta penas de cárcel. Las ciudades están carcomidas por la desidia, pero eso no es culpa del organismo tributador, sino de los gobernantes. Es un círculo vicioso. La contraloría en una sociedad corrupta es un acto heróico o de «sapos».
En las economías del llamado tercer mundo, el sector de la construcción presenta para la venta, proyectos virtuales que levantará directamente con el dinero del ciudadano que aspira y necesita una vivienda. Así, el «constructor» no arriesga capital, aún siendo éste un capitalista genético. Pero eso no basta. Es favorecido por el índice de precios al consumidor (IPC). Lo calcula según los índices de inflación y respecto a la fluctuación del dólar, que según los mitos y leyendas «tercermundistas», es la moneda con la que se compran hasta el alambre para asegurar las cabillas y los clavos para las maderas que encofrarán las bases, las vigas y las columnas. Nuestra monoproducción petrolera – en el caso venezolano-, siempre será una excusa válida e «irrefutable» para estos desmanes de especulación, de usura y latrocinio permisado.
La banca privada hace lo de siempre: multiplicar sus ingresos con los capitales de otros con reconocimiento mínimo de intereses y cobrándole a sus usuarios por la mínima transacción u operación. Si usted usa la tarjeta de débito, el banco que la active, siempre ganará un extra por disponer de su punto, eso sin dejar de mencionar las operaciones en taquillas, por emisión de cheques o por devolución de cheques. Si un cajero automático es intervenido por el hampa informática y le debitan dinero que usted no sacó, el culpable es usted por no cambiar regularmente la clave y no el banco que posee tecnologías vulnerables y personal cómplice. Usted hará el reclamo. Quizá le devuelvan el dinero que le robaron en 15 segundos en 15 días hábiles «contados a partir de la fecha de la denuncia».
Las empresas aseguradoras tienen un contubernio con los bancos y los concesionarios de vehículos. Antes, comprar de contado era un lujo. Ahora es hacerlo a crédito. La banca, los concesionarios y las aseguradoras se compran y se dan el vuelto. El ciudadano para comprar un vehículo que cuesta el triple de su precio real, debe hacerlo a crédito y recurrir al banco. El banco se lo otorga, pero el ciudadano debe asegurarlo, si no, no se lo pueden vender. Si se lo venden y no lo asegura, no pasará una semana hasta que se lo roben y el ciudadano entienda que es bueno asegurar las cosas; sobre todo donde las aseguradoras se garantizan su existencia con turbias acciones delictivas y extorsionadoras. El cuento es largo y la trama, de terror. Usted la sabe. Hay que ir desarticulando el capitalismo, no sólo con discursos socialistas, sino con acciones que lo evidencien, con leyes que se hagan cumplir, con un sistema judicial justo y eficiente. Hay que acabar con sus nuevos demonios. De raíz, de a cuajo.