Uno de los productos ideológicos más rentables, obra del capitalismo, es haber convencido a su enemigo de clase – la clase trabajadora- de que ella es inferior, débil, insignificante e impotente y que, por todo eso, debe sentir avergüenza de sí, de su identidad de clase, de su origen y de su esencia. Negocio redondo. […]
Uno de los productos ideológicos más rentables, obra del capitalismo, es haber convencido a su enemigo de clase – la clase trabajadora- de que ella es inferior, débil, insignificante e impotente y que, por todo eso, debe sentir avergüenza de sí, de su identidad de clase, de su origen y de su esencia. Negocio redondo.
En muy pocas cosas la burguesía invierte más recursos (quizá sólo compita la industria de las armas) que en demoler la conciencia del proletariado intoxicándolo con falsa conciencia, supercherías, miedos, frustración, tristeza y vergüenza. Lo vemos en las telenovelas como lo vemos en las calles, lo vemos en la Historia como lo vemos en nuestras propias casas. Los pobres cargan, por si fuese poco, además del peso de las peores limitaciones, el estigma social de ser «pobres». Y con ello el falso dilema de que los pobres no luchan por los pobres porque se avergüenzan de ellos y de sí mismos. Como si la lucha contra la pobreza sólo fuese terreno reservado -privilegiado- para la filantropía burguesa.
Están acostumbrados los capitalistas a pagar sueldos miserables, a imponer jornadas insoportables. Roban tiempo y fuerza, roban salud física y mental a los trabajadores y los ven enfermar y morir, alienarse a cada minuto, mientras los patrones gozan los beneficios en complicidad con los politicastros de turno. Eso es lo que tenemos enfrente de nuestras luchas. He ahí un retrato simple pero real. Muchos patrones son cínicos descontrolados porque a sabiendas de que roban y engañan, se hacen pasar por dadivosos, por «generadores de empleo», por «cristianos». Se santiguan y hacen creer a sus familias que son «buenos» mientras se aplauden entre ellos. Le besan la mano al cura. Pero todos fabrican pobreza y miseria… ese es su crimen.
Ninguno de los engaños literarios, simbólicos o religiosos que se han ideado para disfrazar la «vergüenza» de ser pobre, diluye objetivamente los efectos psicológicos y culturales de un mal social monstruoso, la pobreza, obra del capitalismo, que carcome a la inmensa mayoría de los seres humanos. Más del 65 %. Cuando poblaciones enteras no tienen comida ni agua, no tienen salud y no pueden trabajar pero miran en la televisión, en la prensa y en la publicidad cómo la felicidad, la salud, el bienestar (según lo entiende la burguesía) dependen de ser «rico», «famoso» y «hermoso»… los pueblos, además de maltratos físicos, reciben maltratos psicológicos y discriminación, no sólo racial, sino principalmente económica, es decir, por pobreza. Eso es humillante y es un dolor acumulativo que muchas veces queda en las cabezas de los trabajadores sin una solución clara y de combate.
La pobreza es un delito del capitalismo y una crueldad que se impone incesante y despiadadamente, que siembra la desesperación y el abandono mientras golpea la economía de las familias trabajadoras, el estado de ánimo, la fortaleza emocional y la voluntad de lucha. La pobreza es un acto criminal que merecería sanción legal revolucionaria y sanción popular. Es indebido, es canalla es una monstruosidad que se acrecienta. Es un acto criminal que pisotea la dignidad más elemental.
No alcanza con que nos digan los obispos millonarios, serviles a la oligarquía, que Cristo fue «pobre»; no basta con que las «damas de la caridad» repartan alimentos, medicinas, juguetes o cobijas; no alcanza con que los discursos de los politiqueros saliven promesas y más promesas para «abolir la pobreza»…en realidad sólo la lucha organizada, por la clase trabajadora y por los pueblos revolucionarios, terminará verdaderamente con la pobreza y con todas sus consecuencias, también psicológicas y culturales, en el estado de ánimo de los trabajadores.
Por eso es fundamental la fortaleza moral de la clase trabajadora y su claridad intelectual en el combate al capitalismo. La riqueza de los pueblos ha sido secuestrada por el capitalismo, y tal riqueza no sólo son productos de la naturaleza, es principalmente la riqueza de la fuerza laboral de millones y millones de trabajadores que, a cambio de su trabajo, reciben migajas, maltrato, humillación y vergüenza… todo eso producido por el capitalismo, nadie se engañe. Cuando un trabajador está deprimido por ser «pobre» también está sufriendo, en su vida diaria, los estragos del sistema capitalista que lo quiere dócil y lo quiere sin capacidad de combate. Tenemos millones de pruebas.
