Traducido por Silvia Arana para Rebelión
Introducción
Los imperios se construyen promoviendo y apoyando a los colaboradores locales que actúan bajo las órdenes de los gobernantes imperiales. Estos colaboradores son premiados con símbolos de autoridad externos y dinero, incluso cuando se sobreentiende que están en sus puestos sólo si continúan siendo tolerados por sus superiores imperiales. La gente de los países ocupados y los que resisten al colonialismo se refieren a los colaboradores del imperio como «títeres» o «traidores; los periodistas occidentales les llaman «clientes»; los escribas imperiales y gubernamentales les dicen «aliados leales» siempre y cuando continúen siendo obedientes con sus patrocinadores y su amo.
Los gobernantes títeres tienen una larga e indigna historia en el siglo XX. Después de las invasiones de EE.UU. a América Central y el Caribe una cadena de dictadores títeres y sangrientos fueron mantenidos en el poder para implementar políticas favorables a las corporaciones y bancos estadounidenses y para garantizar el control de la región por parte de EE.UU. Duvalier (padre e hijo) en Haití, Trujillo en la República Dominicana, Batista en Cuba, Somoza (padre e hijo) en Nicaragua y una seguidilla de otros tiranos que sirvieron para salvaguardar los intereses militares y económicos del imperio, mientras hundían las economías de sus países y gobernaban con mano de hierro.
Gobernar por medio de títeres es una característica de la mayoría de los imperios. Los británicos se destacaron en el fortalecimiento de jefes tribales como recolectores de impuestos, apoyando a la élite real de la India en la formación de tropas de cipayos bajo las órdenes de los generales británicos. Los franceses cultivaron a las élites africanas «francófonas», las que les proveyeron carne de cañón en sus guerras imperiales en Europa y África. Los imperios más «recientes» como Japón implantaron regímenes títeres en Manchuria, y Alemania promovió a los títeres de Vichy en la Francia ocupada, y el régimen de Quisling en Noruega.
Gobiernos post-coloniales: Títeres nacionalistas y neo-coloniales
Los poderosos movimientos anticoloniales de liberación nacional que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial desafiaron el dominio imperial ejercido por Europa y EE.UU. en África, Asia y América Latina. Enfrentados a los enormes costos de reconstrucción en Europa y Japón y al movimiento de masas opuesto a continuar con las guerras coloniales, EE.UU. y Europa buscaron retener sus posesiones económicas y sus bases militares por medio «de los colaboradores políticos». Estos asumirían responsabilidades administrativas, militares y políticas, forjando nuevos lazos entre los países formalmente independientes y sus viejos y nuevos patrones imperiales. La continuidad institucional a nivel económico y militar entre los regímenes colonial y post-colonial se define como «neo-colonialismo».
La ayuda extranjera dio nacimiento a una burguesía ‘nativa», kleptocrática y nueva rica que proveyó una hoja de parra para ocultar la extracción de recursos para el imperio. Mediante ayuda militar, misiones de entrenamiento y becas de ultramar se entrenó a una nueva generación de militares y civiles burócratas, a los que se les inculcó los «puntos de vista cosmopolitas» y la lealtad hacia el imperio. El aparato militar-policial-
El periodo post-colonial fue desgarrado por revoluciones antiimperialistas de gran escala y de larga duración (China, Indochina), golpes militares (en los tres continentes), guerras civiles internacionales (Corea) y mayormente exitosas transformaciones nacionalistas y populistas (Irak, India, Indonesia, Egipto, Argelia, Argentina, Brasil, Ghana, etc.). Estas últimas se convirtieron en la base del movimiento de países no alineados. Los ‘regímenes coloniales’ absolutos (Sudáfrica, Israel/Palestina, Rhodesia del Sur/Zimbabwe) fueron la excepción. Las «asociaciones» complejas, dependiendo de las relaciones de poder específicas entre el imperio y las élites locales, por lo general incrementaba el ingreso, el intercambio comercial y las inversiones en los descolonizados y nuevos países independientes. La independencia generó una dinámica interna basada en una intervención estatal a gran escala y una economía mixta.
