La crisis financiera del año 2008 ha creado un gran cisma en el mundo capitalista. El hecho de que los Estados tuvieran que ir en ayuda urgente de los bancos e inyectar cantidades astronómicas de dinero ponía en cuestión el libre mercado. Las miradas críticas se dirigieron en primer lugar hacia los banqueros, responsables de […]
La crisis financiera del año 2008 ha creado un gran cisma en el mundo capitalista. El hecho de que los Estados tuvieran que ir en ayuda urgente de los bancos e inyectar cantidades astronómicas de dinero ponía en cuestión el libre mercado. Las miradas críticas se dirigieron en primer lugar hacia los banqueros, responsables de la crisis. Habían jugado con el dinero de todos y a todos ocasionaron pérdidas cuantiosas. Y después se dirigieron hacia los economistas: por no prever lo que sucedió y por contribuir a la ilusión de que el mercado se podía gobernar por sí mismo.
Los economistas
Son muchos los pensadores que han dirigido sus miradas críticas contra los economistas. Paul Krugman se preguntaba recientemente cómo habían podido equivocarse tanto los economistas. Hasta hace poco se presentaban como científicos de primer nivel. Supuestamente habían penetrado en la esencia del mercado financiero con una inteligencia fuera de lugar. Habían hecho uso de las matemáticas avanzadas y creado modelos que representaban la realidad económica como nunca había hecho la ciencia económica. Y llegaron a la cima de su inteligencia con la creación de nuevos y brillantes productos financieros que deslumbraron a toda suerte de hombres de negocios. Estaban tan contentos. Ganaban tanto dinero. Pero cuando estalló la crisis, cuando las pérdidas aparecieron como torrentes, cuando los grandes bancos de inversión quebraron y tuvo que intervenir el Estado, el prestigio de los altivos economistas cayó por los suelos.
Los economistas conservadores creen en el mercado eficiente y en el inversor racional. Y estos dos aspectos son los que cuestionan los economistas críticos: el mercado no es eficiente y el inversor no es en todo momento racional. Reclaman otro paradigma. Algunos proponen volver al paradigma creado por Keynes. Otros, como George Soros, plantean crear un nuevo paradigma. Se necesita una nueva teoría, un nuevo modo de representarnos el mundo económico, un nuevo modo de concebir el mercado financiero. Algunos sugieren recurrir a la sociología, a la psicología e incluso a Freud. Pero a los economistas críticos les pasa lo que les pasa a los filósofos que criticara Marx en su onceava tesis sobre Feuerbach: creen que la clave está en dotarse de una nueva representación del mundo financiero, cuando de lo que se trata es de transformarlo.
Además su representación del mundo económico es errónea. No saben escapar a la representación burguesa del mundo porque ellos son burgueses. Creen que la clave está en demostrar que los agentes económicos no son racionales o no son todo lo racionales que debieran, que se dejan llevar por su egoísmo y por la codicia. Los defensores del libre mercado capitalista suponen que la racionalidad es una propiedad espiritual inmanente a los agentes económicos y que, en consecuencia, hay que dejarlos a su libre albedrío; pues todo lo que hagan en beneficio propio lo harán en beneficio de todos. Los partidarios de Keynes, por el contrario, creen que esta racionalidad puede ser introducida en el mercado desde fuera por medio del Estado, con regulaciones y normas nuevas. Pero tanto unos como otros ignoran que la fuerza espiritual a tener en cuenta en la personalidad viva no es la razón sino los intereses económicos. El agente económico no piensa si lo que compra o vende es conforme a la razón, sino si beneficia o perjudica sus intereses. La clave para los ejecutivos del sector financiero es enriquecerse lo más que puedan y no actuar de conformidad con una razón pura y abstracta. En el mundo económico como en el resto de las esferas de la práctica social la razón está al servicio de los intereses y no los intereses al servicio de la razón.
El problema económico clave no está en la disputa entre las distintas escuelas de economía, en la lucha entre los partidarios de Friedman y los partidarios de Keynes, sino en la lucha entre la riqueza y la pobreza. Ese es el problema clave que debería resolver la economía. No hace falta otro paradigma ni dotarnos de otra representación de los mercados. El problema no está en los mercados, que a fin de cuentas no deja de ser sino un mecanismo económico, sino en la propiedad privada de los medios de producción. Es la propiedad privada la que genera tanta riqueza en uno de los polos y tanta pobreza en otro de los polos.
Los sueldos de los banqueros
Esta crisis ha puesto al descubierto la enorme irracionalidad del sistema de retribución de los banqueros. Un sueldo de un alto directivo de un banco importante puede ser de 50 millones de euros anuales. Pero los bonus, las comisiones y gratificaciones pueden doblar y triplicar esa cifra. Además pueden tener contratos blindados y liquidarlos cuesta muchos millones de euros. Y los que amasan tanto dinero, lo invierten de las formas más diversas y su patrimonio se multiplica de modo colosal en pocos años. Para la gente sencilla, para la gente que vive de un sueldo, estos hechos económicos resultan indignantes.
Pero los gobiernos europeos quieren poner límites a los sueldos de los banqueros. Por ejemplo, el Gobierno finlandés ha impuesto una norma mediante la cual los bonus de los ejecutivos, sean compañías financieras o no, no podrán exceder el 40 % del salario base. Los banqueros holandeses, otro ejemplo, han firmado un código de conducta que establece que los bonus no podrán ser superiores al salario fijo. Con esta idea iban los países de Europa a la reunión del G 20 que se celebró en Pittsburg el 24 y 25 de septiembre. Pero los estadounidenses no estaban de acuerdo con esta propuesta, preferían resolver los excesos en las remuneraciones de los banqueros dándoles más poder a los accionistas.
Obama, ironizando sobre la propuesta de la UE ha planteado el siguiente argumento: «¿Por qué vamos a limitar los salarios de los banqueros de Wall Street y no los de los emprendedores de Silicon Vallery o los de las estrellas de la NFL (Liga de fútbol americano)?». Obama no sabe hasta que punto ha dado en la clave de la cuestión. Como quiera que sea, aunque este planteamiento haya surgido en relación con los ejecutivos del mundo financiero, la clave está en que más tarde o más temprano habrá que establecer un tope máximo a los ingresos personales. No hay manera racional de explicar los sueldos y los bonus que ganan los banqueros. Como tampoco hay manera racional de explicar los sueldos de ciertos futbolistas, estrellas de cine, arquitectos, diseñadores, etcétera.
La tendencia ya se ha creado y se ha generado en el seno mismo de los países capitalistas: hay que poner topes máximos al ingreso personal. Es lo que demanda la razón y la justicia. El sistema capitalista es un mecanismo que permite a ciertas minorías enriquecerse a costa de la pobreza de las inmensas mayorías. La cuestión no está, como creen Soros o Krugman, en encontrar otro paradigma que explique el mercado financiero. Tampoco está en cuestionar la naturaleza racional de los agentes económicos. La cuestión está en poner un tope máximo al enriquecimiento personal. Se trata ahora de profundizar esa tendencia y lograr el objetivo. El salario mínimo forma parte de las grandes conquistas de la lucha de los trabajadores y representó en el siglo XIX un gran avance en el desarrollo de la civilización humana. Hoy nos encontramos en los inicios del siglo XXI y la reivindicación de un salario máximo debe ser igualmente incorporada a la agenda de los sindicatos y partidos de izquierda.