En las poliarquías, donde el triunfo de la mercadotecnia se impone a los proyectos políticos, el voto útil cobra una relevancia desmedida. Los argumentos políticos ceden paso al miedo. Es una especie de farsa donde se le ven las orejas al lobo. Todo es válido para sacar del poder a quienes han defraudado, incumplido y […]
En las poliarquías, donde el triunfo de la mercadotecnia se impone a los proyectos políticos, el voto útil cobra una relevancia desmedida. Los argumentos políticos ceden paso al miedo. Es una especie de farsa donde se le ven las orejas al lobo. Todo es válido para sacar del poder a quienes han defraudado, incumplido y hecho de la política un trasiego de meretrices.
Mientras los partidos que se encuentren en la oposición harán hincapié en los casos de corrupción, malversación de bienes públicos, abuso de poder y promesas rotas, el o los partidos en el gobierno esgrimirán en contrapartida los argumentos catastrofistas si son derrotados. Nosotros o el caos, ese será el eslogan. De esta manera, los artífices de la propaganda electoral nos recordarán que siempre es mejor un diablo conocido que un ángel por conocer. El escenario que se pinta es similar a los relatos novelescos de Ian Fleming. La saga comienza en medio de la guerra fría con un agente especial 007, James Bond, torturado y a punto de ser seccionado por un novísimo rayo láser. Para salvar su vida, el héroe invoca la llegada de un superpoderoso agente 008. De esta manera consigue salvar el pellejo y posteriormente derrotar a los perversos enemigos de la civilización occidental. Una treta infantil, pero eficaz.
Este ardid es utilizado indistintamente por todos los participantes en la feria electoral. Se esté en el gobierno o en la oposición. No importa el lugar ocupado en el espectro político. Presta la misma utilidad a la derecha neoliberal, a los partidos progresistas que a la izquierda institucional. Se reconoce por su doble lenguaje. Primero viene la autocrítica y luego el zafarrancho de combate. Se reconocerán algunos errores con el fin de parecer humanos y luego se apela a la heroica ¡Vótenos! Ahora va en serio. Cumpliremos nuestro programa, empeñamos la palabra. Por favor, no nos abandone, denos una segunda, tercera, cuarta o quinta oportunidad. De esta manera, como si se tratase de un moribundo al cual se debe prestar un auxilio misericordioso, el voto se despolitiza. Se vota a regañadientes, por aquello que se detesta, que no responde a las expectativas, y lo que es peor, con el convencimiento de estar traicionado la conciencia y con ello los principios.
El voto útil impregna toda la realidad electoral en una sociedad de consumidores. Es apropiado para contraponer situaciones extremas presentadas en blanco y negro. Ellos o nosotros. No hay más salida. Conmigo o contra mí. Los ejemplos prácticos de esta estrategia los tenemos en Chile, España, Italia, México, Colombia, Perú o Panamá. Los argumentos son similares. Si los instrumentaliza la derecha pondrá énfasis en la gobernabilidad, la estabilidad política, la defensa de la economía de mercado o la reducción de impuestos. Todo ello, aderezado con una pizca de anticomunismo más propio de los tiempos de la guerra fría que de la llamada era de la globalización. Durante años fue la principal baza para impedir que la izquierda llegase a gobernar. Hoy, es la guinda del pastel. Tiene un efecto disuasorio para personas educadas en un odio al socialismo. Por el contrario, si es la izquierda institucional quien llama al voto útil, centrará su petición en evitar la llegada de una derecha cavernícola al gobierno. Centrará el discurso en salvar la sociedad de las clases medias y crear mejoras en los servicios públicos, salud, educación, vivienda o cultura. Propondrá reorientar los ajustes estructurales. Su discurso asumirá tintes dramáticos. El triunfo de la derecha traerá las siete plagas. Hay que cerrarles el paso. Civilización o barbarie.
De esta manera, derecha e izquierda institucional hacen uso de todas las triquiñuelas para vestir la ocasión. En esta vorágine, las reglas son las imperantes en el mercado. Quien más dinero posea, quien mejor sepa vender el producto, se llevará el gato al agua. Unas veces ganará la derecha neoliberal y otras los progresistas. Son las reglas del juego del voto útil. De lo malo lo menos malo, así reza el eslogan. Por este motivo es pertinente preguntarse: ¿Tiene sentido el voto útil y cuál es su componente democrático? En principio podemos aventurar una respuesta negativa. El voto útil expresa la emergencia de una sociedad pretotalitaria. Asimismo, el acto de votar pierde el carácter democrático, al presentar su resolución en términos maniqueos de conmigo o contra mí. Tal vez llegó la hora de reivindicar el voto consciente y deliberativo.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/02/13/index.php?section=opinion&article=016a2pol