La sala Cuarta Pared de Madrid reunió a finales de marzo la trilogía teatral ‘La fragilidad de la memoria’, de Victoria Szpunberg. Después del estreno, nos colamos en las oficinas del teatro para hablar con esta autora de origen argentino.
Son las seis de la tarde. En la puerta de la sala Cuarta Pared Victoria Szpunberg (Buenos Aires, 1973) y el crítico José Henríquez (Santiago de Chile, 1947) esperan a esta escribana para colarse en las oficinas del teatro y hablar de El meu avi no va anar a Cuba (els neus pares si), La marca preferida de las hermanas Clausman y Memoria de una Ludisia.
Estas tres obras (dos teatrales y una sonora) forman la trilogía de Szpunberg, y responden a un proceso de escritura muy particular. Desde la experiencia personal entroncada con el humor y la ironía, las piezas tocan el doloroso tema de la persecución, el secuestro y la tortura en la dictadura argentina, así como la relación de quienes nacieron en los ’70 con sus padres y ma- dres militantes de izquierdas exiliados. Esta generación de jóvenes empieza a hacer balance de su propia historia.
El arranque de la trilogía se sitúa en 2007. La dramaturga recibió una beca de Iberescena para trabajar sobre la memoria y el exilio. «Cuando me la dieron me entró el pánico. Me daba mucho pudor y vértigo, así que aproveché un encargo que me hizo el festival Grec para reunirme con gente muy cercana cuyo trabajo artístico admiro mucho, y que también son hijos de exiliados», explica Victoria Szpunberg.
«Me junté con Lucas Ariel Vallejos, Sabina Witt y Marta López, y empezamos a trabajar el material. Cada uno hizo lo que sabía hacer. Lucas es batería y sonidista, y en la primera pieza se reconocen las batucadas y los movimientos de H.I.J.O.S con el tambor, por ejemplo. Trabajaba con el equipo, me iba a casa, escribía, volvía, probaba, reescribía. Fue una escritura escénica más que una escritura de autor», comenta esta autora.
La escritora leyó los textos de Pilar Calveiro y Primo Levi, y muchos materiales teóricos sobre la relación entre horror y literatura, sobre cómo tratar eso que llaman ‘hecho abismal’. Viajó a Buenos Aires y estuvo en la antigua ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), y en los campos de concentración (ahora hay un debate abierto sobre qué hacer con estos espacios): «Cada uno tiene su visión sobre la dictadura argentina y el exilio», dice Szpunberg.
El feed-back continuo con el equipo de la primera obra le valió mucho para la escritura de las siguientes. Al final de El Meu avi ya estaba escribiendo Las Clausman. «Acabé una primera versión y la entregué a Iberescena», cuenta.
Después aprovechó la petición de unos textos radiofónicos para hacer Memoria de una Ludisia, pieza sonora de nueve minutos que cierra la trilogía. «Me cuestioné mucho cuál era el formato para hablar de este tema. Al principio no sabía si tenía que hablar de la dictadura, de mi familia… No sabía por dónde entrarle al tema.
Antes de escribir me parecía que todo iba a ser ridículo y pretencioso, pero luego una vez escrito no tuve esta sensación», admite la escritora.
Tener la posibilidad de formatos diferentes le ayudó para no limitarse a una única mirada. «En esa línea delicada entre no ser paternalista ni irrespetuoso ¿dónde te sitúas? Es muy difícil, y a mí no me gusta el teatro que pega patadas de forma explícita», dice Szpunberg. Es una apasionada de las técnicas, de las elaboraciones formales, pero su dramaturgia no responde al modelo de causa y efecto: «Lo de la causa-efecto no lo he entendido nunca. Creo que no funcionamos así ni psicológica ni socialmente. Si no, todo sería más fácil».
La revolución no pasa en casa
que tienen los hijos, y esto lo abordo en Las Clausman. Cuando tocas el tema de los militantes de esa época, generalmente se mitifica. Evidentemente fueron héroes, pero -y esto me ha costado mucho- se trataba de cuestionar sin «confundir al enemigo» -puntualiza Szpunberg-. «No se trata de atacar lo que hizo la izquierda, con todo lo que hizo el otro bando, pero creo que la izquierda en La Argentina también tuvo parte de responsabilidad con lo que pasó. Fue muy asimétrico y desproporcionado, por eso casi no se habla de estos temas».
comentario: «Hay una crítica dura e irónica a la vida de cierta izquierda que estuvo en una posición en un momento, y también un análisis de lo que ha sido la izquierda en su vida personal y familiar».
Szpunberg devuelve: «La relación surrealista de muchas de esas personas militantes con sus hijos me cuesta mucho entenderla».
La tercera en la mesa apostilla: «Como cuando te refieres en la segunda obra al (ausente) padre de las Clausman que brinda con champán francés por la caída del muro de Berlín, o el hecho de que las hijas estén en mundos paralelos y no quieran cargar con la angustia (ni la felicidad) de su madre». Szpunberg se adelanta: «Yo intenté no juzgar. Para las hermanas Clausman, Rick Astley y Che Guevara están en el mismo plano de valores, ¿y por qué no? En Barcelona a mucha gente que no tiene ni idea ni interés en la dictadura argentina le gustó la obra por reconocerse en los ’90 y por la relación de hermanas, con la que se identificaban». Pausa. Respiro. Cambiamos de asunto y hablamos de los recursos escénicos que se usan en las dos obras teatrales. En la primera, entramos a través de una película sobre el exilio argentino que se graba en escena. En la segunda, en el juego de unas hijas que imitan a su madre.
Szpunberg entonces se sincera: «Intuía que para tratar este tema tenía que hacerlo desde la representación de la representación. Me cuesta mucho pensar en convertir el espacio dramático y escénico en un campo de concentración, por ejemplo. No concibo este tipo de teatralidad. No me la creo, y no creo que el teatro tenga derecho a hacer esto, casi ni el cine. Porque cuando Spielberg se permite entrar con su cámara en las cámaras de gas es una obscenidad. En realidad, nadie que estuvo allí pudo contarlo, con lo cual filmar eso es mentira y una falacia. A mí me produce mucho pudor, y he visto trabajos de este tipo. ¿Pero dónde está el límite de la representación? ¿Cómo podemos abordar desde la ficción el horror?… Esta pregunta que me inquieta aparece en las obras».
En Memoria de una Ludisia, la tercera parte de la trilogía, aparece otro enfoque de la misma historia, y atraviesan los oídos del público una descripción que una mujer argentina exiliada en Barcelona hace de su día a día, una entrevista en la que una periodista pregunta insistentemente a la mujer si se siente una víctima o no, y una voz en off de una militante que explica lo que ella hacía de joven («yo a tu edad me la bancaba»).
Después de más de dos horas de conversación nos tomamos un café en la biblioteca de la Cuarta Pared, y José Henríquez expone un pensamiento: «Para los inspectores de dramaturgia sería fácil interpretar tu obra como un trauma entre hermanas hijas de exiliados de la represión argentina. Pero hay un equilibrio, no sentencias y creas un territorio que mira desde todos los ángulos qué está ocurriendo»
Según Victoria Szpunberg, «hay gente que se ofendió al ver Las Clausman porque no explicaba la dictadura argentina, pero yo no quería explicarla».
La dramaturga también cuenta que hay gente de la generación de sus padres que vio la obra y que en general tuvo buena aceptación. Aunque reconoce que es un tema muy delicado. Se acaba la conversación. Su hija la reclama, y el teatro está abriendo las puertas.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Otra-mirada-que-cuenta-el-exilio.html