No hay valor que reivindique más un banco que su experiencia, ni político que no ensalce entre sus atributos mayor virtud. Bankia vendía su experiencia como su principal activo y por ello contaba en su dirección con un experto gerente, Rodríguez Rato, quien ya había demostrado su experiencia como ministro de economía del Estado español […]
No hay valor que reivindique más un banco que su experiencia, ni político que no ensalce entre sus atributos mayor virtud.
Bankia vendía su experiencia como su principal activo y por ello contaba en su dirección con un experto gerente, Rodríguez Rato, quien ya había demostrado su experiencia como ministro de economía del Estado español durante ocho interminables años que le abrieron las puertas de la dirección del Fondo Monetario Internacional, no fuera a ser que su experiencia se perdiera.
Entre los políticos, no hay aspirante a un cargo que no alardee de su experiencia. Hasta se ufanan en ponderar todos los días sus pasados desempeños y fructíferas gestiones, así fueran presidentes, ministros, alcaldes o simples funcionarios.
No hay experto ministro de economía que, cumplido su ciclo como tal, no comprometiera su experiencia con la empresa privada, ni ex presidentes que no hayan hecho valer sus experiencias en manos de multinacionales compañías.
La experiencia es un grado aseguran los expertos en la Bolsa de Valores. Y la experiencia pasa por los juzgados, sube al púlpito, se exige en los mercados de trabajo, descansa en los cuarteles…
La verdad es que la experiencia es una de las más estimadas capacidades que adorna a los seres humanos. Hasta me atrevería a segurar que su mayor virtud, si no fuera porque todavía no se ha privatizado y, para manifestarse, precisa la memoria.
Y ahí es donde naufragan todos los honorables miembros de esa fauna de expertos en la ruina, porque no importa lo que cubran o corten, lo que callen o mientan, nosotros seguimos conservando la memoria.
Se lo digo por experiencia, antes que guardar ese dinero que no tiene en el mejor y más experto banco, le recomiendo el peor colchón. Al fin y al cabo, los paraísos fiscales ya están llenos y, además, no aceptan calderilla. Y con el colchón no tiene que hacer fila, ni rellenar instancias, ni firmar documentos, ni aportar garantías o avales. El colchón no le cobra comisiones, no tiene horario, y tampoco le inunda el buzón con propaganda. Sí, es verdad, el colchón no regala platos y, lo que es peor, carece de experiencia, pero con el dinero que se ahorra en comisiones puede ir a comer a un restaurante y consolarse pensando si le roban, que no fue el mismo compulsivo delincuente que le ha robado siempre, sino otro pendejo como usted.
Y antes de volver a depositar su voto y su confianza en los tantos expertos en trajinar miserias por congresos y ayuntamientos, busque la inexperiencia de los recién llegados, sus blancos sumarios, sus nuevos expedientes, y consuélese pensando si le engañan, que no fue el mismo apremiante mentiroso que lo ha engañado siempre, sino otro pendejo como usted.
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