Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La Segunda Guerra Mundial, por lo menos en lo que al «Teatro Europeo» se refiere, comenzó con la potente invasión de Polonia por el ejército alemán en septiembre de 1939. Unos seis meses después, hubo victorias aún más espectaculares, esta vez sobre los países del Benelux y Francia. Al llegar el verano de 1940, Alemania parecía invencible y predestinada a gobernar indefinidamente el continente europeo. (Hay que admitir que Gran Bretaña se negó a tirar la toalla, pero no podía esperar ganar la guerra por sí sola, y tenía que temer que Hitler pronto volvería su atención a Gibraltar, Egipto y/o a otras joyas de la corona del Imperio Británico). Cinco años después, Alemania vivió el dolor y la humillación de la derrota total. El 20 de abril de 1945, Hitler se suicidó en Berlín mientras el Ejército Rojo se abría camino hacia el interior de la ciudad, reducida a un montón de ruinas humeantes, y el 8/9 de mayo Alemania se rindió incondicionalmente. Es obvio, por lo tanto, que en algún momento entre finales de 1940 y 1944 la situación había cambiado dramáticamente. Pero ¿cuándo y cómo? En Normandía en 1944, según algunos; en Stalingrado, durante el invierno de 1942-43, según otros. En realidad, la situación cambió en diciembre de 1941 en la Unión Soviética, más específicamente, en la planicie árida al oeste de Moscú. Como lo describe un historiador alemán, experto en la guerra contra la Unión Soviética: «Esa victoria del Ejército Rojo [frente a Moscú] fue indudablemente el mayor corte en toda la guerra mundial» [1]
No debería constituir una sorpresa que la Unión Soviética haya sido la escena de la batalla que cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial. La guerra contra la URSS fue la guerra que Hitler había querido desde el comienzo, como lo dejó muy en claro en las páginas de Mein Kampf [Mi lucha], escrito a mediados de los años veinte. (Pero una guerra en el este, es decir una guerra contra los soviéticos, era también objeto del deseo de los generales alemanes, de los principales industriales de Alemania, y de otros «pilares» del establishment alemán.) En los hechos, como ha demostrado recientemente un historiador alemán [2] lo que Hitler había deseado desencadenar en 1939 era una guerra contra la URSS y no contra Polonia, Francia, o Gran Bretaña. El 11 de agosto de ese año, Hitler explicó a Carl J. Burckhardt, un funcionario de la Liga de Naciones, que «todo lo que emprendía iba dirigido contra Rusia», y que «si Occidente [es decir los franceses y los británicos] era demasiado estúpido y demasiado ciego para comprenderlo, se vería obligado a llegar a un acuerdo con los rusos, volverse y derrotar a Occidente, y luego darse vuelta con toda su fuerza para asestar un golpe a la Unión Soviética» [3]. Es en los hechos lo que sucedió. Resultó que Occidente era «demasiado estúpido y ciego», como lo vio Hitler, para darle «mano libre» en el este, y por lo tanto llegó a un acuerdo con Moscú -el infame «Pacto Hitler-Stalin»- y luego desencadenó la guerra contra Polonia, Francia y Gran Bretaña. Pero su objetivo siguió siendo el mismo: atacar y destruir a la Unión Soviética lo antes posible.
Hitler y los generales alemanes estaban convencidos de que habían aprendido una importante lección de la Primera Guerra Mundial. A falta de las materias primas necesarias para ganar una guerra moderna, como ser el petróleo y el caucho, Alemania no podía ganar una guerra prolongada e interminable. A fin de ganar la próxima guerra, Alemania tenía que ganarla rápido, muy rápido. Así nació el concepto de la Blitzkrieg [Guerra relámpago], es decir la idea de una guerra rápida como el relámpago. Blitzkrieg significaba guerra motorizada, por lo tanto, en preparación para una guerra semejante Alemania produjo durante los años treinta cantidades masivas de tanques y aviones así como camiones para el transporte de soldados. Además, importó y almacenó cantidades gigantescas de petróleo y caucho. Gran parte de ese petróleo se compró a corporaciones estadounidenses, algunas de las cuales tuvieron la gentileza de poner a disposición la «receta» para producir combustible sintético de carbón. [4] En 1939 y 1940, ese equipo permitió que el ejército y la fuerza aérea alemanas arrollaran las defensas polacas, holandesas, belgas y francesas con miles de aviones y tanques en cosa de semanas. Las guerras relámpago, fueron invariablemente seguidas por victorias relámpago.
