¿Hay vida más allá del euro? Para la ortodoxia neoliberal, no. El pensamiento único económico ha marcado una hoja de ruta, contra la que no caben apelaciones, basada en el binomio salvaguarda de la moneda única-planes de austeridad. ¿Hay entonces alternativa? Para otros economistas, sí. Según el profesor de Economía Aplicada de la Universidad de […]
¿Hay vida más allá del euro? Para la ortodoxia neoliberal, no. El pensamiento único económico ha marcado una hoja de ruta, contra la que no caben apelaciones, basada en el binomio salvaguarda de la moneda única-planes de austeridad. ¿Hay entonces alternativa? Para otros economistas, sí.
Según el profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga, Alberto Montero Soler, «la mejor opción actualmente para economías como las de la periferia europea es el abandono del euro». «Los costes serían tan elevados como mantenerse en la moneda única, enormes, pero al menos el impacto se soportaría en plazos más cortos», ha añadido el economista, quien ha intervenido en la Primera Jornada de Lucha y Resistencias contra la Crisis, organizada por la Plataforma por los Derechos Sociales de Valencia y la Plataforma de Afectados por las Hipotecas.
Hay precedentes. Es esto, salvando los matices, lo que ocurrió en Argentina con la ruptura de la unión monetaria peso-dólar. A pesar de sus costos, la devaluación de la moneda argentina y la renegociación de la deuda permitieron, en un plazo de tres años, recuperar la actividad económica y ciertos niveles de bienestar para las clases populares. De hecho, las rentas del trabajo han ganado peso durante los últimos años en la economía argentina.
Un proceso parecido podría darse en caso de quebrarse la eurozona: el primer paso consistiría en intentar renegociar el pago de la deuda. La peseta, por ejemplo, perdería valor y, por tanto, la deuda (si se considerara en la moneda nacional) probablemente disminuiría. El problema sería acceder al crédito ya que sobre la economía española pesaría el estigma de la falta de confianza. Se trata, entonces, de optar entre «un ajuste con costes muy elevados y a largo plazo en el marco del euro; y un ajuste con el mismo coste pero plazos más cortos saliéndose de la moneda única», ha resumido Montero Soler.
¿Por qué no se plantea el debate? Según Alberto Montero, en parte «porque nos da mucho miedo; en España nos hemos convertido en un país de nuevos ricos gracias al euro. Nos da pánico convertirnos otra vez en un país de emigrantes o en vías de desarrollo, que los tipos de interés se correspondan con la riqueza del país y no se mantengan artificialmente bajos, como ha ocurrido, para financiar la burbuja inmobiliaria».
Sí que hay, así pues, alternativas. Pero según el economista y colaborador del Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS), «no en este marco». «Hay que replantearse todo el modelo e ir hacia unos Estados Unidos de Europa porque, de lo contrario, todos son parches y puntos de fuga; además, resulta evidente que no pueden ejercer el liderazgo de la nueva UE los países que en la última década se han beneficiado del euro, es decir, Alemania, Francia y el conjunto de los países centrales».
La crisis actual se veía venir. Hace más de una década (la moneda única entró en vigor en 1999) que numerosos economistas críticos advierten que el modo de construirse la Unión Europea (a partir de economías con potencial diferente y distinta fiscalidad) conducía al desastre. Por tanto, explica Alberto Montero Soler, «más que ante una crisis financiera a la que nos haya conducido la globalización, nos encontramos realmente ante la crisis de una moneda única mal diseñada». Es decir, «lo que ha hecho la crisis financiera es poner al euro frente a sus propias contradicciones».
Casos como el español ponen de manifiesto los efectos de la moneda única sobre la periferia europea. El déficit comercial español en 1992-1994 se situaba en el 6% del PIB (nunca en la historia de España había superado esta cifra). La actual crisis, ya incorporada la economía española a la eurozona, disparó el déficit comercial hasta el 9%.
A ello debe agregarse un exasperante desarme institucional, que evidencia como nadie el Banco Central Europeo (BCE,) en su política de negarse por principio a comprar deuda pública de los estados, pero adquiere estos mismos títulos a la banca en los mercados secundarios. La banca ya cuenta con ello cuando adquiere estos títulos en los mercados primarios. Así se está produciendo, a juicio del profesor de Economía de la Universidad de Málaga, «una socialización encubierta de los riesgos de la banca». ¿Cuál es la conclusión? «Si hay algún banco quebrado ahora mismo en la Unión Europea es el BCE», responde el economista.
Tampoco el Banco Central Europeo, a las órdenes de Alemania, adquiere títulos de deuda pública (con lo que niega vías de financiación a los estados), pero sí les presta capital (el mismo que no le presta a los estados) a los bancos, que en ocasiones lo destinan precisamente a la compra de deuda y hacen de este modo un buen negocio. Así, cegada la posibilidad de reformas institucionales, controles y fórmulas de equilibrio, se impone con arrogancia la dictadura de los mercados.
Por lo demás, el corsé del euro impone una draconiana disciplina sobre la clase trabajadora. De hecho, las diferencias de productividad (un palabro esencial para la academia) entre las economías del centro y de la periferia europea se equilibran, como apunta Alberto Montero, «mediante la flexibilización de los salarios y la movilidad interna de los trabajadores», una vez los estados han perdido la capacidad de devaluar sus monedas para hacer más competitiva su economía.
Todo lo que suponga desregulación o ausencia de intervención beneficia, así, a los países centrales, y ésta es precisamente una de las bases sobre las que se asienta la Unión Europea. Hasta el punto de que Alemania ha llegado a convertirse (por esta falta de intervención, singularmente del BCE) en un «país-refugio» para los especuladores internacionales; de hecho, se calcula que el país germano ha reducido en más de 8.000 millones de euros el coste de la financiación de su deuda, en detrimento de países como Grecia, Portugal, Italia o España.
En medio de la vorágine especulativa y el carrusel de recortes, a cuál más terrorífico, una idea es clara: las salidas a la crisis se esbozan dentro del más estricto canon ultraliberal. Esto ya puede constatarse en Estados Unidos, donde los beneficios de las empresas se han recuperado en los dos últimos años, y han vuelto a los niveles anteriores a la crisis (septiembre de 2008). Los gobiernos de tecnócratas en Italia y Grecia o la casi segura victoria del PP en las elecciones del 20-N, en España, apuntan en la misma dirección: desguace de los servicios sociales, de los restos del Estado del Bienestar, privatizaciones y mayores beneficios para el capital. Pintan tiempos muy negros.
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