De aquellos tiempos, tan lejanos y próximos, que Mayor Oreja definiera como tiempos de «plácida existencia» han aparecido 59 cadáveres más. En un paraje de Burgos, amontonados en una larga zanja y cubiertos de cal, otra vez la cal en su empeño de borrar las huellas del crimen, 59 cadáveres insisten en reclamar su identidad […]
De aquellos tiempos, tan lejanos y próximos, que Mayor Oreja definiera como tiempos de «plácida existencia» han aparecido 59 cadáveres más. En un paraje de Burgos, amontonados en una larga zanja y cubiertos de cal, otra vez la cal en su empeño de borrar las huellas del crimen, 59 cadáveres insisten en reclamar su identidad y en demandar justicia.
Entre los asesinados, la mayoría trabajadores ferroviarios, figuran jóvenes y viejos, afiliados a sindicatos, republicanos… hasta un religioso franciscano, probablemente Emiliano Revilla Vallejera, un cura comprometido con el evangelio y con su pueblo que, detenido por falangistas el 29 de julio de 1936, fue conducido a la prisión de Burgos, sacado junto a otros detenidos en septiembre de ese mismo año y dado por muerto en 1950. Revilla no pasará por mártir ni será canonizado.
Cuentan vecinos de los alrededores que conservan la dignidad y la memoria, que los enterraron los barrenderos de Aranda del Duero luego de robarles sus pertenencias, que algunos de los fusilados, como el maquinista Fernando Macario, sobrevivió baleado en la fosa hasta el día siguiente en que pidió agua a quienes después de mearle en la cara lo remataron, y que se supo porque sus asesinos se jactaron por el pueblo de su hombría.
Quedan por abrir en el estado español casi dos mil fosas comunes con decenas de miles de asesinados por quienes justifican sus impunes crímenes pretendiendo reescribir una historia que no condenan y que, además, persisten en su amenaza de sepultarnos con otros cuarenta años de «plácida existencia».