Esas victorias fueron suficientemente espectaculares, pero no suministraron a Alemania mucho botín en la forma del petróleo y el caucho vitalmente importantes. En su lugar la guerra relámpago gastó en realidad las reservas acumuladas antes de la guerra. Por suerte para Hitler, Alemania pudo seguir importando petróleo del todavía neutral EE.UU. en 1940 y 1941 – no directamente, sino a través de otros países neutrales (y amigos) como la España de Franco. Además, bajo los términos del Pacto Hitler-Stalin ¡la propia URSS también aprovisionó de modo bastante generoso a Alemania con petróleo! Sin embargo, era extremadamente molesto para Hitler que, en cambio, Alemania haya tenido que suministrar a la Unión Soviética productos industriales de alta calidad y tecnología militar avanzada, utilizada por los soviéticos para modernizar su ejército y mejorar su armamento [5].
Es comprensible que Hitler ya haya resucitado su anterior plan para la guerra contra la URSS poco después de la derrota de Francia, es decir en el verano de 1940. Una orden formal para ese ataque, con el código de Operación Barbarossa fue dada unos pocos meses después, el 18 de diciembre de 1940 [6]. Ya en 1939 Hitler se había mostrado extremadamente ansioso de atacar a la Unión Soviética, y se había vuelto contra Occidente solo, como lo señala un historiador alemán. «a fin de gozar de seguridad en la retaguardia cuando estuviera finalmente listo para ajustar cuentas con la Unión Soviética». El mismo historiador concluye que en 1940 nada había cambiado en cuanto a Hitler: «El verdadero enemigo estaba en el este» [7]. Hitler simplemente no quería esperar mucho más antes de realizar la gran ambición de su vida, es decir, antes de destruir al país que había definido como su archí-enemigo en Mi lucha. Además, sabía que los soviéticos estaban preparando frenéticamente sus defensas para un ataque alemán que, como lo sabía demasiado bien, vendría tarde o temprano. Ya que la Unión Soviética se fortalecía cada día más, el tiempo no estaba obviamente de parte de Hitler. ¿Cuánto más podría esperar antes que se cerrara la «ventana de la oportunidad»?
Además, una guerra relámpago contra la Unión Soviética prometía el suministro a Alemania de los recursos virtualmente ilimitados de ese inmenso país, incluido el trigo ucraniano para proveer a la población de Alemania abundante alimento, incluso en tiempos de guerra; minerales como carbón para producir caucho sintético y petróleo; y -¡por último pero ciertamente no menos importante!- los ricos campos petrolíferos de Bakú y Grozny, donde los sedientes tanques y cazabombarderos Stuka podrían repletar sus tanques. Reforzado con esos recursos, sería algo simple ajustar cuentas con Gran Bretaña, comenzando, por ejemplo, por la captura de Gibraltar. Alemania sería por fin una verdadera potencia mundial, invulnerable dentro de una «fortaleza» europea que se extendería del Atlántico a los Urales, en posesión de recursos ilimitados, y por lo tanto capaz de ganar incluso prolongadas guerras contra cualquier antagonista -¡incluido EE.UU.!- en una de las futuras «guerras de los continentes» conjuradas en la imaginación febril de Hitler.
Hitler y sus generales confiaban en que la guerra relámpago que preparaban contra la URSS sería tan exitosa como sus anteriores guerras relámpago contra Polonia y Francia. Veían a la Unión Soviética como un «gigante con pies de barro», cuyo ejército, presumiblemente decapitado por las purgas de Stalin de fines de los años treinta, no «era más que un chiste», como dijo el propio Hitler en una ocasión. [8] A fin de librar, y obviamente ganar, las batallas decisivas calcularon una campaña de cuatro a seis semanadas, a ser posiblemente seguidas por algunas operaciones de limpieza, durante las cuales los restos del anfitrión soviético serían «perseguidos por todo el país como un montón de cosacos derrotados» [9]. En todo caso, Hitler sentía una confianza suprema, y en vísperas del ataque, «se veía al borde del mayor triunfo de su vida» [10].
(En Washington y Londres, los expertos militares también creyeron que la Unión Soviética no sería capaz de oponer una resistencia significativa al gigante nazi, cuyas proezas militares de 1939-1940 le habían ganado una reputación de invencibilidad. Los servicios secretos británicos estaban convencidos de que la Unión Soviética sería «liquidada dentro de ocho a diez semanas», y el Mariscal de Campo Sir John Dill, jefe del Estado Mayor Imperial, afirmó que el ejército alemán cortaría a través del Ejército Rojo «como un cuchillo caliente por mantequilla», que el Ejército Rojo sería acorralado «como ganado». Según una opinión de experto en Washington, Hitler «aplastará a Rusia [sic] como si fuera un huevo» [11]
El ataque alemán comenzó el 22 de junio de 1941, temprano por la mañana. Tres millones de soldados alemanes y casi 700.000 aliados de Alemania nazi cruzaron la frontera, y su equipo consistía de 600.000 vehículos a motor, 3.648 tanques, más de 2.700 aviones, y algo más de 7.000 piezas de artillería. [12] Primero, todo se desarrolló según el plan. Se abrieron inmensas brechas en las defensas soviéticas, se lograron rápidamente impresionantes progresos territoriales, y cientos de miles de soldados del Ejército Rojo fueron muertos, heridos o hechos prisioneros en una serie de espectaculares «batallas de envolvimiento». Después de una tal batalla, librada en la vecindad de Smolensk hacia fines de julio, parecía estar abierto el camino a Moscú.