El periodo post-colonial de nacionalismo radical y rebeliones socialistas duró menos de una década en la mayoría de los países de los tres continentes. Hacia fines de la década del setenta, golpes de estado apoyados por el imperio destituyeron a regímenes nacionalistas, populistas y socialistas en el Congo, Argelia, Indonesia, Argentina, Brasil, Chile y en numerosos países más. Los nuevos regímenes independistas y progresistas en las ex colonias portuguesas, Angola, Mozambique, Guinea-Bissau y los regímenes y movimientos nacionalistas en Afganistán, Irak, Siria y América Latina fueron seriamente debilitados por el colapso de la Unión Soviética y la conversión de China al capitalismo. EE.UU. surgió como la única ‘superpotencia’ sin un contrapeso militar ni económico. Los diseñadores del imperio militar y económico de EE.UU. y Europa vieron la oportunidad de explotar los recursos naturales, expropiar miles de empresas públicas, construir una red de bases militares y reclutar nuevos ejércitos de mercenarios para extender el dominio imperial.
Surgió la pregunta sobre qué forma tomaría el nuevo imperio de EE.UU.: los medios que se emplearán para derrocar a los gobernantes nacionalistas que quedaban. Y de igual importancia: con la disolución de la Unión Soviética y la conversión de China/Indochina al capitalismo, ¿qué ideología, o ‘argumento’, se usaría para justificar el poderoso avance imperial post-colonial?
El orden de Washington en el nuevo mundo: Renacimiento colonial y títeres contemporáneos
La recuperación del imperialismo occidental de la derrotas sufridas durante las luchas por la independencia nacional (de 1945 a 1970-1980) incluyeron una reconstrucción masiva de un nuevo orden imperial. Con el colapso de la URSS, la incorporación de Europa del Este como satélites del imperio y la subsiguiente conversión de nacionalistas radicales (Angola, Mozambique, etc.) a kleptócratas del libre mercado, las visiones de dominación ilimitada de la Casa Blanca tuvieron un poderoso empuje, en base a las proyecciones de un poder militar unilateral y sin rival equiparable.
La propagación del la ‘ideología del libre mercado’ entre 1980-2000, basada en la influencia de los gobernantes neo-liberales a través de África, Europa del Este, América Latina y una gran parte de Asia abrieron la puerta para saqueos, privatizaciones (que representa en general la misma cosa) y concentración de riqueza sin precedentes. En correspondencia con el saqueo y la concentración de un poder militar unipolar, un grupo de ultra militaristas, los llamados ideólogos neo-conservadores, compenetrados a fondo con la mentalidad israelita colonial llegaron a posiciones de toma de decisiones estratégicas en Washington, con un tremendo poder de decisión en las esferas de poder de Europa -especialmente en Inglaterra.
La historia hizo el camino inverso. La década de 1990 al 2000 fue inaugurada con guerras al estilo colonial, lanzadas contra Irak y Yugoslavia, provocando la destrucción de los estados y la imposición de regímenes títeres en ‘Kurdistán’ (Irak del Norte), Kosovo, Montenegro y Macedonia (ex Yugoslavia). El éxito militar, rápido y las victorias de bajo costo, confirmaron y fortalecieron las creencias de los ideólogos neo-conservadores y neo-liberales de que la expansión del imperio era la tendencia inevitable del futuro. Sólo un detonante político apropiado era necesario para movilizar los recursos financieros y humanos en pos del nuevo imperio militarista.
Los sucesos del 11/9/2001 fueron explotados a fondo para lanzar guerras secuenciales de conquista colonial. En nombre de una «cruzada militar de vasto alcance contra el terrorismo», se hicieron los planes, se destinaron enormes sumas de dinero, y se lanzó la propaganda masiva de los medios corporativos para justificar una serie de guerras coloniales.
