Esta es la pregunta que me han planteado las amigas y amigos del colectivo Herria 2000 Eliza. Naturalmente que se puede explicar la crisis, más aún, debe explicarse la crisis. La razón de este deber no proviene sólo de la necesidad teórica en cuanto tal, sino también del deber ético inherente al marxismo. La síntesis […]
Esta es la pregunta que me han planteado las amigas y amigos del colectivo Herria 2000 Eliza. Naturalmente que se puede explicar la crisis, más aún, debe explicarse la crisis. La razón de este deber no proviene sólo de la necesidad teórica en cuanto tal, sino también del deber ético inherente al marxismo. La síntesis entre necesidad teórica y deber ético es la praxis revolucionaria, o si se quiere, la acción humana consciente y crítica es a la vez explicación teórica de las contradicciones irreconciliables del sistema social y deber ético-moral de acabar con las injusticias insertas en tales contradicciones. Teoría y ética interactúan en la praxis y ésta es la superación autocrítica de las limitaciones de ambas en el proceso de emancipación. Es por esto que la comprensión teórica es simultáneamente una necesidad y un deber, y viceversa, que la acción ética es un deber y una necesidad. Dialécticamente hablando, necesidad, deber, derecho y libertad forman un todo diversificado, de modo que, junto a la necesidad y al deber de intervenir contra la crisis del capital en beneficio de las clases y naciones explotadas, también tenemos el derecho y la libertad de hacerlo.
La exitosa huelga general del pasado 21 de mayo es un ejemplo de la dialéctica de la que hablamos. Los avances posteriores muestran cómo la necesidad y el deber de luchar contra la explotación se materializan en la práctica del derecho y de la libertad de organización de actos de masas. Y a la inversa, desde los intereses burgueses y de los Estados español y francés, la necesidad del capital es aumentar la explotación, frenar y reprimir las luchas populares y sociales, restringir los derechos y las libertades, e imponer la ética de la sumisión y de la pasividad. Son dos concepciones globales antagónicas. La primera explica la crisis y el capitalismo para luchar contra este modo de producción, la segunda para reavivarlo, para cargar los efectos de la crisis sobre las espaldas del pueblo. No existe por tanto una única explicación. Las «ciencias sociales» no son unitarias ni neutrales, y menos la «teoría económica», sino que fueron siendo elaboradas por la burguesía desde finales del siglo XVIII para explicar, básicamente, tres problemas cada vez más inquietantes: cual era el origen de la riqueza y por qué la economía daba muestras de agotamiento; por qué aumentaban las resistencias de las clases trabajadoras y cómo doblegarlas y, por qué aumentaban las resistencias de los pueblos a la colonización europea.
Para finales del siglo XIX la burguesía había elaborado las explicaciones elementales que resolvían aparentemente las tres inquietudes básicas, agravadas ya en verdaderos miedos. La tesis de la libertad absoluta del mercado y del beneficio marginal, es decir, la riqueza proviene de la diferencia marginal entre costos y precios, y las crisis son provocadas por la estupidez de unos pocos que anulan la efectividad de la mano invisible del mercado. La tesis del determinismo genético, es decir, el egoísmo obrero no se resigna a la suerte de perdedores en la supervivencia del más fuerte en la jungla de la vida; y la tesis genetista y sociobiológica de la superioridad occidental, o sea, los pueblos se sublevan por su envidia de la civilización eurocéntrica. La Gran Crisis de 1929 a 1945 introdujo la variante keynesiana que reforzaba el fondo del argumento cambiando su forma al reconocer parcialmente la importancia del Estado en el control de los egoísmos individuales, que no son negados.
Lo esencial de las respuestas dadas desde verano de 2007 tiene su base en aquellas justificaciones con la variante keynesiana aceptada por una fracción burguesa pero rechazada por otra, más purista. Se nos dice que la crisis estalló por el egoísmo incontrolado del capital financiero, por el egoísmo de los trabajadores que quieren cobrar más trabajando menos, y por el egoísmo de los pueblos «atrasados» que quieren «modernizarse» sin pagar los costos de la civilización. Dado que, según la burguesía, es un problema de egoísmo instintivo, de determinismo genético, hay que aplicar medidas duras, «educativas», o sea. «la letra con sangre entra», tanto a las clases trabajadoras como a los pueblos empobrecidos. Mientras que a los financieros sin escrúpulos se les echa una regañina para que sean buenos, no se les tocan sus beneficios y se les sigue regalando dinero público a fondo perdido, y apenas se introducen controles superficiales en las cloacas financieras.