Los trabajadores, además de calidad de vida, requieren dignidad de vida. Los proletarios, viven explotados y humillados por una minoría burguesa y capitalista, que impide a las personas desarrollar sus inmensas capacidades El sistema capitalista hace que la vida del trabajador sea penosa ya que es una mercancía más… ésta es una situación irracional. No es justo que un trabajador tenga que hacer esfuerzos desmesurados en condiciones deplorables para, tan sólo, ganarse el derecho a seguir viviendo, a tener lo justo y necesario -a veces ni eso-, para seguir sobreviviendo en una sociedad que consume a las personas y encima las humilla. El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan. Karl Marx
La burguesía ha convertido la «dignidad personal» en un valor de cambio.
Luchamos contra es esa vergüenza de ser pobre como parte de un proyecto de nueva sociedad (socialista-comunista) en la que los hombres libres de la opresión y la explotación, en condiciones de libertad, igualdad y dignidad humana, dominen sus condiciones de existencia; un proyecto a su vez deseable, posible y realizable, pero no inevitable. Porque, si nos descuidamos, puede ser descarrilado. Deseable porque debe dignificar a los trabajadores; posible, por cuanto luchamos para consolidar las condiciones de su realización, y realizable si, dadas esas condiciones, elevamos el nivel de la conciencia sobre la necesidad y posibilidad de la nueva sociedad comunista y nos organizamos objetivamente. Y es que el capitalismo no es eterno pero el socialismo aún está desarrollándose. Debemos terminar con lo que asfixia a los trabajadores y todo lo que destruya los valores revolucionarios: la igualdad, la justicia, la libertad y la dignidad humana.
Cuando la verdadera riqueza de los pueblos son sus trabajadores revolucionarios ¿Quién comprende lo que siente un trabajador que además de sentirse «pobre» se siente humillado y avergonzado? ¿Quién entiende el golpe bajo que eso significa en su vida a estas horas? ¿Quién comprende las angustias y las vejaciones… quién las repara? ¿Qué leyes, qué abogados, qué jueces se estremecen sinceramente, solidariamente, con el trabajador impotente y lastimado en su dignidad cuando lo que gana no alcanza para satisfacer las necesidades de las personas que él más quiere?
La pobreza es un delito burgués y no una «vergüenza» de los trabajadores. La pobreza estigmatiza a las personas y eso suele no tener reparación, eso es una canallada que debe ser repudiada y denunciada con toda energía por todo el mundo. La pobreza es un crimen de la burguesía, es una sentencia fulminante, una injusticia siniestra, una acto asesino. Es un delito de lesa humanidad, aunque se escuden en palabrería de farsantes mercenarios («técnicos» se dicen) contratados para traicionar a los trabajadores. La pobreza es un crimen del capitalismo, es un zarpazo intolerante y criminal que no aceptaremos poniendo «la otra mejilla».
En garras del capitalismo el Trabajo humano ha sido tan brutalmente, tan miserablemente tratado y tan obscenamente humillado que hemos quedado arrinconados ante el desfiladero del cinismo. No lo aceptemos. El Trabajo, que debiera ser práctica liberadora y enriquecedora de las sociedades, a estas horas se ha vuelto, paradójicamente, una calamidad devastadora del espíritu, del cuerpo, de la cultura. Eso es aberrante. Se vive miserablemente con sueldos raquíticos, se vive aterrorizado bajo amenazas de despido, patentes y latentes. Se vive humillado bajo la prepotencia y el desprecio de jefes y jefesuchos que se enriquecen con nuestro Trabajo. Se vive la pobreza como una forma de tortura legalizada, e ilegal, que es una máquina de infelicidad a todas horas. Quieren que nos acostumbremos al atropello y a la miseria y encima quieren aplausos y votos. Si nos descuidamos la cosa puede empeorar.
No hay lugar para ilusiones. Es preciso elevar nuestras protestas contra la pobreza y desarrollar las formas de lucha… he ahí la curación y la salud mental de quien lucha. A los trabajadores sólo nos salvarán los trabajadores, los trabajadores solidarios. Muchos trabajadores andan desesperados, viendo cómo arrimar a su casa lo necesario para sobrevivir al golpe criminal de la pobreza, eso es injusto por donde se lo vea, no nos hagamos cínicos, no dejemos que no nos duela, hagamos algo. Lo posible con lo que se tenga.
Necesitamos la lucha de los trabajadores que se percatan de la trampa, y abandonan toda «vergüenza», para luchar realmente desde abajo. Realmente puerta por puerta. Necesitamos a los trabajadores creativos y contundentes, certeros e imaginativos para que su dignidad en la lucha, florezca y se expanda en sus mejores fortalezas que son la unidad, el trabajo de base, la claridad de ideas y la capacidad inteligente de no caer en las trampas del enemigo… como el estigma de sentir «vergüenza» por ser «pobre». La dignidad está en la lucha.
Es una injusticia que millones de trabajadores vivan con la «vergüenza», inventada por la burguesía, trabada en las quijadas. Que vivan con incertidumbre e impotencia por sentir esa «vergüenza» atornillada entre ceja y ceja, por sentirse impotentes en el desfiladero de la humillación. Es preciso cobrar conciencia pero conciencia que nos vuelva solidarios y revolucionarios. Es parte de la «Batalla de las Ideas». Esta lucha es mundial.
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