«Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez.» (G. Marquez)
El 6 de marzo de 1928 en Arataca, Magdalena, pueblo enclavado en la costa Caribe, nació para Colombia y el mundo de las letras Gabriel García Márquez, conocido mundialmente como el «Gabo».
Si la enseña patria representa, a través del color amarillo, el oro de las riquezas de la tierra; el azul, los mares y el rojo, es un reconocimiento a la sangre inmortal, derramada por los héroes inmolados en aras de la independencia, podría afirmarse que nuestro escudo, en cambio, porta orgulloso al cóndor de los andes y la catleya, aunque bien podría añadírsele este insigne escritor, sinónimo del país ante los ojos del mundo.
Fue en una fría jornada holmiense*, allá por mil novecientos ochenta y dos, cuando ese símbolo auténtico de nuestra tierra querida y caliente, hizo arder el magno recinto en reconocimiento al fuego de su pluma, derritiendo el hielo de aquel paraje sueco inhóspito, de leyendas nórdicas y vikingos. Allí mismo, la pequeña figura de ese gigantesco portento de las letras latinoamericanas, cobró extraordinarias dimensiones a partir de su obra cumbre, «Cien años de Soledad», logrando que el complejo mundo de las letras se rindiera a sus pies.
Resaltamos algunas de las palabras pronunciadas por nuestro Nobel, en una fecha imborrable para los colombianos.
(…)Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Los diluvios, las pestes, las hambrunas, los cataclismos; ni siquiera las guerras eternas, por los siglos de los siglos, consiguieron reducir la tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que sin embargo, aumenta y se acelera: Cada año, hay setenta y cuatro millones de nacimientos más que defunciones. Una cantidad de «nuevos vivos», como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría, nacen en países con menores recursos y entre ellos, los de América Latina. Por el contrario, en los países más prósperos, se logró acumular el suficiente poder de destrucción para aniquilar cien veces, no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino a la totalidad de los seres vivos que precedieron a la humanidad, en medio de éste planeta de infortunios (…).
Este escritor caribeño se inició en el mundo de las letras como redactor del periódico «Universal de Cartagena» (1946), «El Heraldo de Barranquilla» (1948) y «El Espectador» (1952). Desde las páginas de dichos medios, el frustrado abogado Gabriel García Márquez, con sus crónicas y escritos periodísticos, se fue convirtiendo en un verdadero maestro de las letras. A partir de su estilo e imaginación, iría gestando en sus obras, con inimitable genialidad, aquello llevado a su máxima expresión cuando describió el «universo de Macondo».
Hablar de García Márquez en sus inicios como escritor, es como evocar la Barranquilla de los años cuarenta del pasado siglo, una ciudad de relevancia en la cultura, por su localización estratégica en calidad de puerto. En ella entraban toda clase de libros por obra y gracia de actividades de contrabando. El famoso bar «La Cueva», donde se reunían al calor de jazz, boleros y la orquesta del mexicano Esquivel, era el punto de encuentro de connotados intelectuales de la talla periodística y escritor Álvaro Cepeda Samudio, el pintor Alejandro Obregón y por supuesto, de Gabriel García Márquez. Al calor de los goles de Junior, ensayaban intensos debates sobre arte, cultura, historia y política. Con posterioridad, harían su aparición José Felix Fuenmayor y German Vargas, con quienes más tarde conformarían la redacción de la revista «Crónica», dirigida por «Gabo«, donde iban a surgir como colaboradores, el futuro magnate Julio Mario Santodomingo, junto a los pintores Alejandro Obregón y Orlando Rivera.
Al evocar recientemente los tiempos de «La Cueva», Álvaro Cepeda Samudio, lanzó de manera frontal contra su antiguo amigo, Gabriel García Márquez, por su literatura costumbrista. Mientras, en contrapartida, éste, sin quererlo, le respondió arengando a los intelectuales de la época: «Me he negado a convertirme en un espectáculo. Detesto los congresos literarios y la vida intelectual».
En lo referente a la amistad, García Márquez tiene un concepto muy particular de la misma y que él mismo reconoce. «Dicen que soy un mafioso, porque mi sentido de la amistad es tal, que resulta un poco el de los gánsteres: Por un lado, mis amigos y por el otro, el resto del mundo, con el cual tengo muy poco contacto». Él, que de tantas cosas puede preciarse, lo hace de no haber perdido más de dos o tres amigos a lo largo de su vida. El de mayor celebridad, tal vez sea el también escritor Mario Vargas Llosa, cuyo segundo hijo apadrinó y en honor suyo, lleva el nombre de Gabriel.
Entre los amigos de sus amigos, se cuentan algunos de los hombres más poderosos e influyentes de la Tierra. Es proverbial su amistad de larga data con el líder cubano Fidel Castro, que va más allá de las afinidades y desavenencias políticas, manteniendo su fidelidad al comandante y a la revolución cubana, sin importarle, aparentemente, que muchos intelectuales o artistas, quienes alguna vez apoyaron con entusiasta fervor revolucionario a Cuba, hayan terminado renegando de esa causa y de su actor principal.
