El periodista Mario Amorós investiga en el libro «Sombras sobre Isla Negra» las causas de la muerte del poeta
Le dijo Pablo Neruda a su esposa Matilde Urrutia en el lecho de muerte de la clínica Santa María, en Santiago de Chile: «Están matando a gente, entregan cadáveres despedazados. La morgue está llena de muertos, la gente está fuera por cientos, reclamando cadáveres. ¿Usted no sabía lo que le pasó a Víctor Jara?, es uno de los despedazados, le destrozaron sus manos… ¿Usted no sabía esto? ¡Oh Dios mío! Si esto es como matar a un ruiseñor, y dicen que él cantaba y cantaba y que esto les enardecía».
Neruda falleció el 23 de septiembre de 1973, doce días después que el general Pinochet y una parte del ejército, con el apoyo de la alta burguesía chilena y los Estados Unidos, perpetrara la asonada fascista que marcaría la realidad de Chile hasta hoy. A reconstruir los últimos días del poeta dedica el periodista e historiador, Mario Amorós, el libro «Sombras sobre Isla Negra. La misteriosa muerte de Pablo Neruda», recientemente publicado por Ediciones B-Chile, y presentado esta semana por el Intitut d’Estudis Polítics d’Esquerra Unida del País Valencià (EUPV-IU).
Las incógnitas y las sombras planean sobre la muerte de Neruda. Oficialmente, según la versión sostenida por la dictadura militar y avalada por la Fundación Pablo Neruda, el autor de «Canto general» y «20 poemas de amor y una canción desesperada» murió por un cáncer de próstata en fase terminal. Pero se trata de una explicación muy cuestionada desde el primer día por gente muy cercana al poeta. Matilde Urrutia, su viuda, siempre negó (desde la entrevista que le realizó el diario «Pueblo» en 1974″) que su marido pereciera por el cáncer. El eminente urólogo que atendía al escritor le confirmó esta tesis.
Pero el libro de Mario Amorós recoge otro testimonio que, a la postre, será el que más dudas vierta sobre la exégesis oficial. La denuncia del chófer de Pablo Neruda -Manuel Araya-, que achaca directamente a la dictadura militar la responsabilidad en la muerte del literato. Según esta versión, el veneno suministrado por una inyección letal acabó con la vida de Neruda, cuando se hallaba éste hospitalizado en la Clínica Santa María de Santiago (donde otros dirigentes de la izquierda chilena fenecieron en condiciones muy extrañas). El testimonio del exchófer no es baladí. Ha servido como soporte a la querella criminal presentada por el Partido Comunista chileno el 31 de mayo de 2011, que la Corte de Apelaciones de Santiago -a través del ministro, Mario Carroza- ha admitido a trámite. Es precisamente esta instancia judicial la que actualmente investiga las causas de la defunción.
¿Qué riesgos entrañaba Neruda con vida para la Junta Militar? Sin duda, su prestigio como poeta militante y su voz autorizada, su compromiso, en la denuncia de las injusticias. Tal vez por ello la dictadura evitó con un hipotético asesinato que se exiliara a México, donde ya se había expatriado en una ocasión y se le reconocía y admiraba desde la década del 40. El embajador mexicano ya había tramitado los pasaportes para Neruda y su esposa, e incluso el avión para trasladarlos había aterrizado en Santiago de Chile. Pero el viaje a México se frustró por la muerte previa del escritor. En todo caso, no era Neruda un personaje bienquisto por los militares: le destrozaron la casa de Santiago (también la de Valparaíso), le destruyeron los cuadros y quemaron los libros como prueba macabra de la desafección.