El nuevo orden imperial comenzó con la invasión a Afganistán (2001) y el derrocamiento del régimen islámico nacionalista talibán (que no tuvo nada que ver con el 11/9).
Afganistán fue ocupado por los ejércitos mercenarios de EE.UU. y la OTAN pero no fue conquistado. La invasión y ocupación estadounidense de Irak condujo a un reagrupamiento de las fuerzas anticoloniales islámicas, nacionalistas y sindicalistas y los movimientos de resistencia civil y armada.
Debido al nacionalismo de vasto alcance y a la influencia antisionista en la población civil, la policía y el aparato militar de Irak, los ideólogos neo-conservadores de Washington optaron por desmantelar el estado. Intentaron remodelarlo como un estado colonial basado en líderes sectarios, jefes de tribus, contratistas extranjeros y políticos exiliados nombrados por ellos como ‘presidente’ o ‘primer ministro’, hojas de parra para cubrir el estado colonizado.
Pakistán fue un caso especial de penetración imperial, con intervención militar y manipulación política, conectando ayuda militar a gran escala con sobornos y corrupción para establecer un régimen títere. Las recientemente condenadas violaciones de la soberanía de Pakistán por aviones de EE.UU. («drones» y aviones piloteados), las operaciones comando y la movilización a gran escala de los militares pakistaníes en operaciones de contra-insurgencia de EE.UU. causaron el desplazamiento de millones de personas de las ‘tribus’ de Pakistán.
El imperativo del régimen títere
Al contrario de lo que afirma la propaganda de EE.UU. y Europa, las invasiones y ocupaciones de Irak y Afganistán y las intervenciones militares en Pakistán no tuvieron apoyo popular. Una gran mayoría de la población se opuso activa y pasivamente. Tan pronto como los funcionarios civiles coloniales fueron nombrados con la fuerza de las armas y comenzaron a administrar el país emergieron la resistencia popular pasiva y la resistencia armada esporádica. Los funcionarios coloniales eran percibidos como lo que eran: una presencia foránea y explotadora.
Hubo saqueos de las arcas nacionales, parálisis de toda la economía, dejaron de funcionar los servicios básicos (agua, electricidad, sistemas cloacales, etc.), y millones de personas fueron desplazadas de sus hogares. Las guerras y las ocupaciones diezmaron drásticamente la sociedad pre-colonial y las funcionarios coloniales fueron presionados para generar un reemplazo.
Miles de millones de dólares en gastos militares fueron inútiles para generar funcionarios civiles capaces de gobernar. Los gobernantes coloniales tuvieron serios problemas para conseguir colaboradores con experiencia técnica o administrativa. Aquellos dispuestos a servir carecían de un mínimo de aceptación popular.
La conquista y ocupación colonial al final se conformó con el establecimiento de un régimen de colaboración paralelo, que estaría financiado y subordinado a las autoridades imperiales. Los estrategas imperiales creían que este régimen proveería una fachada política para ‘legitimar’ y negociar la ocupación. El incentivo para colaborar eran los miles de millones de dólares canalizados al aparato estatal colonial (y fácilmente robados con falsos proyectos de ‘reconstrucción’) para compensar por los riesgos de asesinatos políticos ejecutados por los luchadores de la resistencia nacional. En el pináculo de los regímenes paralelos estaban los gobernantes títeres, cada uno de ellos con un certificado otorgado por la CIA por su lealtad, servilismo y disposición para sostener la supremacía imperial sobre el pueblo bajo la ocupación extranjera. Obedecieron las exigencias de Washington de privatizar las empresas públicas y apoyar el ejército de mercenarios reclutado por Washington y bajo el mando colonial.