Sin embargo, muy pronto fue evidente que la guerra relámpago en el este no sería el paseo que habían esperado. Frente a la maquinaria militar más poderosa del mundo, el Ejército Rojo recibió previsiblemente una gran paliza pero, como el ministro de Propaganda, Joseph Goebbels ya confió a su diario el 2 de julio, también opuso una dura resistencia y devolvió los golpes en más de una ocasión. El general Franz Halder, en muchos sentidos el «padrino» del plan de ataque de la Operación Barbarossa, reconoció que la resistencia soviética fue mucho más fuerte que todo lo que los alemanes habían enfrentado en Europa Occidental. Los informes del ejército alemán citaron una resistencia «dura», «fuerte», incluso «bravía», que causó fuertes pérdidas en hombres y equipamiento al lado alemán. [13] Más a menudo de lo que se esperaba, las fuerzas soviéticas lograron lanzar contraataques que ralentizaron el avance alemán. Algunas unidades soviéticas se ocultaron en los vastos pantanos del Pripet y otros sitios, organizaron una mortífera guerra de partisanos y amenazaron las largas y vulnerables líneas de comunicación alemanas. [14] También resultó que el Ejército Rojo estaba mucho mejor equipado de lo que se esperaba. Los generales alemanes se «sorprendieron», escribe un historiador alemán, ante la calidad de armas soviéticas como los lanzacohetes Katyusha (conocidos como «órganos de Stalin») y el tanque T-34. Hitler estaba furioso de que sus servicios secretos no hayan estado informados sobre la existencia de parte de ese armamento. [15]
La mayor causa de preocupación en lo que respecta a los alemanes, fue que el grueso del Ejército Rojo haya logrado retirarse en un orden relativamente bueno y que evitó la destrucción en una gran batalla de envolvimiento, el tipo de repetición de Cannas o Sedán con el que habían soñado Hitler y sus generales. Los soviéticos parecían haber observado y analizado cuidadosamente los éxitos de las guerras relámpago alemanas de 1939 y 1940 y extraído lecciones útiles. Tienen que haber notado que en mayo de 1940 los franceses habían concentrado sus fuerzas directamente en la frontera así como en Bélgica, posibilitando que la máquina de guerra alemana los rodeara en una importante batalla de envolvimiento. (Las tropas británicas también fueron atrapadas en ese cerco, pero lograron escapar por Dunquerque.) Los soviéticos dejaron algunos soldados en la frontera, obviamente, y esos soldados sufrieron previsiblemente las mayores pérdidas de la Unión Soviética durante las primeras etapas de Barbarossa. Pero -contrariamente a lo afirmado por historiadores como Richard Overy [16]- el grueso del Ejército Rojo fue mantenido en la retaguardia, evitando el cerco. Fue esa «defensa en profundidad» la que frustró la ambición alemana de destruir la totalidad del Ejército Rojo. Como escribiría el Mariscal Zhukov en sus memorias: «la Unión Soviética habría sido aplastada si hubiéramos concentrado todas nuestras fuerzas en la frontera». [17]
A mediados de julio, cuando la guerra de Hitler en el este comenzaba a perder su calidad de relámpago, los dirigentes alemanes empezaron a expresar mucha preocupación. El almirante Wilhelm Canaris, jefe del servicio secreto del ejército alemán, la Abwehr, por ejemplo, confió el 17 de julio a un colega en el frente, el general von Bock, que «todo lo veía negro». En el frente interior, muchos civiles alemanes también comenzaron a sentir que la guerra en el este no iba bien. En Dresde, Victor Klemperer escribió en su diario el 13 de julio: «Sufrimos inmensas pérdidas, hemos subestimado a los rusos…» [18] Aproximadamente al mismo tiempo el propio Hitler abandonó su confianza en una rápida y fácil victoria y redujo sus expectativas; ahora expresó la esperanza en que sus tropas podrían llegar al Volga en octubre y capturar los campos petrolíferos del Cáucaso un mes o algo más tarde. [19] A fines de agosto, cuando Barbarossa debiera haber estado a punto de terminar, un memorando del Alto Comando de la Wehrmacht [ejército alemán] reconoció que podría ser imposible ganar la guerra en 1941. [20]