Y tal vez lo asesinaron. Pero Mario Amorós no deja esta hipótesis cerrada. El mismo título del libro apela a «sombras» y a una muerte «misteriosa». Las versiones de Matilde Urrutia y Manuel Araya no coinciden e incluso presentan múltiples contradicciones. Por eso, «la verdad sólo se sabrá si el juez decide la exhumación de los restos emplazados en Isla Negra; de lo contrario, siempre albergaremos dudas», explica el periodista. Pero más allá de la disyuntiva crimen de estado/cáncer terminal, Pablo Neruda fue, según Amorós, «una víctima de la dictadura de Pinochet, del sufrimiento que le causó el bombardeo al Palacio de la Moneda y de la represión que padecieron sus compañeros y amigos; es esto, sin duda, lo que le condujo a la muerte».
Porque si por algo reluce la biografía de Pablo Neruda es por su «compromiso político», por mancharse de barro, subraya el periodista. «Y es algo en lo que insiste el libro». Pese a que en Chile se extienda hoy un relato castrador, que ve a Neruda exclusivamente como a un poeta lírico que coleccionaba caracolas y mariposas, Mario Amorós recuerda que la poesía de Neruda no puede desligarse de su militancia. Intervenía, de hecho, muy activamente, y con un discurso muy nítido, en las reuniones del Comité Central del Partido Comunista, del que formaba parte. Militante del PC desde 1945, el corazón y la pluma de Neruda se pusieron al servicio de la II República -«España en el corazón» (1937)- y del gobierno de la Unidad Popular chilena.
Como embajador en Francia del ejecutivo de Salvador Allende, para nada ocultó este compromiso: defendió la nacionalización del cobre frente a los intereses multinacionales; ante la UNESCO puso de relieve el valor del sistema educativo chileno y negoció, además, la deuda externa de su país en foros internacionales. No por casualidad se sentía parte de un gobierno -el de la Unidad Popular- que hizo posible que más de tres millones de niños accedieran a la alimentación básica, que en sólo tres años los salarios aumentaran 10 puntos en la renta nacional, se devolvieran tierras ocupadas a los campesinos; 15.000 comités de base (sobre los que se había cimentado el triunfo electoral de la UP) prolongaran su influencia por empresas, pueblos y ciudades, y se nacionalizaran sectores estratégicos de la economía.
El funeral de Neruda celebrado en Santiago de Chile (el 25 de septiembre de 1973) también se convirtió en un acto de homenaje y reivindicación netamente políticos. La sangre aún estaba fresca en el asfalto, cuando en torno al millar de personas retaron a los jerarcas de una dictadura recién estrenada, y acompañaron al poeta desde su casa de «La Chascona» hasta el camposanto general de Santiago. Leyeron poesías del «Canto General» y otras sobre el Madrid cercado de 1936. Recuerda Mario Amorós que algunas mujeres, rodeadas por tanquetas militares, despidieron al poeta universal cantando la internacional. Santiago no era, entonces, una capital plácida para la gente rebelde: el estadio nacional se convertía en un gigantesco campo de concentración, mientras tres mil soldados se dedicaban al allanamiento de casas y a quemar libros y publicaciones de izquierda en el centro de la urbe.
Sintetizar en 246 páginas con documentos, fuentes de primera mano, entrevistas y numerosos testimonios el último año de la vida de Pablo Neruda (desde su retorno de Francia en 1972, hasta sus cuatro días finales en la Clínica de Santa María), requiere una labor de investigación a conciencia. Lo hace Mario Amorós en un terreno que le resulta familiar: la Historia de Chile, sobre la que ha escrito una tesis doctoral («Antonio Llidó, un sacerdote revolucionario»), seis libros y numerosos artículos traducidos a 10 idiomas. Al final, «se trata de investigar el pasado y conocerlo, para hacer una democracia mejor», concluye el historiador y periodista. «Sólo en 2007, tras tres décadas de investigaciones, se pudo saber cómo la dictadura de Pinochet eliminó dos direcciones clandestinas del partido comunista», recuerda. Es por esto por lo que debe aclararse, hoy, lo que ocurrió durante los últimos días en la vida de Pablo Neruda.
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