Hamid Karzai fue elegido como el gobernante títere de Afganistán, basado solamente en los lazos de su familia con los traficantes de droga y su compatibilidad con los señores de la guerra y gente de influencia a sueldo del imperio. Su aislamiento quedó revelado por el hecho de que hasta la custodia presidencial estaba conformada por marines de EE.UU. En Irak, los funcionarios coloniales de EE.UU. en consulta con la Casa Blanca y la CIA eligieron a Nouri al Maliki como «Primer Ministro» basados en su participación directa en la tortura de luchadores de la resistencia acusados de ataques a las fuerzas estadounidenses de ocupación.
En Pakistán, EE.UU. apoyó como presidente a un fugitivo de la ley, Asif Ali Zardari. Este demostró repetidamente su espíritu acomodaticio aprobando operaciones estadounidenses aéreas y terrestres a gran escala y de larga duración en territorio pakistaní fronterizo con Afganistán. Zardari vació el Tesoro de Pakistán y movilizó a millones de soldados para atacar y desplazar a centros de población fronterizos con simpatía por la resistencia afgana.
Títeres en acción: Entre la sumisión al imperio y el aislamiento de las masas
Los tres regímenes títeres proporcionaron la hoja de parra que trata de ocultar los saqueos de los pueblos colonizados. Nouri al Maliki en los cinco últimos años no solamente ha justificado la ocupación estadounidense sino que también ha promovido activamente el asesinato y la tortura de miles de activistas anti-colonialistas y de luchadores de la resistencia. Ha vendido miles de millones de dólares de concesiones de petróleo y gas a compañías extranjeras. Ha presidido el robo (‘desaparición’) de miles de millones de dólares en recursos petroleros y en ayuda extranjera de EE.UU. (exprimida de los impuestos pagados por los contribuyentes de EE.UU.). Hamid Karzai, quien raramente salió de su fortaleza presidencial sin los marines de EE.UU. como custodios, ha sido ineficiente en el intento de conseguir apoyo, excepto el de sus familiares. Su principal apoyo fue su hermano, el narcotraficante Ahmed Wali Karzai, asesinado por el Jefe de Seguridad (cuyo nombramiento había sido aprobado por la CIA). Dado que el apoyo interno a Karzai es extremadamente pequeño, sus funciones principales incluyen la participación en reuniones de patrocinadores extranjeros, la emisión de comunicados de prensa y el sellado de cada incremento de tropas de EE.UU. La intensificación del uso de escuadrones de la muerte de las Fuerzas Especiales y aviones «drones», causantes de un alto número de bajas civiles, ha enfurecido cada vez más a los afganos. La totalidad del aparato civil y militar nominalmente bajo el mando de Karzai está sin dudas penetrado por los talibanes y otros grupos nacionalistas, razón por la cual Karzai es completamente dependiente de las tropas estadounidenses y de los señores de la guerra y narcotraficantes a sueldo de la CIA.
El títere pakistaní Arif Ali Zardari, a pesar de la fuerte resistencia presentada por sectores militares y de las agencias de inteligencia, y a pesar de la hostilidad popular del 85% contra EE.UU., ha hundido al país en una serie de ofensivas militares a gran escala contra las comunidades islámicas en los territorios del Noreste, desplazando a más de cuatro millones de refugiados. Cumpliendo órdenes de la Casa Blanca de incrementar la guerra contra los santuarios de los talibanes y sus aliados pakistaníes armados, Zardari ha perdido credibilidad como un político ‘nacional’. Ha causado la ira de los nacionalistas al aprobar de manera ‘encubierta’ graves violaciones de la soberanía pakistaní al permitir que las Fuerzas Especiales de EE.UU. operen desde bases pakistaníes para realizar sus operaciones criminales contra militantes islámicos locales. El bombardeo diario con drones de la población civil de aldeas, de las carreteras y de los mercados ha generado un consenso casi generalizado sobre su estatus de títere. Mientras los gobernantes títeres proveen una fachada útil para la propaganda externa, su efectividad baja a cero a nivel interno, a medida que aumenta su sumisión ante la matanza imperialista de civiles. La maniobra inicial de propaganda imperial mostrando a los títeres como «asociados» o «aliados en el poder» pierde credibilidad a medida que se hace transparente que los gobernantes títeres son impotentes para rectificar los abusos imperiales. Este es el caso específico de las continuas violaciones de derechos humanos y la destrucción de la economía. La ayuda extranjera es globalmente percibida como un factor que permite la extorsión, la corrupción y la administración incompetente de los servicios básicos.