Un problema importante fue el hecho de que, cuando comenzó Barbarossa el 22 de junio, los suministros disponibles de combustible, neumáticos, repuestos, etc. alcanzaban solo para cerca de dos meses. Esto había sido considerado suficiente, porque se esperaba que dentro de dos meses la URSS estuviera de rodillas y sus recursos ilimitados -productos industriales así como materias primas- estarían a disposición de los alemanes [21] Sin embargo, a fines de agosto las puntas de lanza alemanas estaban muy distantes de las regiones de la URSS donde se podía conseguir petróleo, el más precioso de todos los elementos marciales básicos. Si los tanques lograban seguir avanzando, aunque lentamente, hacia las aparentemente interminables extensiones rusas y ucranianas, era en gran medida mediante combustible y caucho importado de EE.UU., a través de España y Francia ocupada. La parte estadounidense de las importaciones de lubricantes vitalmente importantes para los motores, por ejemplo, aumentó rápidamente durante el verano de 1941, es decir, de un 44% en julio a no menos de un 94% en septiembre, [22]
El optimismo volvió a estallar en septiembre, cuando las tropas alemanas capturaron Kiev, capturando 650.000 prisioneros y, más al norte, avanzaron en la dirección de Moscú. Hitler creía, o por lo menos pretendía hacerlo, que se acercaba el fin de los soviéticos. En un discurso público en el Sportpalast de Berlín el 3 de octubre, declaró que la guerra en el frente oriental había prácticamente terminado. Y ordenó a la Wehrmacht que diera el golpe de gracia lanzando la Operación Tifón, una ofensiva para apoderarse de Moscú. Sin embargo, las probabilidades de éxito parecían cada vez más exiguas, ya que los soviéticos incorporaban activamente unidades de reserva de Lejano Oriente. (Habían sido informados por su espía maestro en Tokio, Richard Sorge, que los japoneses, cuyo ejército estaba estacionado en el norte de China, ya no planeaban un ataque a las fronteras vulnerables de los soviéticos en el área de Vladivostok.) Para empeorar las cosas, los alemanes ya no gozaban de superioridad en el aire, en particular sobre Moscú. Tampoco se podían llevar suficientes suministros de munición y alimentos desde la retaguardia al frente, ya que las largas líneas de aprovisionamiento eran afectadas por la actividad de los partisanos. [23] Finalmente, comenzaba a hacer frío en la Unión Soviética, aunque no más frío de lo usual en esa época del año. Pero el alto comando alemán, confiado en que su guerra relámpago oriental terminaría antes del fin del verano, no había suministrado a la tropa suficiente equipamiento para combatir en la lluvia, el barro, la nieve, y las temperaturas frígidas del otoño e invierno rusos.
La toma de Moscú dominaba como un objetivo extremadamente importante en las mentes de Hitler y sus generales. Se creía, aunque erróneamente, que la caída de Moscú «decapitaría» a la URSS y así provocaría su colapso. También parecía importante evitar una repetición del escenario del verano de 1914, cuando el avance alemán aparentemente incontenible había sido detenido in extremis en los alrededores orientales de Paris, en la Batalla del Marne. El desastre -desde la perspectiva alemana- había despojado a Alemania de una victoria casi segura en las primeras etapas de la «Gran Guerra», y la había obligado a una prolongada e interminable lucha que, careciendo de suficientes recursos y al estar bloqueada por la Armada británica, estaba condenada a perder. Esta vez, en una nueva Gran Guerra, librada contra un nuevo archí-enemigo, la Unión Soviética, no iba a haber ningún «Milagro del Marne», es decir, ninguna derrota justo en las afueras de la capital, y por lo tanto Alemania no tendría que volver a combatir, sin recursos y bloqueada, en un prolongado e interminable conflicto que estaría condenada a perder. A diferencia de París, Moscú caería, la historia no se repetiría, y Alemania sería victoriosa. [24] O por lo menos es lo que esperaban en el cuartel general de Hitler.
