Hace ya más de un mes, en un país cuya ubicación y nombre la mayoría del mundo desconocía, un general de ejército se levantó y depuso al jefe de estado, so pretexto de impedir un referéndum popular y garantizar la vigencia constitucional. Toda la historia parece parte de un guión repetido para latinoamerica, y que […]
Hace ya más de un mes, en un país cuya ubicación y nombre la mayoría del mundo desconocía, un general de ejército se levantó y depuso al jefe de estado, so pretexto de impedir un referéndum popular y garantizar la vigencia constitucional. Toda la historia parece parte de un guión repetido para latinoamerica, y que se tratase de Honduras, era solo un detalle.
En un acto reflejo, todos miramos hacia Estados Unidos, esperando su reacción. Pero nadie, ni siquiera personajes oscuros como el colombiano Uribe o el derechista mexicano Calderón se atrevieron a salir en defensa de «gorilleti» y sus esbirros. A esas alturas, la soledad internacional de los golpistas y las gestiones diplomáticas de los gobiernos del ALBA, encabezados por Venezuela, hacían preveer la reposición del Zelaya en un período corto.
Pero no sucedió así. Las semanas pasaban y la alianza de empresarios, iglesia y militares se mantuvo dura como una roca, impidiendo la entrada del expresidente por aire y tierra, rompiendo la mesa de negociaciones y desconcertando hasta a los analistas más prestigiosos.
Ante el desconcierto, recurrimos a paradigmas explicativos que pasaban por la prestación de apoyos subterráneos de organismos de inteligencia norteamericanos y europeos (que sobrepasaban voluntades presidentes), a tramas de grupos económicos trasnacionales del turismo y de farmacéuticas, que veían en el alineamiento de Zelaya con el «eje del mal» un peligro para sus inversiones en el país centro americano.
Se ha escrito muchos artículos sobre los intereses de las potencias exteriores y del rol geoestratégico de Honduras en el marco latinoamericano, especialmente sobre la necesidad estadounidense de garantizar su presencia militar en la zona después de la negativa ecuatoriana de renovar el contrato de la base de Manta; no obstante, poco se ha escrito sobre la importancia de las dinámicas de construcción histórica de las burguesías latinoamericanas como factor explicativo de dicho acontecimiento. Y es que parece que todo cambió, incluso el papel que estas pueden desarrollar en el futuro.
Durante siglos, las sociedades latinoamericanas han asimilado una estructura social en que los privilegios de unos pocos significan la pesadilla cotidiana de las mayorías; es la imagen del indio sometido, del pobre, que agacha la cabeza admitiendo su inferioridad económica, fruto de su supuesta mediocridad cultural.
Los abuelos de los «goriletti» en Honduras, los Brancovic en Bolivia, los Carmona en Venezuela, controlaban a sus campesinos y trabajadores con la fuerza de las armas y el látigo. Son estas las prácticas en las que las burguesías latinoamericanas hunden las raíces de su cultura política. Son parte de su ADN histórico.
Pero ya en aquellos años, esos «padres fundadores» de las burguesías latinoamericanas sabían que no se domina a las mayorías solo con la fuerza bruta. El indio, el pobre, el explotado tiene que aceptar su inferioridad.
Hoy, vemos como tras la defensa patriótica, los acostumbrados al poder revelan su firme convicción de mantener la estructura social histórica sobre la que se han venido construyendo.
Por lo tanto, en este momento en que Latinoamérica parece cuestionar la estructura de privilegios, no debe extrañar que aparezca el miedo visceral a perder su posición en la pirámide. Y llegados aquí, el caso de Honduras nos demuestra que la burguesía, rompiendo su lucha por intereses particulares, es capaz de unirse y actuar como un sólo puño.
La urgencia para borrar un proyecto que acabe con la división clasista y racista en Latinoamérica es tal, que incluso están dispuestos a perder dinero y a enfrentarse a la condena internacional. Y es que el dinero es solo una parte de los beneficios y de los privilegios de los cuales gozan.
Esto explica porque no quieren, ni van a soltar el hueso. Seguramente, pretenden con su actitud modificar la actual correlación de fuerzas, obligando incluso a que la dubitativa política exterior norteamericana a asumir posiciones más decididas en defensa de la actual estructura de desigualdad social.
Y es que en esta última década, la política estadounidense ha sembrado ciertas dudas sobre la capacidad de actuar en defensa de los privilegios de las burguesías latinoamericanas. Ante ello, las burguesías locales son conscientes que tienen que asumir un mayor rol en los próximos años. Y saben que esta defensa va a tener costos.
Sus abuelos y los abuelos de los abuelos, consolidaron sus privilegios a punta de bala y de vejaciones reiteradas. Y para ello generaron capacidades militares propias, autónomas de los gobiernos centrales.
Parecemos no estar muy lejos de que, desde algunos puntos de nuestra América, se vuelva a plantear la necesidad de extender la guerra civil, como instrumento político de desestabilización y de recuperación del poder. Lo que está en juego para las burguesías locales, es mucho más que las ganancias de un par de años de la empresa, es la hegemonía social y su futuro como clase .