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¿Y si la inflación no llega…?

Fuentes: Rebelión

Esta mañana se me acerca Harald Martenstein con periódicos y revistas bajo el brazo, con libros y notas en su bandolera, está furioso, enojado, harto, desengañado, confuso, desilusionado…, y revolviendo en su taza de café con leche me mira en silencio, fijamente y me espeta: Quisiera defender una tesis radical, más allá de las de […]

Esta mañana se me acerca Harald Martenstein con periódicos y revistas bajo el brazo, con libros y notas en su bandolera, está furioso, enojado, harto, desengañado, confuso, desilusionado…, y revolviendo en su taza de café con leche me mira en silencio, fijamente y me espeta:

Quisiera defender una tesis radical, más allá de las de Thilo Sarrazin, prescindiendo no sólo en parte sino totalmente del consenso democrático. En contra de los expertos y creadores de opinión creo que nadie sabe lo que el futuro nos depara. El futuro: un gran desconocido, quizá bello quizá horrible. Ésta es mi opinión. ¡Expertos, estoy harto de vosotros!

Leí una vez en un periódico que expertos en clima predijeron hace 20 años una subida del nivel de los mares en el mundo de unos 2 metros para el año 2100; poco después rebajaron sus predicciones a 1´50, más tarde a 60 cm. Fue cuando llegado a este punto cerré el periódico y dejé de lado el artículo, perdí el interés por la predicción de la subida de las aguas. Temo que un buen día nos sorprendan los mares del mundo.

Tampoco los gurús de la economía aciertan casi nunca en sus predicciones. De vez en cuando uno o dos gurús pronostican certeramente un derrumbamiento, pero más tarde vuelven a fallar en su pronóstico. También las viejas pitonisas, las lectoras de manos y echadoras de cartas aciertan alguna vez. En tiempos del canciller Kohl expertos en política, en virtud de su conocimiento, anunciaron y pronosticaron a lo largo de 10 años ininterrumpidamente el final cercano de la era Kohl hasta que, naturalmente, un día llegó, pero tardó. ¡Vaya que si tardó!

La predicción se basa en prorrogar la tendencia del presente. Pero en cualquier momento pueden surgir nuevas tendencias, que naturalmente nadie conoce todavía, ¡qué se yo!, quizá una explosión solar inesperada, quizá un invento que se convierte en boom, quizá un atentado que trastorna la política…

Durante meses vengo leyendo advertencias sobre la aproximación de una inflación. De economía poseo el conocimiento de un lego, que posee una cuenta corriente, mis comentarios incompetentes sobre política económica son del siguiente tenor: «No es bueno gastar más de lo que entra». Que quizá es así. De todas formas me he visto afectado por sus pronósticos y he querido asegurar mi dinero del Armageddon de la economía mundial. Mi dinero que son unos pocos miles de euros en el banco a plazo fijo.

Con eso no puedo comprar bienes inmuebles o invertir en cemento. Y si compro alguna acción, por experiencia, acarreo a la ruina a tal empresa. Estoy comprando arte, algo real, efectivo, no virtual e irreal. Compro cuadros a troche y moche y ya no sé dónde colocarlos, tengo las paredes llenas. Cuadros por todas partes, cuadros a patadas. Abro el armario y caen al suelo las aguas fuertes de un colombiano; obras de artistas desconocidos, la mayoría sin marcos…

Claro está, no pueden ser muy caros. Me interesa el arte joven del Báltico. ¿Pero me gusta el arte? Había olvidado, también compro alhajas. Y éstas sí sé que no me gustan.

Nadie conoce el futuro pero, a pesar de todo, uno se quiere prevenir. ¿Y si ahora no llega la inflación? ¿Si los expertos se confunden de nuevo? ¿Y si sin dinero un día me encuentro sentado sobre 8 cajones repletos de óleos del Báltico o sobre esta alhaja grisácea? ¡Por favor, que llegue la inflación!

¿Y por qué el futuro debe ajustarse a mi inversión?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.