La Wehrmacht siguió avanzando, pero con mucha lentitud, y a mediados de noviembre algunas unidades se encontraban a solo 30 kilómetros de la capital. Pero las tropas estaban ahora totalmente agotadas, y se les acababan los suministros. Sus comandantes sabían que simplemente era imposible tomar Moscú, por tentadoramente cercana que haya estado la ciudad, e incluso si lo lograban no los conduciría a la victoria. El 3 de diciembre, varias unidades abandonaron la ofensiva por su propia iniciativa. Unos días después, sin embargo, todo el ejército alemán frente a Moscú fue simplemente obligado a pasar a la defensiva. Por cierto, el 5 de diciembre, a las 3 de la mañana, en condiciones frías y nevadas, el Ejército Rojo lanzó repentinamente un grandioso, y bien preparado contraataque. Las líneas de la Wehrmacht fueron rotas en numerosos sitios, y los alemanes tuvieron que retroceder entre 100 y 280 kilómetros con fuertes pérdidas en hombres y equipos. Solo pudieron evitar con grandes dificultades un cerco catastrófico. El 8 de diciembre, Hitler ordenó a su ejército que abandonara la ofensiva y tomara posiciones defensivas. Culpó por este revés a la supuesta llegada inesperadamente temprana del invierno, se negó a retirarse más, como sugirieron algunos de sus generales, y propuso volver a atacar en la primavera. [25]
Así terminó la guerra relámpago de Hitler contra la Unión Soviética, la guerra que, si hubiera sido victoriosa, habría realizado la gran ambición de su vida, la destrucción de la URSS. Más importante, por lo menos desde nuestra perspectiva actual, una tal victoria habría provisto a Alemania nazi con suficiente petróleo y otros recursos para convertirla en una potencia mundial prácticamente invulnerable. Como tal, es muy probable que Alemania nazi pudiera haber acabado con la obstinada Gran Bretaña, incluso si EE.UU. se hubiera apresurado a ayudar a su primo anglosajón lo que, a propósito, todavía no formaba partes de los planes a principios de diciembre de 1941. Una victoria relámpago, es decir una victoria rápida contra la Unión Soviética, supuestamente imposibilitaría en ese caso, una derrota alemana, y es muy probable que así hubiera sido. (Probablemente sea justo decir que si Alemania nazi hubiera derrotado a la Unión Soviética en 1941, sería hoy en día el hegemono de Europa, y posiblemente de Medio Oriente y del Norte de África.) Sin embargo, la derrota en la Batalla de Moscú en diciembre de 1941 significó que la guerra relámpago de Hitler no produjo la esperada victoria relámpago. En la nueva «Batalla del Marne» al oeste de Moscú, Alemania nazi sufrió la derrota que imposibilitó la victoria, no solo la victoria contra la propia Unión Soviética, sino también la victoria contra Gran Bretaña, la victoria en la guerra general.
Considerando las lecciones de la Primera Guerra Mundial, Hitler y sus generales sabían desde el comienzo que, a fin de ganar la nueva «Gran Guerra» que habían iniciado, tendrían que vencer rápido, como un relámpago. Pero el 5 de diciembre de 1941, fue evidente para todos los que estaban presentes en el cuartel de Hitler que no habría una victoria relámpago contra la Unión Soviética, de modo que Alemania estaba condenada a perder la guerra, si no rápidamente, más tarde. Según el general Alfred Jodl, jefe del Alto Mando del Ejército, Hitler se dio cuenta entonces de que ya no podría ganar la guerra. [26] Y por lo tanto se puede argumentar que el 5 de diciembre de 1941 hubo un cambio de la situación en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, como todos los grandes cambios no tuvo lugar en un solo día, sino durante un período de días, semanas, incluso meses, es decir en el período de aproximadamente tres meses que transcurrió entre fines del verano de 1941 y principios de diciembre del mismo año.