Sin embargo, la realidad no tiene nada que ver con esta ficción. A la vez que se creaban las «ciencias sociales», el marxismo demostraba que el beneficio no proviene de la diferencia marginal entre costos y precios, sino de la plusvalía, de la ganancia extra obtenida con la explotación de la fuerza de trabajo, y que las crisis estallan porque, en síntesis, se produce más de lo que se vende, lo que hace que los beneficios empresariales desciendan, surgiendo una espiral que acaba en crisis sucesivas. La explotación y la tendencia objetiva a las crisis azuzan las resistencias obreras y populares, la lucha de clases, lo que obliga a la burguesía a ceder algo para no perder nada, pero llegado un nivel crítico a partir del cual no quiere ni puede conceder nada más, impone medidas duras y la represión, y llega a la contrarrevolución y al terrorismo para salvar la propiedad privada de las fuerzas productivas. En esta dinámica, que las mujeres las sufren antes y más que los hombres, también son golpeados antes los pueblos empobrecidos y las naciones oprimidas y sin Estado para que, mediante su saqueo, las burguesías imperialistas puedan mantener sus beneficios y seguir adormilando a los trabajadores con parte de esas sobreganancias.
Marx explicó en base a los datos entonces existentes, que las crisis son recurrentes, con fases cortas periódicas, explicó también las medidas básicas que debía tomar la burguesía para contender y retrasar en lo posible el estallido de las crisis, y para reducir su duración lanzándola contra los explotados y contra los burgueses más débiles; demostró la tendencia imparable a la concentración y centralización del capital en el mercado mundializado, así como la tendencia al aumento de la clase asalariada como clase mayoritaria frente a una gran burguesía cada vez más reducida en número pero más poderosa, tendencia contrarrestada cada determinado tiempo por la recuperación transitoria de las «clases medias», que él teorizó, criticando a la economía burguesa el que había olvidado su existencia; y por no extendernos, explicó el papel del capital-dinero o capital financiero como instrumento para obtener ganancias extras cuando las ganancias industriales y comerciales empezaban a caer. Estas y otras mal llamadas «profecías» del marxismo se han cumplido y se han agravado sobre manera.
De hecho, la crisis actual comenzó antes del estallido oficialmente reconocido de la burbuja financiera en verano de 2008, y antes también del primer estallido financiero en verano de 2007. Incluso la OCDE confirmó que la tasa mundial de beneficios estaba cayendo con anterioridad a estas fechas. Para reactivarla, inconmensurables masas de capitales ociosos, de dinero negro, etc., se volcaban en el capital especulativo y de alto riesgo, que iba entrando en crisis regionales cada vez más serias y próximas, hasta que se ha desplomado el edificio desde sus raíces, aunque en apariencia, el desplome haya empezado por el tejado. Es la estructura interna del capitalismo la que está afectada, y desde hace mucho tiempo, por lo que la recuperación va a suponer tremendos ataques a la humanidad trabajadora, a la naturaleza, y a las burguesías más débiles por parte del imperialismo, que ve cómo se cuartea su unidad interna, y cómo se le complica su hegemonía, cuestionada por potencias llamadas «emergentes» y por las clases y pueblos explotados.
Para acabar, el marxismo no es determinista, sostiene que las leyes sociales son tendenciales, abiertas a la complejidad creciente, es decir, dialécticas, por lo que son decisivas las luchas humanas en el interior del infierno de explotación e injusticia, para orientar la evolución de las contradicciones en la senda de la libertad o de la opresión. La interacción entre libertad y necesidad, ética y política, teoría y práctica, se vive siempre dentro de la materialidad histórica de los conflictos, aunque la mente crea que existe una separación absoluta e insalvable entre el pensamiento y la acción. La actual crisis, que va a ser prolongada y muy severa pese a repuntes pequeños magnificados por la propaganda, reafirma la corrección del marxismo en su componente de crítica del sistema, pero también confirma su advertencia de que el «factor subjetivo», la capacidad organizada de la humanidad trabajadora para vencer al imperialismo, requiere de una praxis revolucionaria permanente que supere las violencias visibles e invisibles que siempre aplica la burguesía. Ésta última es una de las «profecías» marxistas más confirmadas por la historia.