Impresiones sobre Vázquez Montalbán después de la lectura de: «Manuel Vázquez Montalbán. Obra periodística 1960-1973. La construcción del columnista». Ed. Debate, 522 págs.
Se decía de Vázquez Montalbán que escribía más que nadie y que estaba mejor informado que nadie. Empezó a escribir cuando un servidor no había nacido, 1960, y es algo que lamentaré siempre. La publicación de su obra periodística, hasta 1973, por la editorial Debate viene a consolarme un poco. Se decía de MVM si tenía negros, dado que lo mismo Castellet lo incluía entre los novísimos de la poesía, que su nombre aparecía a diario en unas cuantas revistas y periódicos, o que se inventaba las andanzas de un tal Carvalho, detective, gastrónomo y turista de los mares del sur, donde cumplió su destino, que daban para más series que el Aviraneta de Baroja. Porque también alguien dijo de MVM que era barojiano, por su desaliño -incluido el indumentario- y barojiano en su afán por contar historias con suma eficacia. Como al otro calvo de la boina, le traían al pairo las fruslerías de la sintaxis.
Ante los hallazgos prestos de su ingenio prefería ponernos al día en tantos asuntos con su buena dosis de sorna a escribir con pretensiones -desde luego, nunca estéticas- la misma columna todos los días. Se decía del bueno de Manolo que no era de fiar por escribir en las gacetas del régimen, de ser comunista fichado y tampoco de fiar para los otros, de ser de la CIA o de la KGB, según del lado igualmente de donde se mire, o aunque no fuera por culpa suya, ¿o también sí?, de ser un xarnego irremediable, a pesar de su pasión por el Barça…
No le faltaba razón cuando aseguraba que él, sin haberse movido todos estos años, había pasado de ser un cómodo y triste socialdemócrata a un radical izquierdista, a causa de la derechización española y mundial.
Ahora hay quien dice que escribió no una (la que elige el antólogo), sino 9 loas al régimen por sus 25 años de la victoria. En las entradillas que preceden a los artículos y columnas ya se explica que fueron 9. El problema por lo visto radica en que el sagaz crítico no la considera la más representativa.
¡Vaya sospechosa trayectoria, la de este peligroso columnista!
La de este «maldito socialdemócrata, reformista, revisionista y no sé cuantas cosas más», según reza su propia confesión. Que, como él mismo ironizaba, parece como si el tiempo transcurrido desde los 60 le hubiera «pillado en la cama y durmiendo» mientras los demás ejercían su derecho divino a las metamorfosis. ¡Y lo suelta, uno de tantos ex comunistas acomodados que se jacta de haber expiado esos pecadillos de juventud! ¡Cómo no!
Antes de eso ya había pasado por la cárcel, con el periodismo se alimentaba porque no era un niño de papá. Elegir el oficio de periodista en vez de seguir estudiando Letras le resulto más fácil y práctico. Como sabrá este paisano suyo, adalid del nuevo periodismo, que lo denuncia, de los brillantes periodistas de la República apenas quedaba sobre esta tierra su adorado Camba. El hecho de que no se exiliara, me temo que corresponde al terreno de las decisiones estrictamente personales. Además, su trayectoria conoció despidos, cierres por multa y el empuje de sus textos desafiando las rígidas costuras de la censura. Con motivo de las grotescas filas de españoles que se desplazaban a Perpiñán para ver El último tango escribía: «lo único que está consiguiendo la censura es ver cómodamente lo que los demás españoles podemos ver a base de rascarnos a fondo el bolsillo… de dar el espectáculo ante toda Europa e incluso de tener que reírnos de nosotros mismos».
Sí que resulta sospechoso hoy en este cambiante mundo que MVM siga vivo. El próximo año saldrá la segunda selección de su obra periodística. Hasta 1986. ¡Y al siguiente la tercera!
