La viejilla escritora francesa Benoîte Groult de 91 años, mundialmente famosa y feminista, nos narra su sueño matutino de sofá en este mes de amores, que termina: Un día me despierto sin edad. No tengo ni 89, ni 60, ni 40 ni 25. Ni joven ni vieja. Olvido mis achaques, no siento mi cuerpo. Recuerdo […]
La viejilla escritora francesa Benoîte Groult de 91 años, mundialmente famosa y feminista, nos narra su sueño matutino de sofá en este mes de amores, que termina:
Un día me despierto sin edad. No tengo ni 89, ni 60, ni 40 ni 25. Ni joven ni vieja. Olvido mis achaques, no siento mi cuerpo. Recuerdo los amores de mi vida y los revivo de nuevo.
Abro la venta de mi casa de Bretaña, fuera un hermoso silencio. Abajo, en la orilla, esperando mi bote. Me acompaña mi marido Paul. Descendemos paseando hasta la mar, arrancamos el motor y nos bamboleamos plácidamente en el agua. Paul pilota, conoce las zonas peligrosas. Él es el capitán y yo la marinera. En cuanto descubro un lugar adecuado le miro en silencio y me entiende. Paul aminora la velocidad. Somos compañeros. Arrojo la carnada y 40 metros de malla, que permanecen durante la noche. De madrugada recojo las pesadas redes, lo consigo. Ya he dicho que no tengo edad. El botín siempre nos sorprende: barbos, sollas, rodaballos Una lotería. Luego lavo la red y limpio el pescado. Paul prepara su sopa Crevette, que a mediodía servimos a la familia, a los amigos o vecinos.
Al anochecer telefoneo a Kurt, a mi piloto americano. En mi novela El amante del mar (Les vaisseaux du coeur) él es el pescador bretón, del que se siente orgulloso por ser el protagonista. Le anuncio mi visita. Y él me espera en el aeropuerto de New York. Imponente como siempre: musculoso, moreno, tan americano como Gregory Peck. Me saca de nuevo, como otrora al hotel Crillon en París. Bebemos whisky, fumamos. Canta Dalila y me saca a bailar. Con Kurt siempre me siento con 18. Tres días en la habitación del hotel; él me ama como un dios y yo soy su reina de Saba. Luego tiene que visitar necesariamente Disneilandia. Con los Mickys y los Minnies se siente como un chaval. A mí me aburren.
A lo sumo a los diez días suspiro por volver a París, por regresar a mi cultura y encontrarme con mi idioma. Con Paul. Sabe lo de Kurt. No nos engañamos. Nuestro pacto nos permite estas pasiones discretas. El ser humano es infiel. En mi sueño no hay ni dolor ni celos, de lo contrario sería una gran pesadilla.
Tras un rato abro los ojos y oigo crujir los hombros y chasquear mis rodillas. Tres minutos y sé que soy vieja. Mis dos hombres han desaparecido. Nunca más tendré una cita.
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