La situación de la guerra en el este cambió gradualmente, pero no lo hizo de modo imperceptible. Ya en agosto de 1941, cuando los éxitos alemanes no lograron producir una capitulación soviética y el avance de la Wehrmacht se ralentizó considerablemente, observadores astutos comenzaron a dudar de que una victoria alemana, no solo en la URSS sino en la guerra en general, todavía siguiera siendo posible. El bien informado Vaticano, por ejemplo, que inicialmente se mostró muy entusiasta por la «cruzada» de Hitler contra la patria soviética del bolchevismo «impío» y confiado en que los soviéticos se derrumbarían de inmediato, comenzó a expresar su grave preocupación por la situación en el este a fines del verano de 1941; a mediados de octubre, llegó a la conclusión que Alemania perdería la guerra. [27] Del mismo modo, a mediados de octubre, los servicios secretos suizos informaron que «los alemanes ya no pueden ganar la guerra»; esa conclusión se basó en información reunida en Suecia de declaraciones de oficiales alemanes de visita. [28] A fines de noviembre, una especie de derrotismo había comenzado a infestar los altos mandos de la Wehrmacht y del Partido Nazi. Incluso mientras instaban a avanzar sus tropas hacia Moscú, algunos generales opinaban que sería preferible hacer propuestas de paz y acabar poco a poco la guerra sin lograr la gran victoria que había parecido tan segura al principio de la Operación Barbarossa. Y poco después de fines de noviembre, el ministro de Armamento Fritz Todt pidió a Hitler que encontrara una salida diplomática de la guerra, ya que estaba prácticamente perdida desde el punto de vista militar así como industrial. [29]
Cuando el Ejército Rojo lanzó su devastadora contraofensiva del 5 de diciembre, el propio Hitler se dio cuenta de que perdería la guerra. Pero, por supuesto, no estaba dispuesto a permitir que el público alemán lo supiera. Las desagradables nuevas del frente cerca de Moscú fueron presentadas al público como un revés temporario, por culpa de la llegada supuestamente temprana del invierno y / o la incompetencia o cobardía de ciertos comandantes. (Recién un año más adelante, después de la catastrófica derrota en la Batalla de Stalingrado durante el invierno de 1942-1943, el público alemán, y todo el mundo, se dieron cuenta de que Alemania esta derrotada; por eso incluso hoy en día numerosos historiadores creen que la situación cambió en Stalingrado.) A pesar de ello, resultó imposible ocultar por completo las catastróficas implicaciones de la debacle frente a Moscú. Por ejemplo, el 19 de diciembre de 1941, el cónsul alemán en Basilea informó a sus superiores en Berlín que el (abiertamente pro nazi) jefe de una misión de la Cruz Roja Suiza, enviado al frente en la Unión Soviética para ayudar solo a los heridos del lado alemán, lo que evidentemente contravenía las reglas de la Cruz Roja, había vuelto a Suiza con la noticia, extremadamente sorprendente para el cónsul, de que «ya no creía que Alemania pudiera ganar la guerra». [30]
7 de diciembre de 1941. En su cuartel general en lo profundo de los bosques de Prusia Oriental, Hitler ni siquiera había digerido enteramente la aciaga noticia de la contraofensiva soviética frente a Moscú, cuando supo que, al otro lado del mundo, los japoneses habían atacado a los estadounidenses en Pearl Harbor. Esto llevó a EE.UU. a declarar la guerra a Japón, pero no a Alemania, que no tuvo nada que ver con el ataque y ni siquiera estaba informada de los planes japoneses. Hitler no tenía obligación alguna de apresurarse a ayudar a sus amigos japoneses, como lo afirman numerosos historiadores estadounidenses, pero el 11 de diciembre de 1941 -cuatro días después de Pearl Harbor- declaró la guerra a EE.UU. Esta decisión aparentemente irracional debe ser vista a la luz del predicamento alemán en la Unión Soviética. Es casi seguro que Hitler especuló que ese gesto de solidaridad totalmente infundado induciría a su aliado oriental a reciprocar con una declaración de guerra al enemigo de Alemania, la Unión Soviética, y esto habría puesto a los soviéticos en un predicamento extremadamente peligroso de verse ante una guerra en dos frentes. Hitler parece hacer creído que podía exorcizar el espectro de la derrota en la Unión Soviética, y esto en la guerra en general, convocando a una especie de deus ex machina japonés a la vulnerable frontera siberiana de la URSS. Según el historiador alemán Hans W. Gatzke, el Führer estaba convencido de que «si Alemania no se unía a Japón [en la guerra contra EE.UU.] … terminaría toda esperanza de ayuda japonesa contra el Estado soviético, pero el país del sol naciente, ahora en guerra contra EE.UU. tampoco se pudo permitir el lujo de una guerra en dos frentes, y prefirió apostarlo todo a una estrategia «sureña», esperando ganar el gran premio del Sudeste Asiático -¡incluida Indonesia rica en petróleo!- en lugar de embarcarse en una aventura en los espacios inhospitalarios de Siberia. Solo al fin mismo de la guerra, después de la rendición de Alemania nazi, se llegó a hostilidades entre la URSS y Japón. [31]
Y por lo tanto, debido al error del propio Hitler, el campo de los enemigos de Alemania incluía ahora no solo a Gran Bretaña y la Unión Soviética, sino también al poderoso EE.UU., cuyas tropas podrían aparecer en las costas de Alemania, o por lo menos en las costas de Europa ocupada por Alemania, en el futuro previsible. Por cierto, los estadounidenses desembarcaron tropas en Francia, pero solo en 1944, y este evento incuestionablemente importante sigue siendo presentado a menudo como el punto decisivo de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, habría que preguntar si los estadounidenses hubieran desembarcado algún día en Normandía o, en realidad, hubieran declarado algún día la guerra a EE.UU. si Hitler no hubiese tomado la decisión desesperada, incluso suicida, de declarar la guerra a EE.UU. porque se encontraba en una situación desesperada en la Unión Soviética. La participación de EE.UU. en la guerra contra Alemania, por lo tanto, que por numerosas razones no formaba parte de los planes antes de diciembre de 1941, fue también una consecuencia del revés alemán frente a Moscú. Evidentemente, esto constituye un hecho más que puede ser citado en apoyo a la afirmación de que «la situación cambió» en la Unión Soviética en el otoño y principios de invierno de 1941.