(3613 caracteres) * * * (Lo anterior es un torpe plagio en la forma, perdón, homenaje al artículo contenido en la antología, que para hacer modesta publicidad del libro de la editorial Debate, reproduzco a continuación).
Se aseguraba que Frei y Allende eran amigos personales. Pertenecían a un estamento social similar y Allende, el candidato socialista constantemente derrotado aunque por poco, tenía ese encanto de los socialistas amables, antiestalinistas avant-garde, respetuosos con la persona humana, en la grave evidencia materialista de que sólo se vive una vez. Se aseguraba que Allende era una persona encantadora, rígido sólo en lo fundamental, pero capaz de soportar bromas sobre el paraíso socialista en la Tierra y de no devolver a cambio ni una broma sobre el Paraíso con mayúscula. Se aseguraba que en Chile se había producido el milagro metafísico del espíritu olímpico y que lo importante para todos no era vencer, sino competir, bajo el sagrado compromiso del respeto a la norma constitucional. Se aseguraba, sobre todo lo aseguraban los sociólogos, que en la tradicional oposición entre «competición» y «conflicto», la experiencia chilena era una prueba de la posibilidad de una vía hacia el socialismo por la senda de la competición e incluso ateniéndose a reglas del juego prefijadas por el «antiguo régimen». Se aseguraba que por vía cultural se había inculcado en el ejército un espíritu de neutralidad histórica, sin más madre ni padre que las tablas de la ley constitucional y sin otro objetivo que el constante perfeccionamiento en el instrumental de trabajo. Se aseguraba que la cultura del fair play puede modificar las reglas de la historia y que la «ideología» culturalista del respeto al juego democrático podía contrarrestar la ideología derivada de los intereses comprometidos por el proceso reformista del Gobierno de Unidad Popular.
Las bombas y las balas han sido implacables. Han tenido la fiereza y la ceguera del que no tiene otro lenguaje que destruir al interlocutor. Las bombas y las balas han perseguido a Salvador Allende hasta su residencia particular, en busca de esa víctima irritante que se negaba a dar el paso en falso de disparar primero. Las bombas y las balas se han aplicado a derribar algo más que un hombre, un Gobierno, un edificio, una experiencia. Han querido destruir la imagen de que la fuerza del antagonista radicaba precisamente en que estaba prácticamente desarmado y que defendía un orden que sus competidores se habían hecho a la medida tras siglos de control del poder.
El cuerpo de Allende ocupa el horizonte del mundo. Oscurece todas las perspectivas, oculta todos los caminos. Hoy por hoy, aunque sólo sea hoy, ese cuerpo de manos blanca, limpias, de pies cansados de caminar en busca de palabras propicias, se merece esa paralizada congoja universal, antes de penetrar en el epílogo del Canto general de Pablo Neruda, si es que vive para escribirlo. Mañana el balance político de los hechos aportará un inesperado vencedor: la extreme izquierda chilena que profetizó este final en el momento mismo de ponerse en marcha la experiencia allendista.
Entonces el MIR declaró que Allende no podría escapar al dilema: o traición o revolución. Allende jamás aceptó ese dilema. Era amigo personal de Frei. Aunque era masón, presidía actos religiosos. Exigió a los izquierdistas que respetaran el honor de las Fuerzas Armadas. Durante más de treinta años demostró su confianza en las urnas para cambiar la historia. Soportó provocaciones continuadas en la confianza de que cada provocación le ratificaba a los ojos de las masas que le sostenían a pesar de que les pedía y les imponía sacrificios. Sus medidas más espectaculares y drásticas fueron más «nacionalistas» que «socialistas».
Comprensible que este hombre irritara. Cuando la paciencia de la víctima no tiene límite, la paciencia del verdugo se acaba.
Tele / eXpres, 12 de septiembre de 1973, recopilado en el libro «Del alfiler al elefante»,, p.10. Y 478-479 del aquí reseñado: «Manuel Vázquez Montalbán. Obra periodística 1960-1973. La construcción del columnista».
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