Reseña de How to Change the World: Tales of Marx and Marxism [Cómo cambiar el mundo: historias de Marx y marxismo] de Eric Hobsbawm
«Hasta ahora, los filósofos han tratado de comprender el mundo; de lo que se trata, sin embargo, es de cambiarlo». La célebre magnificación de Marx trataba de levantar lo que podría hoy llamarse una «exigencia de impacto» en la valoración del pensamiento abstracto: la prueba de la validez de las ideas debía encontrarse en su capacidad de transformar el mundo. Esta declaración desmesurada puede contemplarse retrospectivamente como expresión de una tensión que discurría a lo largo de toda la obra de Marx y se hallaba en la raíz de la recurrente crisis de identidad que asolaba ese corpus diverso del pensar y el obrar al que posteriormente dio en llamarse «marxismo».
Se desarrolló y aún se desarrolla un corpus de veras extraordinariamente rico con este marbete, pero tanto los adeptos como los críticos se han mostrado proclives a insistir en que la posición e importancia de estas ideas ha de evaluarse por referencia a su historial a la hora de transformar el mundo. A los adeptos les gusta decir a menudo que la cuestión aún está por decidir, pero no tienen más remedio que reconocer, lamentablemente, que la cosa no pinta bien; los críticos se regocijan apuntando a los millones de víctimas de Stalin y a la prosperidad sin paralelo (para algunos) del capitalismo, y dan entonces el caso por concluido.
Este carácter dual del marxismo impone un gravamen especial a cualquiera que intente trazar su historia. Las ideas mismas son complejas y exigentes: idealmente, el historiador debería moverse por los matorrales de la metafísica hegeliana, así como entre las complejidades de la teoría del valor trabajo. Pero, por añadidura, una historia apropiada ha de abarcar los logros de los movimientos sindicales y las tomas de postura de las facciones de partido, la construcción de las economías planificadas y la represión de la opinión disidente, además de muchas otras cosas. El historiador ideal del marxismo ha de ser en parte teórico, en parte erudito; en parte creyente, en parte escéptico; polilingüe, pero no Pollyanna.
A Eric Hobsbawm se le define a menudo como «historiador marxista», aunque se le podría considerar de modo más preciso como un historiador de notable registro y poder analítico que ha encontrado en Marx mayor inspiración que en ninguna otra fuente singular. Pero se le considera menos a menudo como historiador del marxismo. Al fin y al cabo, sus obras más importantes se han centrado en el análisis del desarrollo de la sociedad europea desde esas dos agitaciones paralelas de la Revolución Francesa y la Revolución Industrial a finales del siglo XVIII. Si a sus aportaciones a la historia del marxismo se les ha otorgado menos reconocimiento, puede que eso se deba en parte a que han adoptado la forma de ensayos y capítulos desperdigados, y en parte a que, fiel a sus inclinaciones cosmopolitas, con frecuencia se han publicado en lenguas distintas del inglés.
La publicación de How To Change the World puede contribuir a poner las cosas en su lugar y no prematuramente: se trata de su decimosexto libro y aparece, lo cual es impresionante, a sus 94 años de edad. Aunque el libro se compone en buena medida de materiales anteriormente publicados, gran parte de ellos no han aparecido nunca en inglés y algunos han sido revisados y puestos al día. Lo de «historias» del subtítulo puede corresponder al intento de un editor nervioso por conseguir que los contenidos les suenen más seductores a lectores que podrían verse disuadidos por «ensayos» o «estudios», pero afortunadamente el término no indica en este caso una colorida charla biográfica o narraciones excéntricas. Los ensayos son analíticos y sinópticos y no resultan en absoluto peores por ello: su nítida calidad intelectual los vuelve más absorbentes de lo que podría ser cualquier «historia» adornada.
La «Primera parte» contiene estudios bastante diversos de aspectos del pensamiento de Marx y Engels, que van desde una introducción relativamente ligera a Las condiciones de la clase obrera en Inglaterra, del segundo, a una densa explicación del pensamiento de Marx acerca de las formaciones precapitalistas en la obra inacabada conocida sencillamente como Grundrisse.
La «Segunda parte», que puede ser de mayor interés al lector contemporáneo, anda cerca de proporcionar una visión de conjunto de la suerte del marxismo en los (casi) 130 años transcurridos desde la muerte de Marx en 1883. Son estos capítulos los que exhiben de forma notabilísima la combinación característica de Hobsbawm de análisis lúcido e imponente alcance. Casi todos los historiadores parecen provincianos a su lado. ¿Quién, si no, podría, mientras le hace detalladamente justicia a la historia de los movimientos marxistas principales en países como Alemania y Francia, proporcionarnos una autorizada digresión sobre las diferencias entre el marxismo danés y el finlandés? ¿En qué otro confiaríamos para que, después de enumerar las traducciones de Das Kapital desde el azerbayaní al yiddish, concluya con seguridad: «La única extensión lingüística importante de El capital aparte de ésta tuvo lugar en la India ya independizada, con ediciones en marathí, hindi y bengalí en las décadas de 1950 y 1960.
