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El tiempo de los gitanos

Fuentes: Rebelión

El racismo y la xenofobia, que en sustancia es la exacerbación del nacionalismo, fue siempre, lo mismo que la guerra, el perfecto sustituto de las ideologías y de las ideas, y el mejor revulsivo en tiempos de crisis y zozobra como los que ahora vivimos. En estas crisis cíclicas, (sistémicas les llaman ahora), en las […]

El racismo y la xenofobia, que en sustancia es la exacerbación del nacionalismo, fue siempre, lo mismo que la guerra, el perfecto sustituto de las ideologías y de las ideas, y el mejor revulsivo en tiempos de crisis y zozobra como los que ahora vivimos. En estas crisis cíclicas, (sistémicas les llaman ahora), en las que los mecanismos normales de control político no son suficientes para garantizar la continuidad del sistema, la tentación de hacer uso de cualquier otro medio que ayude a aglutinar a la gente en torno a los valores dominantes se hace irresistible, sobre todo en tiempos de políticos fútiles y carentes de alternativas y soluciones reales a los problemas de la población y a los que solo parece importarles el poder por el poder y los inmensos beneficios de todo tipo que ello supone.

Lo que está pasando en Francia con las expulsiones ilegales de inmigrantes rumanos y búlgaros, solo por ser gitanos, debería escandalizar a la ciudadanía europea y levantar una protesta de tal magnitud, que obligara a todos los gobiernos y a las mismas instituciones de la UE, a poner fin a esa política claramente racista del gobierno de Sarkozy. Sin embargo, y lejos de eso, esa aberración jurídica y política que significan las deportaciones masivas de personas que no están acusadas formalmente de ningún delito, salvo el de ser de etnia gitana, cuenta con el respaldo entusiasta de la mayoría de los ciudadanos, tanto franceses como del resto de países de la UE, y. de forma muy especial, del nuestro, donde las cifras de apoyo, según diversos sondeos de los medios de comunicación, son escalofriantes, ya que más del 95% dice estar de acuerdo con las expulsiones. Y no solo eso; si vemos los comentarios en Internet, asusta comprobar que para una buena parte de la gente que interviene en la red, las deportaciones no son una medida suficientemente eficaz, ya que los expulsados pueden volver, por lo que amparándose en el anonimato que brinda Internet, se atreven a lanzar algunas propuestas de «soluciones» más «definitivas», que no creo necesario reproducir aquí, tanto por que son fáciles de imaginar, como por no colaborar a su difusión.

En este contexto, lo que esta ocurriendo con el debate en las instituciones europeas, con relación a la política del gobierno francés, es perfectamente normal. La postura critica, en un primer momento, de la mayoría del Parlamento Europeo, y el enfrentamiento inicial de la comisaría de justicia, Viviane Reding, con la política racista de Sarkozy, ha quedado como una mera anécdota que duró solo el tiempo que tardaron en reaccionar los demás dirigentes europeos, para imponer la defensa corporativa de sus intereses electorales, que pasan, inexorablemente, por explotar el yacimiento de votos del racismo, o, al menos, en no permitir que otros lo exploten en exclusiva. Corren, pues, malos tiempos para los gitanos y cada día es más evidente que nos toca jugar el papel de ser los judíos del siglo XXI, al menos, en lo que se refiere a ser utilizados como chivos expiatorios para distraer a esas mayorías sociales obnubiladas por el consumismo y frustradas la crisis, el desempleo y la falta de perspectivas a corto y medio plazo, pero que tienen en sus manos los votos que ponen y quitan a los gobiernos.

Por eso, solo si los gitanos europeos tenemos la madurez y la valentía suficientes como para asumir por nosotros mismos la defensa de nuestros derechos cómo ciudadanos y de nuestra dignidad como personas, podremos impedir que esta serie de olas antigitanas que desde hace años van y vienen por la mayoría de los países europeos, terminen por desembocar en un tsunami racista de consecuencias imprevisibles, y no solo para los gitanos, sino para otras minorías a las que también se les culpabiliza de gran parte de los problemas que padece la sociedad.

Ha llegado el momento de decir basta ya de que en nombre de los gitanos hablen personas a los que nadie ha elegido y que no hacen otra cosa que aplaudir a los mismos políticos y burócratas que luego justifican los abusos y los atropellos que se cometen con los más pobres y desprotegidos, como ocurre ahora con los inmigrantes rumanos en Francia.

Ha llegado la hora de decir que todas las políticas, tanto europeas como nacionales, supuestamente destinadas a combatir las desigualdades sociales de la población gitana, y que se financian con fondos europeos o estatales, constituyen un absoluto fiasco, y que esos recursos económicos se gastan todos en mantener a una Pléyades de burócratas y asalariados, tanto de las Administraciones Públicas, como de un sinfín de supuestas ONG, adjetivadas gitanas o no, cuya representatividad y gestión nadie comprueba ni fiscaliza, y para las cuales el principal objetivo es financiar el mantenimiento de sus puestos de trabajo. En España, alguna de estas ONG, cuenta con una plantilla de más de 1000 empleados fijos, y un presupuesto anual para gastos de funcionamiento, superior a los 15 millones de euros, y a pesar de que se llame gitana no lo es, pues no son gitanos sus dirigentes. Sin embargo, es la que más influye en la Administración para su propio beneficio, a cambio de avalar en los foros europeos la política del Gobierno de España en esta materia, manteniendo así la gran falacia de que nuestro país es un ejemplo de integración de los gitanos, cuando en realidad es todo lo contrario. La única verdad es que es mentira que los gitanos necesitados se beneficien de una forma real de todos esos planes y programas, pues al final nada llega a ellos, y ni siquiera se enteran de que existan

Ha llegado la hora de que los gitanos sean los que digan donde les duele y busquen sus propias respuestas, y para eso, lo primero que se tiene que hacer, es propiciar que las poblaciones gitanas de cada país de la UE, nombren de forma democrática, mediante un sistema de votaciones libres y secretas, a unos representantes legítimos que en su nombre puedan llevar a cabo, en colaboración con las Administraciones Públicas, una verdadera política de integración social y económica de aquellos grupos que estén en situación de exclusión social y de marginación, al tiempo que se dignifique la imagen pública del conjunto de la población gitana que debe protagonizar la construcción de sus propias vías de desarrollo y de incorporación activa a la sociedad.

No se puede permitir por más tiempo la dilapidación de los importantes recursos económicos y humanos que durante más de 30 años se han perdido en planes de integración totalmente obsoletos, absurdos e inoperantes, que si algún efecto han tenido, más allá de la parafernalia propagandística de cumbres, congresos y encuentros, sin otro fin que el de su propia celebración, ( el ultimo hace pocos meses en Córdoba), y en los que los gitanos que participan, no son más que invitados de piedras que acuden a aplaudir a los políticos, ha sido el de la segregación y el aislamiento de los escasos gitanos a los que hay podido afectar.

Por otra parte, que el órgano de representación de los gitanos en España, sea un consejo compuesto por funcionarios de los ministerios y un puñado de representes de ONG nombrados a dedos por el Ministerio de Asuntos Sociales, es la mejor prueba de hasta qué punto la cuestión gitana no ha merecido hasta ahora ninguna consideración política que vaya más allá del asistencialismo paternalista y discriminatorio, pues considerar que una comunidad como la gitana puede estar representada por asociaciones o patriarcas, es puro racismo.

(1) Agustín Vega Cortés, es presidente de Opinión Romaní

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.