Alemania nazi tenía los días contados, pero la guerra todavía sería larga. Hitler ignoró el consejo de sus generales, que recomendaron enérgicamente que se buscara un camino diplomático para salir de la guerra y decidió seguir combatiendo en la vaga esperanza de sacar de alguna manera la victoria de un sombrero como si fuera un mago. La contraofensiva rusa perdería ímpetu, la Wehrmacht sobreviviría el invierno de 1941-1942, y en la primavera de 1942 Hitler reuniría a duras penas todas las fuerzas disponibles para una ofensiva -con el nombre de código «Operación Azul» en dirección hacia los campos petrolíferos del Cáucaso- vía Stalingrado. El propio Hitler reconoció que «si no obtenía el petróleo de Maikop y Grozny, tendría que terminar esta guerra». [32] Sin embargo, se había perdido el elemento de sorpresa, y los soviéticos demostraron que disponían de inmensas masas de gente, petróleo, y otros recursos, así como de equipamiento excelente, producido en fábricas que habían sido establecidas detrás de los Urales entre 1939 y 1941. La Wehrmacht, por otra parte, no pudo compensar las inmensas pérdidas que había sufrido en 1941. Entre el 22 de junio de 1941 y el 31 de enero de 1942, los alemanes habían perdido 6.000 aviones y más de 3.200 tanques y vehículos similares; y no menos de 918.000 hombres habían sido muertos, heridos o desaparecidos en acción, lo que equivalía a un 28,7% de la fuerza promedio del ejército, es decir, 3,2 millones de hombres. [33] (En la Unión Soviética, Alemania perdió no menos de 10 millones de su total de 13,5 de hombres muertos, heridos o tomados prisioneros durante toda la guerra; y el Ejército Rojo finalmente se atribuyó el mérito de un 90% de todos los alemanes muertos en la Segunda Guerra Mundial.) [34] Por lo tanto las fuerzas disponibles para una ofensiva hacia los campos petrolíferas del Cáucaso eran extremadamente limitadas. Bajo estas circunstancias, es bastante notable que en 1942 los alemanes hayan logrado llegar hasta donde lo hicieron. Pero cuando su ofensiva se agotó inevitablemente, es decir en septiembre de ese año, sus líneas frágilmente mantenidas se habían estirado por muchos cientos de kilómetros, presentando un perfecto objetivo para un ataque soviético. Cuando ese ataque tuvo lugar, llevó al envolvimiento de todo un ejército alemán que terminó por ser destruido, en Stalingrado. Después de esa gran victoria fue obvio para todos que la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial era ineluctable. Sin embargo, la derrota alemana frente a Moscú a fines de 1941, aparentemente menor y relativamente imprevista, había sido la condición previa para la derrota alemana en Stalingrado, sin duda más espectacular y más «visible».
Existen aún más razones para proclamar que diciembre de 1941 fue el punto decisivo de la guerra. La contraofensiva soviética destruyó la reputación de invencibilidad de la que había gozado la Wehrmacht desde su éxito contra Polonia en 1939, y reforzó la moral de los enemigos de Alemania por doquier. La Batalla de Moscú también aseguró que el grueso de las fuerzas armadas de Alemania estuviera atado en el frente oriental de aproximadamente 4.000 kilómetros por un período indefinido de tiempo, lo que prácticamente eliminó la posibilidad de operaciones alemanas contra Gibraltar, por ejemplo, y por lo tanto suministró un tremendo alivio para los británicos. A la inversa, el fracaso de la guerra relámpago desmoralizó a los finlandeses y a otros aliados alemanes. Etcétera…
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Jacques R. Pauwels, autor de The Myth of the Good War: America in the Second World War, James Lorimer, Toronto, 2002 [El mito de la guerra buena, Hiru, Hondarribia, 2005
Notas
[1] Gerd R. Ueberschär, «Das Scheitern des ‘Unternehmens Barbarossa'», in Gerd R. Ueberschär and Wolfram Wette (eds.), Der deutsche Überfall auf die Sowjetunion: «Unternehmen Barbarossa» 1941, Frankfurt am Main, 2011, p. 120.