A medida que crece la resistencia interna y a medida que se desvanece la ‘voluntad’ de los países imperiales para continuar la guerra y ocupación de una década, los gobiernos títeres sienten una intensa presión para hacer, al menos, gestos de «independencia». Los títeres comienzan a «replicar» a los que manejan los hilos, tratando de representar el rol ante el coro masivo de indignación popular sobre los crímenes contra la humanidad más flagrantes perpetrados por la ocupación. La ocupación colonial empieza a hundirse, bajo el peso de los gastos de mil millones de dólares por semana extraídos de las consumidas arcas públicas. El simbólico retiro de tropas señala un incremento de la importancia y de la dependencia en fuerzas mercenarias ‘nativas» altamente sospechosas, lo que causa el miedo de los títeres a perder sus puestos y sus vidas.
Los gobernantes títeres empiezan a considerar que es hora de probar otras posibilidades de negociar con la resistencia; que es hora de hacerse eco de las voces populares de indignación ante los crímenes de civiles; que es hora de alentar el retiro de tropas, pero nada de peso. No pedirán el retiro de la protección de la Guardia Imperial Pretoriana ni, ‘dios no lo permita’, del último envío de ayuda extranjera. Es el momento oportuno para Ali Zardari de criticar la intromisión militar de EE.UU. para asesinar a Bin Laden; es el momento para que Al Maliki haga un llamado a EE.UU. de cumplir con su «palabra de honor» del retiro de las tropas de Irak; es el momento para que Karzai salude la toma militar afgana de la provincia con menor actividad de resistencia (Bamiyan). ¿Están los títeres en algún tipo de rebelión contra los patrones? Aparentemente hay descontento en Washington: están reteniendo $800 millones de ayuda a Pakistán a la espera de mayor colaboración militar y de inteligencia, piden redadas en el campo y en las ciudades en busca de luchadores de la resistencia islámica. El asesinato del hermano de Karzai y del consejero político de alto rango Jan Mohamed Khan por parte de los talibanes -dos figuras prominentes en el mantenimiento del régimen títere- son señales de que las arengas emocionales de crítica del gobernante títere no tienen resonancia en el gobierno talibán no oficial (o sombra del gobierno) que cubre la nación y se prepara para una nueva ofensiva militar.
La «revuelta» de los títeres ni tiene un efecto en los amos coloniales ni les sirve para atraer las simpatías de las masas anti-colonialistas. Son una señal del fracaso del intento de EE.UU. de revitalizar el colonialismo. Representan el fin de la ilusión de los ideólogos neo-conservadores y neo-liberales que creyeron fervientemente que el poder militar de EE.UU. era capaz de invadir, ocupar y gobernar el mundo islámico por medio de títeres actuando sobre una masa de pueblos sumisos. El ejemplo colonial de Israel, una franja árida de tierra costera, sigue siendo una anomalía en un mar de estados independientes, seculares o musulmanes.
Los esfuerzos de los defensores de EE.UU. para reproducir la consolidación relativa de Israel por medio de guerras, ocupaciones y regímenes títeres ha conducido a la bancarrota de EE.UU. y al colapso del estado colonial. Los títeres se darán a la fuga; retirarán las tropas; bajarán las banderas y un periodo de guerra civil prolongada se aproximará. ¿Podrá una revolución social y democrática reemplazar a los títeres y a sus amos? En EE.UU. vivimos una época de crisis cada vez más profunda, en la que el extremismo de derecha ha penetrado hasta los puestos más altos y ha tomado la iniciativa por ahora, esperemos que no sea para siempre. ¿Las guerras coloniales de ultramar están llegando a su fin, hay guerras internas en el horizonte?
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