Sobre mi mesa los 23 tomos: «Der Prozess gegen die Hauptverbrecher vor dem Internationalen Militärgerichtshof. Nürnberg 14. November 1945 – 1. Oktober 1946» o, dicho de otro modo, el protocolo de todo el desarrollo del juicio de Nuremberg. Y eliminando del título el ditirambo y la apariencia éste juicio no dejó de ser una revancha […]
Sobre mi mesa los 23 tomos: «Der Prozess gegen die Hauptverbrecher vor dem Internationalen Militärgerichtshof. Nürnberg 14. November 1945 – 1. Oktober 1946» o, dicho de otro modo, el protocolo de todo el desarrollo del juicio de Nuremberg. Y eliminando del título el ditirambo y la apariencia éste juicio no dejó de ser una revancha protocolar ante un tribunal de vencedores contra vencidos. También los crímenes de los vencedores fueron brutales, inhumanos, vergonzosos, sonrojantes y dignos de condena.
Miep Gies fue excepción en la inhumana refriega, persona con lábel de humanidad en tiempos de guerra: ayudó a la adolescente judía Ana Frank y a su familia a esconderse del estado nazi durante la Segunda Guerra Mundial y conservó el diario de la joven, que se publicó en 1947. Gies murió el 21 de diciembre de 2009, lunes, a los 100 años: «No soy una heroína, solamente hice lo que pude para ayudar»
Era la última superviviente de quienes ayudaron a Ana Frank y a las 7 personas que compartieron su escondite en aquella fábrica destartalada junto a un canal de Amsterdam. En el Diario de Ana Frank, ésta contó los dos años que pasó con su familia en el escondrijo Achterhuis del viejo edificio Opekta de la calle Prinsengracht y cuya puerta estaba camuflada tras una estantería. Allí vivieron penosamente encogidos durante la ocupación alemana desde el 9 de julio de 1942 hasta el 3 de agosto de 1944. Su cuaderno acaba el 1 de agosto de 1944. En la mañana del 4 llegó la Grüne Polizei, que les abrió el infierno de los campos de concentración. Murió con la piel cubierta de costra en el de Bergen-Belsen de fiebre tifoidea el 12 de marzo de 1945, a pocas semanas de que fuera liberado. Ana tenía 15 años.
Y me acuerdo de Olga Benario, la roja inolvidable, que también dejó escrito su calvario de muerte en los dobladillos de sus vestidos, rescatados antes de ser gaseada en 1942 en Bernburg. Su dura vida es lágrima de emoción y ternura; ejemplo para vivos. La escritora Ruth Werner hizo de su memoria en bello libro: Olga la roja inolvidable; una de las historias humanas más bellas que conozco.
Aplauso y admiración por esta buena gente, y advertencia para vivos, porque también ya entonces:
Als die Nazis die Kommunisten holten, habe ich geschwiegen;
Als sie die Sozialdemokraten einsperrten, habe ich geschwiegen; ich war ja kein Sozialdemokrat.
Als sie die Gewerkschafter holten, habe ich nicht protestiert; ich war ja kein Gewerkschafter.
Als sie die Juden holten,
habe ich nicht protestiert; ich war ja kein Jude.
Als sie mich holten,
gab es keinen mehr, der protestieren konnte.
(Martin Niemöller)
Cuando los nazis vinieron a por los comunistas
guardé silencio,
yo no era comunista.
Cuando vinieron a por los socialdemócratas…
Cuando a por los sindicalistas…
Cuando se llevaron a los judíos…
Cuando vinieron a por mí
ya no había nadie
que pudiera protestar
¡La libertad, ayer y hoy, se defiende con solidaridad!