El G-8 -órgano que reúne a los jefes de Gobierno de EEUU, Rusia, Alemania, Gran Bretaña, Japón, Francia, Canadá e Italia- es una estructura parainstitucional que a día de hoy hace las veces de foro en el que se toman las decisiones centrales referidas al statu quo mundial. Una entidad que debe su legitimidad a […]
El G-8 -órgano que reúne a los jefes de Gobierno de EEUU, Rusia, Alemania, Gran Bretaña, Japón, Francia, Canadá e Italia- es una estructura parainstitucional que a día de hoy hace las veces de foro en el que se toman las decisiones centrales referidas al statu quo mundial. Una entidad que debe su legitimidad a su poder económico, político y militar. Sin embargo, sus decisiones son relevantes para todos los habitantes de la tierra y para la Humanidad en general, en tanto esas decisiones -como, por ejemplo, las que tienen relación con el cambio climático- pueden condicionar a futuras generaciones. Demasiado poder para una organización creada al margen de las estructuras democráticas del mundo, por limitadas que éstas sean.
En la reunión que comenzó ayer en L’Aquila, epicentro del seísmo que asoló Italia hace tan solo unos meses, esos líderes mundiales mostraron las limitaciones que tienen para ejercer ese poder en tiempos de crisis como los actuales. En gran parte porque la crisis es consecuencia de las políticas que han promovido y aplicado los allí reunidos. Se suponía que la reunión se iba a centrar en cuestiones económicas, pero cuando fue programada pocos pensaban que casi dos años después de comenzar oficialmente la crisis las medidas tomadas fuesen a mostrarse tan banales. En este aspecto, poco más pueden hacer de no cambiar de perspectiva por completo. Lo mismo ocurre con el mencionado cambio climático, en el que los intereses de unos y otros están claramente enfrentados. Para colmo, la cumbre llega marcada por el escándalo Berlusconi, la caída en picado de la figura de Brown, la rebelión en China y la parálisis generalizada ante una situación económica a punto de estallar.
Se puede criticar al G-8 porque, teniendo potestad y poder para tomar -o dejar de tomar- esa clase de decisiones estratégicas, no representa a la mayoría de la población mundial. Pero eso sería concederle que representa los intereses de cerca de 900 millones de personas que caen bajo su mandato. Nada más lejos de la realidad. L’Aquila es todo un símbolo del mundo que han creado.