Falta mucho camino por delante. Falta que el Estado español, por ejemplo, anuncie el cese definitivo de su violencia y deponga sus armas. Falta que erradique, de una vez y para siempre, la tortura, la incomunicación de los detenidos, la dispersión de los presos, la cadena perpetua que ni siquiera sus leyes contemplan. Falta que […]
Falta mucho camino por delante. Falta que el Estado español, por ejemplo, anuncie el cese definitivo de su violencia y deponga sus armas. Falta que erradique, de una vez y para siempre, la tortura, la incomunicación de los detenidos, la dispersión de los presos, la cadena perpetua que ni siquiera sus leyes contemplan. Falta que restituya los derechos civiles de miles de ciudadanas y ciudadanos vascos a quienes se sigue negando su derecho a ejercerlos. Falta que recuente las víctimas, pero todas las víctimas, sin exclusiones ni interesados olvidos, porque sólo merecerán considerarse como tales, si no falta ninguna. Falta que reabra los secretos archivos de sus impunes crímenes y ponga nombres y apellidos a las equis. Falta que los partidos políticos desarmen sus pretextos y prescindan de su «ley de partidos». Falta que la Audiencia Nacional se arrepienta y pida perdón antes de disolverse.
A la espera de que los intolerantes la descalifiquen por extranjera y por puñetera, lo decía ayer Nicola Duckworth, directora del Programa para Europa y Asia Central de Amnistía Internacional cuando exigía al Estado español «rendir cuentas sobre las violaciones de derechos humanos que han cometido los miembros de las fuerzas de seguridad, y reforme la legislación y las prácticas antiterroristas que han causado esas violaciones o han contribuido a ellas». Demandaba también que se eliminen «las ambigüedades de la Ley de Partidos que podrían conculcar el derecho a la libertad de pensamiento, expresión, asociación o reunión».
Falta mucho camino por delante todavía y más pasos que andar.
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