El sólo título de cada una de las obras de García Márquez, refleja la realidad política del país. «Cien años de soledad», recrea los casi cien años de la violencia política colombiana. Obras como «El coronel no tiene quien le escriba», representa el futuro incierto de aquellos que luchan por una pensión; «Los funerales de la mamá grande», escenifican los famosos paseos de la muerte en las clínicas y hospitales. «Historia de mis putas tristes», se refleja- a las niñas que en cada esquina de nuestras urbes, venden sus cuerpos por un mendrugo de comida.
Comparar sus mencionados textos con la realidad política del país, hacen ver, de por sí, el compromiso político de Gabriel García Márquez. Incluso en el pasado, supo enfrentarse a los dictámenes del Laureano Gómez y Gustavo Rojas Pinilla, exiliándose en México y España por un periodo de diez años. Recordó en una oportunidad, como anécdota, que en mil novecientos setenta y seis, volvió a Cuba y tras esperar durante un mes en el Hotel Nacional, al igual que el coronel de su novela, una llamada del comandante precipitó el encuentro esperado por el «Gabó» desde hacía casi dos décadas. Aceptado por Castro y bajo su supervisión personal, escribió «Operación Carlota: Cuba en Angola», reportaje que le valió el premio de la International Press Organization. Mario Vargas Llosa -quien había escrito y publicado una tesis doctoral sobre Cien años de soledad– lo llamó «lacayo de Castro». Dos años después, el oriundo de Barranquilla declaró que su adhesión a la vía cubana, tenía un sentido similar al del catolicismo: «Una Comunión con los Santos» Q uiso regresar a Colombia, hacia fines de la década de los setenta, pero tuvo que sufrir en carne propia el estatuto de seguridad del por entonces presidente, Turbay Ayala, situación que lo hizo regresar definitivamente a México.
Es necesario considerar las cuestiones y vicisitudes a las cuales debió enfrentarse, para comprender, hacer un balance, además de interpretar su trayectoria literaria. La experiencia que adquirió como escritor, su alto compromiso político y social, estuvo condicionado al de la propia experiencia del país, donde se declaró enemigo del sistema intolerante en Colombia, vigente a lo largo de décadas.
Su fabuloso «Macondo», nos bastaría para tener una visión del contexto socio político en el trópico latinoamericano, la tragedia colectiva de un pueblo pobre, marginado, dominado por el vaivén de las crueles fuerzas humanas y naturales. A ello, debe sumárseles la indiferencia de los gobiernos distantes e independientes, la explotación del pueblo por las oligarquías, el calor y las periódicas inundaciones a las que viven sujetas las tierras del trópico, para conjugar como se torna posible, en determinadas parte del mundo, la representación de un verdadero infierno en la tierra.
En síntesis, la violencia política es un fenómeno universal en Latinoamérica. Un sistema de las desigualdades sociales, como la ignorancia y la explotación de las masas. Las periódicas masacres del pueblo, a manos de agentes nacionales y del imperialismo, dejan un alto saldo de muerte y destrucción.
La pobreza, el desempleo y la frustración, establecen condiciones objetivas revolucionarias, que a su vez reciben la réplica de las fuerzas represivas, conduciendo de forma inexorable a la violencia como fenómeno económico de la vida política en ésta parte del continente.
Tales elementos, son ingredientes de envergadura en el mundo narrativo de García Márquez, el «Gabo» y por ello, no resulta tan sorprendente que su obra se reduzca a la Latinoamérica más identificable con el tercer mundo, rechazando de plano, los escenarios de la América Latina aburguesada, para hacer énfasis especialmente en torno al Caribe pobre, lleno de inolvidables pueblos olvidados, imaginarios o reales, a lo largo y ancho del trópico. A partir de su primera novela, García Márquez fue ampliando el radio de su mundo narrativo, hasta llevar su palabra hasta donde él lo consintió.
En «La Hojarasca», ese mundo se reduce a «Macondo», un pequeño pueblo inexistente, pero sin embargo una emulación conjunta de todos ellos, en el marco del trópico de la costa Caribe colombiana. En «El coronel no tiene quien le escriba», la acción se desarrolla en torno a un pequeño pueblo costeño, a orillas de un rio indeterminado. Al interior del famoso «Cien años de soledad», «Macondo» adquirió una dimensión mítica inigualable y simboliza Latinoamérica. En el otoño del patriarca, García Márquez crea una «república» que sus lectores reconocieron como sinopsis del continente. «La Hojarasca, «El coronel… y «La Mala Hora», permiten divisar ciertos manejos locales de la costa, aunque su trasfondo pueda palpitarse el drama político colombiano, la harto conocida y tradicional contienda entre liberales y conservadores. En «Cien años…», la lucha trasciende los límites esos mismísimos límites de la localía y el tiempo se amplía de forma desmesurada. Ya no se trata sólo del drama colombiano de estos tiempos, si no de esa contienda «rojiazul», pero elevada al rango continental de la lucha entre quienes pretenden conservarlo todo, de manera encarnizada, frente a los que procuran que ese beneficio, al menos en carácter de función social, sea en provecho equitativo de todo. Así, el patriarcal García Márquez supo ahondar en la historia latinoamericana, encontrándola como un proceso de conquista y explotación de talante imperialista, desde los tiempos de la colonia hasta el de los norteamericanos.