[2] Rolf-Dieter Müller, Der Feind steht im Osten: Hitlers geheime Pläne für einen Krieg gegen die Sowjetunion im Jahr 1939, Berlin, 2011.
[3] Citado en Müller, op. cit., p. 152.
[4] Jacques R. Pauwels, The Myth of the Good War: America in the Second World War, James Lorimer, Toronto, 2002, pp. 33, 37.
[5] Lieven Soete, Het Sovjet-Duitse niet-aanvalspact van 23 augustus 1939: Politieke Zeden in het Interbellum, Berchem [Antwerp], Belgium, 1989, pp. 289-290, including footnote 1 on p. 289.
[6] Vea por ejemplo: Gerd R. Ueberschär, «Hitlers Entschluß zum ‘Lebensraum’-Krieg im Osten: Programmatisches Ziel oder militärstrategisches Kalkül?,» in Gerd R. Ueberschär and Wolfram Wette (eds.), Der deutsche Überfall auf die Sowjetunion: «Unternehmen Barbarossa» 1941, Frankfurt am Main, 2011, p. 39.
[7] Müller, op. cit., p. 169.
[8] Ueberschär, «Das Scheitern…,» p. 95.
[9] Müller, op. cit., pp. 209, 225.
[10] Ueberschär, «Hitlers Entschluß…», p. 15.
[11] Pauwels, op. cit., p. 62; Ueberschär, «Das Scheitern…,» pp. 95-96; Domenico Losurdo, Stalin: Storia e critica di una leggenda nera, Rome, 2008, p. 29.
[12] Müller, op. cit., p. 243.
[13] Richard Overy, Russia’s War, London, 1997, p. 87.
[14] Ueberschär, «Das Scheitern…», pp. 97-98.
[15] Ueberschär, «Das Scheitern…», p. 97; Losurdo, op. cit., p. 31.
[16] Overy, op. cit., pp. 64-65.
[17] Grover Furr, Khrushchev Lied : The Evidence That Every ‘Revelation’ of Stalin’s (and Beria’s) ‘Crimes’ in Nikita Khrushchev’s Infamous ‘Secret Speech’ to the 20th Party Congress of the Communist Party of the Communist Party of the Soviet Union on February 25, 1956, is Provably False, Kettering/Ohio, 2010, p. 343: Losurdo, op. cit., p. 31; Soete, op. cit., p. 297.
[18] Losurdo, op. cit., pp. 31-32.
[19] Bernd Wegner, «Hitlers zweiter Feldzug gegen die Sowjetunion: Strategische Grundlagen und historische Bedeutung», in Wolfgang Michalka (ed.), Der Zweite Weltkrieg: Analysen – Grundzüge – Forschungsbilanz, München and Zurich, 1989, p. 653.
[20] Ueberschär, «Das Scheitern…», p. 100.
[21] Müller, op. cit., p. 233.
[22] Tobias Jersak, «Öl für den Führer,» Frankfurter Allgemeine Zeitung, February 11, 1999. Jersak utilizó un documento «de máximo secreto» producido por el Organismo del Reich para Aceite Mineral de la Wehrmacht, ahora en la sección militar del Archivo Federal, archivo RW 19/2694.
[23] Ueberschär, «Das Scheitern…», pp. 99-102, 106-107.
[24] Ueberschär, «Das Scheitern…», p. 106.
[25] Ueberschär, «Das Scheitern…,» pp. 107-111; Geoffrey Roberts, Stalin`s Wars from World War to Cold War, 1939-1953, New Haven/CT and London, 2006, p. 111.
[26] Andreas Hillgruber (ed.), Der Zweite Weltkrieg 1939-1945: Kriegsziele und Strategie der Grossen Mächte, fifth edition, Stuttgart, 1989, p. 81.
[27] Annie Lacroix-Riz, Le Vatican, l’Europe et le Reich de la Première Guerre mondiale à la guerre froide, Paris, 1996, p. 417.
[28] Daniel Bourgeois, Business helvétique et troisième Reich : Milieux d’affaires, politique étrangère, antisémitisme, Lausanne, 1998, pp. 123, 127.
[29] Ueberschär, «Das Scheitern…», pp. 107-108.
[30] Bourgeois, op. cit., pp. 123, 127.
[31] Pauwels, op. cit., pp. 68-69; quotation from Hans W. Gatzke, Germany and the United States: A «Special Relationship?,» Cambridge/MA, and London, 1980, p. 137.
[32] Wegner, op. cit., pp. 654-656.
[33] Ueberschär, «Das Scheitern…,» p. 116.
[34] Clive Ponting, Armageddon: The Second World War, London, 1995, p. 130; Stephen E. Ambrose Americans at War, New York, 1998, p. 72.
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