Presentar nuevamente a Jacques Rancière a los lectores de izquierda debería ser ya innecesario, pero me temo que continua siendo un desconocido para una buena parte de este colectivo. Diré más: Jacques Rancière tiene un interés que supera la posición política de sus lectores. Hay en él, en todos sus escritos, una dimensión emancipatoria que […]
Presentar nuevamente a Jacques Rancière a los lectores de izquierda debería ser ya innecesario, pero me temo que continua siendo un desconocido para una buena parte de este colectivo. Diré más: Jacques Rancière tiene un interés que supera la posición política de sus lectores. Hay en él, en todos sus escritos, una dimensión emancipatoria que nunca abandona, pero sus precisos y sugerentes análisis lo hacen interesante para cualquier lector inteligente. Pero inteligente es, siguiendo su planteamiento, el que quiere utilizar su inteligencia, el que quiere desarrollar su capacidad. No hay ningún elitismo explícito o encubierto en los planteamientos del autor. No es un escritor fácil, y quizás a veces se deja llevar por el gusto francés por la retórica, pero hay un esfuerzo de transparencia y de reivindicación del derecho de cualquiera a pensar que hace que quiera siempre facilitar y no complicar el recorrido de su discurso. Su palabra, su escritura invita siempre a la participación. Lectura paciente pero transparente.
Tres son los grandes temas de Rancière: la política, la estética y la pedagogía. Los tres son, en realidad políticos porque los tres tratan de como cualquiera debe decidir sobre lo público, de acceder al arte y de aprender. En los tres casos critica como se nos está inculcando de diversas formas un elitismo desigual que no hace más que excluir y someter repartiendo lo político, lo estético y lo intelectual en un orden jerárquico. Contra todo ello lucha Rancière y siempre lo ha hecho sin concesiones.La ruptura con su maestro Althusser, ya en los años juveniles, le sirvió para clarificar el camino. Este camino tiene diferentes momentos, pero todos ellos guiados por un hilo conductor común, que es el de la defensa de la emancipación de todos los humanos. El libro ha escogido un buen nombre porque son diversos momentos, a lo largo de treinta años, en que Rancière habla de política. Pero política es lo que tiene que ver con el común de las gentes, no con los políticos. Lo hace en grandes y en pequeñas cuestiones pero siempre introduciendo un punto de vista original pero sin ningún efectismo.
Estos momentos políticos de Rancière siguen un largo recorrido, tomando como referencia algún acontecimiento político, pero siempre yendo más allá de él, intentando abrir el universo delo posible en nuestra manera de ver y de pensar las cosas. Unos artículos son muy contundentes contra las últimas guerras de dominio, contra las formas más sibilinas de racismo… Los otros son muy críticos contra los tópicos que aparecen a partir del atentado del 11 de septiembre replanteando su sentido simbólico. Hay un artículo muy valiente y muy lúcido reivindicando el legado del mayo del 68 contra todas las ideología que lo han distorsionado para hacerle perder su contenido. Se ha ido eliminando de su imagen la lucha que hubo en las fábricas, la confluencia entre la juventud obrera y estudiantil, las consignas anticapitalistas. Todo ello para tratar de convertirlo en lo contrario de lo que fue y presentarlo como una lucha de los jóvenes burgueses contra los límites de unas estructuras autoritarias a su hedonismo.
Hay también muchas sugerencias valiosas, en los dos últimos y más recientes artículos, sobre el sentido que tiene hoy palabra comunismo. El primero criticando la falsa noción de Toni Negri de un comunismo inmaterial.
Pero es sobre todo el último y más actual artículo del libro, titulado ¿ comunistas sin comunismo? el que nos ofrece una reflexión más seria y contundente sobre el único camino posible de la emancipación. No importante que hablemos de comunismo o de democracia para referirnos a él. Pero lo que importa es que hay unos presupuestos básicos sobre los que no hay concesiones posibles. Uno es es la hipótesis de confianza en los trabajadores y en su capacidad de transformación a partir de la unidad y la igualdad de las inteligencias. Considerar que la igualdad es el objetivo futuro y que en el presente sólo hay incapacidad de los trabajadores para entender lo que quieren y lo hacen es condenarlos a la sumisión. La teoría de la vanguardia ha conducido a la toma del poder estatal y de las fuerzas productivas por parte de una élite dirigente, es decir a un nuevo estado policial. Sólo las experiencias colectivas y autónomas a partir de la subjetividad singular puede producir un avance. Hay que recoger y recordar estos momentos históricos. No sabemos cual es la alternativa, por supuesto, pero la propia experiencia nos irá conduciendo por el camino adecuado.
Podemos tener o no la fe de Jacques Rancière en esta hipótesis de confianza pero en todo caso es la única apuesta que nos permite pensar otro mundo posible. Lo demás, más de lo mismo.
Momentos políticos, Jacques Rancière (Tradución de Gabriela Villalba).Madrid : Clave intelectual, 2011
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