Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Admiro a Joseph E. Stiglitz, porque tiene conciencia social y un sentido de la justicia cuya ausencia convierte a los economistas en monstruos. A pesar de sus virtudes y del Premio Nobel, Stiglitz se viene abajo como economista. Los lectores de mi nuevo libro How The Economy Was Lost [Cómo se perdió la economía], sabrán que le leo la cartilla por la función de la producción, que desorienta seriamente la economía respecto a la escasez del capital de la naturaleza.
Otra de las deficiencias de Stiglitz, que comparte con la mayoría de los economistas, es su hábito de materializar la economía de mercado. El mercado es una organización social. Los resultados de la actividad del mercado reflejan la conducta de los participantes humanos en el mercado. Cuando los economistas materializan el mercado, atribuyen la conducta, la ética, y la moralidad -o su carencia- de los seres humanos al mercado en sí. Por lo tanto, Stiglitz describe las deficiencias humanas como «deficiencias del mercado», y pregunta en su nuevo libro Freefall [Caída libre], «¿por qué no sancionó el mercado al mal gobierno corporativo y a las malas estructuras de incentivos?
Las instituciones sociales son inanimadas. No poseen vida y no pueden imponer buenos resultados a la acción humana.
Los libertarios [partidarios del capitalismo de libre mercado y de mínima intervención estatal, N. del T.] también materializan los mercados, pero en lugar de culpar a los mercados por las deficiencias humanas, infunden al mercado virtudes humanas e incluso la virtud súper humana de producir resultados que no pueden ser mejorados por la inteligencia humana. «Modelos de riesgo» de los economistas por los cuales se han otorgado Premios Nobel y el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, atribuyó a la institución social una sabiduría económica superior a la del hombre.
Es probable que la práctica de materializar la economía de mercado se desarrollara como una forma de taquigrafía. Era conveniente decir que el mercado hizo esto y lo otro en lugar de tener que describir las interacciones humanas que produjeron los resultados. El mercado fue transformado de una abstracción a una forma de vida y se convirtió en el actor en lugar de los seres humanos que operaban dentro de la institución.
Si los resultados son buenos, los libertarios atribuyen los buenos resultados a las virtudes del mercado; si son malos, los libertarios culpan a la interferencia humana -regulación gubernamental. Los economistas que comparten la creencia de Stiglitz lo ven al contrario. Los buenos resultados son producidos por la regulación; los resultados malos son el resultado de que se permita que el mercado tome sus propias decisiones.
Esta manera de pensar, que materializa una institución social, está arraigada en la economía. Es la fuente de una gran confusión y ha resultado en una prolongada batalla ideológica sin sentido que Stiglitz llama «batalla de ideas».
Es posible aclarar la confusión. Primero, comprender que un mercado libre es aquél en el cual los precios pueden reaccionar libremente a la oferta y la demanda. Economistas de todas las creencias comprenden que fijar un precio por debajo del precio al cual se igualan la oferta y la demanda resulta en escaseces. Los economistas lo han aprendido del control de alquileres. La fijación de un precio por encima del precio al que se igualan la oferta y la demanda resulta en excedentes. Los economistas lo han aprendido de los subsidios agrícolas. Un mercado libre no significa un mercado en el cual la conducta humana no sea regulada. Un mercado libre es el que permite que la oferta y la demanda se equiparen.
Segundo, hay que comprender que la regulación regula la conducta humana, no el mercado. Los protagonistas del mercado son los que pagan por infracciones regulatorias, no la institución en sí. La regulación es necesaria por las deficiencias humanas, como la codicia, el fraude, el descuido, no por deficiencias del mercado.
Tercero, hay que comprender que el problema de la regulación es que ésta la realizan seres humanos defectuosos. Los defectos humanos no desaparecen por la transferencia de la acción humana de la economía al gobierno. Es más probable que los defectos empeoren ya que a menudo el gobierno no tiene que rendir cuentas por sus decisiones. Muchos economistas suponen que los reguladores actúan en función del interés público. Sin embargo, como señaló George Stigler, otro Premio Nobel, hace varias décadas, los reguladores son invariablemente atrapados por las industrias que regulan.
Hay ejemplos interminables de reguladores -por cierto, gobiernos enteros- que son atrapados por los intereses privados que supuestamente deben regular. Por ejemplo, en una reciente edición sólo para suscriptores de CounterPunch (16-30 de junio) Jeffrey St. Clair describe en detalle la relación incestuosa entre el Servicio de Manejo de Materiales (MMS, por sus siglas en inglés) y la industria petrolera. Un organismo encargado de regular el impacto de la perforación petrolera sobre el medio ambiente se convirtió en un «ayudante burocrático del gran petróleo». De ahí la catástrofe ecológica en el Golfo de México y la amenaza de catástrofes a lo largo de la frágil línea costera de Alaska.
Por cierto, los propios economistas y académicos frecuentemente son atrapados por grupos de intereses privados y convertidos en sus cómplices. En How The Economy Was Lost (Cómo se perdió la economía), acuso a los economistas de cómplices de las corporaciones transnacionales cuando describen falsamente la subcontratación de puestos de trabajo en el extranjero como efectos beneficiosos del mercado libre. Como el lobby de Israel, las corporaciones han descubierto que el dinero compra profesores, departamentos académicos y think tanks, así como periodistas.
La exportación de puestos de trabajo convierte los salarios de los trabajadores estadounidenses en bonificaciones por rendimiento para los ejecutivos, ganancias de capital para los accionistas y subvenciones y honorarios de investigación para economistas que son cómplices de la práctica.
El problema que enfrenta la economía de EE.UU. es mucho más serio que la crisis financiera que resulta de la desregulación financiera. La razón por la cual las políticas monetarias y fiscales tradicionales no pueden producir una recuperación económica es que una gran parte de la economía estadounidense se ha llevado al extranjero. Mientras los puestos de trabajo se han ido, no hay trabajo al cual las bajas tasas de interés y los masivos gastos del gobierno puedan atraer a los trabajadores. Es la verdadera caída libre.
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Paul Craig Roberts fue editor del Wall Street Journal y secretario adjunto del Tesoro en el gobierno de Ronald Reagan. Su último libro, How the Economy Was Lost, ha sido publicado recientemente por CounterPunch/AK Press. Se le puede contactar en: [email protected]
Fuente: http://www.counterpunch.org/
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