La culminación de ese proceso, es el de la pérdida del mar Caribe, transportado hacia su patria por los colonizadores del «Gran País del Norte». Se representa la historia del continente desde sus primeros contactos con los «conquistadores españoles», hasta los tiempos de la dominación casi absoluta del imperio estadounidense.
El fenómeno político local, fue visto por García Márquez como una conciencia de dominación política y económica, mediante el establecimiento de compañías extranjeras, donde el subdesarrollo y la tiranía, son el resultado predecible de las condiciones impuestas por fuerzas favorables a los poderes extranjeros, en menoscabo del interés nacional.
En «Cien años de soledad», por ejemplo, se hace alusión al histórico y desastroso episodio que tuvo como protagonista central a la «United Fruit Company» norteamericana -hoy «Chiquita Brandts»- cuando el Coronel Cortés Vargas, en nombre del gobierno nacional, que encabezaba el conservador Miguel Abadía Mendez, ordenó a los nidos de ametralladoras, apostados estratégicamente y a la sazón sobre los vagones de tren encargado de llevar las mercaderías, abrir fuego contra una multitud indefensa e indeterminada de trabajadores. El dramático hecho, transcurrido en La Ciénaga, Magdalena, el seis de diciembre de mil novecientos veintiocho, perpetrado con alevosía contra quienes se manifestaban, utilizando la huelga como instrumento legítimo para reclamar de manera pacífica condiciones laborales dignas, pasó a la historia con el nombre de «Masacre de las Bananeras». En esa parte del relato, «Gabo», además de establecer una extraordinaria descripción, apenas superada por la de algún testigo privilegiado de los acontecimientos, demuestra que sus tesis son acertadas. En la actualidad, el cuadro queda visibilizado a través la harto promulgada «confianza inversionista», promulgada como una de las columnas vertebrales del «santouribismo», de acuerdo con la «doctrina» esbozada por el ultraderechista y primo hermano del abatido narcotraficante Pablo Escobar, José Obdulio Gaviria. Sus consecuencias inmediatas son la depredación del territorio colombiano por parte de multinacionales extranjeras, las cuales explotan tanto los recursos naturales como al personal nativo, desplazando a las comunidades indígenas o campesinas de su entorno natural, sin contar el abandono de la vocación agrícola por parte de los lugareños.
Volviendo a la visión del mundo de García Márquez, puede decirse que se trata de la de un «costeño», es decir, de un habitante de la región Caribe colombiano, en lugar de la del típico «cachaco» de las regiones montañosas, en el interior, donde se encuentra la sede del poder. Este hecho explica muchas características de la obra de García Márquez, tales como su exuberancia imaginativa y el carácter del mundo «macondiano«.
En «Cien años de soledad», el mal de la política proviene de ese interior al cual nos referimos, personificado en la figura del primer alcalde enviado por el gobierno central a «Macondo». El ejército, que masacra a los trabajadores de las bananeras, está integrado por hombres del mismo origen al de la autoridad principal del pueblo, de fisonomía aindiada. El tirano, en el otoño del patriarca, es un «cachaco» de fuertes rasgos indígenas, oriundo de los páramos salvajes. Desde «El coronel…», se establece que la tragedia del personaje central, es el resultado del olvido en el cual lo tiene el gobierno central y su burocracia «kafkiana»*.
Para finalizar, lo que nos dejan como «enseñanza» las obras del «Gabo» que se citan en éste artículo, es la rivalidad de los antiguos liberales, medio masones, anticlericales y progresistas en cuestiones sociales, con los conservadores, partidarios de la unión entre la iglesia y el estado, tradicionalistas, siempre temerosos, con desconfianza en el progreso.
Colombia, envuelta en dos océanos, flanqueada por tres cordilleras y ondeada a través de chispeantes cascadas de montañas inconmensurables, aves multicolor, el vistoso entramado multiétnico que la caracterizan, con sus aires folclóricos autóctonos, armonizan y se entremezclan con la prosa literaria de nuestro distinguidísimo escriba, el premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez, quien permitió poner de relieve ante los ojos del mundo entero, ese país que él, en su extraordinaria grandeza, osó bautizar como «Macondo».
Notas del autor:
*holmiense: Gentilicio de los naturales de Estocolmo, Suecia
*burocracia «kafkiana»: Se refiere a la del tipo de la novela corta «El Proceso», del escritor checo de origen judío y habla alemana, Franz Kafka (1.883 – 1.924). En ella, al cabo que un hombre es conminado a permanecer detenido sin causa aparente, cuando éste se presenta a declarar, encuentra ante sí a unos tribunales integrados por personas que además de desinteresarse por completo en el asunto, actúan burlándose de él y complicando aún más la causa, al punto de que el personaje central acaba siendo ejecutado, sin ton ni son, por elementos más similares a un grupo parapolicial, que a verdaderos representantes de una ley arbitraria.