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Nisia Agüero: entre el violín y el arco

Fuentes: La Ventana

Si he conocido, a lo largo del tiempo, a un ser indefinible, ese ser responde al nombre de Nisia Agüero. Cuando he intentado definirla siempre sucede lo mismo. Nisia se escapa entre las manos a toda definición, transformándose sin cesar en múltiples personas, en múltiples ánimos que van regando luz por dondequiera que pasen. De […]

Si he conocido, a lo largo del tiempo, a un ser indefinible, ese ser responde al nombre de Nisia Agüero. Cuando he intentado definirla siempre sucede lo mismo. Nisia se escapa entre las manos a toda definición, transformándose sin cesar en múltiples personas, en múltiples ánimos que van regando luz por dondequiera que pasen. De un matiz a otro, lo que no varía es el esplendor de su carácter y el de su acción que, como le hubiera gustado decir a Nicolás Guillen, pueden apreciarse a simple vista suspendidos entre el violín y el arco, como nacidos de un vertiginoso compás de Alejandro García Caturla.

Ese ha sido el más legítimo empeño de Heriberto Feraudy. Nisia Agüero es todo un carácter que se revela, sin condición ni tiempo, en estas páginas. Estamos ante un inquietante y atractivo libro de testimonios que su autor ha recogido a lo largo de varios años y que ha logrado ir entrelazando para dibujar el perfil de su dueña.

Vida, reflexiones y gestión de Nisia Agüero se registran aquí de forma inusitada pues, al servirse de un estilo propio del llamado género testimonio, tan en boga en Cuba e Hispanoamérica en la segunda mitad del siglo XX, el autor conforma su discurso a partir de una entrevista que va convirtiéndose en la columna vertebral de su texto. Por voluntad propia, Feraudy lo ha sabido apartar de las técnicas narrativas al uso para dejarlo en su más despojada presencia, la del diálogo limpio en donde el interlocutor se esconde para dar paso a la materia prima que llegará al lector como un nervio.

Mientras, con el espíritu de quien aboga por el restablecimiento de la indagación sobre lo cubano, al margen del ámbito académico, reconstruye episodios de la memoria colectiva cubana a través de la inserción de citas de clásicos como Fernando Ortiz y Alejo Carpentier o de sueltos de prensa que aluden a fenómenos culturales claves de la época abordada, Feraudy entrega al lector un diseño muy particular del carácter que estudia.

Cualquier conocedor de este recurso, estaría observando con placer cómo este autor ejerce su derecho al cruce de textos, a su meditada hilvanación a modo de fuego cruzado, alimentado por ideas y experiencias trasmitidas mediante una escritura ajena, anterior, guiada por eso que se conoce en nuestros días como intertextualidad. Por supuesto, sale enriquecido el lector que va de una época a otra, siguiendo con el necesario candor de estos casos, el desarrollo del carácter estudiado.

El lector, mediante estas citas irá familiarizándose con un marco de referencias esenciales a su ilustración y, con seguridad, va adentrarse en una lectura siempre acompañada de historias conmovedoras, marcadas por la estructura de la conversación que se produce libremente en el seno de lo cotidiano cuya fuente es la gestión cultural de la Cuba contemporánea de las últimas décadas.

Vale la pena detenerse sobre el hecho de que este libro respira autenticidad y su contribución mayor radica en una esencia que es el exacto intercambio entre oralidad y reescritura de su misma esencia. Heredero de los conceptos que descubrió para el género el escritor Miguel Barnet, sobre todo mediante su excelente ensayo sobre la novela testimonio,[1] Feraudy parte de bases firmes y, a la vez, logra armar su discurso alejándose del vicio de colocar frente a un sujeto una grabadora y transcribir lo grabado sin criterio de selección, por lo general sin trazo alguno de un proyecto.

Este es el estudio de un carácter que se alimenta de sus antecedentes sociales, de sus orígenes y de su contexto histórico. Se trazan aquí sus rasgos distintivos, confirmados a través de las alocuciones de sus contemporáneos, casi todos figuras generadoras ellas mismas de una cultura popular que ese carácter supo promover y difundir entre las capas más humildes del país, dándole su más adecuado lugar en un movimiento que incluía en su naturaleza el empuje de esas fuerzas vivas así como el talento y la ejecutoria de creadores imprescindibles en el panorama del arte cubano que les tocó compartir.

Nisia Agüero, situada en el vórtice de una época convulsa y a la vez restauradora de valores nacionales, conquistó el antiguo principio de lo perdurable cuando se entregó en cuerpo y alma a engrandecer nuestra vida cultural abriendo caminos de conocimiento y procurando darle a sus contemporáneos ese mínimo de belleza con el cual la vida resulta otra cosa, volviéndose algo que vale la pena defender.

Tanto en Remedios como en Santiago ―o en La Habana, su ciudad natal―, en cualquier otro rincón del mundo que haya conocido su simpatía y su gracia sin par, su carácter mostrará siempre el más fino perfil cimarrón que es como aceptar su noble sentido de la resistencia hecho perfume.

Conocida entre varias generaciones como la Patrona de los Artistas Alguna Vez Desamparados,[2] Nisia estuvo a favor de las causas más nobles que la Revolución del 59 trajo a cada hogar, a cada rincón, más allá del color de su piel, de su origen, de su clase, de su género. Abanderada de tantos atributos que la hacen única, el lector apreciará en estos episodios que narra la presencia del amor filial, del amor de pareja, del amor al prójimo, del amor a lo nuestro, de su infinito amor a la patria que, como bien quería José Martí, es humanidad.

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Notas:

1. Miguel Barnet: «La novela testimonio: socio-literatura» en La fuente viva, ed.Letras Cubanas, 1983, pp-11-42.

2. Ver mi artículo «Ibrahim Ferrer y Ornara Portuondo: un concierto entre amigos para Nisia Agüero» recogido en el volumen Pluma al viento, Santiago de Cuba, ed. Oriente, 2005, p. 89.

Fuente: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=6392