En el curso del pasado siglo o más allá, el estatus de los escritos de Marx puede haber oscilado entre dos polos. Por un lado, existe la posición comunista otrora ortodoxa de que Marx era el guía casi infalible de la acción política y la creación, por vía revolucionaria, de la forma de sociedad que sucedería al capitalismo. Y por otro, está lo que podría llamarse la visión de la «civi[lización] occidental», en donde se aborda a Marx junto a figuras como Nietzsche y Freud, como autor de un corpus de escritos infinitamente fascinante, escritos que pueden estudiarse o disfrutarse, pero de los que no se desprende la acción más de lo que sería el caso en La montaña mágica de Mann o La tierra baldía de Eliot.
Hobsbawm, de forma característica, evita ambos extremos: su actitud es más distanciada que el primero, pero considerablemente más comprometido que el segundo. Recomienda a nuestra atención la historia del marxismo debido a que «durante los últimos 130 años ha constituido un tema de importancia en la música intelectual del mundo moderno y, mediante su capacidad de movilizar fuerzas sociales, una presencia crucial, en algunos periodos decisiva, en la historia del siglo XX».
Pero, ¿qué hay del siglo XXI? Desde sus comienzos a principios de la década de 1840, el marxismo se ha visto sujeto a accesos de especulación prematura. Marx y Engels se persuadieron repetidamente (y persuadieron a algunos otros) de que se acercaba el fin de la sociedad burguesa, y desde la muerte de Marx ha habido periódicos anuncios de la «crisis del capitalismo». Pero en cada ocasión, el paciente ha logrado recuperarse de algún modo y puede que incluso se haya fortalecido. Acaso ni siquiera Hobsbawm, el más frío y juicioso de los analistas, sea completamente inmune a esta fiebre cuando especula que el derrumbe financiero de 2008 puede señalar el comienzo del fin del capitalismo tal como lo hemos conocido. Ciertamente, cree que marca el final de ese período de 25 años (desde el centenario de la muerte de Marx) durante el que pareció que Marx había perdido su relevancia, y para muchos de la generación más joven, su interés. «Una vez más», anuncia de un modo absoluto nada propio de él, «ha llegado el momento de tomarse a Marx en serio».
Aun durante los años más triunfalistas del neoliberalismo había quienes seguían tomándose a Marx muy pero que muy en serio como fuente de conceptos y marcos de referencia con los que analizar el funcionamiento de sociedades en las que el capital está en manos de unos pocos y los más venden su fuerza de trabajo. Pero, más allá de esto, ¿piensa Hobsbawm que hoy deberíamos tomarnos a Marx en serio como guía para cambiar el mundo? Aquí se escucha una nota de cautela, a veces hasta equívoca. En una frase estupenda, refleja que, con la caída de la Unión Soviética, «el capitalismo había perdido su memento mori«. Pero, al mismo tiempo, «quienes se atenían a la esperanza socialista original de una sociedad erigida en nombre de la cooperación, en lugar de la competencia, hubieron de replegarse a la especulación y la teoría».
Hoy la globalización y la retirada del Estado han privado, observa él, tanto a los partidos socialdemócratas como a los movimientos sindicales de su terreno natural: «estas entidades no han tenido hasta ahora mucho éxito a la hora de operar transnacionalmente». En otro autor uno podría sospechar sarcasmo en este deliberado eufemismo, pero «hasta ahora» y «no (…) mucho» pueden indicar que funciona la habitual prudencia literaria de Hobsbawm. Con todo, ¿qué tipo de oportunidad supone la actual turbulencia financiera? Algunos han comparado la situación con los años 30 del siglo XX, pero es difícil saber si, para quienes poseen inclinaciones radicales, eso debería considerarse un paralelo alentador. Hobsbawm se limita a la juiciosa observación de que, a diferencia de la década de 1930, «los socialistas» (de quienes parece extrañamente distante en este punto) «no pueden señalar ejemplo alguno de regímenes comunistas o socialdemócratas inmunes a la crisis ni tienen propuestas realistas de cambio socialista».
Acaso lo cierto sea que el marxismo, pese a la famosa proclamación de su fundador, ha contribuido siempre más a entender el mundo que a cambiarlo. Desde luego, Eric Hobsbawm ha hecho más que la mayoría por promover esa comprensión. Y si nos preguntamos cuál puede ser su visión final de las perspectivas de cambiar el mundo, en ese caso, felizmente, todavía estamos en situación de adoptar la respuesta de Chu En-Lai sobre la Revolución Francesa: es demasiado pronto aún para decirlo.
Stefan Collini es profesor de historia intelectual y literatura inglesa en la Universidad de Cambridge, colaborador del Times Literary Supplement y The London Review of Books y autor de Common Reading: Critics, Historians, Publics y Absent Minds, Intellectuals in Britain . Su último libro That’s Offensive! Criticism, Identity, Respect (editado por Seagull y The University of Chicago Press) se publica este mes.
Tomado de: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3886